Desde el surgimiento de la diáspora china contemporánea —cuyos principales e iniciales destinos durante el siglo XIX consistieron en países del sudeste asiático y del sur de África, Estados Unidos, Perú, Cuba, entre otros—, los migrantes chinos han compartido una constante histórica: el arraigo a su tierra de origen ha sido siempre un sentimiento muy profundo. Este sentido de pertenencia y lazo con China se ha transmitido generacionalmente; los descendientes de los migrantes chinos comprendían que tenían sangre china, lo que les permitía pertenecer a la comunidad sin importar dónde habían nacido.
Sin embargo, actualmente la realidad de la comunidad china en Argentina se ha distanciado de la constante histórica. Las nuevas generaciones, en su gran mayoría, han perdido el manejo del idioma, lo que les aleja de la cultura de sus antepasados.
Si bien la primera ola formal migratoria de personas chinas en territorio argentino se originó en la década del sesenta, el flujo más importante surgió en los noventa. Durante esos años, los migrantes chinos, en su mayoría, arribaban para progresar económicamente, por lo que decidían dedicarse a actividades comerciales, como restaurantes de comida china y supermercados. En otras palabras, entre mediados y fines del siglo XX —e incluso inicios del XXI—, desde China se percibía a la Argentina, literalmente en la otra parte del mundo, como un lugar adecuado para desarrollarse.
Quienes ya habían migrado al país sudamericano les recomendaban a sus familiares y amistades migrar también, debido a que, a diferencia de otros países del hemisferio norte, no necesitaban grandes cantidades de dinero para asentarse y podían dedicarse a un rubro comercial rápidamente; es decir, que había amplias oportunidades de trabajo. De esta manera, a medida que aumentaba el “boca en boca”, se incrementaban los números de la migración china, convirtiéndose así en una de las comunidades migrantes más grandes en territorio argentino. Al sustentarse en el “boca en boca”, gran parte de los chinos que arribaron a Argentina provenían de la misma provincia: Fujian.
En la actualidad, los datos del censo de 2022 ubican a China en la posición número once del apartado “Población en viviendas particulares nacida en otro país”, con un total de 18.629 personas nacidas en China que habitan Argentina. Sin embargo, cifras extraoficiales estiman que la comunidad china en Argentina se compone de unos 200.000 individuos, contabilizando a los descendientes ya nacidos en el país. Estos, a diferencia de sus progenitores que migraron desde China a Argentina, diversificaron sus actividades laborales: medicina, economía, informática, etc. Son muchos los que no continuaron el legado supermercadista de sus padres.
Ahora bien, junto a la adaptación de las nuevas generaciones a la sociedad argentina y la diversificación de sus actividades laborales y educativas, se extendió entre muchos inmigrantes chinos la preocupación de que sus hijos pierdan, no solo la continuidad y el contacto con la cultura china, sino también con su lengua materna. Este temor suele ser común entre muchas comunidades migrantes que, al arribar a otro país, se enfrentan a la necesidad de adaptarse a las costumbres y tradiciones de la sociedad que los recibe.
El temor retratado en un documental
“Cada semilla tiene un tiempo para despertar, para germinar, para brotar, para desarrollarse, para dar frutos, para dejar descendencia o no” (Yiyin Liu, 2024).
A lo largo del documental titulado Semillas que caen lejos de sus raíces (2024), dirigido por Tomás Lipgot, son varias las escenas en las que se hace hincapié en el temor que han tenido alguna vez los padres chinos de que sus hijos perdieran el idioma. Este es un documental argentino cuyo objetivo principal consiste en explorar la cotidianidad de los migrantes chinos y taiwaneses en Argentina, destacando las vivencias singulares con las que se enfrentan día tras día.
Gustavo Ng, periodista y fundador de la revista Dang Dai, quien fue parte de la producción del documental y de la escritura del primer guión, comentó a Refugio Latinoamericano que la esencia de Semillas que caen lejos de sus raíces corre por cuenta del trabajo de su director, Lipgot. Por otro lado, destacó que su propia contribución parte de la aproximación que él suele hacer de China, basada en sus orígenes y su historia: su padre fue un inmigrante chino que llegó en 1954 con un contingente de técnicos e ingenieros que arribaron a San Nicolás de los Arroyos (ubicada a 239 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) desde Hong Kong, con el propósito de instalar una planta textil en la ciudad.
