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El director de cine Guillermo del Toro reinterpreta la obra Frankenstein desde su identidad de artista mexicano y migrante, reivindicando la monstruosidad como espejo social y defendiendo el valor del trabajo artesanal, la emoción y la mirada latinoamericana en el cine.

“Soy raro, soy mexicano y soy un inmigrante”. Fueron las palabras con las que Guillermo del Toro develó su estrella en el Paseo de la fama de Hollywood en 2019.

Guillermo del Toro, ganador del premio Oscar por La forma del agua (2017), se hizo notar como un realizador de cine de autor en la industria cinematográfica estadounidense en el año 2007, con su séptima película El Laberinto del Fauno. Previamente había realizado adaptaciones de cómics como Blade II y Hellboy, pero fue esta premiada película original, situada en la España franquista y con elementos de fantasía y ficción histórica, la que lo consagró como un director con su propio estilo y mirada original, caracterizada por aspectos propios de los cuentos de hadas, la niñez, el melodrama, la guerra, y un profundo afecto y empatía hacia las criaturas extrañas y a los monstruos. A medida que los presupuestos de sus películas aumentaron y su fama creció, del Toro continuó destacándose como uno de los más importantes realizadores latinoamericanos que hoy en día triunfan en Estados Unidos.

Raro

Para el director mexicano “es imposible no hacer autorretrato con el arte”. Él encontró en las películas de monstruos una forma de sanar, ya que su narrativa se aproxima al cuento de hadas y a la parábola que absorbió de una crianza marcada por la religión católica de la provincia de Guadalajara, México. Retomando historias que lo impactaron de pequeño, tales como los filmes de terror de Universal, de entre los cuales se encuentra Frankenstein, su última adaptación, del Toro continúa dejando su sello inconfundible en cada obra que toca y reversiona a lo largo de una filmografía tan variada como reconocible.

El cineasta de Guadalajara es también un representante de la batalla contra la Inteligencia Artificial. Él privilegia el trabajo artesanal y humano por encima de los efectos especiales de las máquinas. Del Toro cuenta que para crear sus monstruos, él pinta y esculpe mal pero lo suficiente como para que otras personas logren crear sus visiones. El monstruo de La forma del agua fue diseñado a lo largo de tres años. Las referencias fueron anfibios como sapos y ranas y su equipo tenía la indicación y el reto de no utilizar referencias a Abraham Sapien, el amigo anfibio de Hellboy.

El ángel de la muerte para la película Hellboy. Del Toro cuenta que para crear sus monstruos, él pinta y esculpe mal, pero lo suficiente como para que otras personas logren crear sus visiones. (Foto: Flickr – creative commons)

La monstruosidad en el cine de del Toro nos coloca siempre en un lugar de reflexión. Para el cineasta multipremiado, en Frankenstein le interesaba mostrar lo inexplicable de desear algo por demasiado tiempo, tenerlo al fin y maltratarlo, sea que se trate del éxito, del dinero o de un hijo. Cuando interviene la egolatría y el narcisismo, las relaciones se vuelven una cuestión de propiedad: “Víctor ve [a la criatura] como algo que él hizo y que le pertenece. Él es dueño de la criatura”.

Lo maravilloso de la novela de Mary Shelley para del Toro está también en su capacidad para revitalizarse con el paso del tiempo y adaptarse a las cosas que nos pasan como humanidad: “Las metáforas de la criatura son múltiples, multivalentes, polivalentes, porque justamente es un símbolo, no es algo real. Entonces lo puedes ver políticamente, socialmente, racialmente, a nivel de familia, a nivel de ética científica”.

Mexicano

Hay preguntas para las que del Toro tiene siempre la misma respuesta: “Porque soy mexicano”. La primera vez que se viralizó fue cuando una periodista china le preguntó cómo era posible que tuviera esa habilidad para mirar el lado más oscuro de la naturaleza humana y al mismo tiempo ser una persona muy alegre y amorosa: “Nadie ama la vida más que nosotros porque somos muy conscientes de nuestra muerte”.

En la presentación de la película Frankenstein en la Ciudad de México organizada por Netflix, ante la pregunta sobre por qué la ausencia de efectos especiales y el duro y detallado trabajo artesanal, la misma respuesta seguida de la ovación del público: “Porque soy mexicano”. Para él, la ausencia de recursos digitales y económicos se ve más que compensada por el ingenio, la artesanía, y el arte. “Yo no voy a filmar como un director de arte de primer mundo aunque esté en el primer mundo”, afirmó el director.

Para Del Toro, su película Frankenstein es además una fusión entre el melodrama mexicano y la idea de emoción aumentada del movimiento romántico europeo, del cual provino la novela original, que en un punto, son coincidentes. Esto se alinea con el hecho de que, aparte de tomar características claves del gótico medieval anglosajón, el romanticismo europeo hereda aspectos de la tradición artística de países con lenguas romances como España, Italia y Francia, reflejado en su arte pictórico como el de Goya y Delacroix, y en la literatura de Bécquer y de Staël.

El fauno del Laberinto del fauno. (Foto: Flickr – creative commons)

Otra cuestión que se encarna en la mexicanidad es el tema del padre. “La figura del padre en México es bastante cabronzona. Y potente”, dijo Guillermo del Toro en la presentación del film el pasado 3 de noviembre. Y en efecto, según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística del país hay más de cuatro millones de hogares de padres ausentes. Ha sido leitmotiv en la literatura mexicana, desde Pedro Páramo de Juan Rulfo, pasando casi desapercibido en El laberinto de la soledad de Octavio Paz hasta La cabeza de mi padre de Alma Delia Murillo. “Para mí la biografía de la humanidad es una biografía de familias rotas”, explicó del Toro en una entrevista. “Mi cine habla siempre de la infancia y el horror”.

