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Mileyvi es una de las tantas personas venezolanas que, ante lo irreversible del contexto, decidió dejar su hogar. En su caso y en el de su marido, Brasil fue el lugar de acogida. Además de la complejidad de vivir en una megalópolis como São Paulo, el portugués se les planteó también como un desafío,… o no. Gracias a su amor por la enseñanza y a organizaciones brasileñas que ayudan a refugiados y migrantes, desde que llegó ha podido trabajar como profesora de español.

A Mileyvi le nace hablar de bendición, y no tanto de suerte u oportunidad, al rescatar ese momento en el que a través de su iglesia surgió la posibilidad de salir de su país, Venezuela, y migrar para Brasil. Ya sea fortuna o algo de la intervención divina, aquella propuesta de partir nació de la nada, se les apareció sin buscarla, tal vez sin ni siquiera plantearla. 

“Un día la iglesia a la que pertenezco hizo una encuesta para saber quién estaría interesado en ir a Brasil porque había salido una ayuda humanitaria. Mi marido y yo nos anotamos”, relata Mileyvi

Tomada la decisión viajaron a Roraima, la frontera entre ambos países, donde se había instalado un fuerte militar y una delegación de la Cruz Roja. Cada día recuerda que “entraban como mil personas”. 

Estuvimos cuatro días en Roraima. Al cuarto día, tras muchas entrevistas y colas inmensas, nos dieron permiso para entrar. Aún no sabíamos dónde iríamos, nos iban reubicando al azar. Como decimos en Venezuela ¨yo vine a la flecha de Diana¨. Así que fuimos de Roraima a Boa Vista, de Boa Vista a Manaos. Aquí sí, la gente de nuestra iglesia, ya más organizada y estructurada, empezó a distribuirnos dependiendo de la cantidad de familias que los lugares podían recibir. Hay gente que fue a Santa Catarina, Montenegro, Brasilia, Belo Horizonte o Mato Grosso. A nosotros nos indicaron São Paulo”, detalla Mileyvi que explica que para salir de Manaos tuvieron que hacer varias esperas ya que estaban pendientes de vuelos que si bien eran gratis estaban sujetos al standby: “Nos tocaba hacer la guardia en cada vuelo. En Manaos, dos días, luego en Belem otros dos días, luego pasamos por Recife, Maceió, Brasilia, íbamos saltando de avión en avión hasta que llegamos a São Paulo. Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Guarulhos ahí nos esperaba un equipo que nos dijo que nos tocaba quedarnos en Ribeirão Pires, que queda en lo que llaman acá la Grande ABC de São Paulo (zona industrial que forma parte de la Región Metropolitana). Es frío, pero bello bello, bello, no tengo nada de qué quejarme”.  Añade que “pasaron 15 días desde que salimos de Venezuela hasta que llegamos a São Paulo”, y al contarlo lo rememora (y casi que lo revive) como si aquel junio de 2019 fuera hoy, un momento que resalta como de los más críticos económicamente en su país, un momento en el que dijeron “ya, tenemos que decidir qué hacer”.  

Gracias al proyecto de ayuda humanitaria de la iglesia consiguieron un lugar donde quedarse, y al contar con una dirección esta misma organización les aconsejó que hicieran el pedido como migrantes: “Hicimos cada paso nada más llegar. Con esa dirección ya podíamos acceder al primer papeleo que te hacen aquí, una residencia provisional por dos años”. Con ese trámite obtuvieron el Documento Provisório de Registro Nacional Migratório (DPRNM), un visado de residencia de dos años que les permitió tener carteira de trabajo, abrir cuenta bancaria, contar con un CPF (como un CUIT), o acceder a los servicios públicos. Pasados esos dos años, “logramos la residencia permanente”, subraya Mileyvi. 

Como decimos en Venezuela ¨yo vine a la flecha de Diana¨. Así que fuimos de Roraima a Boa Vista, de Boa Vista a Manaos. Aquí sí, la gente de nuestra iglesia, ya más organizada y estructurada, empezó a distribuirnos dependiendo de la cantidad de familias que los lugares podían recibir. Hay gente que fue a Santa Catarina, Montenegro, Brasilia, Belo Horizonte o Mato Grosso. A nosotros nos indicaron São Paulo”, detalla Mileyvi.

