“Al final del día, lo que queda es la solidaridad. Cuando ves a alguien después de todo esto, te mirás a los ojos y entendés que hay una conexión. Una conexión humana. Porque, cuando el desastre ocurre, dejamos de ser individuos aislados y empezamos a ser comunidad.”
Estas palabras de Juan Cruz, nacido en Bahía Blanca, resuenan con fuerza en la Patagonia devastada por los incendios forestales en enero y febrero de este año. La tragedia no solo ha dejado una estela de destrucción material, sino que también ha revelado la fragilidad de la respuesta estatal frente a una crisis que se agudiza cada año. Sin embargo, como dice Juan Cruz, la solidaridad se convierte en un motor para la reconstrucción, un puente que une a quienes perdieron todo con aquellos dispuestos a tender una mano.
Juan Cruz tiene 32 años y una profunda conexión con la Patagonia. Aunque su vida comenzó en Bahía Blanca, un paso por La Plata, donde estudió biotecnología, y un breve tiempo en Buenos Aires, donde se formó en temas relacionados con la crisis climática, lo condujeron a esta región a la que ya se sentía parte desde su niñez. En 2023, decidió mudarse al sur, a un paraje llamado La Comarca ubicado entre El Bolsón y Lago Puelo, buscando lo que él consideraba “su hogar”. Para él, la Patagonia no era un destino nuevo, sino un regreso a algo mucho más profundo e inherente a su ser.
Pero el regreso de Juan Cruz se vio marcado por el fuego. El 15 de enero de 2025, mientras compartía un día con su hermano que se encontraba de visita, un incendio comenzó a arrasar con la región de Epuyén. El incendio se desató en un terreno de 30 hectáreas, y Juan Cruz no tardó en confirmar que era una tragedia: crónica de una muerte anunciada. “Todo el mundo sabía que era una bomba de tiempo. Hay normativas para limpiar el área, pero nunca se aplican”, expresa, reflejando la frustración de quienes ven llegar el desastre sin que nadie intervenga para evitarlo.
Las llamas avanzaron con rapidez y sin control, alimentadas por la falta de prevención, la ausencia de recursos y la desidia estatal. “El fuego prendió como si fuera una bomba y arrasó todo”, cuenta, con la angustia a flor de piel. Aunque no perdió su hogar, la sensación de miedo y desesperación fue tal que tuvo que armar un bolso con lo esencial y prepararse para huir. “Es una sensación espantosa”, describe con voz temblorosa.

El incendio no solo destruyó viviendas, sino también ecosistemas enteros. Juan Cruz lo vivió de una manera tan visceral que, como él mismo lo dice, “el cuerpo físico no termina en la punta de los dedos, sigue en las ramas de los árboles, en los hongos, sigue en los pájaros, en el agua”. Esa conexión, esa sensación de ser parte del entorno, se ve rota cuando la naturaleza es arrasada por el fuego. “Empieza a haber esa conexión”, explica, refiriéndose a cómo los autóctonos del sur entienden al ser humano como forma integral de la naturaleza que los rodea.
Por su conexión con la naturaleza, los vecinos sintieron la destrucción de los ecosistemas en sus propios cuerpos.
Para Juan Cruz, la crisis de los incendios es solo una consecuencia de la crisis climática global, algo que viene observando desde hace años. En 2019 comenzó a profundizar sus estudios sobre los efectos del cambio climático, y lo tiene claro: “Es un cambio de era. El planeta está yendo a otro punto de equilibrio al que la biología no está acostumbrada”. En este contexto, la agroecología se presenta como una alternativa más integral, que promueve una relación respetuosa con la tierra y el entorno.
Sin embargo, más allá de la cuestión ambiental, la especulación inmobiliaria juega un rol fundamental en la proliferación de incendios. Juan Cruz señala que muchos de estos incendios parecen no ser accidentales, asegura que son hechos intencionales. “Cuando ves que hay focos simultáneos en lugares alejados, cuando encontrás montículos de ramas listos para arder, queda claro que hay una mano detrás de esto”, asegura, apuntando a los intereses detrás de la transformación de tierras quemadas en terrenos aptos para la construcción. El fuego expone las falencias ocultas, cristalizando la falta de planificación, la crisis habitacional y la desregulación del turismo que atraviesa la región.
Organizando la solidaridad
A pesar de todo esto, lo que mantiene viva la esperanza en la Patagonia es la solidaridad. “Es lo único que queda. Después de la inundación en La Plata, vimos a miles de personas ayudando en todas partes. Acá pasa lo mismo”, dice Juan Cruz, destacando cómo la comunidad se organiza para asistir a los damnificados. La gente se agrupa en redes de ayuda mutua y en sistemas de padrinazgos, donde las familias de diferentes lugares apoyan a largo plazo a aquellos que perdieron todo. “No se trata de donar plata a una cuenta sin saber a dónde va, sino de generar un vínculo real”, explica.
Las familias damnificadas reciben más ayuda de la comunidad, a través de redes de ayuda mutua o padrinazgos, que del propio Estado.
Juan Cruz, además, ha impulsado la iniciativa “Apadrina a una familia”, un proyecto de ayuda mutua que tiene como objetivo poner en contacto directo a las familias afectadas por los incendios con personas y grupos dispuestos a ofrecer apoyo económico y emocional. “No se trata solo de donar, sino de acompañar en el proceso de reconstrucción”, dice, destacando la importancia de la cercanía y la solidaridad genuina.
Apadrinaaunafamilia-carta-1A través de este proyecto, las personas pueden apadrinar a una familia damnificada, hacer donaciones económicas o incluso ofrecerse como voluntarios para ayudar en la reconstrucción. “Cada granito de arena suma”, afirma con convicción.
La resistencia comunitaria sigue siendo el pilar fundamental para enfrentar la devastación. En un contexto de abandono estatal, la comunidad de la Patagonia se mantiene unida y firme. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿hasta cuándo podrán ser ellos el escudo entre el fuego y su tierra?
Para colaborar con esta causa, Juan Cruz ha habilitado su alias personal para recibir donaciones: voto.antes.espere.mp.

Posee formación en Relaciones Internacionales en la Universidad de Belgrano. Trabajó como redactora de análisis político en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Integró el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Belgrano en los observatorios de la Unión Europea y de Derechos Humanos en América Latina. Cuenta con experiencia en ONG's y equipos de Diversidad, Equidad e Inclusión.