Desde su llegada a Buenos Aires en 2001, Lola Centurión transformó su pasión por la cocina en un proyecto que recupera los sabores tradicionales de Paraguay con un estilo propio. Hoy, en Barreiro Club de Olivos, ofrece cada sábado una propuesta única de tapeo guaraní que reúne historia e identidad.
“Vine porque necesitaba respirar”, dice Lola Centurión, una mujer migrante paraguaya y cocinera radicada en Buenos Aires desde 2001. En ese entonces tenía poco más de 20 años y un deseo urgente: vivir libremente su identidad lesbiana en una sociedad que no la asfixiara. Asunción le resultaba demasiado conservadora, demasiado vigilante. Argentina, en cambio, le ofrecía una promesa: poder ser ella misma.
Como tantas otras migrantes, su llegada estuvo lejos del glamour. Trabajó en casas de familia, cuidó niños, limpió, pero en paralelo fue sembrando su verdadero proyecto: cocinar. Y no cualquier cocina, sino la que le brota del corazón. “Cocinera por pasión, por amor a mi cultura y por necesidad también”, se define. La gastronomía fue su ancla, su forma de arraigo, su trinchera y su puente.
El punto de inflexión fue El patio de Lola, un pequeño espacio en el fondo de su casa donde ofrecía comida típica paraguaya. Empezó con vorí vorí, sopa paraguaya, mbejú, chipa guazú… platos de olla, de casa, de infancia. “Venían amigues, era muy casero, pero fue creciendo”, cuenta. Ese patio se convirtió en una plataforma desde donde compartir su cultura, pero también en un refugio para su identidad múltiple: mujer, lesbiana, guaraní, migrante.
Actualmente, Lola lleva adelante su propuesta de cocina fusión paraguaya en Barreiro Club, ubicado en Ricardo Gutiérrez 1345 (Olivos, Prov. de Buenos Aires). Allí cocina todos los sábados y ofrece un tapeo típico con identidad propia: mbejú, asadito paraguayo, chipá grandes y chicos (para comer ahí o llevarlos freezados), sopa paraguaya, vorí vorí (una sopa que no tuvimos el gusto de probar porque hacía calor) y un original pancho con chipá, una salchicha ahumada envuelta en masa de chipá. Todo con una estética cuidada, pero sin perder la raíz.

Después de muchos años de haber trabajado en cocinas dominadas por el maltrato y el machismo, tomó una decisión contundente: que en su cocina solo trabajen mujeres. “No quiero volver a pasar por eso ni que otras lo vivan”, dice. Hoy trabaja codo a codo con su mamá y con una joven colombiana que se encarga de preparar los tragos, pensados especialmente para maridar con su propuesta gastronómica. El equipo es pequeño, cálido, y está unido por un mismo código: respeto y compañerismo.
El punto de inflexión fue El patio de Lola, un pequeño espacio en el fondo de su casa donde ofrecía comida típica paraguaya (…) Ese patio se convirtió en una plataforma desde donde compartir su cultura, pero también en un refugio para su identidad múltiple: mujer, lesbiana, guaraní, migrante.
Su propuesta es bien recibida por quienes se acercan a conocer la cocina guaraní, pero no está exenta de tensiones. “Los paraguayos que prueban mi comida la aceptan, pero a veces se ponen un poco exquisitos”, admite. Las críticas suelen venir de quienes esperan una reproducción exacta de los sabores tradicionales. “Me reclaman si el vorí vorí está muy espeso o no tanto, si el chipá se hace de tal o cual forma. Es difícil conformarlos, sobre todo a los varones, que vienen con una mirada bastante machista de cómo se ‘debe’ cocinar.”



Cada preparación está atravesada por su historia y su identidad: “Yo soy lesbiana, soy migrante y soy paraguaya. Todo eso está en mi cocina”, dice. Y agrega: “Estar acá, cocinar con productos de allá, hablar en guaraní con los y las comensales, es una forma de decir ‘acá estamos’”.
Después de muchos años de haber trabajado en cocinas dominadas por el maltrato y el machismo, tomó una decisión contundente: que en su cocina solo trabajen mujeres. “No quiero volver a pasar por eso ni que otras lo vivan”, dice. Hoy trabaja codo a codo con su mamá y con una joven colombiana que se encarga de preparar los tragos, pensados especialmente para maridar con su propuesta gastronómica.
Su cocina funciona como puente cultural y como reencuentro con las raíces. “A veces vienen paraguayos que hace mucho no comían chipá o sopa, y se emocionan”, cuenta. “Eso es muy fuerte.”
El futuro lo imagina con un espacio propio, pequeño, donde pueda cocinar tranquila, conversar con quienes se acercan, y seguir compartiendo la riqueza y la diversidad de la gastronomía guaraní. “No quiero ser famosa. Quiero que lo que cocino tenga sentido. Que sea una experiencia.”
Imágenes: Portada de Efraim Rozenberg e imágenes de Instagram de Lola Centurión.
También te puede interesar:
Nicolás y las empanadas de Taytay: el sabor de una tradición familiar
El regreso de “El Molino Dorado”: el restaurante ruso que Dimitri trajo de su infancia a Buenos Aires
Licenciado en Comunicación Audiovisual (UNSAM) y Locutor Integral de Radio y TV, con más de 15 años de experiencia en radio. Sus raíces familiares provienen de Génova, Asturias y Polonia.