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El fotógrafo y ambientalista brasileño Sebastião Salgado, reconocido mundialmente por sus fotografías que retrataron con potencia poética la humanidad doliente, la naturaleza en estado primigenio y las migraciones del mundo contemporáneo, falleció el pasado viernes 23 de mayo en París, a los 81 años. La noticia fue confirmada por el Instituto Terra, la organización que fundó junto a su esposa y compañera de vida, Lélia Wanick Salgado.

“Con inmenso dolor, comunicamos el fallecimiento de Sebastião Salgado, nuestro fundador, maestro y fuente de inspiración eterna”, expresaron en un comunicado. No se brindaron más detalles sobre las circunstancias ni el lugar exacto de su muerte. La despedida llega desde el mismo corazón de un proyecto que sembró más de dos millones de árboles y que resume el espíritu de quien, hasta el final, creyó en la capacidad de transformación del ser humano.

Sebastiao Salgado en 2017. Foto: Ur Cameras.

Sebastião Ribeiro Salgado Junior nació en Aimorés (Minas Gerais) el 8 de febrero de 1944. Creció rodeado por la selva atlántica del sudeste brasileño, en una hacienda familiar del valle del río Doce. Era el único hijo varón entre siete hermanas, y desde joven fue un viajero inquieto. Luego estudió economía en Vitória durante los años convulsionados del golpe militar de 1964. Allí se vinculó con grupos de izquierda y conoció a Lélia Wanick, su eterna compañera de vida. Se casaron en 1967, pero al año siguiente, perseguidos por el régimen de Da Costa e Silva, debieron exiliarse en París. Allí, Salgado completó un doctorado en economía matemática; ella, por su parte, estudió arquitectura. Fue Lélia quien compró su primera cámara, sin saber que con ese gesto cambiaría para siempre la vida de ambos. Y fue Lélia la primera retratada por quien sería, tiempo después, una de las lentes más importantes de la historia de la fotografía sociodocumental.

Salgado comenzó a fotografiar durante sus viajes de trabajo por África como técnico de la Organización Internacional del Café (OIC). A sus 29 años, la cámara se volvió una extensión de su mirada, y poco después abandonó la economía para dedicarse a tiempo completo a la fotografía documental. Años más tarde lo sintetizaría así en sus memorias De ma terre à la Terre (2013), escritas en colaboración con la periodista francesa Isabelle Francq: “Mi trabajo con la cámara fue una prolongación natural de mi compromiso político y de mis orígenes”.

Retratar la dignidad humana, su gran obsesión

Desde entonces, Salgado desarrolló, junto a su esposa Lélia Wanick, un cuerpo fotográfico monumental y coherente, dividido en proyectos de largo aliento que exploran cuatro grandes temas: la pobreza, el trabajo industrial, las migraciones y la naturaleza. Cada uno de estos trabajos implicaban una preparación de muchos años, en los cuales Salgado permanecía lejos de su esposa y de sus hijos, Juliano y Rodrigo.

Su primer gran ensayo, Otras Américas (1986), fue fruto de ocho años de viajes por zonas rurales e indígenas de América Latina. Las imágenes —capturadas en Ecuador, Perú, México, Chile, Guatemala y Brasil— retratan las imágenes de nuestra América más profunda, en gran parte empobrecida por el colonialismo, la explotación y la pobreza de las comunidades campesinas e indígenas, arrinconadas por la industrialización de la ruralidad. No obstante, a través de la lente de Salgado puede advertirse en este trabajo la vitalidad de las culturas ancestrales, sus lenguajes, costumbres y formas de espiritualidad.

Tapa de Otras Américas (1986). Foto de Hossam el-Hamalawy.

