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“Mi lugar seguro”, decía la hoja grande extendida sobre el concreto.

Las niñas se sentaron en círculo, con crayones en las manos pequeñas, dibujando casas, banderas, mascotas y familias que, en su memoria, seguían siendo refugio.

Después de noches caminando en silencio, de atravesar selvas donde el miedo se disfraza de árboles, encontraban aquí, en un pedazo de papel, la oportunidad de ser niñas otra vez.

Migrar siendo pequeña en Centroamérica no es solo cambiar de lugar: es arriesgarlo todo para encontrar un rincón donde vivir sin miedo.

Desde las selvas del Darién en Colombia, cruzando los pasos húmedos de Panamá, siguiendo la ruta hacia Costa Rica, atravesando Nicaragua, sobreviviendo a Honduras y llegando a Guatemala, las niñas migrantes recorren caminos donde cada frontera es un obstáculo y cada paso una afirmación de vida. 

Avanzan en rutas invisibles para el mundo, pero grabadas en cada paso.

El viaje comienza en lo profundo del Darién.

Ahí donde el barro, el calor y la amenaza de grupos armados son constantes.

La travesía continúa a través de trochas escondidas, retenes improvisados, ríos crecidos y caminos clandestinos. 

A lo largo de la ruta, las niñas enfrentan riesgos invisibles: explotación, violencia, abandono. 

Aprenden demasiado pronto a reconocer el peligro en una mirada, en un gesto, en un silencio. 

Y aun así, basta un lápiz para recordar que son niñas.

Cuando el camino les da tregua, dibujan.

Casas, banderas que siguen ondeando en sus corazones, mascotas que viajaron con ellas.

Dibujan, juegos de patio, amigas riendo. 

Con cada trazo recuperan algo que la ruta no logró quitarles: su capacidad de imaginar.

¿Cómo se protegen?

La protección nace entre ellas mismas. 

Se turnan para dormir, comparten la comida, se alertan mutuamente ante cualquier peligro.

En los pocos espacios seguros que encuentran —refugios improvisados, albergues temporales— aprenden que la solidaridad también salva.

¿Qué sueñan?

Cuando tienen un lápiz en la mano y un pedazo de papel delante, las niñas dibujan casas, familias abrazadas bajo un mismo techo, banderas de los países que todavía sienten suyos. 

A veces, entre líneas, aparecen también perros, gatos: sus compañeros de viaje, sus vínculos más leales. 

En cada trazo asoma el deseo de estudiar, de jugar, de tener amigas con quienes compartir más que un camino. 

Sueñan con crecer en un lugar donde puedan quedarse, donde los días no se midan en distancias ni las despedidas sean la norma.

En sus dibujos no hay grandes discursos, solo una verdad sencilla y poderosa: quieren ser niñas, aprender, tener futuro.

Las niñas migrantes no viajan solas.

Viajan con sus recuerdos, sus miedos, sus pequeños dibujos de esperanza. 

Y cada vez que extienden un papel sobre el suelo y llenan el mundo de colores, nos recuerdan que su derecho a soñar sigue intacto, aunque las fronteras no lo vean.


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Equipo periodístico |  + notas

Es una profesional guatemalteca con formación en criminología y experiencia en investigación criminal, prevención de la violencia, trata y delitos sexuales contra NNA y mujeres. También se desempeña como consultora independiente en proyectos relacionados con seguridad, migración y protección, desarrollando procesos de monitoreo, evaluación y acompañamiento a planes nacionales y políticas públicas.


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