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Cada 18 de diciembre, elDía Internacional del Migrante invita a detenernos y mirar más allá de las cifras para reconocer las historias, los recorridos y los aportes de quienes cruzan fronteras en busca de una vida digna. Con ese espíritu, Refugio Latinoamericano reúne tres historias de vida que hablan de arraigo, trabajo, identidad y comunidad. La de Teolinda Urquía y su hija Gabriela, venezolanas que transformaron el desarraigo en un proyecto familiar a través de la cocina en City Bell; la de María José “Majo” Hernández Nava, quien encontró en Córdoba un hogar y en la gastronomía una forma de expresar su identidad caribeña; y la de Carlos Alexcys Cuéllar, migrante boliviano cuya vocación artística y compromiso comunitario lo llevaron a construir una trayectoria pública en Villa Gesell. Tres relatos distintos, atravesados por una misma experiencia: migrar no es solo partir, también es construir, aportar y volver a echar raíces.

Teolinda Urquía llegó al país hace casi cuatro años en enero de 2021; hoy tiene 51 años. Por momentos, habla mientras sonríe. En otros, se le humedecen los ojos. Cuando dice que Argentina les dio “otra oportunidad de vida”, no es una metáfora, es una afirmación que le nace del cuerpo, de la memoria y de una historia que se fue amasando entre duelos, decisiones difíciles y una plancha caliente donde hoy se cocinan arepas venezolanas en City Bell. 

Venezolana, oriunda de Caracas, madre de Gabriela y abuela reciente, trabajó durante más de dos décadas en la banca privada en su país. Tenía estabilidad económica, un techo, una rutina armada. Pero también tenía una hija única que, a los 18 años, decidió migrar sola a Argentina para estudiar veterinaria. La inseguridad, la frustración educativa y un país que se volvía cada vez más hostil empujaron esa primera partida: “Ella fue la primera de la familia que se vino. Y verla sola… Eso fue muy duro”. La distancia empezó a pesar en fechas clave, en los silencios, en los días que no se compartían.

Migrar también es empezar de cero

Por su parte, Gabriela se fue hace nueve años. La violencia formaba parte de su vida cotidiana. Allá le robaron muchas veces. Una vez casi le cortan la cara para sacarle la cartera. Había ingresado a la universidad para estudiar veterinaria, pero la facultad estaba destruida. No pudo empezar.

Salir de Venezuela tampoco fue sencillo. Los vuelos eran casi imposibles y Gabriela terminó cruzando por la frontera, viajando por tierra durante días. “Yo no dormía”, dice Teolinda, “me avisó cuando llegó a Brasil y recién ahí pude respirar”. Para evitar robos en los controles, Gabriela escondía el dinero en distintos lugares del cuerpo y en objetos cotidianos: “Una sale como si fuera delincuente. Eso es lo que más duele”, recuerda.

Trabajó de noche, durmió con un sleeping, aisló el piso con cartón para pasar el invierno. Pasó por un local de comidas rápidas, donde trabajó por seis años, dejó y retomó estudios, armó emprendimientos propios. Su mamá la acompañaba desde la distancia, hasta que decidió viajar ella también.

Teolinda Urquía llegó desde Venezuela y, como tantos migrantes de ese país, armó un emprendimiento gastronómico familiar | Foto: gentileza

Cuando llegó, la vida no le dio tregua. A los pocos meses le diagnosticaron cáncer de mama: “¿Cómo iba a trabajar para alguien si estaba todo el tiempo en el hospital?”, se pregunta. En medio de tratamientos, quimioterapia y controles médicos, apareció una oportunidad inesperada, una feria de emprendedoras venezolanas.

No sabía qué vender, no se podían repetir puestos. Empezó con tortas. Después alguien dijo: “¿cómo puede ser que en una feria venezolana no haya arepas?”. Ahí se le prendió la luz.

Ese comentario marcó un antes y un después. Pidió una cocinita eléctrica, un budare, preparó arepas precocidas y fue a venderlas sin saber bien a qué se enfrentaba. Vendió todo. Volvió a vender. La recomendaron. Le pidieron desde casas particulares. La comida, que nunca había sido su proyecto de vida, se convirtió en sostén.

