Hija de padre chileno que emigró a Argentina y de madre argentina con ascendencia alemana, Claudia Poblete Hlaczik fue una de las cientos de bebés apropiados ilegalmente en la dictadura argentina luego de la desaparición de sus padres, José y Gertrudis. Pero gracias al esfuerzo de su abuela Buscarita Roa, Claudia pudo conocer su verdadera historia, recuperar su identidad y reunirse con su verdadera familia..
Claudia Poblete Hlaczik nos cuenta orgullosa que tiene una familia “gigante”. Una conjunción chileno-argentina de parte de su papá, y con ascendencia alemana de parte de su mamá. Cuenta, además, que a pesar de haber nacido en Argentina, cada vez que visita Chile y mira la cordillera siente “como un alivio”, que no se explica bien por qué le pasa, pero que lo interpreta como parte de su identidad, de su verdad.
Claudia conoció su identidad hace 25 años, en febrero del 2000, cuando un juez le solicitó un examen de ADN tras comunicarle que “una familia la buscaba”. Con el resultado de ese análisis supo que sus padres eran José Liberio Poblete Roa y Gertrudis Hlaczik, que ella no era Mercedes Landa, ni era la hija del teniente coronel Ceferino Landa y su esposa. También supo en ese momento que ella y sus padres habían sido secuestrados en 1978 durante la dictadura argentina y llevados a un centro de detención, cuando ella apenas tenía 8 meses; que ellos tenían 23 y 18 años cuando los separaron, que continuaban desaparecidos y que desde aquel día del 78, su abuela Buscarita Imperi Roa no había dejado de buscarla.

Buscarita Imperi Roa hoy es vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y la única chilena en la institución. La organización existe desde 1977 con el objetivo principal de localizar y restituir, a sus legítimas familias, a todos los bebés, hijos e hijas de personas secuestradas y/o desaparecidas, apropiados durante la dictadura. La presencia de Buscarita también hizo posible que el gobierno chileno desarrolle muchas políticas de derechos humanos en un trabajo conjunto con Abuelas, sobre todo en la búsqueda de niños y niñas desaparecidas en su país. A pesar de no haber sucedido en las mismas condiciones de Argentina, también existen casos allí. Claudia recuerda que en 2023 viajó con su abuela a Chile, acompañadas por Estela de Carlotto —presidenta de Abuelas—, para la conmemoración de los 50 años del golpe militar, donde además ella fue homenajeada. Según Claudia: “Le cerró una herida que tenía, de que ella no había logrado ver a Chile reconocer su historia. Sentía que lo que había pasado acá no había pasado allá, y era un poco una deuda pendiente”.
Buscarita, que trabajaba desde sus 13 años para mantener a su familia, migró a Argentina a principios de la década de 1970, siguiendo los pasos de su hijo mayor, José, trayendo consigo a sus seis hijos más chicos. Ellos vivían en La Cisterna, en Santiago de Chile. A los 16 años, José Poblete Roa tuvo un accidente al caer de un tren y perdió sus piernas. Luego de recibir una indemnización pudo sacar un pasaje para viajar al país vecino, donde iba a lograr tener una prótesis y rehabilitarse. En ese momento viajó solo y se instaló en el Instituto de Rehabilitación —donde hoy funciona la Agencia Nacional de Discapacidad—. Un par de años después, su mamá, hermanos y hermanas llegaron para acompañarlo, y que toda la familia pudiera salir adelante junta. “Mi abuela vendió las pocas cosas que tenía, agarró sus hijos, a la pareja que tenía en ese momento y se vinieron, se vinieron acá poquito tiempo después y ahora todos viven acá”, nos aclara Claudia.

También relata que “(…)en la familia siempre cuentan que mi papá era un tipo que desde muy chiquito tenía vocación por la política. Buscaba la forma de querer cambiar el mundo. Trabajó también de chiquito haciendo mandados para los vecinos, trataba siempre de estar ahí activo. A los 12 o 13 años había armado una escuela para el niño obrero. Se ocupó de juntar materiales escolares y les enseñaba a leer y a escribir a chiquitos que tenían que trabajar y no podían ir a la escuela. Él tenía como esta sensibilidad.”
