En Mar del Plata, cada sábado por la noche, un grupo de personas se reúne para algo más que repartir comida caliente. Allí también se comparte abrigo espiritual. La calle no distingue pasaportes, y en ella se cruzan migrantes recientes, argentinos olvidados y un mismo clamor: volver a pertenecer. Conversamos con Matías Chapartegui, referente del grupo Believers Plus, que acompaña con cuerpo y alma a quienes habitan la intemperie.
Corrían los últimos días del año 2023 y se conmemoraba el primer aniversario del grupo para con los más necesitados (se habla de conmemoración y no de festejo, porque según Matías no hay nada que festejar en estas circunstancias) y Cristian Ponce de León, ex chef presidencial con representación de Naciones Unidas sobre Sistemas Alimentarios fue el gran invitado.
Este reconocido chef vino a cocinar a una plaza perdida de los ojos del mundo a personas en situación de calle en la ciudad de Mar del Plata. Migrar no siempre implica cruzar una frontera con valija. A veces, se trata de perder el propio techo, el vínculo con la familia, la oportunidad de trabajo, el derecho a ser llamado por el propio nombre. La situación de calle y la migración se entrelazan en la experiencia del desarraigo: no estar donde uno quiere, no poder ser donde uno es.
En Mar del Plata, todos los sábados por la tarde-noche, un grupo de voluntarios se juntan en una plaza inadvertida a los ojos de la gente con algo más que alimentos. Llevan leche, pan, frazadas, pero también palabras, escucha, oración… Lo hacen desde una fe que no impone, sino que abraza. Lo hacen como creyentes que entienden que el cuerpo y el alma tienen hambre, y que la dignidad no puede esperar.
¿Cómo comenzó este grupo y qué los mueve a seguir saliendo cada sábado, incluso con frío o lluvia?
Nació de manera sencilla: un grupo de amigos que, con guitarra, mate y algo para compartir, comenzó a ir a la plaza con la intención de llevar un mensaje de esperanza y alimentos. Con el tiempo, la convocatoria creció y hoy somos entre 100 y 150 personas que nos acercamos cada sábado.
La motivación es doble: ver la transformación en las vidas y responder al llamado de Dios a servir a quienes más lo necesitan. La fidelidad a esta misión los mantiene firmes sin importar las condiciones.
¿Qué encontraron en la calle que no esperaban encontrar? ¿Qué historias los marcaron?
Lo que encontramos en la calle, y que no imaginábamos al principio fue una gran cantidad de personas con necesidades de todo tipo. Descubrimos a muchas personas mayores que, debido a su edad han quedado fuera del sistema laboral y, en muchos casos, sin familia, sin hogar y sin recursos. También jóvenes atrapados en adicciones, quienes tras probar una sustancia, quedaron enredados en un círculo del que les resulta muy difícil salir.
Además, hemos conocido a personas migrantes que llegaron a Argentina en busca de un futuro mejor, pero que por diversas circunstancias se encuentran en situación de calle, lejos de sus familias y sin medios para subsistir. También nos encontramos con mujeres que en soledad y con escasos recursos, luchan por salir adelante.
En cuanto a las historias que nos han marcado, hay muchas. Desde jóvenes que han perdido a sus familias y se encuentran completamente solos, hasta personas que llevan años luchando contra la adicción, y perdieron contacto con sus seres queridos e intentan reconstruir sus vidas. Hay madres que han perdido la custodia de sus hijos como consecuencia de sus adicciones y luchan día a día por recuperarlos, al mismo tiempo que enfrentan la dura batalla contra el alcohol o las drogas. Y también hemos visto a personas que extrañan profundamente a sus familiares en otros países y que a veces solo necesitan un teléfono para poder escuchar una voz familiar durante unos minutos.
Estas historias nos han transformado y nos impulsan a seguir adelante con más amor y compromiso.
¿Cuántas de las personas que asisten son migrantes? ¿Qué particularidades enfrentan ellos?
