Entre el repique de tambores de las murgas porteñas late una historia olvidada: la de uno de los carnavales más importantes del mundo. Una festividad que cubría toda la ciudad, con la mayoría de los porteños participando en ella. La celebración atravesaba todos los rincones de la sociedad, enfrentando a trabajadores y élites en un mismo espacio. Para los migrantes recién llegados, el carnaval se convertía en un escenario donde negociar su lugar en la ciudad.
En La fiesta de los negros. Una historia del antiguo carnaval de Buenos Aires y su legado en la cultura popular (Siglo XXI), el historiador Ezequiel Adamovsky desentraña cómo esa celebración —hoy reducida a dispersas murgas en algunos barrios porteños— fue, en el siglo XIX y principios del XX, un laboratorio de interculturalidad que apeló a la ciudad entera. En el carnaval, la burla, la transgresión y la mascarada permitieron a migrantes y afroporteños desafiar las jerarquías de una ciudad en plena formación, negociando su identidad en un territorio de fronteras difusas.
A través de esta investigación, Adamovsky reconstruye un Buenos Aires vibrante, en el que españoles, italianos, ingleses, alemanes, afrodescendientes, criollos y más convergieron en un espacio de tensión y convivencia. En diálogo con Refugio Latinoamericano, el historiador explora cómo el carnaval funcionó como un escenario de integración para los recién llegados, permitiéndoles ser parte de la ciudad a través del juego, la música y el disfraz. Un libro que no solo revisa el pasado, sino que también interpela el presente: ¿hasta qué punto este crisol cultural constituye una realidad viva en la Argentina actual, y quiénes somos en su reflejo?
– ¿Hay en el carnaval una historia para entender a la Argentina en clave migratoria?
–Sí, me parece a mí que es una de las claves para entender por qué el carnaval tuvo una masividad enorme en Buenos Aires. Los observadores internacionales consideraron que era uno de los carnavales más grandes que había; se calculaba que un tercio de la población porteña salía a la calle a festejar, a finales del siglo XIX. Buenos Aires era probablemente la sociedad más heterogénea del mundo en ese momento, y si no, le pegaba en el palo. Había recibido en la segunda mitad del siglo XIX un contingente gigante de personas que venían de distintos países y que, además, arribaban a una sociedad que ya tenía sus heterogeneidades y sus fragmentaciones.
El carnaval fue una arena en la cual se negociaron diferencias y se comenzó a imaginar qué podría ser el ser argentino. Hay que pensar que la población de Buenos Aires se multiplicó en pocos años por 16; es una enormidad. En un momento en el cual tampoco estaba demasiado claro qué cosa sería ser argentino, esta población migrante encontró en el carnaval una ocasión para empezar a jugar y a proponer nuevas visiones de nosotros, visiones de qué podría ser ese pueblo argentino en un contexto en el que todavía habían pocas ocasiones para que las personas de distinto origen se mezclaran.
–En el libro se habla de cómo el carnaval permitió correr el límite de lo posible, cómo ayudó a transgredir ciertas representaciones. Y, en particular, cómo ayudó la burla humorística a la integración de los extranjeros en la sociedad.
–Sí, el carnaval era una máquina formidable de integrar a los recién llegados. Estaban representados tanto en las calles como en las comparsas: italianos y españoles, pero también franceses y británicos, en menor medida alemanes y de otras nacionalidades. Hay un reporte de comienzos del siglo XX que me encantó: cuando llegó el primer contingente japonés al país, al año siguiente ya estaban en el carnaval, aunque todavía no sabían hablar una palabra, pero ya se divertían con los demás.
Una de las cosas maravillosas que tiene el carnaval es que instaura un pacto de mutua agresión consentida. En el carnaval, cada uno se permite o se habilita mutuamente a agredirse, y agredirse quiere decir burlarse, reírse uno del otro, mofarse; esto era parte central del juego. Mientras que en tiempos normales, la agresión separa y marca jerarquías, el carnaval cumple el rol opuesto: crea confianza y vínculo entre las personas.
En nuestra cultura es súper importante la agresión mutua como modo de construir vínculo. Te doy un ejemplo tonto: nos llamamos “boludo” uno al otro todo el tiempo. Uno cuando le dice “boludo” a otro está diciendo “tenemos tanta confianza que te puedo insultar”, y eso genera ese vínculo de cercanía, de proximidad. Ese código de diversión mutua, de agresión recíproca consentida, era un formidable modo de procesar las tensiones y de construir lazos en una sociedad que no los tenía.
