“Si yo me muero en un mes, ¿qué me gustaría hacer? Si me quedaran treinta días solamente, ¿qué hago?”, fue la pregunta que resonó en el corazón de la cantante de tango Kaori Orita y en el alma de Kagoshima, su ciudad natal. Como un vibrato desconocido que buscaba espacio para nacer. Un interrogante que tenía respuesta y que marcaba el inicio de una travesía plagada de dudas. Pero con certezas.
Es fresca y cálida. Se embarca en la aventura, pero no suelta el ancla. Cierra los ojos y decide. Avanza y retrocede. Piensa. Se ríe. Kaori Orita se dice una “japonesa loquita” en Buenos Aires, la ciudad de ensueño que la retiene y la libera, como un vínculo dialéctico que no deja existir. “Me puse a pensar y decidí irme a Buenos Aires y vivir para disfrutar las milongas y para estudiar tango”. Corría el año 2014 y el desafío estaba a la vuelta de la esquina. A los 18 había dejado su ciudad natal, al sur de Japón, para trasladarse a Osaka. Ya había viajado por otras latitudes y hablaba portugués. Escuchaba las letras y empezaba a entender su lógica.
Pasó por programas de televisión, por concursos, entrevistas, y medios donde la popularidad la sumergió en un mundo diferente, donde la confusión tocó la puerta. La lanzó a un ritmo frenético. Kaori se había arrojado a las manos de las calles porteñas, pero necesitaba frenar. “En Japón dejé todo. Tenía una vida muy cómoda: amigos, novio, un trabajo bueno, estaba super feliz. Aunque capaz no era feliz”, piensa y refuerza, “yo creía que era feliz hasta que conocí a una persona muy espiritual, y cuando creía que mi vida era perfecta, me dijo: ‘estás super equivocada’, entonces busqué… Y lo que quería era venir acá a cantar tango. Nunca pensé ser cantante, porque yo solo bailaba como hobby”.
“Me puse a pensar y decidí irme a Buenos Aires y vivir para disfrutar las milongas y para estudiar tango”
Las emociones se abren paso (o no)
Kaori va y vuelve en su relato y, aunque intenta mantener a Japón y Argentina en esferas separadas, hay algo que los une como países, como tierras, como millones de culturas en su interior, como musicalidades que los hacen únicos al mismo tiempo. “Yo pienso que mucha gente ama el tango fuera de Argentina. Especialmente en el caso de Japón es muy difícil saber lo que está pasando dentro nuestro. Está casi prohibido mostrar nuestra emoción. Se ve mal. Y yo veo que acá se enojan, lloran, gritan, se ríen… El tango está lleno de esas cosas. Bailamos sin saber la letra y podemos conectar con esa emocionalidad. Mucha gente ama el tango, y yo también. Siempre decía que el tango es mi lugar de refugio emocional”.
Sobre su país de origen, asegura Kaori, “podemos saber todo sobre el futuro. Vamos a una universidad buena, conseguimos trabajo, nos casamos antes de los 30 (años), tenemos familia, morimos con ahorros. Esa vida tranquila es el estándar de Japón. Yo dejé ese estándar”.
Especialmente en el caso de Japón es muy difícil saber lo que está pasando dentro nuestro. Está casi prohibido mostrar nuestra emoción. Se ve mal. Y yo veo que acá se enojan, lloran, gritan, se ríen… El tango está lleno de esas cosas. Bailamos sin saber la letra y podemos conectar con esa emocionalidad. Mucha gente ama el tango, y yo también. Siempre decía que el tango es mi lugar de refugio emocional
El tango, en todos lados, que canta su verdad
Antes quería ser argentina para poder cantar tango. Y después dije: ‘capaz nunca pueda porque soy japonesa’. Mis amigos quieren que cante allá, pero yo siempre quise cantar con los grosos de acá. Ahora sí quiero brindarme a los públicos de Japón con todo lo que aprendí”.
Kaori encuentra similitudes y diferencias. Sabe que para cantar tiene que vibrar el cuerpo. Y que para bailar tiene que vibrar el alma.
“No pasa siempre, pero hay momentos en que la letra entra en mi cuerpo. Mi maestra, Lidia Borda, dice que somos un medio y cuando pasa eso es increíble. Yo lloro. Las letras de tango en general son tristes”.