En esta etapa, Salgado capturó algunas de las imágenes más emblemáticas de su carrera en Serra Pelada, por entonces la mayor mina de oro a cielo abierto del mundo, ubicada en el estado de Pará, Brasil. Allí, miles de mineros —los garimpeiros— trabajaban en condiciones extremas, excavando y cargando sacos de tierra con sus propias manos, impulsados por la promesa de riqueza instantánea. Las fotografías retratan un escenario casi irreal: cuerpos cubiertos de barro, semidesnudos, trepando por laderas empinadas y resbaladizas, formando un hormiguero humano dentro de un cráter colosal. Pero más allá del impacto visual, la serie documenta la desesperación colectiva por alcanzar el oro, una fiebre que arrastró hasta allí a personas comunes que migraron en busca del sueño dorado, aún a costa de sus propias vidas.

Luego vendría Sahel: El fin del camino (1988), un trabajo de fotografía documental que surgió de un trabajo conjunto con Médicos Sin Fronteras durante quince meses para dar cuenta de la hambruna provocada por la sequía en Chad, Sudán, Etiopía y Malí. Este fue su primer contacto prolongado con una catástrofe humanitaria. En este trabajo, Salgado captura a través de su lente el panorama de una debacle local y universal al mismo tiempo: su objetivo era denunciar crudamente las consecuencias del colonialismo y de la injusticia social en el continente africano. Así, las imágenes retratan rostros humanos enjutos, de pieles rugosas por la arena y la deshidratación, cuerpos humanos que semejan a árboles secos, vestidos con trapos desaliñados y llenos de polvo, e incluso cuerpos que no se distinguen si siguen con vida o no.

Trabajadores (1993) fue un homenaje a la labor manual de los obreros en peligro de extinción. Durante seis años fotografió minas, plantaciones, fábricas y astilleros en más de 25 países. Su propósito en este trabajo fue rendir homenaje al trabajo manual y tradicional que desaparece frente a las nuevas tecnologías que sustituyen la presencia humana. Su principal atención se dirigió hacia la gran industria y la producción a gran escala, allí donde la fuerza de trabajo manual todavía constituye un aspecto fundamental para su funcionamiento.

Exposición de Sebastião Salgado au Musée de l’Homme en París (2018). Foto: Guillaume Baviere

En Terra (1997), Salgado documentó la lucha del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil y la lucha de los campesinos e indígenas para permanecer en su terruño y no verse forzados a migrar a las chabolas o favelas por la pauperización. También, en este trabajo, Salgado denunció los efectos perniciosos de la industrialización en las zonas rurales. Los beneficios que se obtuvieron tanto del libro como de las exposiciones fueron donados a la organización y a la creación de la Escuela Nacional Florestan Fernandes. La obra incluyó un prefacio de José Saramago y una recopilación de canciones de Chico Buarque.

Migraciones, naturaleza y reconstrucción

Entre 1993 y 2000 desarrolló Éxodos (Migrations), uno de sus proyectos más extensos. Recorrió más de 40 países retratando a quienes migran por guerra, pobreza o devastación ecológica. La principal motivación para este trabajo fue “mostrar a estas personas desplazadas y rendir un homenaje a su voluntad de inserción, su valentía frente al desarraigo; su increíble capacidad de adaptación en situaciones a menudo muy difíciles”. El trabajo muestra a familias y comunidades viajando por en medio del desierto de África o por las ciudades en ruinas de Europa del este,

Refugiados en Etiopía (1984)

La migración tuvo una significación especial para Salgado, ya que él mismo se vio obligado a abandonar su país natal por razones políticas, y no pudo regresar sino hasta 1979. Complementó el trabajo con Los Niños (The Children), centrado en la niñez desplazada.

Pero el horror del genocidio en Ruanda lo quebró. En 1994, durante el proyecto, Salgado pasó nueve meses fotografiando la masacre y el horror. La experiencia fue tan traumática para él que decidió parar, puesto que había comenzado a enfermar gravemente. Después de haber vivido esta experiencia, llegó a afirmar que había perdido la fe en la humanidad. Así, decidió abandonar la fotografía y los grandes proyectos por un tiempo, y retornó a su tierra natal: la hacienda de sus padres en Aimorés.