Gustavo reflexionó: “Yo abordo China desde distintos lugares. Por un lado profesional, por otro lado personal. En la búsqueda de mis orígenes, para mí se me mezclan los dos abordajes. En esos dos abordajes lo que termino haciendo es: me entretengo en el trabajo de construcción de algo parecido a una identidad. Una identidad es un invento, una cosa que uno va construyendo, que tiene una forma cambiante y dinámica todo el tiempo. No creo en las identidades esenciales, ni por origen, ni por nada. Vamos construyendo identidades todo el tiempo (…) El tema de la construcción de la identidad en sí es muy interesante. Yo le encuentro mucho interés, sobre todo porque está relacionado con China, que además en sí me parece interesantísimo. China me parece un laberinto hecho de puertas, y en cada puerta que entras te encontrás con un universo diferente. Entonces es infinitamente interesante. Si eso tiene que ver conmigo, si lo que yo tengo de alguna manera que me llegó a través de mi papá, o que me llega a través de mi interés, lo que sea, si yo tengo adentro un laberinto hecho de puertas y en cada puerta que entras hay un infinito, bueno, es una formulación bastante interesante para poder hacer un documental o lo que sea…”.
Son varias las historias documentadas, desde la del propio Gustavo Ng, experto en la relación entre Argentina y China, hasta la de Federico Chang, descendiente de padres taiwaneses que sueña con ser futbolista profesional. Entre todas, se destacan las de dos madres: Yiyin Liu y Qian Ma Laura, quienes dejan entrever que, en algún momento, sufrieron el temor de que sus respectivos hijos desconocieran el idioma. Asimismo, ambas tuvieron el deseo de que sus hijos abrazaran la cultura de su país de origen y se interesaran por ella. Gustavo confesó que este temor no era una temática que tenían en mente abordar al momento de grabar el documental, sino que consistió en un sentimiento genuino por parte de Yiyin y Qian Ma, que surgió cuando se prendieron las cámaras.
El filme documenta una conversación entre Yiyin Liu y una de sus hijas, Ailén Florencia Hsu —nacida en Argentina—, quien le expresa a su madre el por qué de su desinterés por la cultura y el idioma chino en su niñez y adolescencia. Ailén reconoce haber desarrollado un rechazo mal dirigido a su madre patria debido al bullying que sufrió en su etapa escolar por su procedencia. Sin embargo, Ailén afirma que en la actualidad, siendo mayor, le gustaría aprender e interiorizarse en mayor medida sobre la cultura e idioma de su madre. Al final de la conversación, Yiyin Liu concluye que, si bien inicialmente quería que Ailén se interesara más, al darse cuenta que su hija no disfrutaba del proceso de aprendizaje de su cultura, decidió esperar a que Ailén creciera y eligiera por ella misma reencontrarse con China.
En definitiva, lo que Yiyin Liu y Qian Ma Laura vivenciaron, al igual que muchas otras madres y padres migrantes, fue el miedo de que sus hijos olvidaran sus raíces al integrarse plenamente en la sociedad argentina y, ergo, cayeran como semillas lejos de estas.
Gustavo Ng considera que este temor se encuentra arraigado en la comunidad china:
“Para los chinos, ser chino es una cuestión religiosa en un sentido. Los ancestros no son gente común. Los ancestros son los héroes y los ancestros son los santos de alguna manera. Entonces, cuando ellos veneran la historia de China, el pasado de China y la cultura china, están venerando otra realidad, una realidad más trascendente, pero a su vez están venerando a sus propios abuelos y a sus propios ancestros. Entonces, ¿esto qué hace? Esto genera un lazo muy fuerte. Entonces hay una angustia en pensar que los chicos van a perder esa condición (…) La pérdida del idioma es muy preocupante”.
El periodista detalló que actualmente resulta una tarea ardua encontrar a hijos argentinos de los migrantes chinos que hablen y escriban en chino correctamente. “Por ahí lo pueden hablar, lo pueden escribir, pero mal. No es que sean analfabetos, pero no pueden”. En esos casos, según el periodista, la identidad china no es total, sino que es una identidad marginal.
