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El 24 de noviembre de 1908 nació en Rosario, provincia de Santa Fe, Libertad Lamarque, una de las voces y presencias más emblemáticas del espectáculo argentino y latinoamericano. A 117 años de su natalicio, la recordamos como una figura que desbordó fronteras: consagrada en el Río de la Plata y renacida artísticamente en México, Lamarque dejó una huella decisiva en la época dorada del cine latinoamericano del siglo XX y encarna, además, una historia de reinvención lejos de su país de origen.

Libertad Lamarque nació en el seno de una familia de origen migrante: su padre, Gaudencio Lamarque (1874-1947), era uruguayo descendiente de franceses, y su madre, Josefa Bouza Nieto (1863-1932), era española de origen coruñés. Aunque ninguno de ambos cantaba profesionalmente, la música era parte habitual del hogar. Josefa entonaba coplas y canciones gallegas, pasodobles y habaneras, mientras que Gaudencio —anarquista convencido— frecuentaba ambientes culturales obreros. En ese ambiente, una pequeña Libertad de apenas siete años comenzó a dar sus primeros pasos sobre el escenario.

Creció en un hogar atravesado por la militancia anarquista de su padre, rodeada de actos obreros, lecturas políticas y funciones culturales organizadas en apoyo a trabajadores presos o en huelga. Desde muy pequeña participó en festivales sindicales y grupos de teatro aficionado. Este entorno político-cultural moldeó su formación escénica inicial y la vinculó tempranamente con circuitos culturales de base.

También recitaba poemas para Gaudencio mientras él estaba preso por sus actividades políticas, y desde niña cantó en funciones organizadas a beneficio de obreros en huelga. De adolescente, fue descubierta por el director y empresario José Constanzo, quien la invitó a integrar la compañía teatral que dirigía para realizar una gira por Santa Fe y Buenos Aires. Así, a los 14 años inició su primera experiencia profesional: tras actuar en varias localidades santafesinas, la compañía arribó a Buenos Aires y se presentó en el Teatro Argentino. Poco después emprendieron una gira por el interior bonaerense, con funciones en Bahía Blanca, Azul, Coronel Pringles y Coronel Suárez, entre otras ciudades. En esta última, y a pedido de Constanzo, Libertad comenzó a cantar una pieza en cada obra, gesto que anticipó la proyección vocal que luego afianzaría en el teatro, el cine y la música.

Al advertir su potencial, la familia decidió trasladarse a Buenos Aires en busca de nuevas oportunidades, con una carta de recomendación dirigida al dueño del Teatro El Nacional, Pascual Carcavallo. Para 1926, con apenas 18 años, Lamarque ya había grabado canciones como “Mocosita”, “El ciruja”, “Langosta” y “Pato” junto a la orquesta de Francisco Canaro. Ese mismo año obtuvo un papel en el sainete La muchacha de Montmartre de José Antonio Saldías y, pocos meses después, fue contratada por RCA Víctor para grabar su primer disco.

Antes de su consagración cinematográfica, ya era una figura reconocida en el teatro porteño, con más de una docena de obras en las que pasó de papeles menores a “damita joven”, incorporando tangos y ampliando su repertorio. Su debut radial en 1926 y sus primeras grabaciones para RCA Víctor —incluidos tangos como “Botellero” y “Gaucho sol”— consolidaron una voz muy apreciada por el público de la época. En paralelo, su presencia en sainetes populares como El conventillo de la Paloma la posicionó como una intérprete versátil en una década en que el cine argentino se preparaba para el salto al sonido.

En 1933 participó, junto a Tita Merello y Azucena Maizani, en la primera película sonora argentina, ¡Tango! de Luis Moglia Barth. Cuatro años después protagonizó el musical Besos brujos, dirigido por José Agustín Ferreyra. En una escena del film presentó el tango homónimo que dio título a la película. Según recordó el periodista y crítico Domingo Di Núbila, su interpretación tuvo “ese magnetismo que imponía religioso silencio en los miles de templos cinematográficos donde se citaban su inmensa legión de fieles admiradores”. Ese mismo año encabezó La ley que olvidaron, también de Ferreyra, considerada por críticos como Jorge Miguel Couselo como la obra que marcó “la consolidación del estrellato y el paso decisivo a aspiraciones más rutilantes y con mayores posibilidades de internacionalización”.

En 1936, con el estallido de la Guerra Civil española, Libertad Lamarque tomó posición pública en apoyo a la Segunda República y participó como cantante en diversos actos solidarios realizados en el Estadio Luna Park de Buenos Aires. Dos años después, en 1938, se estrenó Madreselva, un melodrama musical dirigido por Luis César Amadori. La película, basada en una obra teatral escrita por el propio Amadori junto a Ivo Pelay —uno de los dramaturgos más influyentes del siglo XX—, fue protagonizada por Lamarque y el recordado Hugo del Carril. Madreselva es una de las joyas cinematográficas de la época de oro del tango y del cine argentino (1930–1950), y llegó a proyectarse en el Festival de Cine de Venecia.