Sin embargo, la tierra ya no era la misma. La erosión y la deforestación habían arrasado con toda la flora autótcona: la antigua mata atlántica tan llena de verde que había marcado su infancia ya no estaba allí. Fue entonces cuando su compañera Lélia le propuso una idea radical: ¿por qué no reforestar esta tierra con sus árboles y especies autóctonas? Hacia allí fueron. Y así nació el Instituto Terra, una iniciativa a partir de la cual reforestaron un área con más de 2 millones de árboles de 290 especies diferentes. El área se recuperó asombrosamente y fue reconvertida como Reserva Particular del Patrimonio Natural (RPPN).

Esta experiencia marcó un renacer personal y creativo para Salgado, quien recuperó su vínculo con la fotografía desde una nueva sensibilidad. En esta etapa decidió volcar su mirada hacia territorios aún preservados de la intervención humana masiva. Así nació Génesis (2013), un proyecto que lo llevó durante casi una década por regiones no industrializadas del planeta: el Ártico, la Amazonía, las islas Galápagos, el desierto africano. En ese recorrido también se acercó a comunidades originarias de distintos continentes, estableciendo vínculos profundos y amistades duraderas. Las imágenes de Génesis celebran la belleza intacta de paisajes y culturas que aún resisten la transformación antrópica, y plantean una invitación urgente a cuidar lo que todavía permanece inalterado.

Una de las impactantes fotografías de Salgado en su trabajo Amazonia. Foto: Paola Breizh

Años después, con Amazonia (2021) profundizó esa mirada: retrató a los pueblos originarios y la riqueza de la selva más amenazada del planeta. El proyecto se transformó en una gran exposición internacional, musicalizada por Jean-Michel Jarre, con presentaciones en Roma, Madrid, París y Los Ángeles.

El homenaje a la vida salvaje y un llamado a la esperanza

A través de su lente, Sebastião Salgado narró con crudeza y dramatismo las grandes tragedias del mundo contemporáneo. Y, sin embargo, incluso en los contextos más extremos, sus imágenes lograban capturar una dimensión de belleza y dignidad profundamente humana. “No hay blancos y negros”, solía afirmar. Su universo visual está hecho de escalas de grises: matices que definen contornos con una nitidez extrema, donde el dramatismo y la belleza conviven en un mismo plano. Así, Salgado logró narrar —con impacto y compasión— el sufrimiento indecible de los oprimidos del mundo.

Banner de la muestra Amazonia en Barcelona (febrero de 2025). Imagen: Joan Brebo.

Su obra no estuvo exenta de controversias, que él nunca evitó. Una de las críticas más frecuentes apuntaba a la “belleza excesiva” de sus imágenes en contextos de dolor. Su respuesta fue siempre clara: su propósito no era estetizar el sufrimiento, sino retratar la dignidad con que muchas personas enfrentan las peores adversidades. Las personas, decía, eran “la sal de la tierra”. Justamente, La sal de la tierra fue el título del documental dirigido por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado —su hijo— que en 2014 retrató la vida y la obra del fotógrafo brasileño.

Su último mensaje, expresado a través de sus odas fotográficas a la vida salvaje, estuvo centrado en una advertencia urgente: las consecuencias del cambio climático. Crítico tanto de la inacción de la comunidad internacional como de ciertas corrientes ecologistas urbanas y superficiales, exhortó —desde su lugar de fotógrafo y activista— a asumir el desafío de reparar el daño infligido al planeta. No solo porque es necesario, sino porque es posible. Él y Lélia lo demostraron con el trabajo monumental del Instituto Terra: la reforestación de miles de hectáreas que fueron tierra devastada y hoy vuelven a ser la exuberante selva que fueron alguna vez.


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Consultor en comunicación estratégica. De raíces criollas y mestizas, sus antepasados se remontan a la historia del Alto Perú y también a la llegada de migrantes españoles en el siglo XIX. Apasionado por la historia y cultura latinoamericana.

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Es Licenciado en psicología por la Universidade Estadual Paulista (UNESP/Brasil), con un magíster en Derechos Humanos y Sociedad, Migrante brasileño, reside en la Argentina desde 2018. Actualmente cursa la carrera de periodismo en la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV).


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