Después de un enfrentamiento cruzado entre Petro y Trump, llegaron a Colombia los primeros deportados.
Dos aviones con migrantes debieron llegar en la mañana del domingo a Bogotá, procedentes de Estados Unidos. El mundo ya lo sabía, el presidente Donald Trump dijo que sacaría de su país a todo inmigrante que tuviera su situación “irregular”.
Mientras esta parte del mundo transitaba todavía su fin de semana, el mandatario colombiano, Gustavo Petro, publicó en X que recibiría a los deportados con un poético “banderas y flores”.
Capaz el asunto pudo tratarse en ese momento con cabeza fría y más voces. Pero la soledad de Petro se hizo un poco evidente. Así que “dimos papaya”, como se dice popularmente. El dicho más feo de los colombianos.

Pero 34 minutos después el trino desapareció y otro apareció. “Los EE.UU. no pueden tratar como delincuentes a los migrantes colombianos. Desautorizó la entrada de aviones norteamericanos con migrantes colombianos a nuestro territorio. EE.UU. debe establecer un protocolo de tratamiento digno a los migrantes antes (sic) que los recibamos nosotros”.
El cambio fue el comienzo del nudo. La embajada de Estados Unidos en Colombia dijo que cerraba la oficina de visas.
Los seguidores del Petro gritaban “¡dignidad!”, “¡hasta que la dignidad se haga costumbre!”, aludiendo que era inhumano devolver a colombianos como si fueran delincuentes, atados de pies y de manos como se vio en Brasil. Y tenían razón.
Pero no es tan fácil gritar dignidad para desmarcarse comercialmente de Estados Unidos. Entonces Trump anunció aranceles del 25% a las exportaciones colombianas durante una semana para luego subirlas al 50%. Estados Unidos es el principal destino de las exportaciones del país. Todo era pánico.
Creyendo que la situación no podía empeorar más, Petro decidió mostrar también los dientes y anunció un aumento del 25% en aranceles a las exportaciones gringas. La película diplomática estaba hecha.

Y entonces se cocinó un sancocho de teorías: los petristas, con el cuento de que era la oportunidad de exportar a China; la derecha montando una película de comedia, diciendo que una delegación de alcaldes viajaría a Estados Unidos para decirle que “Petro no nos representa”; los del centro buscando votantes bajo el manto de la “sensatez”; incluso los mileístas argentinos dijeron que la inflación en Colombia se iba a ir al 25% de totazo.
Fueron horas largas pensando por qué Colombia depende tanto comercialmente de Estados Unidos, y pensando por qué nuestra diplomacia no puede tener frialdad en momentos decisivos.
Mientras los dos senadores de Estados Unidos de origen colombiano, Bernie Moreno y Rubén Gallego discutían sobre esto mismo, cada uno desde su orilla republicana o demócrata respectivamente.
Colombia no tiene la capacidad de producir medicamentos, máquinas o tecnología. Y las exportaciones del país, aunque muchos pensaran que es así, no se publican en Amazon ni las empresas en Estados Unidos pueden mover su capital de un día para otro a Shanghai. No funciona así.
Ni China ni los gringos van a apoyar una industrialización en un país como Colombia, si eso supone una futura competencia. Encontrar nuevos compradores supone años de relaciones comerciales, no es imposible, pero es demorado.
Siendo las 10 de la noche del domingo, Luis Gilberto Murillo dio una rueda de prensa, el canciller próximo a salir del gobierno tenía a su lado a la futura canciller Laura Sarabia. Al final, Colombia aceptó los vuelos con deportados, Estados Unidos quitó sus aranceles y la película del domingo empezaba a concluir.
En esta película diplomática unos criticaron a Petro, que al final terminó reculando porque la situación de los migrantes deportados seguirá, está bien, ya no vendrán atados de manos y pies como vimos en Brasil. Pero el problema no se resolvió. Los que sí lo bancaron se subieron al barco de que el que reculó fue Trump al ceder un trato digno a los deportados.
Una pelea de egos monumentales.
Este martes llegaron los primeros 110 colombianos a su país.
Comunicador social, fotoperiodista y artista. Nació en Bogotá, Colombia, sus raíces migratorias provienen del campo andino colombiano cuando sus abuelos migraron del campo a la ciudad. Vive actualmente en Buenos Aires.