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Patricia Mamani llegó a Rosario desde Perú en los años noventa, empujada por la crisis económica y una necesidad urgente de empezar de nuevo. Lo que al principio fue una migración marcada por el desarraigo, con el tiempo se transformó en un viaje de reencuentro con sus raíces. En las danzas folklóricas encontró una forma de reconstruirse y, al mismo tiempo, de visibilizar una herencia cultural compartida por muchos pueblos latinoamericanos. Así nació el Ballet Sipán, un espacio donde las artes del movimiento celebran la identidad y la memoria de los pueblos del sur.

Nacida en Juliaca, en el altiplano peruano, Patricia Mamani es la fundadora y directora del Ballet Sipán de Rosario. Llegó a la Argentina en plena crisis económica, cuando su país atravesaba los años más duros del gobierno de Alberto Fujimori. “Mi familia había entrado totalmente en quiebra, y mi padre falleció a raíz de todo eso. Nos quedamos sin nada”, recuerda. En ese momento difícil, su hermana —que ya vivía en Rosario— le insistía por carta: “Vení a estudiar acá, que hay danza”, a sabiendas de su amor por el baile.

Al llegar a Rosario, Patricia trabajó los primeros años cuidando personas mayores, hasta que finalmente comenzó a estudiar el Profesorado en Educación Musical en el Instituto Provincial Superior Isabel Taboga. A partir de allí encontró mucho más que una formación académica: descubrió que Perú, su tierra natal, era también la raíz de muchas de las danzas tradicionales que hoy forman parte del folclore de América Latina.

“A partir de mis estudios comprendí cómo durante el Virreinato del Alto Perú, la colonización española y la interacción entre pueblos originarios y comunidades afrodescendientes dieron lugar a nuevas expresiones dancísticas. De esa fusión nació la zamacueca, considerada la danza nacional del Perú. Con el tiempo, esta danza cruzó los Andes y se transformó en la cueca chilena, hoy símbolo patrio en ese país; también llegó a Bolivia, donde adoptó rasgos propios hasta convertirse en la cueca boliviana. Finalmente, ese mismo legado se asentó en territorio argentino y dio origen a la zamba”, señala Patricia.

De acuerdo a investigaciones como Folklore y Poesía Argentina (1969) y Bailes criollos rioplatenses (2011), de la historiadora Olga Fernández Latour de Botas, la zamba argentina tiene sus raíces en la zamacueca limeña, una danza que llegó al país entre 1825 y 1830 desde Perú y Chile, y que con el tiempo fue adaptándose a las tradiciones locales del noroeste argentino. Esta influencia no es casual: antes de la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, las regiones del actual norte argentino formaban parte del Virreinato del Alto Perú, centro neurálgico del comercio y la cultura en Sudamérica colonial.

Sin embargo, a pesar de venir de un país cuya cultura ha dejado huella en las danzas argentinas, Rosario aún le resultaba ajena, no había logrado conectar culturalmente con la ciudad. La mayoría de los peruanos que conocía estaban enfocados en sus estudios, y ella sentía la necesidad de reconectar con algo más profundo: el baile. Patricia había crecido en Puno, donde la música, la danza y las celebraciones populares son parte del tejido cotidiano. “En Perú no necesitas ir a una academia para bailar o tocar un instrumento. En los carnavales, cualquiera agarra una guitarra, cualquiera baila siendo parte del festejo y de la vida del pueblo”, explica. Desde niña, también participaba de los actos escolares, danzaba en cada fiesta comunitaria, e incluso en su adolescencia comenzó a indagar más a fondo el sentido espiritual y ancestral de esas expresiones.

Por eso, al llegar a Rosario, algo le faltaba. “Yo quería ver a alguien de los míos”, recuerda. No hablaba solo de rasgos físicos o costumbres, sino de ese modo de vivir la cultura como algo presente y compartido. Comenzó a investigar en diversas fuentes, y en esa búsqueda, comenzó a preguntarse dónde vivían los pueblos originarios en Argentina, ya que los pueblos originarios de la zona andina, a pesar de pertenecer a diferentes familias lingüísticas y regiones geográficas, comparten una profunda conexión cultural.

En medio de esa búsqueda llegó al barrio Toba, ubicado en la zona oeste de Rosario. De acuerdo a un estudio realizado en el año 2014 por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR, en este barrio conviven familias tobas/qom que migraron desde distintas localidades del Chaco a partir de los años 70. Las comunidades nam qom pertenecen a la familia lingüística guaycurú, originaria del Gran Chaco y una de las primeras en habitar esa región. Allí, entre rostros y voces que le hablaban de una cultura compartida, Patricia sintió un lazo inmediato. “No nos separamos nunca más”, asegura.

Fue entonces cuando comenzó a notar un contraste con su tierra natal. En Perú, especialmente en regiones como Puno, los pueblos originarios aún habitan sus propias tierras, mantienen vivas sus costumbres y su relación con el territorio. Aunque socialmente se los considere pobres, para Patricia son los verdaderamente ricos: “Están en su lugar y viven en libertad”. En Rosario, en cambio, percibía una ausencia profunda: los pueblos originarios estaban presentes, pero no en sus tierras, no en el lugar que les pertenecía históricamente. Esa desconexión territorial, para ella, se traducía también en invisibilización.
Esa revelación marcó un antes y un después. Al descubrir que aquí se ignoraba la historia de los pueblos originarios, nació en ella la necesidad de mostrarle a la sociedad que estaban presentes, convirtiéndose así en una de las principales impulsoras en materia de visibilización cultural de estos pueblos. Motivada por esa convicción, en 1995 fundó un grupo de baile que hoy lleva el nombre de Ballet Sipán, en homenaje al hallazgo arqueológico del Señor de Sipán, al norte del Perú. “Lo que yo desde mis inicios comienzo a hacer con la danza es una lucha cultural”, afirma.

