Benjamin Claus (37) decidió quedarse en Argentina por lo que él llama “una casualidad”. Una pareja lo invitó a ser parte de su emprendimiento, y hoy tiene su propio local.
¿Por qué decidiste dejar tu lugar de Austria?
—Decidí dejar mi lugar de origen porque me aburría bastante y al principio solo quería hacer un viaje grande. Salí solo y, antes de llegar a Argentina, viví en Suiza. En Austria terminé mis estudios, pero ya a los 20 años me fui a Londres y luego a Zúrich. En Londres trabajé en la parte de cocina y en Zúrich tuve un bar con unos amigos.
Actualmente, trabajo en Bowl, un restaurante propio. Antes de Bowl, durante mi viaje, conocí a un argentino y su novia china en un barcito. Ellos tenían una escuela de idiomas y estaban buscando un socio porque el anterior se había ido. Me sumé como socio, y los primeros cinco años estuve muy involucrado en esa empresa. Aunque ahora soy un socio silencioso, sigo vinculado a ese proyecto.
Abrí Bowl porque extrañaba la comida fresca. Amo la comida argentina, pero cuando llegué hace 12 años no había sushi, lechuga, opciones vegetarianas ni hamburguesas. Se comía pasta, pan, empanadas, milanesas y, lo más saludable, el asado. La idea de Bowl nació de ese deseo por comida fresca.
¿Cuál es el primer recuerdo que tenés en Argentina?
—La locura de la gente haciendo fila en todos lados.
¿Quién fue tu primer amigo acá?
—Durante mis viajes y los cursos de español, hice muchos amigos, mayormente viajeros y extranjeros. Mi primer conocido argentino fue un chico que me ofreció su sillón para dormir a través de Couchsurfing, y hasta hoy seguimos siendo amigos. El primer lugar que conocí fue Buenos Aires.
¿Qué cosas te ayudaron a transitar el duelo o la tristeza por migrar?
—Suena extraño, pero no extraño ni extrañé nada de Austria. Al principio, extrañaba a mi familia y a mis mejores amigos, pero saber que estaban bien me ayudó mucho.
¿Alguna actividad deportiva, comida, música o contacto con compatriotas te ayudó?
—Trato de evitar a mis compatriotas tanto como puedo. Aunque extraño la comida austríaca, sé cocinarla y puedo hacerlo acá.
¿Por qué evitás a tus compatriotas?
—En primer lugar, no hay muchos austríacos acá, y la mayoría son jubilados que viven en San Isidro, lo cual no me interesa. A veces voy a encuentros, pero no suelo engancharme. Una de las razones por las que me fui de Austria fue que me cansaba la gente; somos muy particulares.
Mucha gente dice que no soy el típico austríaco porque soy más sociable. Los austríacos, en general, somos bastante cerrados, aunque no tanto como los alemanes o suizos. Quizás por eso no me conecto mucho con otros austríacos. Mi familia, por otro lado, es muy abierta y sociable, algo poco común en Austria, y creo que eso influye en cómo soy. No es que los evite, pero no tengo ningún austríaco en mi círculo cercano de amigos.
¿Cómo definirías a los argentinos? ¿En algún punto te sentís también argentino?
—Son personas con mucho temperamento, pero a la vez muy cálidas y empáticas. Son “chamuyeros”, pero eso les permite sobrevivir a las peores crisis con una sonrisa y un comentario sarcástico. Me encanta la sociabilidad y calidez de los argentinos. Me siento más identificado con ellos que con los austríacos.
¿Pudiste volver a tu lugar de origen en algún momento? ¿Te gustaría volver a vivir allá?
—Voy a Austria una o dos veces al año, pero máximo por dos semanas; después ya quiero regresar. Por ahora, disfruto vivir en Argentina, aunque no sé qué traerá el futuro.
Antropóloga. Se especializa en el campo de la antropología forense, particularmente en temas como las desapariciones en democracia y la violencia de género. Su familia tiene raíces en Alessandria, Calabria, Cataluña y Roma. Le gusta el mar, escribir, viajar y conocer nuevas historias.