Corea, China, Taiwán o Tokio, en la inmensidad de Asia “está lleno de bailarines argentinos enseñando tango”, cuenta. “Esto me parece muy lindo. Al mismo tiempo, -y esto es algo que hablaba con otras amigas japonesas que viven en Argentina- una puede cambiar de sociedad, pero es muy difícil importar una cultura. Podemos buscar o imitar técnicas, pero del otro lado del mundo hay mucha competencia, y yo creo que la esencia del tango está muy lejos de eso. Es estar juntos o compartir momentos. Que el tango conecte a dos personas totalmente desconocidas bien abrazadas compartiendo la música”.
Kaori ama a Enrique Santos Discépolo y Homero Manzi. La convocan las palabras que nombran al sufrimiento y la injusticia. “Muestra la crueldad de la sociedad y la realidad de hace cien años, pero acá no cambió tanto. Me siento muy triste viendo a la gente en la calle”.
La contradicción de la identidad
El camino no fue sencillo y está colmado de redondeles que se juntan y se cruzan. Intersecciones que ayudan a retomar la senda. “La verdad es que no me siento argentina, pero para los japoneses soy muy extranjera. Siempre quise ser argentina, pero cada vez más siento la diferencia que hay en la forma de ser”.
Sin embargo, Argentina “me deja ser más abierta, más alegre. Me gusta la cercanía entre las personas, entre nosotros los japoneses se necesita la distancia. Acá se preocupan por la persona y por eso se acercan y te preguntan: ‘¿te puedo ayudar?, ¿qué necesitas?’. Te abrazan. Pero en Japón se preocupan por no molestar a otros. Se alejan. A mi me gusta la cercanía, el amor. Tienen mucho amor en Argentina”.
Su relación con la comunidad japonesa migrante está marcada por el reconocimiento y el respeto. “Cuando yo digo que soy japonesa, los argentinos me tratan muy bien, y eso se debe a los primeros inmigrantes que eran trabajadores y honestos. Les agradezco a ellos todo lo construido para los que vienen después”.
“Para nosotros no es fácil adaptarnos: sufrimos, tenemos que cambiar la forma de ser. Las personas que no pueden cambiar se vuelven a Japón. Sería bueno ir la mitad del año a Japón y estar la mitad en Argentina. Ahora estoy trabajando para poder conseguir esa vida”.
Un adiós no es un hasta luego
Para esta bailarina y cantante, el arraigo no fue cosa de un día. Varias veces se dijo decidida: “chau Buenos Aires, chau tango, ya no quiero más”, pero, “cuando llegás a esta ciudad mágica, ya estás diciendo de nuevo: ‘qué lindo Buenos Aires’”.
Diciembre la encuentra viajando con proyectos en Japón. Con cursos y conciertos para el público nipón que la espera. Será un viaje para cargar energías y regresar a tierras americanas para dar a luz a su segundo disco. Abril la espera con los brazos abiertos. En su Almagro querido.
Y al final, “siempre vuelvo. Siempre se vuelve a Buenos Aires”, afirma. Como escribía Eladia Blázquez: “Siempre se vuelve a Buenos Aires a buscar esa manera melancólica de amar; lo sabe sólo aquel que tuvo que vivir enfermo de nostalgia, casi a punto de morir”.
Kaori se reinventa, se rearma y vuelve a nacer. El tango le dio ese refugio emocional que estaba buscando. La contraparte de la vida que dejó en su país natal. Diez años después no renuncia a sus orígenes, pero necesita tomar su propio aire para volver.
Hubo un instante en que el aval de tomar vuelo llegó de quien más lo esperaba. “Mi mamá se fue justo un mes antes de mi partida”. Sus palabras dieron respuesta a su pregunta inicial: ¿Si me quedaran treinta días solamente, qué hago?
“Mirá qué lindo Kaori, la vida es solo una vez”.
Y así se echó a andar.
Periodista especializada en temáticas sociales y escritora narrativa, con un enfoque en infancia y adolescencia. Además, es Técnica en Política, Gestión y Comunicación, y actualmente estudia Sociología. De ascendencia italiana (Sicilia y Calabria) por parte materna, y vasca y francesa por el lado paterno.