El asesinato de Juan José Torres (1997) de Martín Sivak reconstruye la comisión de un magnicidio con apoyo de la CIA y vínculos con las dictaduras de Argentina y Bolivia, en el marco de una operación regional coordinada. El 2 de junio de 1976, en plena dictadura militar, el general Juan José Torres, expresidente de Bolivia, apareció sin vida en San Andrés de Giles, provincia de Buenos Aires, Argentina. Su asesinato fue parte de la internacionalización del terrorismo de Estado, conocida como Operación Cóndor, un plan de coordinación represiva entre las dictaduras latinoamericanas durante los años 70 y 80, que contó con el apoyo de los Estados Unidos. Exiliado por el régimen de Hugo Banzer, Torres se refugió en Buenos Aires y continuó la lucha política hasta su trágico final.
El trabajo historiográfico realizado por Martín Sivak vincula definitivamente la dictadura de Banzer con la Operación Cóndor y muestra las huellas del banzerato sobre el cuerpo de Torres, marcando el único caso de un expresidente asesinado por las garras del Cóndor. La investigación también evidencia la cooperación de los ejércitos de Argentina, Bolivia, Chile y Uruguay, responsables de prácticas sistemáticas de privación ilegítima de la libertad, tortura y asesinato de ciudadanos sin oportunidad de un juicio justo. La importancia histórica de este trabajo le generó al periodista argentino insultos e increpaciones por parte de mandatarios bolivianos, e incluso una acusación del propio Hugo Banzer. El asesinato de Juan José Torres se publicó en Bolivia dos días después de la segunda asunción de Banzer, el único dictador latinoamericano reelecto democráticamente.

El libro incluye un prólogo de Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, invitando a una lectura que interpela el presente, sin caer en anacronismos:
“El libro que aquí presentamos nos conduce al ejercicio fundamental de la memoria, pero no para quedarnos en el pasado, sino para iluminar el presente. La vida de los pueblos se recrea y avanza a medida que van mirando sus propias raíces y sus situaciones de vida. Si no iluminamos nuestro presente, no podremos construir futuro.” (del prólogo realizado por Adolfo Pérez Esquivel en “El Asesinato de Juan José Torres”)
-Para comenzar, ¿podrías contarnos un poco de Juan José Torres? En particular, ¿por qué se ganó el título del ‘General Proletario’ ante los ojos de Rodolfo Walsh?
-Primero, creo que tengo que decir que es un libro que escribí hace 27 años y que no volví a leer. Con respecto al General Torres, puedo decir que en Bolivia se abre un periodo que se denomina el Largo Interregno Militar (1964–1982). Durante este tiempo, a diferencia de Argentina, hubo oscilaciones entre la derecha y momentos en que la izquierda nacional tomó el poder, como en el gobierno del Gral. Ovando en 1969, quien impulsó una política menos alineada con Estados Unidos.
Torres representó una continuidad de Ovando. Durante su breve mandato, se instauró la Asamblea Popular, un parlamento que, al funcionar prácticamente como la COB (Central Obrera Boliviana, equivalente a la CGT en Argentina), potenció la movilización obrera, especialmente la de los mineros. Esta capacidad de movilización de la COB empujó a Torres hacia posiciones más de izquierda. Sin embargo, enfrentó el desafío de una derecha interna y de la alianza con el MNR (el partido de la revolución) con Hugo Banzer, lo que finalmente llevó a su deposición el 21 de agosto de 1971.
En sus últimos meses, se acentuó lo que Rodolfo Walsh describe sobre el “General Proletario”. Cabe destacar que Torres no nació siendo de izquierda. De hecho, fue uno de los militares que participó en el operativo de captura y asesinato del Che Guevara. Fue su experiencia en el poder la que lo fue llevando hacia posiciones más de izquierda, lo que, junto con la formación de la Asamblea Popular, le valió ese apodo.
El general Torres fue asesinado el 2 de junio de 1976, en San Andrés de Giles, provincia de Buenos Aires. Las principales investigaciones señalan la colaboración entre los gobiernos militares de Bolivia y Argentina en su asesinato, un magnicidio que se enmarca en el plan coordinado regional de la Operación Cóndor.
-También deberíamos hablar de la otra figura clave de esta historia: Hugo Banzer. ¿Qué elementos o evidencias te convencieron de la implicación directa de Banzer en el asesinato de Torres?
