En una formula lamentablemente muy practica en donde los salvadores del poder se visten de villanos y sus representados, los ciudadanos, buscan nuevos horizontes para subsistir. Así se gesta esta permanencia de quienes cambiando de disfraces se mantienen en el lugar y aquellos que no se sienten reflejados en ellos optan por emigrar como las aves. La violencia ejercida sobre la población misma por acción o por omisión conforma un peldaño más en esta escalera de Delitos de Lesa Humanidad que hace de las hermosas tierras verdaderos infiernos.
Agachados, cuerpo a tierra, son centenares los migrantes que intentan pasar el umbral de la carencia para poder oler, aunque sea por escasos minutos la brisa de una libertad entre comillas. ¿Aún vamos a seguir hablando de ideologías de izquierda y de derecha como si el plasma carmesí de los inocentes llevara un código genético distinto?
Es cierto, compartimos el mismo tablero, pero las piezas no son las mismas, me animaría a decir que las manos que las mueven eligen con meticulosa displicencia donde situarse y de donde alejarse con cada minuto transcurrido. El solo pensar en esas historias originales de violencia acaecidas por estas personas que se vieron obligadas a cursar los mares y los límites terrenales del no saber hacia dónde correr. Que la única certeza en sus mentes era tener en claro hacia donde no volver. Este flagelo debería motivar a los gobiernos a un verdadero cambio de rumbo, a un planteamiento diferente si es que se quieren obtener resultados diferentes.
Los salvadores del poder se visten de villanos y sus representados, los ciudadanos, buscan nuevos horizontes para subsistir.
Ahora bien, ¿se quiere en realidad obtener un resultado diferente o los desplazamientos forzados son una herramienta para la perpetuidad del poder de estos autócratas? Esencialmente son dictadores disfrazados de demócratas modificando leyes de migración para edificar un país con instituciones endebles y sin división de poderes. La mano del buen pastor indicando su camino como único mesías autorizado, buscando un destino más allá del abismo.
¿Puede un gobierno autoproclamado democrático como el de Venezuela lavar su cara ante el mundo con sombras de muerte y desesperación asistiendo a cumbres y foros internacionales? ¿Se puede legitimar la violencia, el secuestro, la dictadura, la persecución a la oposición, el asistencialismo vacío, la corrupción? Hoy los colectivos de la muerte están surcando las calles de Maracaibo, de Caracas, de Mérida, Cumaná, Maturín, Barquisimeto y Valencia. Cada noche para sus residentes puede ser la última de sus vidas, sistemáticamente se ofrecen a la ruleta rusa cada vez que deciden salir de sus hogares para intentar ganar el insuficiente y empobrecedor salario con los que se los premia.
Se puede hablar de Venezuela, pero las calles de Nicaragua, de Cuba, las fronteras de México y los terruños de Oriente Medio no distan mucho de ella. Un manojo desmesurado de revolucionarios del romanticismo devenidos con los años en oligarcas con una careta a medio caer. ¿Es esto lo que nos espera en los años por venir? Es casi irrisorio que todavía se asocie la dialéctica gubernamental con populismos e izquierdas latinoamericanas, el ansia de poder no sabe de direcciones, solo sabe de eufemismos y soliloquios. Las catervas y su eterna mansedumbre no hacen más que ahondar esa extensa brecha social que separa lo racional de lo irracional. Un Estado ausente que levanta conscientemente un muro entre una madre y su hijo, una autentica fábrica de odios.
Ahora, pensar que solo occidente tiene el monopolio de la violencia tras ese discurso ya obsoleto de capitalismo y comunismo es seguir comprando espejos de colores y ataúdes de cartón. Solo basta mirar con detenimiento el mapa global y podemos percatarnos que las guerras más allá de nuestros ojos se convierten en facinerosos escenarios del desdén y de la crueldad elevados a su máximo esplendor. Y así seguimos viviendo, como si nada nos pasara, Armenia, Azerbaiyán, Irán, Yemen, Etiopia, Sahel, República Democrática del Congo; podríamos sentir las balas desde las cuatro latitudes, pero lo único que se escucha es silencio, un silencio ensordecedor que da pavor.