Migrar de país, migrar de língua 

Habitar en otra lengua tiene algo de impostado, de enfundarse en un disfraz. Algo que se reconoce en cada palabra que no sale de manera fluida, en cada frase de cuya estructura se duda; habitar en otra lengua recuerda que el lenguaje, lo idiomático, no es tan solo una herramienta o un medio de comunicación, es ante todo algo que refiere a nuestras raíces, a nuestra, cultura, en definitiva, algo que refiere a nuestra identidad. En ese convivir, Mileyvi, como tantas otras personas que tuvieron el desafío de naturalizar la lengua que no es la nativa, inserta a veces ciertas traducciones simultáneas: dice “cadastro”, acto seguido recula y lo modifica por “registro”; a veces se le escapa lo que podría entenderse como un calco, o una suerte de defensa del portuñol: suelta un “de gratis”, incluyendo esa preposición, ese “de”, que rescata sin (seguramente querer) rescatar el “de graça” que dictamina el portugués.  

Mileyvi, aunque nació en Caracas, con 18 años se fue a vivir a Isla de Margarita, donde estuvo los últimos 35 años de su vida. El salto (gigantesco) de pasar de una isla de unos 450.000 habitantes a un Estado y una megalópolis como São Paulo, fue uno de sus grandes desafíos. El otro, sin duda, foi a nova maneira de falar (e encarar) no dia a dia.  

En el caso de Mileyvi, que cuenta con más de 20 años de experiencia en educación, logró que esta traba en algún punto se volviera una oportunidad, al menos desde lo laboral, ya que desde el comienzo trabajó como profesora de español. Explica que cuando llegó se puso en contacto con la gente del Instituto Adus, un espacio de ayuda al refugiado que entre otras cosas orienta laboralmente y ofrece locación de trabajo. Comenzó gracias a Adus como profesora de español en grandes compañías y empresas de Latinoamérica. Además, en este espacio, conoció a otra compañera de Venezuela que, a su vez, le habló de otro centro: Abraço Cultural, una escuela de idiomas donde el profesorado es refugiado o migrante vulnerable. Desde 2020 Mileyvi trabaja en ambos centros. Cuando refiere a su trabajo como profesora se registra esa bendición de la que se jacta, su sonrisa que en ningún momento afloja desprende lo bueno que le ha concedido la manera de poder enseñar: “Yo educo con tesón, con pasión y, por ejemplo, Abraço Cultural comparte eso.  Tiene esa parte que te brinda ser autónomo, y puedo dar clases cien por cien culturales. He podido expresar mi cultura, con ciertas normativas, obvio, pero puedo ser yo. Además, se trabaja muchísimo en el pensamiento latino, diverso, constructivo. Y hay diversión también”. 

Mileyvi fue consciente (y sigue siéndolo) de que tendría que aprender el portugués y por eso, con ese mismo tesón que antes mencionaba, al llegar decidió encarar el idioma, se anotó a clases de portugués y a día de hoy ya tiene el certificado B1. “Además exigen que hables portugués nivel intermedio comprobado para poder naturalizarte”, puntualiza, ya que su idea es iniciar este trámite ahora que ya puede solicitarlo. 

Si bien reconoce que ha incorporado la lengua a su vida, a su cotidianidad, ubica también esa impostura, esa incomodidad que supone: “Una cuando habla en su idioma siente libertad, siente su espacio”. Dice también que es algo “restrictivo”. Además, ella, como profesora, siente cierta responsabilidad por enseñar bien el español y que sus alumnos la comprendan. “A mí no me ha tocado pero sí hay personas que te dicen “Puedes repetir, perdón, no te entendí”, entonces sé que tengo que tener paciencia y comprender que en verdad hay veces que no me entienden. Yo además vengo de una isla donde la gente habla súper rápido, y el venezolano ya habla rápido”, confiesa. 