-En su presidencia, Banzer mantuvo una relación activa con Pinochet y un buen vínculo con la dictadura Argentina, en particular con Jorge Rafael Videla. Cuando empecé a investigar este tema en 1995, con 18 años, me encargaron un artículo sobre el asesinato de Torres para El Diario Hoy, un pequeño medio de Bolivia. Recuerdo que, conversando con el director, este me comentó: “a mi papá lo mataron en Argentina”. El director del diario era el hijo del General Torres y así nació la idea para la nota.
Todo esto se inscribe en el contexto de Banzer. Recordá que Banzer es el único ex dictador latinoamericano que fue elegido por voto popular directo en 1997. Durante mi investigación, Banzer era una figura pública relevante en la construcción de la democracia. En 1982, el partido de Banzer —ADN, Acción Democrática Nacionalista— se consolidó como uno de los pilares institucionales de la llamada “democracia pactada” en Bolivia. Durante esos dos años, se hablaba mucho de la posibilidad de que Banzer regresara al poder. La investigación se realizó con él como potencial presidente, y el libro se publicó dos días después de su asunción. Un año después, se abrió una causa muy importante en España para investigar los crímenes de la dictadura en toda latinoamérica.

-Esa es la causa que deriva en la detención de Pinochet en Londres, ¿no?
-Claro, sí. Baltasar Garzón, el juez español, emitió una orden internacional que llevó a la detención de Pinochet en Londres en 1998. En una causa que tiene que ver con la Operación Cóndor, la internacionalización del terrorismo de estado. Un paso muy novedoso en términos de jurisprudencia internacional porque Garzón consiguió que la justicia española no solamente pudiera investigar, sino que ordenara la detención de Pinochet. Entonces, se abrió en España una causa muy pero muy importante donde se investigaban los crímenes de la Operación Cóndor que implicaba primero a Pinochet, que fue detenido, y después a otros ex dictadores. Baltasar Garzón se empezó a interesar por la parte boliviana de la Operación Cóndor. Entonces, con la detención de Pinochet y la apertura de esto, cabía la posibilidad de que Banzer fuera eventualmente investigado y juzgado.
En ese contexto, Garzón me citó a declarar en su despacho en Madrid, donde presenté todas las pruebas periodísticas. La investigación incluía numerosos indicios que vinculaban a Banzer con la Operación Cóndor y con la ejecución del plan en Argentina mediante el agregado militar Raúl Tejerina Barrientos. Los documentos desclasificados sobre la Operación Cóndor, obtenidos de Paraguay y Estados Unidos, mostraban que cada agregado militar de la embajada estaba a cargo de coordinar con el sistema represivo local. Tejerina, muy cercano a Banzer, participó activamente en ese operativo. La respuesta inicial de Banzer fue negar cualquier participación, afirmando “yo no participé en la Operación Cóndor”. No es que dijo ‘yo no maté a Torres’, dijo ‘yo no participé en la Operación Cóndor’. En el libro había muchos documentos que mostraban claramente la participación de Bolivia. Y es más, el ministro del interior de Banzer, Arce Carpio, en una entrevista grabada, cuando le pregunté por la participación de Bolivia en la Operación Cóndor, no solamente me respondió afirmativamente, sino que me dio todos los argumentos de por qué había participado.
La respuesta inicial de Banzer fue negar cualquier participación, afirmando “yo no participé en la Operación Cóndor”. No es que dijo ‘yo no maté a Torres’, dijo ‘yo no participé en la Operación Cóndor’. En el libro había muchos documentos que mostraban claramente la participación de Bolivia.
Seguramente Arce Carpio me veía como un chico de 19 años, qué estaba haciendo su tesis. Y en ese momento, no era un tema importante la Operación Cóndor. Cuando hice el libro, fue mucho antes de la detención de Pinochet. Entonces, eso provocó que mucha gente me contara y me diera material pensando que esto era simplemente el entretenimiento de un joven argentino. Con toda esta evidencia, fui a declarar. Esto generó una reacción muy decidida de Banzer, quien en una conferencia de prensa, dijo que yo estaba perturbando el proceso democrático en Bolivia. Y, obviamente, los ministros dijeron… dijeron muchas cosas.
-Otro ejemplo emblemático de la Operación Cóndor y el trabajo transfronterizo, es el secuestro de Carla, la niña argentina secuestrada en Bolivia junto a su madre, entregada a las fuerzas armadas argentinas, ¿qué podés contarnos de este caso?