Estimamos que aproximadamente entre un 10% y un 15% de las personas que asisten son migrantes, y enfrentan diversas particularidades. En primer lugar, la dimensión emocional es muy significativa, ya que muchos de ellos extrañan a sus familias y deben afrontar el choque cultural que implica adaptarse a un nuevo entorno. Además, la falta de documentación adecuada es un desafío importante, ya que, al no contar con los permisos necesarios se dificulta su inserción en el mercado laboral formal. Esto genera un círculo en el que, como no pueden trabajar en blanco, se ven imposibilitados de obtener los recursos necesarios para regularizar su situación. En conjunto, estas circunstancias los colocan en una situación de vulnerabilidad y exclusión, que dificulta su integración y desarrollo en el nuevo país.
En tu mirada, ¿el desarraigo de quienes vienen de otro país se parece al de quienes nacieron aquí, pero fueron expulsados del sistema?
Desde mi perspectiva, el desarraigo que viven las personas migrantes y el que experimentan aquellos que, habiendo nacido aquí, se encuentran expulsados del sistema comparten ciertas similitudes, pero también presentan diferencias importantes. En ambos casos, existe un profundo sentimiento de no pertenencia y una lucha constante por reconstruir un sentido de hogar y comunidad. Sin embargo, para quienes migraron, el desarraigo suele ser aún más complejo. Además de enfrentarse a la pérdida de su entorno familiar y cultural, deben adaptarse a una nueva sociedad, muchas veces sin contar con una red de apoyo, mientras enfrentan barreras idiomáticas, culturales y legales que dificultan su integración. En contraste, quienes nacieron aquí, pero han sido marginados por el sistema también sufren una desconexión social, aunque su lucha se desarrolla en un entorno culturalmente más familiar. En definitiva, ambos grupos necesitan apoyo y comprensión, pero los migrantes se enfrentan a ese plus de complejidad que implica adaptarse y construir una nueva vida lejos de su tierra natal.
¿Qué lugar ocupa lo espiritual en ese acompañamiento? ¿Cómo reacciona la gente cuando se les ofrece también contención desde la fe?
La dimensión espiritual ocupa un rol sumamente importante en este acompañamiento. Creemos firmemente que sin la ayuda de Dios, muchas cosas no podrían lograrse. Solo Dios conoce en profundidad lo que cada persona está viviendo, y solo a través de la ayuda de Su Espíritu es posible sanar muchas de las heridas del corazón. Cuando ofrecemos contención desde la fe, no solo brindamos apoyo emocional, sino también una esperanza más profunda, que proviene de la convicción de que Dios puede transformar cualquier situación y traer paz y restauración a las vidas de las personas. La reacción de la gente, por lo general, es muy positiva; muchos encuentran en la fe un refugio, una nueva perspectiva y una fuente de fortaleza para seguir adelante.
¿Qué te dice alguien que vive en la calle cuando se le habla de Dios? ¿Con qué se conectan?
Cuando hablamos de Dios con las personas que viven en la calle, muchos de ellos nos cuentan que ya han recibido diversas invitaciones a acercarse a Dios a lo largo de sus vidas. Desde nuestra experiencia, vemos que Dios representa una solución profunda a muchas de las dificultades que enfrentan. En cuanto a lo que más resuena en ellos, se conectan especialmente con el amor incondicional de Dios, ese amor que no se detiene en las apariencias ni en los errores del pasado, sino que valora a cada persona por lo que realmente es. También encuentran un gran consuelo en la idea de la paternidad divina; para muchos, que tal vez han perdido la relación con sus padres o nunca la tuvieron de manera plena, descubrir que Dios los adopta como hijos y les ofrece todas sus bendiciones es algo que realmente toca sus corazones y les da una nueva esperanza.
En una ciudad turística como Mar del Plata, ¿cómo convive el brillo con la exclusión?
Más que una convivencia, lo que se observa en una ciudad turística como esta es una división muy marcada. Por un lado, existe un sector de la sociedad que comprende la situación de las personas en situación de calle, empatiza con sus circunstancias y busca ayudarlas, pero por otro lado, hay quienes prefieren que estas personas no estén visibles en las zonas más céntricas o turísticas de la ciudad, incluso llegan a solicitar que se las remueva de esos espacios. Esto genera una dinámica en la que, en lugar de una verdadera convivencia, se produce una especie de segregación producto del intento de desplazar a estas personas hacia las periferias para mantener una imagen más “limpia” de la ciudad. En definitiva, más que una convivencia, lo que se observa es una tensión que pone de manifiesto la necesidad de trabajar más en la inclusión y en la empatía social.