Sucede entonces que en numerosas ocasiones los hijos de migrantes chinos son reacios a acercarse a su cultura de origen, tal cual aconteció con Ailén Florencia Hsu en su niñez y adolescencia. Gustavo mencionó no estar seguro de que muchos jóvenes descendientes de migrantes chinos quieran construir y conservar plenamente su identidad china, a menos de que les pueda facilitar alguna conveniencia profesional y económica. Por lo que la construcción de su identidad china es una cuestión y decisión puramente personal.
Soluciones y estrategias para conservar la identidad china
Ante la preocupación por la pérdida del idioma, la comunidad china en Argentina ha tratado de encontrar diversas soluciones. En primer lugar, las familias suelen enviar los fines de semana a sus hijos a las comúnmente denominadas “escuelas de los sábados”, que son centros de enseñanza donde aprenden a hablar el idioma y otras costumbres típicas de la cultura china, como practicar artes marciales o tocar instrumentos musicales chinos, entre otras actividades. Para varios de los niños y adolescentes que asisten a este tipo de escuelas, suele significar un gran sacrificio estudiar los sábados desde la mañana hasta la tarde después de asistir a lo largo de la semana a los centros educativos argentinos. En estos casos se enfrentan la desesperación de los padres con el desinterés de sus hijos, quienes se acercan a la cultura china por pura obediencia, cero placer. Gustavo Ng opinó que estas situaciones son más dramáticas dentro de la comunidad china que en otras colectividades porque el idioma es una llave, un acceso a la pertenencia china, mucho más que la fisionomía.
Precisamente, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, con la comunidad nipona en Argentina, estos institutos educativos no están abiertos a la sociedad en general. Solo asisten menores descendientes de migrantes chinos. La comunidad china no promueve las escuelas para que asistan los argentinos a aprender chino, lo que determina que las escuelas de los sábados no sean en espacios de interculturalidad, sino que prima lo relativo al gigante asiático. De esta forma, resultaron ser una herramienta fructífera para la conservación de la lengua y su reproducción entre los descendientes de los migrantes chinos, fomentando el uso activo del idioma chino incluso en su vida cotidiana.
Por otro lado, la comunidad suele organizar celebraciones de festividades chinas para mantener viva la cultura, la lengua y los valores; especialmente las que refieren al Año Nuevo Chino, la celebración más relevante y reconocida mundialmente del gigante asiático. En territorio argentino, suele festejarse anualmente en varias ciudades, entre las que se destacan la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y La Plata. Sin embargo, para Gustavo Ng la celebración de festivales chinos “no es para dentro de la comunidad, eso es para afuera”, lo que deriva en que funcionen como un costado decorativo de China; “el conocimiento real sobre China, los chinos no lo muestran”. Gustavo afirmó que la manera de “ser chinos” para los migrantes consiste en la realización de reuniones familiares entre chinos. Para la Fiesta del Medio Otoño y para el Año Nuevo Chino se juntan varias familias migrantes a comer. En esas reuniones intentan comunicarse en chino para mantener vivo el idioma.
Por último, otra estrategia que ha encontrado la comunidad para disminuir la pérdida del idioma y del contacto con la cultura por parte de las nuevas generaciones consiste en que muchos supermercadistas envían a sus hijos de temprana edad a vivir a China con sus familiares que continúan residiendo allí. Los niños se quedan en China durante varios años para fortalecer el lazo con el país.
En conclusión, desde la enseñanza en las escuelas los sábados hasta el envío de sus hijos a su madre patria, la comunidad china en Argentina aúna esfuerzos para desarrollar diversas estrategias que le permitan enfrentar el desinterés de las nuevas generaciones y, consecuentemente, preservar su cultura y su lengua.
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Tesista en Relaciones Internacionales. Ha trabajado como investigadora y en el área de comunicación del Observatorio Sino-Argentino. Sus raíces familiares provienen de Galicia (España). Su principal área de interés se centra en el estudio de los procesos sociopolíticos de Asia del Este.