Ya en Argentina, José entabló amistad con otros residentes del Centro y comenzaron una militancia a favor de los derechos de las personas con discapacidad. Planteaban que no querían ser sujetos de caridad, querían ser sujetos de derechos, tener dignidad, un trabajo para poder mantenerse y acceso a las terapias que necesitaban, sin tener que pedirlas por favor.
“Mi viejo en Chile era comunista, pero acá se alínea con el peronismo y forman este frente que se llamó el Frente de Lisiados Peronistas (FLP). Era toda gente con diferentes discapacidades: ciegos, personas que les faltaba alguna parte de su cuerpo, personas que habían sufrido accidentes cerebrales y tenían discapacidades motrices. Era una mezcla de gente con un montón de problemas, que finalmente lograron que se sancione la primera ley de cupo laboral para personas con discapacidad de toda Latinoamérica”.

Con la llegada de la dictadura militar en 1976, la ley fue una de las primeras en ser derogadas y con ella se perdió uno de los tantos avances en derechos humanos que aún no han sido recuperados.
Fue también en la agrupación donde José conoció a Gertrudis, “Trudy”. Claudia cuenta que su mamá “no tenía nada que ver” con el grupo. Ella era una chica del barrio de Florida, clase media, descendiente de alemanes y no tenía ningún tipo de discapacidad. Sin embargo, su mejor amiga, Mónica Brull, era una persona con discapacidad visual y ella fue quien acercó a Trudy al grupo. Al comienzo ella tuvo un vínculo con Alejandro Alonso, autor del libro “Los rengos del Perón: crónica de un militante del Frente de Lisiados Peronistas”, pero al poco tiempo comenzó su relación con José.

La casa de Buscarita se había convertido en punto de encuentro bastante frecuentado por el grupo de “rengos”, como solían llamarse entre ellos en aquella época. Sábados y domingos, José llevaba a sus amigos a la casa de su mamá, que les preparaba un desayuno a la chilena, con pastel de choclo, palta y tecito. Su abuela, comenta Claudia, mantiene una clara identidad chilena, sobre todo en lo culinario, incluso habiendo pasado ya tantos años viviendo en Argentina: “vos vas a comer a la casa de ella y te sirve unas once”.

Para 1976, Gertrudis y José decidieron irse a vivir juntos para no colocar a su familia en riesgo. La primera integrante del Frente de Lisiados Peronistas que secuestraron fue Claudia Grumberg, en 12 de octubre de 1976, y aún no hay información sobre cuál fue su destino. Claudia Poblete dice que ella “(…) era una chica con una discapacidad motriz, pues tenía parálisis cerebral, o sea, era una discapacidad casi inhabilitante. La historia de ella es muy impresionante porque realmente tenía muy pocos recursos y fue una persona muy brillante y muy comprometida. De hecho, por ella yo me llamo Claudia.”
Claudia Poblete dice que ella “(…) era una chica con una discapacidad motriz, pues tenía parálisis cerebral, o sea, era una discapacidad casi inhabilitante. La historia de ella es muy impresionante porque realmente tenía muy pocos recursos y fue una persona muy brillante y muy comprometida. De hecho, por ella yo me llamo Claudia.”
José, Gertrudis y Mónica fueron los últimos del grupo que fueron secuestrados. José y Trudy, con su hija de ocho meses, fueron capturados el 28 de noviembre: José en la estación de Once; y Trudy con su bebé, en la casa donde vivían, en Guernica. Mónica estaba embarazada cuando la secuestraron el 7 de diciembre, pero la soltaron algunos días después. En el centro clandestino “El Olimpo”, Claudia cuenta que su papá sufrió mucho enseñamiento de los militares “por ser chileno, discapacitado y, además, por estar en pareja con una mujer rubia, alemana y linda”.
La nieta recuperada
Luego del secuestro de sus padres, Claudia estuvo con su mamá durante algunos días, hasta que un policía convenció a Gertrudis de entregar la bebé bajo la promesa de que sería llevada con su madre, es decir, su abuela materna. Desde luego, todo era mentira. Claudia fue apropiada por otra pareja, recibió un nuevo nombre, una nueva fecha de nacimiento y otra partida de nacimiento. A partir de ese momento, se inició la falsa realidad que Claudia vivió hasta los 21 años.