Migrar para seguir existiendo

En 1946, después de más de 20 años de éxitos en el cine y el mundo de la música, la historia de Lamarque tomó un rumbo inesperado cuando migró a México. Las razones fueron debatidas durante mucho tiempo: algunos medios decían que, en la filmación de una película que realizó junto a la actriz Eva Duarte de Perón, hubo una pelea a causa de la impuntualidad de la futura primera dama. Otros decían que, cansada de la falta de profesionalismo de Duarte, Lamarque le dió una cachetada y la humilló frente al resto del elenco, pero el director de la película y otros involucrados descartaron esta versión en varias oportunidades. 

En el diario Clarín del 31 de diciembre de 2000, menos de 15 días después del fallecimiento de Lamarque, el medio publicó una nota titulada “Niní, Libertad y los celos de Evita” en la que dan por sentado que el conflicto se originó porque en 1944 las actrices se “disputaban” el amor de Juan Domingo Perón: él y Lamarque se habían conocido ese año después del terremoto en la provincia argentina de San Juan, que dejó alrededor de 10.000 víctimas y severos daños materiales. En ese contexto, Perón encabezó —como secretario de Trabajo y Previsión— una convocatoria dirigida a figuras relevantes y notorias del espectáculo para recaudar dinero en la que se encontraba la actriz.

La historiadora Marysa Navarro, en su libro Evita (1981), sostuvo que la verdadera razón del exilio de Lamarque fueron las dificultades de la industria cinematográfica vinculadas a la escasez de celuloide: en 1943, México recibía unos 11 millones de metros, mientras que la Argentina tenía solo unos 4 millones. Vale destacar que la industria de los años 40 intentaba consolidarse mientras luchaba contra una crisis económica que hacía que filmar fuera muy caro y conseguir inversión fuera muy difícil, al tiempo que se hacía casi imposible competir con mercados extranjeros ya consolidados como el de Hollywood.

Después de años de versiones distintas, Lamarque rompería el silencio en varias entrevistas, aclarando que el problema fue que Evita “no cumplía con su trabajo” y eso la molestaba. “No quiero que la gente siga preguntando si le pegué una cachetada o no a Evita, todo fue muy distinto. Por su retraso en la filmación de La cabalgata del circo yo debía esperar horas y horas”. Por los rumores de que la actriz debió exiliarse de manera forzada debido a la llegada de Perón y Evita al poder, solo dijo que: “de alguna manera gracias a mi pelea con Evita, conquisté América. De no haber sido así, Libertad Lamarque hubiera quedado en el anonimato”. Finalmente, la actitud hacia Eva fue cediendo y en 1986, contó en su Autobiografía que sintió “mucha piedad” cuando se enteró de su muerte (1952) y que lamentó “terriblemente los trajines que vivió su cadáver a lo largo de las décadas posteriores” a su fallecimiento.

Las razones de su exilio fueron múltiples y aún sujetas a debate, pero lo cierto es que Lamarque no solo triunfó en su país de origen: también fue recibida con entusiasmo en un México que atravesaba el apogeo de su “cine de oro”. Allí filmó varias de sus obras más recordadas, consolidó un público masivo y se integró plenamente en una industria que la adoptó como propia. Su migración expandió su figura y la convirtió en un auténtico puente entre cinematografías y audiencias. Su éxito en México fue inmediato: desarrolló una extensa carrera con cerca de 50 películas, debutando en Gran Casino (1947), dirigida por el español Luis Buñuel (por entonces también exiliado en México) y protagonizada junto al célebre actor mexicano Jorge Negrete.

En sus últimos años de vida, se abocó a trabajar en telenovelas mexicanas y recibió varios premios y homenajes por su destacada trayectoria. Fue en Cuba que, a raíz de la proyección internacional que tuvo su carrera, recibió el apodo de «La Novia de América», con el que se la identificó hasta su muerte, el 12 de diciembre del 2000

En la trayectoria de Lamarque, la migración funcionó como una fuerza de renovación constante. Su recorrido nos muestra que los desplazamientos no solo mueven el mapa personal de los humanos ni que es cosa exclusiva de la geografía, sino que también alteran las formas de pertenecer, de contarse a una misma y de reconstruirse. A más de un siglo del nacimiento de Libertad, su legado transnacional perdura en la Argentina que la vio nacer, en el México que la adoptó y en toda América Latina para recordarnos que muchas de nuestras historias culturales se construyen en movimiento.


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Equipo periodístico |  + notas

Periodista recibida en TEA, fotógrafa y estudiante de Letras en la Universidad de La Plata. Conurbano bonaerense como identidad. Con raíces italianas y españolas.


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