-Ese caso me conmocionó mucho. La historia sucede entre Bolivia, Buenos Aires y España. Ahí sí había un expediente judicial. Yo entrevisté a la abuela y la entrevisté a Carla, de la cual me enteré hace poco por los diarios que falleció. Es una de las pocas nietas recuperadas que fallecieron. Ellas estuvieron presas en Automotores Orletti, que era el campo de concentración de Floresta, donde pasaron la mayor cantidad de exiliados latinoamericanos, muchos uruguayos y bolivianos. Ahí es donde estuvo la madre de Carla. Eduardo Ruffo, que era la mano derecha de Aníbal Gordon, había sido el apropiador de Carla. Había mucha relación con la banda de Aníbal Gordon y los exiliados. Este caso fue muy importante para Baltazar Garzón, en la pesquisa de pruebas.
Anibal Gordon fue el líder de un grupo parapolicial argentino vinculado a la Triple A y al asesinato del General Juan José Torres.
-Porque a ella la secuestran en Bolivia y la traen a Buenos Aires, ¿no?
-Exacto, sí. A ella la secuestran allá y la traen acá. Ahí hay cables que hacen referencia a un sistema de documentación e intercomunicación entre los gobiernos. Para la investigación de la Operación Cóndor es muy importante. Un periodista boliviano consignó muchos cables, se los dio un agente de inteligencia estadounidense, ahí se puede ver todo un sistema de mensajería, de intercambio de información. El caso de Carla era un buen ejemplo de cómo funcionaba. Por eso me detuve tanto en este caso. Cuándo comencé a investigar, me encontré con un expediente judicial muy pequeño. Se sabía que la gestión del juez había sido de compromiso, era un juez alineado con los militares que se sacó el tema de encima. Lo que tenía que hacer era encontrar casos similares para darle el contexto, para mostrar que esto no era un caso aislado.
– ¿Cómo el asesinato Torres en Buenos Aires nos ayuda a dimensionar los vinculos de las diferentes dictaduras de la región?
–Torres fue el único ex presidente asesinado, lo que le da una relevancia singular. Creo que estos casos ayudan a ampliar el contexto de la dictadura. El primer caso importante fue el de Carlos Prats, un militar chileno asesinado en 1974 en un operativo en Buenos Aires, en el barrio de Palermo. El proceso de la Operación Cóndor no comenzó con la dictadura argentina, sino que sus orígenes se vinculan a las necesidades de la dictadura chilena y se extendieron en el tiempo, involucrando incluso episodios en Uruguay, como el caso Berríos en 1993, que ocurrió ya con democracias consolidadas. Creo que es importante entender ese período de 20 años de coordinación entre las fuerzas armadas latinoamericanas. El Operativo Cóndor trasciende el ámbito de las dictaduras militares, demostrando la coordinación entre ejércitos y fuerzas de seguridad de distintos países. Esto nos enseña que las prácticas represivas y los vínculos transnacionales se extendieron por décadas, no siendo un fenómeno aislado. En el caso argentino, si bien existen muchas causas judiciales abiertas y testimonios de víctimas, la discusión sobre el Cóndor se integró a un debate más amplio, especialmente en comparación con otros países como Bolivia o Chile donde el Cóndor tuvo una relevancia más particular.
Esta investigación trasciende la reconstrucción de un magnicidio. Al exponer la maquinaria represiva que unió las dictaduras latinoamericanas, se desafían las narrativas cómodas que minimizan el terrorismo de Estado como excesos aislados. Los crímenes de lesa humanidad que cometió el gobierno argentino durante la última dictadura militar, se inscriben en el contexto de un plan de cooperación entre las fuerzas armadas de latinoamérica. En un continente donde líderes autoritarios resurgen bajo nuevos disfraces, recordar no es nostalgia, sino un acto de resistencia. Como advierte Pérez Esquivel, solo mirando críticamente el pasado podremos desarmar las estructuras que hoy reproducen impunidad. La memoria es un mapa para iluminar el presente, construyendo futuros donde la dignidad no sea asesinada bajo ningún puente.
PD
Periodista, escritor y estudiante de filosofía, con experiencia en la producción audiovisual. Entusiasta del pensamiento latinoamericano y la interculturalidad. Sus raíces familiares se remontan a Polonia, Lituania y España.