La vida que Claudia tuvo durante dos décadas empezó a desplomarse en febrero del 2000, cuando hizo el examen de ADN: “Yo al principio no quería hacérmelo. Había sido criada con toda esta ideología de los militares. En aquella época era común que a la dictadura no se le llamaba dictadura. Ellos decían que había sido el proceso, que las ‘viejas locas de la Plaza de Mayo’ eran un grupo de mujeres que habían creado terroristas y que ahora se querían vengar de los militares. Yo tenía todo eso en la cabeza y no quería ir a hacerme el examen de ADN. Pero el juez me explicó que, en realidad, eso era un delito y la prueba del delito estaba en mí. Y ahí esas pequeñas dudas que yo había tenido cuando estaba creciendo también accionaron un poco, entonces decidí que me lo iba a hacer. Me lo hice, y un tiempo más tarde tuve el resultado, y era categórico: yo en realidad no era Mercedes Landa, la hija del teniente-coronel, sino que era Claudia Victoria Poblete, la hija de José Poblete y Gertrudis Hlaczik”.
El mismo día que obtuvo el resultado del examen, el juez le dijo: “Acá está tu abuela, hay algunos de tus tíos, te quieren conocer. Hace mucho que te esperan.” Cuando se encontró con su abuela Buscarita y sus tíos, los hermanos de José, Claudia recuerda que lloraba mucho, que no sabía qué hacer, pero que fueron todos muy respetuosos con ella. Le entregaron cartas, fotos y cassettes, donde había algunas entrevistas. Mientras tanto, la policía llevaba detenidos a sus apropiadores.
A partir de este momento, empezaba para ella un largo camino muy difícil y con muchas contradicciones. Claudia percibía que todo lo que le estaban diciendo era verdad, pero no entendía bien la situación. Como era una estudiante de ingeniería en ese momento, ella sabía que el examen de ADN era una prueba científica contundente. Entonces, investigó por su cuenta y empezó a entender que las Madres de la Plaza de Mayo no eran esas “viejas locas” como le habían dicho. Aparte, por las fotos que le había entregado su familia, Claudia pudo ver las semejanzas físicas con su mamá y su papá: “Yo nunca me había cuestionado el parecido físico. Yo nunca había pensado si me parecía o no me parecía a esas personas que creía que eran mis padres. Cuando vi a mi familia verdadera, me di cuenta de lo que significa parecerse a alguien, verlo en la cara de la gente, en los gestos, en las manos, un montón de cosas. Eso para mí fue una primera impresión”.

Sin embargo, ella seguía teniendo un vínculo amoroso con sus apropiadores, incluso después de que fueron juzgados y condenados. El lazo solamente se empezó a romper cuando nació su primera hija, en 2008. Claudia decidió que no quería que su hija creciera creyendo que ellos eran sus abuelos, y ellos tampoco entendían su necesidad de que le manifestaran su arrepentimiento. Cuando Claudia se convirtió en mamá, se dio cuenta de lo que “significa criar a una criatura y todas las decisiones que uno toma como adulto, como cuando (…) le vas a dar de comer esto o lo otro, los pañales que le comprarían, un montón de decisiones que uno toma que uno es consciente. Ellos todas esas decisiones las tomaron sosteniendo que me iban a ocultar y que me iban a mentir. Ellos eligieron durante 21 años todos los días sostener eso. Cuando empiezo a criar a mi hija, me doy cuenta de la responsabilidad que tienen los adultos, la cantidad de decisiones que toman, las cosas que uno tiene en la cabeza cuando está criando. Ese momento lo que me hace es preguntar ‘¿cómo nunca en todos esos años pensaste que tenías otro camino? ¿Qué había la posibilidad de decirme la verdad?’ (…) Ellos siempre fueron por el ocultamiento, que buscaban protegerme. Llego a un punto en que pienso que en realidad se protegían ellos, porque a mí no me protegían. Lo que me tocó después fue peor. Cuando esto explota, a mí me deja mucho más desprotegida de que si hubiera sido un proceso.”