Sin embargo, en sus clases siente que no sólo recupera su idioma, sino su manera de ser, donde puede volcar su mirada y su experiencia. En el caso de la institución Abraço Cultural valora especialmente que cuentan con una formación mensual donde realizan una preparación pedagógica y tratan cuestiones que tienen que ver con la metodología. Mileyvi cuenta que además ha aprendido varias herramientas. “Para mí estas formaciones son muy constructivas, porque hay intercambio de ideas, de métodos de trabajo. Nos reímos también de nuestros errores, hacen referencia a este hablar tan rápido que tengo. Y contamos con un equipo que nos ayuda. Por ejemplo, yo venía de un lugar en un momento crítico, y yo no tenía ni idea de internet, ni de computadoras. Aquí he aprendido a usar herramientas como Zoom, Skype, Google Meet, el Excel, llevar planillas, coordinar planificaciones”. 

Mileyvi trabaja como profesora de español en dos instituciones que ayudan a refugiados y migrantes vulnerables: Instituto Adus y Abraço Cultural.
Mileyvi trabaja como profesora de español en dos instituciones que ayudan a refugiados y migrantes vulnerables: Instituto Adus y Abraço Cultural. (Foto: cortesía de Abraço Cultural).

Trabajo fijo, casa propia, pero no tener para comer

Desde que partió hace 6 años no ha vuelto a Venezuela, y la idea, todavía a día de hoy, reconoce que le cuesta. “Me ha costado, me cuesta decir que quiero ir, que quiero volver, aunque sea sólo para pasar un rato. Ese volver lo pienso con dolor. Saber que si vuelvo no voy a encontrar siquiera lo que dejé, encontrar mi barrio todo cambiado. Sé además que si voy me voy a sentir mal, me voy poner inquieta, me va a entrar de nuevo esa ansiedad. Fueron muchas cosas negativas”. 

Cuando decidieron migrar a Brasil en 2019, tanto su marido como ella tenían empleos fijos, también una casa, sin embargo recuerda que la situación era absolutamente precaria: “Teníamos toda esa estabilidad, y era increíble que no teníamos para comer. Entonces teníamos que decidir, o bien desayunábamos o almorzábamos, porque cenar casi nunca. Y entonces apareció esto de Brasil y decidimos: vámonos”. 

Mileyvi cuenta que tiene ya hijos grandes y cuatro nietos, de 7 , 4 y 3 años y uno que no conoce, “porque está allá”. Toda su familia se quedó en Venezuela, excepto su marido y ella, hasta que hace dos años, por cuestiones de salud, animó a su hija a venir para Brasil: “Ella tuvo cáncer y tenía que hacer un pos tratamiento, que es un tratamiento todavía oncológico. Y aquí está la mejor clínica de oncología así que le dije vente para acá si quieres y probamos. Está tratada, pero tiene que hacer su tratamiento porque es preventivo y, por ejemplo, tiene que tomar cada tres meses un medicamento que aquí se consigue por 1.000 reales (unos 180 dólares), y allá estaba costando 800 dólares. Cada tres meses conseguir ese dinero era realmente difícil. Pero bueno ahora está aquí, trabaja aquí, durante estos dos años ha estado en una marca de una diseñadora excelente como costurera, ella es abogada, pero aprendió a costurar y trabaja como costurera, le gusta, está contenta”, relata, y da gracias a Dios, aunque también explica que la situación laboral de su marido, por su edad, 55 años, y su mayor complejidad al aprender el portugués, sí está siendo más difícil. 

La comunidad venezolana es la principal comunidad de pedido de asilo en Brasil. Según el informe de Refúgio em Números, publicación anual elaborada por el equipo de investigadores del Observatorio Internacional de Migraciones (OBMigra) en colaboración con el Departamento de Migraciones (DEMIG) de la Secretaría Nacional de Justicia (SENAJUS) de Brasil, entre 2015 y 2024, Brasil recibió 266.862 solicitudes de reconocimiento de la condición de refugiado de Venezuela. Un pedido que sigue en aumento y que del año 2023 al 2024 creció un 16,3 %, con un total de 27.150 solicitudes, lo que corresponde casi el 40 % de todas esas solicitudes. 

Cuando decidieron migrar a Brasil en 2019, tanto su marido como ella tenían empleos fijos, también una casa, sin embargo recuerda que la situación era absolutamente precaria: “Teníamos toda esa estabilidad, y era increíble que no teníamos para comer. Entonces teníamos que decidir, o bien desayunábamos o almorzábamos, porque cenar casi nunca. Y entonces apareció esto de Brasil y decidimos: vámonos”. 

