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Laura Belloni se mudó a la Argentina en el año 2010, desde la provincia de Rieti en Italia. Una historia migrante donde el amor, el paisaje y la cultura juegan cartas fuertes.

Laura Belloni tiene 55 años, es oriunda de San Filippo de Contigliano, provincia de Rieti, una localidad de poco más de 300 residentes a menos de cien kilómetros de la mítica Roma. De aquel pueblo de montaña con nevadas habituales en invierno a su actualidad platense, ya pasaron 15 primaveras en el barrio Ringuelet de la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, Argentina. 

Las diferencias entre ambos lugares son claras para Laura. En uno, las tristezas y alegrías de la comunidad son compartidas porque “todos se conocen”. Allí el cortinado montañoso juega un rol preponderante en la vida de sus habitantes: las montañas son el horizonte repetido, la frontera natural con otras latitudes, otros sueños. En la ciudad de las diagonales o de los tilos como también se la conoce a la ciudad fundada por el Dr. Dardo Rocha y diseñada por el urbanista Pedro Benoit, la humedad suele ser “bastante molesta en todas las estaciones”, pero “es más fácil acceder a servicios y trasladarse de un lugar a otro”. 

Hablar sobre el tema migratorio amerita conocer algunos de sus contextos, como por ejemplo el de aquellas personas forzadas a salir de sus países de origen por guerras, el cambio climático, las hambrunas generalizadas o la persecución política. Aunque la interseccionalidad resulte ser la categoría herramental del campo de la reflexión crítica para enmarcar desigualdades o ventajas sociales, las historias no tan mínimas como las de Laura tienen mucho para decir. Migrar también se trata de elegir, de decidir por amor. A caballo de un movimiento de olas, Belloni navega entre rompientes, retornos y reflujos de corrientes marítimas cruzadas. Así lo cuenta: 

“En mi caso no fui obligada a migrar por razones económicas o de guerras, como lamentablemente le pasa a mucha gente. Venir fue mi elección. Decidí migrar a la Argentina por amor. Ya que hablamos de migración, la historia con mi esposo Daniel es fruto de la migración de sus abuelos, los cuales después de la segunda guerra mundial se instalaron en Escobar. Su hija mayor Gabriella, a los 20 años, se fue a visitar a los parientes que vivían en Roma, conoció a mi tío Imolo (hermano de mi mamá) y se quedó en Italia. Mi esposo en el 2009 vino a visitar a sus tíos y a sus primos, que son también mis tíos y mis primos. Nos enamoramos y acá estoy desde el 2010”.

El amor no sería la única razón capaz de asfaltar el devenir de un ida y vuelta familiar entre Italia y Argentina. Vivenciar una nueva cultura, sus maneras de pensar y sentir, desandar otra geografía coadyuvaron en la redefinición del propio horizonte de expectativas de Laura. ¿Pensamos cuánto podría alterarnos el solo hecho de cambiar el dibujo que vemos en el horizonte cada día al despertar? ¿Quién puede imaginarse amanecer rodeado de montañas por casi 40 años y de pronto saberse parte del horizonte de la famosa “pampa húmeda”, cobijarse bajo otro cielo azul mirando el río más ancho del mundo? ¿Abrimos esa ventana a lo desconocido en alguna oportunidad? ¿Por qué las expectativas personales tienen falleba de apertura y cierre? ¿Cuánto del horizonte puede ser un espacio de encierro o libertad? ¿Existe un tercer lugar para pensar esta historia entre las cumbres repetidas de San Filippo y el horizonte inhóspito de un alerce en medio de la cordillera patagónica? Si, existe. Es el lugar de Laura, donde el deseo se abre paso en la experiencia:

“Si hablamos de paisajes, las cosas que más me impactaron fueron “la luz del día” que es distinta, después el poder ver un árbol en el horizonte, nunca había podido ver un árbol desde tan lejos; en Italia siempre hay una montaña o una colina que tapa la visual. Pero sobre todo me impactó la percepción de la distancia: para un italiano hacer 400 km para ir al mar es impensable y al contrario ustedes lo hacen sólo por un fin de semana… imagínense cuando, ni bien llegué, mi esposo me propuso ir al Sur …2000 km en auto en 36 horas, me pareció una locura. Después me acostumbré y me divierte ver las caras de mis amigos y amigas en Italia cuando lo comento”.

Cuando tratamos de comunicarnos en una relación con otros, sea una pareja, familia, amistades, en el barrio o en el trabajo, debemos poder situarnos en un tiempo y lugar definidos, sostener fuerte el barrilete, poner cuerpo y alma, no escapar al compromiso con la escucha activa y sobre todo dejarnos ser. Por supuesto el idioma es una barrera cuando lo hablamos fuera del ámbito de nuestra lengua materna, o cuando salimos del confort cultural de pertenencia lingüística y nos adentramos en un hic et nunc novedoso, producto de elegir migrar. Como en la serie de libros juveniles “Elige tu propia aventura”, es más sencillo ir saltando de capítulo en capítulo, modificando realidades incómodas al propio gusto y piacere. ¿Pero si el guionista decidió otra cosa para nosotros cambiando ficción por ensayo? ¿Acaso podríamos suponer que según de qué lado del atlántico nos encontremos exista otro significado para el ¿te quiero mucho? que no sea el ¿te quiero mucho? Bueno al parecer sí. Laura lo cuenta así: 

“Mis primeras amigas, no heredadas por así decir, fueron y son un par de colegas de trabajo, Graciela y Patricia. Pocas amigas pero buenas personas con las que sé que puedo contar, a pesar de todo. Conocidas y conocidos tengo muchos. Si me permiten una pequeña crítica… siento que acá se usa el ‘te quiero mucho’ con demasiada facilidad, entonces al principio me costó entender quién era una verdadera amiga y quién no, ya que ese te quiero no tenía una coincidencia con los hechos como yo me imaginaba. En esto me siento más italiana. El ‘te quiero’ no se dice a todos…”.

En tren de no despedir esta crónica sin antes hacer frente a las dos caras de la siempre desafiante moneda saussureana, queremos asumir, como lo hizo Laura con la entrevista, el borde filoso del sentido de la vida migrante: el lugar de los vínculos. ¿Cuánto significan, cuánto resuenan en la gramática del propio migrante? Podríamos pecar de simplistas si pensáramos los vínculos de aquí o allá refrendados solo por una deixis periodística, es decir, indicando sensaciones según lugares, emociones según personas, relatos según los puntos de vista. Ahora si de instrucciones se tratase, si ser migrante reflejara una serie de pasos, hacer inteligibles una secuencia alienada de sellos en un pasaporte; ¿bastaría con cerrar los ojos y sentir?

“Los sabores y los perfumes son los que llegan directamente al alma. Un par de anécdotas… en un restaurante italiano de Puerto Iguazú, mientras comía unos simples fideos caseros con zuquini, aceite de oliva y Parmigiano Reggiano, se me llenaron los ojos de lágrimas porque sentí los sabores de mi casa (el dueño me comentó después que todos los productos venían de Italia, hasta la harina y entonces entendí porqué me había pasado eso). Cuando preparo el café y cierro los ojos, ese aroma instantáneamente me lleva a ver a mi papá preparando el café y llevárselo a mi mamá. Más que extrañar diría que es mantener presente en mi vida diaria”.

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Comunicador popular y digital de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Platense de pura cepa. Poeta. Pincharrata y peronista. Con ascendencia libanesa (Jasime), española (Giner), portuguesa (Dias) y autro húngara (Iurada).


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