¿Sentís que los migrantes que llegan a la calle pierden doblemente el arraigo: con su tierra y con la esperanza?
Sí, muchos migrantes que terminan en situación de calle enfrentan una doble pérdida: por un lado, el desarraigo de su tierra natal, y por otro, la pérdida de la esperanza que los impulsó a migrar. Esta situación los coloca en una vulnerabilidad aún mayor, al sentirse desconectados tanto de sus raíces como de las oportunidades que esperaban encontrar.
¿Cómo sostiene el grupo esta tarea semana tras semana? ¿Con qué recursos cuentan o con qué sueñan contar?
Mantenemos esta tarea semanal gracias a dos pilares fundamentales. El primero es la organización: hemos desarrollado una estructura y un orden que nos permite comprometernos y ser responsables, ponemos siempre la causa por encima de nuestras propias dificultades personales. El segundo pilar es el esfuerzo económico voluntario: cada miembro del grupo aporta lo que puede, ya sea cocinar, llevar alimentos, conseguir ropa, gestionar turnos médicos o documentos, e incluso adquiriendo recursos vitales cuando es necesario. Estamos convencidos de que, sin la guía y el sustento de Dios, esta obra sería mucho más difícil, si no imposible. En cuanto a nuestros sueños, nos encantaría contar con recursos adicionales que nos faciliten y potencien la labor, como mayor movilidad para transportar materiales, un espacio de almacenamiento cerca de la plaza, y la posibilidad de ofrecer oportunidades laborales para quienes desean rehabilitarse. Estamos orando y trabajando con metas claras para alcanzar estos objetivos.
Si tuvieras que describir lo que ustedes hacen en una sola palabra, ¿cuál elegirías?
En una sola palabra, quizá me quedaría corto, así que elegiría al menos dos: empatía y esperanza. La empatía es lo que nos impulsa a actuar, a trabajar y a avanzar junto a quienes más lo necesitan. Y la esperanza es el horizonte hacia el cual nos dirigimos, sabiendo que, en última instancia, la verdadera esperanza es Cristo.
Migrar no siempre es cambiar de país. A veces, migrar es perder el hogar sin haber salido de tu ciudad. Es que hay exilios invisibles: el del que llega sin papeles y sin red, y el del que nació aquí, pero fue olvidado por todos los mapas. Extranjeros de otras tierras y nativos expulsados por la desigualdad se encuentran en la calle, no como migrantes legales o ilegales, sino como desarraigados del sistema, del afecto y de toda pertenencia.
Aunque allí, donde el frío es físico y también existencial, hay manos que se extienden. Hay palabras que consuelan. Hay leche caliente, hay pan y también hay oración. Porque en ese rincón donde parece que nadie mira, el alma también busca techo.
Lo que hace el grupo Believers Plus cada sábado en Mar del Plata no es solo repartir ayuda: es construir un territorio simbólico donde la dignidad vuelve a ser posible. Un refugio que no tiene fronteras, ni idioma, ni nacionalidad. Un lugar donde los migrantes —sean del norte, del sur o del conurbano más castigado— pueden volver a llamarse por su nombre.
En tiempos donde las fronteras se levantan, ellos bajan la cabeza para mirar a los ojos. En un mundo que te pide pertenecer para ayudarte, ellos te ayudan para que vuelvas a pertenecer.
Y como dice el salmista, sin estridencias, pero con verdad:
“Dios levanta del polvo al pobre, y al necesitado alza del muladar” (Salmo 113:7).
No porque lo diga un versículo, sino porque, cada sábado alguien lo vuelve carne en la calle.
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Es periodista, escritor, guionista y ex vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores. Nació en Rosario y reside en Mar del Plata desde 1984. Actualmente publica artículos de opinión en el diario Nueva Tribuna y en Público, ambos medios gráficos de Madrid, España. Además, colabora con la sección Cultura del diario La Capital de Mar del Plata.