El pasado 25 de marzo, Claudia cumplió 47 años. Como una casualidad propia de los libros de ficción, o tal vez como una de estas ironías que nos hacen creer que la vida tiene un guionista, en este mismo día de 2025 murió el represor Julio Héctor Simón, “El Turco Julián”, el militar responsable por llevar y entregar Claudia a Poblete, cuando bebé, a la pareja de apropiadores.
Claudia, hoy
Claudia vive en una típica casa de clase media en el barrio de Floresta, en Capital Federal. Muy amablemente, nos recibió un miércoles por la mañana. Un día común de una familia común. Allí, es posible ver todos elementos habituales de un hogar familiar: fotos de viajes en la pared, un living-comedor con sillón y mesa grandes, y varios otros objetos que nos transmiten la sensación de rutina, de cotidianidad.
Ella corrió las cosas de la mesa, abriendo espacio para nuestros objetos, y se sentó justamente donde la luz le iluminaba mejor, evidenciando quizá su experiencia con las entrevistas. Armamos los equipos y estábamos listos para arrancar. Claudia también. Cuando empezó a contar su historia, nos parecía que siempre estuvo lista.
Fue inevitable percibir un aroma de hogar al estar en su casa, sensaciones que remiten a la sencillez de la vida cotidiana. Al mismo tiempo, nos interrogamos si acaso esa necesidad humana de cobijarnos en un hogar con los nuestros no fue también una búsqueda constante en la vida de Claudia. Porque para que una casa se convierta en un hogar, más allá del cemento y los ladrillos, precisan de memorias y de recuerdos construidos con amor, respeto y, sobre todo, con verdad. Tal vez esto es lo que transforma una casa en un hogar. Por eso es fácilmente perceptible que Claudia busca procurarle a su familia lo que a ella le fue negado por sus apropiadores durante su juventud: la verdad.
Su militancia
Tras romper el vínculo definitivamente con sus apropiadores y formar su propia familia, Claudia se dio cuenta de la importancia de contar su verdad para que otros también se animen, y así poder encontrar más nietos y nietas: “para mí fue un proceso doloroso y difícil, pero no me arrepiento ni un minuto de haberlo vivido. Es decir, no volvería, no quisiera volver a tener una vida supuestamente tranquila, inmersa en algo que no era verdad. Pero por esa urgencia es que empiezo a dar testimonio, tratando de transmitir esto, de que son cosas difíciles de enfrentar, pero que valen la pena”. Ella ya tenía cercanía con la organización de Abuelas, por lo que hace cuatro años aceptó la convocatoria para participar en las comisiones directivas: “me convocaron en un momento y acepté pensando que iba a ser una cosa más, y al final es algo que terminó ocupando gran parte de mi vida porque es así, es imposible sustraerse realmente. Y ahora nos tocan estos tiempos que son particularmente complicados”.
Los desafíos de la actualidad no implican solamente formular mensajes que logren captar la atención de las nuevas generaciones, sino también de enfrentar la vuelta de los discursos negacionistas, el desfinanciamiento a las instituciones y organismos que funcionan desde el Estado como parte de las políticas de memoria, verdad y justicia. También supone resistir los ataques a figuras relevantes como Estela de Carlotto, al trabajo en todo el espectro que abarca el derecho a la identidad, y el ensañamiento contra toda la defensa de los derechos humanos: la comunidad LGBTIQ, las mujeres, las discapacidades, las personas migrantes y los jubilados. A pesar de todo, Claudia sostiene que reciben muchísimo apoyo de la comunidad y es lo que más les anima para continuar el trabajo: “Se nota como un cambio, se nota que la gente se empieza a dar cuenta de que hay que moverse porque hay que defenderlo. No está todo ganado. Las marchas antes, si bien eran marchas que siempre tuvieron convocatoria, tenían una cosa más de conmemoración. Ahora eso está mutando, hay determinados sectores de la sociedad que por ahí no se sentían tan convocados a acercarse porque sentían que esto estaba dado y están volviendo a darse cuenta de que hay que defender. Que son conquistas que hemos hecho, pero que las tenemos que seguir defendiendo y la manera es con contundencia en la calle. Como siempre, sin violencia. Esta convocatoria siempre es una convocatoria armoniosa para que todas las familias puedan estar ahí, acompañando”