Conformó un grupo y con el apoyo de la comunidad toba de Rosario, empezaron a presentarse por el paseo peatonal de la ciudad, con sus trajes típicos, música y color, todo de manera autogestionada. De ese impulso surgió también la primera celebración de la Pachamama en la Plaza Perú de Rosario, en un momento en que “nadie sabía qué era la Pachamama”, recuerda. Desde entonces, cada 28 de julio, Día de la Independencia del Perú, honra sus raíces en ese mismo lugar.

A través del tiempo, con esfuerzo y una pasión inmensa, Patricia logró que su academia siga creciendo constantemente. Principalmente su ballet estable, que viajó a Perú en 2013 para ser declarado “Hijos Predilectos del Perú”. “Esos chicos que comenzaron conmigo cuando tenían seis años, y a quienes considero como mis hijos, hoy son reconocidos en mi país e invitados año tras año a participar de los carnavales de mi ciudad”, declara. Además, señaló que el recorrido de muchos de ellos tiene puntos en común. Al no contar con contención familiar, estos niños, pertenecientes al barrio Toba, en mayor medida, encontraron en la danza un espacio de afecto y pertenencia.

Una de las historias más emotivas del grupo está protagonizada por una alumna que en el año 2015 logró coronarse como Embajadora de la Fiesta de Colectividades en Rosario, un hecho que marcó un hito para ella y para toda la comunidad. Luciendo un traje de princesa inca y representando con orgullo a los pueblos originarios, se alzó con el máximo título en uno de los eventos culturales más importantes de la ciudad. Patricia recuerda con emoción las palabras que su alumna dijo arriba del escenario: “Nunca imaginé esto, yo vengo de la Villa La Lata y estar en los teatros que estuvimos es algo impensado. Estoy acá, en mi ciudad, como reina, y todo lo logré dentro del Ballet Sipán”.

Actualmente, el Ballet Sipán reúne a más de 100 integrantes, distribuidos en distintos grupos según las edades y las zonas de la ciudad: ballet infantil, ballet adolescente, ballet del centro y ballet del sudoeste. Su repertorio abarca una amplia y rica diversidad de expresiones tradicionales, que incluyen la marinera norteña, el huaylarsh, danzas afroperuanas, bolivianas y ecuatorianas, así como también manifestaciones dancísticas de los pueblos originarios toba, mapuche y colla.

Formar una familia a través del arte no es tarea fácil, pero esa ha sido siempre la meta de Patricia, y con esfuerzo lo está logrando: “Es difícil, es cansador, pero vale la pena”, asegura. Ese mismo compromiso se fue transmitiendo a las nuevas generaciones, hoy algunos de sus primeros alumnos comenzaron a ser instructores dentro del ballet, encontrando en el arte no solo una vocación, sino también un modo de vida. Para ella, ver esa continuidad es la mayor recompensa: saber que el camino que abrió sigue creciendo a través de quienes también encontraron allí un lugar de pertenencia.

Además, le resulta gratificante el reconocimiento que tiene de sus compatriotas por haber llevado la cultura de su país de origen a la cima: “Ahora el peruano vive el ballet como algo de otro nivel”, asegura. Recientemente en una actividad de la colectividad, varias personas se acercaron para agradecerle: “Estoy orgullosa de ser peruana por lo que vos mostrás”, le dijeron. Hoy, dentro del ballet, hay numerosos hijos de peruanos, algo que antes no ocurría. Muchos niños ahora se acercan con entusiasmo, encontrando en la danza un motivo de orgullo y pertenencia.

Lo mismo sucede con aquellos que vienen de Perú a estudiar a Rosario. En la actualidad, dentro del ballet hay al menos diez jóvenes peruanos que llegaron que, a través del baile, reconectaron con sus raíces y descubrieron una parte vital de su identidad. Están solos, lejos de sus familias, pero Patricia los acompaña más allá de la agenda del Ballet Sipán. “Vienen los domingos a mi casa, ahí hacemos algo, los sostengo”, cuenta. Lo hace por empatía, porque también sabe lo que es estar sola, empezar de cero y necesitar un abrazo de alguien de tu tierra.

En definitiva, el Ballet Sipán no solo preserva tradiciones, sino que las hace vibrar en el presente, tendiendo puentes entre generaciones, culturas y territorios. A través del arte, Patricia Mamani convirtió la danza en un acto de resistencia y amor por la identidad, conteniendo a su gente, visibilizando historias silenciadas y sembrando orgullo en nuevas generaciones. Su recorrido demuestra que la cultura es un territorio vivo, y que cuando se baila desde el corazón, las raíces no solo se recuerdan: se celebran y se multiplican.

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Imágenes: Instagram de Ballet Sipam.

Equipo periodístico |  + notas

Licenciada en Comunicación Periodística por la Universidad Católica Argentina. De raíces familiares italianas y españolas, se especializa en estudios culturales vinculados a comunidades migrantes, con un enfoque particular en la ciudad de Rosario (Santa Fe, Argentina).


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