–¿Cómo influyeron las comparsas de tiznados y afroporteños en la representación de la comunidad afro en el carnaval? Y, te voy a preguntar algo que ya respondiste, pero que creo que da para hablar: ¿es Argentina un país racista?
–Sí, Argentina es un país racista, como lo es el resto de América Latina y el mundo. Pero es importante poder entender de qué manera se estructura el racismo en cada época y en cada contexto nacional. En Argentina, pasamos de negar absolutamente que haya racismo a visualizar que esto existe. Y lo hicimos importando toda una serie de categorías que sirvieron para pensar el racismo en el hemisferio norte y, particularmente, en Estados Unidos.
En esos años, hubo un cambio tectónico en el vínculo entre blancos y negros: en muy pocos años, la población negra pasa de ser una población tan desvalorizada –era literalmente raptada de África, traída en barcos y vendida como ganado en el puerto de Buenos Aires– a que, en pocos años, llegara el fin de la esclavitud y se integre a los afroporteños como parte de la sociedad, incluyéndolos como ciudadanos y votantes. Esto se da en pocas décadas, lo que en términos históricos es nada. El racismo continúa siendo muy fuerte, pero esos cambios implicaron una serie de reajustes y de tensiones que el carnaval tramita y refleja de diversas maneras.
La primera expresión carnavalesca en la cual esto aparece es el juego del agua, la posibilidad de que los negros mojen a blancos; es decir, que los negros agredan jocosamente a blancos en el contexto del carnaval. Y el segundo momento en que esto se refleja es en la aparición de las comparsas de falsos negros o de blancos tiznados, que es un poco el eje del libro. La primera que conocemos surge en 1865, es de varones de clase alta, y hace un ejercicio muy típicamente carnavalesco: mezclar lo negro y lo blanco, reflejando, en parte, lo que estaba pasando, que es que la población de origen africano estaba ingresando en los espacios de sociabilidad de blancos europeos. En la década de 1850 habían periódicos afroporteños que discutían de igual a igual con los periódicos de los blancos, es decir que comenzaban a ocupar espacios de los que hasta entonces estaban totalmente excluidos.
Y lo interesante del caso es que, en 1869, llegan al carnaval las comparsas de afroporteños y establecieron un nuevo código estético que hasta entonces no era parte: el candombe. La sonoridad del candombe y los trajes candomberos que emulan a los negros de la época colonial. Cuando se retiran las clases altas del carnaval, aparece toda una camada nueva de comparsas de blancos tiznados que ya no mezclan lo europeo y lo africano, sino que emulan completamente el estilo candombero: tocan candombe, se visten como los afroporteños, tratan de bailar como ellos. Ahí me parece que está más en juego la construcción de un primer espacio de mestizaje cultural.
–Le dedicás una parte del libro a distinguir los tiznados del blackface y, en este sentido, ¿cómo podemos entender el racismo en claves locales? ¿Cuál es la diferencia entre el racismo estructural de otros países como Estados Unidos con el racismo propio de acá
–La manera en que se estructuraron las jerarquías raciales en Estados Unidos es muy particular, no hay nada parecido en otros países. Es muy extraño, porque se ha tomado como caso testigo para interpretar el racismo en todo el mundo, pero el esquema estadounidense es muy particular. En Estados Unidos, sobre todo en el siglo XIX, las élites blancas adoptaron toda una infraestructura de segregación racial sobre bases legales, luego del fin de la esclavitud. Había un criterio legal en Estados Unidos que se llama el one drop rule (la regla de la gota de sangre), que decía que cualquier persona que tuviese una sola gota de sangre no blanca en su linaje, era un negro. Es decir, construye una jerarquía racial con dos polos: lo blanco definido como pureza y lo negro definido como una categoría por default. Cualquier cosa que no sea blanca pura es considerado negro, sin espacio para nada intermedio, ni para lo mestizo.
En América Latina, la dinámica de construcción de las jerarquías raciales fue muy diferente. América Latina tuvo un mestizaje muy temprano; acá hay innumerables posibilidades para que las personas se ubiquen en todo un degradé de categorías que abarcan mucho más que blanco y negro. Es blanco, negro, pero también es pardo, morocho, moreno, mecholo, mestizo, indio, un montón de categorías étnico-raciales. En ese contexto a mí me interesaba –como me lo decían los propios documentos– interpretar el tiznado facial con categorías locales.