Tengamos en cuenta que el mundo se está volviendo más violento a medida que pasan los calendarios. Desde América Latina hasta Oriente Próximo, de norte a sur y de oeste a este del globo. La inestabilidad y los conflictos están a la orden del día, la masacre israelí en la Franja de Gaza encendió una crisis regional de la cual pocos países están logrando hacer pie. Siria, Líbano, Irán, Afganistán e India y Pakistán detrás de Cachemira son solo algunos de los emergentes. La punta de un iceberg que parece no dar tregua. La caída del régimen de Bashar al-Assad propició tensiones geopolíticas que obligan a la vigilancia constante de la región. A ello se suma la guerra civil en Sudán que desde 2023 ha obligado a más de 9 millones de personas a desplazarse de sus hogares.
Un Estado ausente que levanta conscientemente un muro entre una madre y su hijo, una auténtica fábrica de odios
Página aparte merece el conflicto que desde el 2014 tiene la anexión de la península de Crimea a Rusia como punto de partida, pero con movimientos armados entre Moscú y Kiev que lleva desde el 2022 según ACNUR a la necesidad imperiosa de realizar asistencia humanitaria a 12,7 millones de personas, de ocuparse de forma urgente de 3,6 millones de desplazados internos y de otros 6,8 millones de personas ucranianas solicitantes de pedidos de asilo en distintas partes del mundo.
En total hay 56 conflictos activos en el mundo implicando a 92 países. Los grupos terroristas que oscilan permanentemente entre el servilismo a uno u otro gobierno denota que tan fracturada está la situación a nivel global. Drásticamente la asunción de Donald Trump en Estados Unidos en enero de este año no ha ayudado para acercar las partes y llegar a determinados acuerdos de paz que descompriman los alter egos de determinados sectores involucrados, más bien todo lo contrario.
Hay varios pilares del terror que día a día nos marca un norte distinto de aquellos que ostentan el poder por sobre nuestra autonomía, la hipocresía de varios personajes que se supieron vestir de primeros mandatarios contrasta con el sol que nos espera cada mañana al despertar. La mentira de creernos parte de un andamiaje social ascendente y darnos cuenta con el correr de los años que solo fuimos una pieza más ocupando casilleros ennegrecidos y hediondos que solo mantenía limpias las manos que se movían por fuera del tablero. Y esto excede a aquellos conceptos que colman la mayoría de los anaqueles de la política contemporánea, esto va más allá. Básicamente tiene que ver con la manipulación consciente de una sociedad para aletargar las libertades individuales en detrimento de un sometimiento verticalista hacia los que se encuentran en la cima de la pirámide.
El tiempo suele poner todo en su lugar, aunque convivan el miedo y la alegría y por momentos el exilio parezca ser una salvación y una alternativa; la ceguera del poder cada mañana se enfrenta con la realidad del fantasma de Basora rondando por los pasillos de la historia que se sigue escribiendo acá y más allá. No logramos comprender que nuestra pasividad ante estas situaciones excede todo tipo de ideologías. Se gobierna bajo el concepto de Metonimia, y los medios de comunicación no escapan a ello. Una captura fotográfica muy mínima que no alcanza a mostrar la totalidad de la situación. Una propaganda de que a partir de una parte se representa un todo.
La mentira de creernos parte de un andamiaje social ascendente y darnos cuenta con el correr de los años que solo fuimos una pieza más ocupando casilleros ennegrecidos y hediondos
La tensión subyuga y la opinión pública internacional se cansa de concebir como normal lo que dista mucho de serlo. Debe haber horizontes más amplios a los que aspirar como sociedad. La población, la gente de a pie, son solo peones y piezas de intercambio sin valor biológico ni humanitario, son solo sombras de lo que alguna vez fueron antes de ingresar en esta gran penitenciaria sin reglas en que se ha convertido el mundo que todos conocemos. Están corriendo tiempos funestos en donde las fronteras en nuestras mentes pareciera que corre sus estacas permanentemente hacia afuera y hacia adentro. Una cíclica fábula de tiranos antitiranos y un rulo empobrecedor que parece no detenerse ante nada ni ante nadie.
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Es periodista, escritor, guionista y ex vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores. Nació en Rosario y reside en Mar del Plata desde 1984. Actualmente publica artículos de opinión en el diario Nueva Tribuna y en Público, ambos medios gráficos de Madrid, España. Además, colabora con la sección Cultura del diario La Capital de Mar del Plata.