“Mi lugar seguro”, decía la hoja grande extendida sobre el concreto.
Las niñas se sentaron en círculo, con crayones en las manos pequeñas, dibujando casas, banderas, mascotas y familias que, en su memoria, seguían siendo refugio.
Después de noches caminando en silencio, de atravesar selvas donde el miedo se disfraza de árboles, encontraban aquí, en un pedazo de papel, la oportunidad de ser niñas otra vez.
Migrar siendo pequeña en Centroamérica no es solo cambiar de lugar: es arriesgarlo todo para encontrar un rincón donde vivir sin miedo.
Desde las selvas del Darién en Colombia, cruzando los pasos húmedos de Panamá, siguiendo la ruta hacia Costa Rica, atravesando Nicaragua, sobreviviendo a Honduras y llegando a Guatemala, las niñas migrantes recorren caminos donde cada frontera es un obstáculo y cada paso una afirmación de vida.
Avanzan en rutas invisibles para el mundo, pero grabadas en cada paso.