Mileyvi, frente a estos datos y, sobre todo, asimilando la propia experiencia, entona una suerte de suspiro y lanza una pregunta al aire, una que tal vez va dirigida a todas esas personas que nunca han estado (ni estarán) en su situación: “¿Por qué se impulsa a una persona a salir de su lugar? Me da sentimiento cuando escucho hablar sobre esto con ligereza. ¿Crees que, yo con mi edad, y mi marido de más de 50 años, con un proyecto y trabajo, una casa propia, vamos a estar queriendo salir a la aventura?”. 

Reconoce que, aunque ha tenido momentos muy duros —“no lo voy a negar”, dice—, en Brasil está “contenta” (y así lo expresa) y ha contado con la oportunidad de trabajar de lo que le gusta: “Yo hago lo que me gusta que es educar, enseñar, y he tenido la oportunidad gracias al programa Minha casa, minha vida de comprarme un departamentito, y, mensualmente, consigo pagar mis cuentas. El venezolano tiene siempre en su mente eso de dónde está, dónde caer. Yo a mi edad tenía ya que encontrar el dónde estar. Mi marido tiene más problemas para encontrar trabajo, entonces me toca a mí batallar, pero entre lo mío y a veces la ayuda de mi hija con la costura, salimos adelante”.

Ante la saudade: alegría, arepas, y la Reyna Lucero

A pesar de su historia Mileyvi se reconoce como una persona alegre, que le gusta ser feliz. Son elementos que, admite, le interesa introducir y transmitir en sus clases: el optimismo, la diversión. Se siente integrada como profesora y cree que eso es algo que se nota a la hora de tener buena aceptación entre sus alumnos, también por su manera de ser. “Ayuda esa parte jocosa del venezolano que todo lo toma a güeva, que para nosotros todo es un canto, aunque soy seria cuando hay que serlo. Pero me gusta mucho eso, cantar y bailar. De hecho, en una clase canté de Reyna Lucero, el “Carrao, Carrao” (y tararea ese estribillo: “En la plena oscuridad/ En la noche que me guía / Canta un carrao yo no sé por qué será/ Pero lo note cantando más lamentao”). El otro día escuchaba a alguien que decía: Nada más lindo que cuando estás triste ponerte contento. Me encanta eso, y lo aplico”, afirma con la tonada del “Carrao, Carrao” aún entre los labios. Y con esa sonrisa que abandera su presencia, agarra su bolso y su computadora y puntual se dirige hacia el aula donde le esperan sus alumnos. Antes de entrar por la puerta, como no queriendo dejarse nada, resalta que una vez, para una de sus clases culturales, cocinó arepas y cachapas con otra compañera; también añade que para afrontar la saudade (ese concepto tan portugués, tan brasileño, algo esquivo, que se inclina por la nostalgia pero que contiene o se apalabra con cierto júbilo) recurre a su comunidad de venezolanos con la que se junta todos los meses. Un espacio donde recuperan entre otras cosas la tradición de la piñata, juego fundamental en sus celebraciones; un juego que esta inmensa ciudad que de tan grande podría abarcarlo todo pero que, sin embargo, no todo alcanza. 

Imágenes de la nota: cortesía de Abraço Cultural.


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Es licenciada en Filosofía y Periodismo entre España e Inglaterra. Recuerda que su primer trabajo fue como librera en un pueblo del sur de Madrid. Un año después del 15-M —movimiento en el que participó activamente, como tantos de su generación— decidió dejar España y migrar a Buenos Aires, un lugar que la atraía por su cultura y, sobre todo, su literatura. Lo que pensó como una estadía breve se convirtió en once años de su vida y en una forma de estar en el mundo.
Equipo periodístico |  + notas

Es licenciada en Filosofía y Periodismo entre España e Inglaterra. Recuerda que su primer trabajo fue como librera en un pueblo del sur de Madrid. Un año después del 15-M —movimiento en el que participó activamente, como tantos de su generación— decidió dejar España y migrar a Buenos Aires, un lugar que la atraía por su cultura y, sobre todo, su literatura. Lo que pensó como una estadía breve se convirtió en once años de su vida y en una forma de estar en el mundo.


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