Había una tendencia a interpretar el tiznado de carnaval en Buenos Aires como algo análogo al blackface en Estados Unidos. Mi libro es el primero que estudia el fenómeno en profundidad, de manera documentada. El blackface en Estados Unidos fue un género teatral de blancos que se pintaban la cara de negro dentro de un teatro para divertir a un público que también era blanco, a expensas de los negros, ridiculizándolos o representándolos como idiotas, horribles o violentos. En el carnaval porteño, los negros están en la escena; son parte de la diversión y comparten el escenario con las comparsas de blancos de todo tipo, incluyendo las que se tiznan. Una de las cosas que encontré en mi trabajo es que los afroporteños también participan del código del tiznado, hay muchas de las comparsas de blancos tiznados que, en realidad, son mixtas, son comparsas de blancos y negros. También sabemos que los propios afroporteños se tiznaban el rostro para exagerar su color de tez. En mi trabajo pude demostrar, por toda una serie de indicios, que este fenómeno es algo que tiene muy poco que ver con el blackface anglosajón y que debe analizarse con categorías propias.

–En tu libro trazás un recorrido muy interesante sobre el tango. ¿Podrías contarnos más sobre la influencia afroporteña en el tango y en el resto del entramado social de la Argentina?
–Es bien interesante la pregunta, porque involucra no solo la influencia de los afroporteños en la cultura argentina en general, sino que deja ver la influencia de toda una red transnacional de creaciones culturales, en las cuales los afrodescendientes tienen un papel central.
Hay una contribución que mi libro trata de demostrar: que los afrocaribeños tienen una influencia enorme en la cultura de todo el Atlántico hispano. Hay un fenómeno, lo explico brevemente: por la influencia enorme que tiene Cuba en el imperio español a mediados del siglo XIX, los contactos intensos entre Cuba y la península ibérica, hay una expresión musical que es afrocubana, que es lo que en 1840-1850 se llamaba la habanera, o también se le llamaba tango, que es el primer género musical conocido como tango y, en verdad es cubano, no es nuestro.
El tango argentino, musicalmente, es una habanera. Es decir, viene de ese origen, es un origen afrocubano, los primeros tangos son habaneras. El machis en Brasil, que es el antecedente inmediato del samba, proviene de la habanera. Hay un montón de ritmos nacionales que surgen de esa influencia afrocubana.
En el carnaval porteño cantan tangos que todavía no son los tangos nuestros, es un tango importado. El carnaval es absolutamente central en la emergencia del tango como género musical. Los primeros relatos que hay acerca de cómo y dónde surgió el tango hablan con insistencia de que el tango se empieza a bailar y se empieza a tocar en ámbitos carnavalescos, en los que los afroporteños tenían un papel determinante. Ahí confluyen influencias afrocubanas, por supuesto, también influencias europeas (sobre todo en la coreografía) y afroporteñas, ya que el candombe tiene una fuerte influencia en el surgimiento del tango. Todo ese cóctel de influencias étnicas diversas es lo que da origen a este género tan distintivo, el tango rioplatense, en cuya forja blancos y negros participaron juntos en espacios de sociabilidad en los que el carnaval era central.
–Tu libro pinta otro Buenos Aires, distinto a donde estamos hoy. Y, para finalizar, en términos más personales, te quería preguntar si se te ocurre alguna recomendación para disfrutar el carnaval hoy en la ciudad.
–¿Recomendación? Bueno, no sé. Cuando uno ve el carnaval actual comparado con ese, es un carnaval mucho más pequeño y deslucido, ¿no? Cuando la última dictadura prohibió el carnaval le dio un golpe de muerte, después de la dictadura se ha venido rearmando el carnaval porteño como pudo, con muy poco apoyo oficial, más bien lo contrario. A mí siempre me gusta, yo siempre voy al carnaval, voy a los corsos, me gusta verlo.
Hace poco vi una llamada de San Telmo, las llamadas que en Uruguay forman parte del carnaval. Las llamadas de tambores, es una tradición afro-montevideana que se está imponiendo también en Buenos Aires, me pareció hermoso y ojalá confluya con el carnaval. Mi única recomendación sería valorarlo y entregarse a esa celebración, me parece hermoso.
PD
Periodista, escritor y estudiante de filosofía, con experiencia en la producción audiovisual. Entusiasta del pensamiento latinoamericano y la interculturalidad. Sus raíces familiares se remontan a Polonia, Lituania y España.