Estación Arepas: cocinar identidad

Hoy, madre e hija son dueñas de Estación Arepas, un local en City Bell que ya cumplió tres años de existencia. Antes estuvieron en ferias, luego en un pequeño local en Gonnet que les quedó chico. Ahora, el proyecto sigue creciendo, con clientela argentina, venezolana y colombiana, deliverys, producción propia y un equipo familiar que se reparte tareas entre la cocina, el mostrador y los envíos.

“La arepa es identidad, es memoria en casa”. En Estación Arepas, la gente puede armar su relleno, como en las areperas de Venezuela, además ofrecen cachapas, tequeños, patacones y muchos más productos de origen. Y también hay algo más: una forma de recibir, de explicar, de compartir. Sienten que cuando el cliente vuelve, ya no es una venta. Es fidelidad: “Ahí decís, estamos haciendo algo bien”.

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Comunidad, salud y pertenencia

Teolinda tardó más en decidirse. Tenía trabajo, casa, una vida hecha. Pero el contexto político y social se volvía cada vez más invivible. “En Venezuela no es solo la crisis económica. Es el miedo. Te revisan el teléfono. No podés hablar. Hay presos políticos, desaparecidos. No es una democracia”, dice.

La violencia cotidiana, la falta de servicios básicos y un sistema de salud colapsado terminaron de inclinar la balanza. Antes de migrar, Teolinda también atravesó de cerca la enfermedad, su madre padeció cáncer de mama: “A mi mamá la operaron allá, y tuvimos que comprar todo, desde agujas hasta productos de limpieza. Pensar en atravesar una enfermedad así hoy en Venezuela… Acá fue distinto. Yo creo que si me hubiese enfermado allá, la historia sería otra”.

Teolinda en una feria gastronómica en la ciudad de La Plata | Foto: Redes Sociales

La distancia con Gabriela también pesaba: “Nosotras vivíamos solas. Y cuando ella se fue, me quedé sola de verdad. Lloraba en Navidad, el Día de la Madre. Hasta que un día dije, me voy”.

Teo no habla de Argentina solo como país de destino, sino como un entramado de vínculos. Vecinas que la sumaron a grupos de WhatsApp, clientes que la abrazan, personas que la acompañaron durante la enfermedad: “Nunca sentí xenofobia. Al contrario. Me hicieron sentir en familia desde el día uno”. El acceso a la salud pública fue determinante. 

Durante el tratamiento, Gabriela le anunció su embarazo. La llegada de su nieta reordenó prioridades, energías, miedos: “Eso me salvó. Me enfocó en la vida”.

Hogar es estar juntas

Hoy viven juntas: Teolinda, Gabriela, su yerno y su nieta. Trabajan juntas. Separan finanzas laborales y personales, tienen mucha comunicación; la distancia les enseñó a hablarlo todo, sostienen lo familiar y lo laboral sin romantizarlo: “No es fácil, pero se puede”.

Compraron un pequeño terreno en City Bell. El proyecto es construir, de a poco, un espacio propio: “Aunque sea una casita de madera. Con tal de no pagar más alquiler”. Quieren construir una casa con espacios separados, para que cada quién tenga su privacidad.

Cuando piensan en el futuro, no imaginan volver a Venezuela. Irían de visita. Pero el hogar ya está acá. El acento sigue intacto, algunas palabras cambian, otras se cuelan sin permiso. La identidad no se borra, se transforma.

“Arriesgate”

Si pudiera hablar con la Teolinda de antes de migrar, no duda: “le diría que se arriesgue. Que podía. Que no esperara tanto”. La migración no fue fácil. Hubo miedo, pérdidas, cansancio, enfermedad. Pero también hubo aprendizaje, comunidad, trabajo colectivo, afectos nuevos y una cocina que se volvió refugio. Repite la frase: “Sí se puede”, casi como un mantra. “Nunca bajar la calidad. Hacer las cosas con cariño. Compartir. Porque cuando más das, más recibís”, finaliza. En City Bell, cada tarde, cuando se encienden las planchas del restaurante, esa idea vuelve a ponerse en práctica.

Imagen de portada: Teolinda y su hija Gabriela festejan los 3 años de la Estación Arepa | Foto: Redes Sociales


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Constanza Zelaya es licenciada en Comunicación Social y estudiante de Locución. Busca desarrollarse y potenciar sus habilidades en comunicación, producción y gestión, contribuyendo a proyectos que articulen creatividad, compromiso social y construcción de nuevas narrativas, aplicando su experiencia en escritura, producción, gestión y estrategias comunicacionales para proyectos públicos, sociales y culturales.


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