En el caso de Frankenstein, la decimosexta película realizada por Del Toro, la figura paternal está atravesada por los conceptos de crianza y de legado, de la imposibilidad de controlar a la progenie, y de la repetición de los ciclos de violencia que se transmiten de padres a hijos. Víctor Frankenstein, a quien su padre le inculcó la importancia de cargar con el apellido familiar, se vuelve tan exigente y cruel hacia su creación como su propio padre lo fue. Así se ilustra una situación familiar que, a su vez, refleja otros conceptos típicos del catolicismo mexicano (en contraste con el protestantismo más común en los Estados Unidos) a ser la figura del padre como un Dios, todopoderoso y autoritario, y la de la madre como una Virgen María, sacrificada y devota. Para del Toro, Frankenstein es “otra historia de otro niño que es creado por un niño lastimado para remediar su infancia y reproduce la brutalidad”.

“Para que un árbol dé frutos”, nos dice Del Toro, “pueden crecer todo lo que quieran las ramas, pero las raíces tienen que estar bien plantadas. Las raíces son en México y siempre, siempre, siempre lo diré: hago lo que hago como lo hago porque soy mexicano”.

Inmigrante

Del Toro es uno de los 12,3 millones de personas nacidas en México que viven en Estados Unidos (según datos de la Current Population Survey de 2018). “El inglés es mi segundo lenguaje”, explica Del Toro, “y tardé 20 años en aprender a escribir diálogos de todo tipo”.

Las películas de Guillermo del Toro suelen incluir algún personaje que por diferentes razones no tiene su lugar en la comunidad: Eliza en La forma del agua (2017), Edith en La cumbre escarlata (2015), Hellboy en Hellboy (2004), y el mismo Pinocho en Pinocchio (2022). Ahora, su versión de la criatura en Frankenstein (2025) se suma a las filas de estos personajes marginados, quizá el más marginado hasta ahora. Rechazado por la sociedad, con una idea vaga de su origen y sin un destino particular, la criatura, interpretada por Jacob Elordi, ocupa el segmento de la película que retiene la mayor fidelidad con la obra de Mary Shelley y, a su vez, la mayor sensibilidad, en contraste con un Víctor Frankenstein sin empatía hacia la dignidad humana. Su otredad, resaltada especialmente al ser perseguido por sus diferencias, cobra una dimensión muy particular en un contexto en el cual la comunidad migrante latinoamericana en los Estados Unidos está siendo crecientemente asediada por las fuerzas estatales.

Del Toro afirma que escribió el papel de Frankenstein para Oscar Isaac Hernández, actor nacido en Guatemala de padre cubano y madre guatemalteca, migrado a Estados Unidos a los cinco meses de edad. Según el Migration Policy Institute, la diáspora guatemalteca en Estados Unidos era de más de 2,3 millones de personas nacidas en Guatemala o de ascendencia guatemalteca en 2023.

Oscar Isaac, migrante guatemalteco, interpreta a Víctor Frankenstein. (Foto: Wikimedia commons)

“Un Víctor así, humano, vivo, sensual, un poco locochón… ¿cuándo va a haber un actor anglo que mueva la caderita así? No se puede”, explicó del Toro sobre Isaac. La dupla latinoamericana ocupa un papel central. Isaac cuenta que se reunieron a conversar con un menú cubano y que conversaron sobre sus padres, sus traumas derivados de la religiosidad católica y al término de la reunión Del Toro le dijo que quería que él fuera su Víctor Frankenstein. Era un personaje “más artista que científico”, como Prince, como Mick Jagger. Al guatemalteco le generaba dudas su interpretación. Del Toro lo dirigía como en una telenovela. Le pedía por ejemplo una “María Cristina” y le mostraba el gesto telenovelero mexicano: “No es un accidente que mi Víctor sea interpretado por Oscar Isaac Hernández. Este es un punto de vista latinoamericano para una historia muy europea”.

En 2019, año del discurso con el que del Toro reveló su estrella en Hollywood, también era presidente de Estados Unidos Donald Trump. El cineasta raro, mexicano e inmigrante tomó aquella oportunidad para recordarnos que el miedo se usa para dividir, para marcar diferencias, hacernos desconfiar unos de otros y odiarnos mutuamente.

En el estreno de Frankenstein seguimos recordando aquel discurso de Guillermo del Toro, cuando nos dijo que ante el odio y la división, el antídoto es unirnos y que los inmigrantes de todas las naciones debemos creer en las posibilidades y no en los obstáculos: “No crean en las mentiras que dicen de nosotros. Crean en las historias que llevan dentro y crean que todos nosotros podemos hacer una diferencia y todos nosotros tenemos historias que contar”. Quizás como dice la criatura, los migrantes y todos aquellos marginados de la sociedad, los raros, los múltiples otros, “podemos ser monstruos juntos”.

Imagen de portada: Guillermo del Toro en la Comic Con 2014. (Foto: Wikimedia commons)


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Nació en el entonces Distrito Federal, esa ciudad donde —como escribió Monsiváis— “lo invivible tiene sus compensaciones, la primera de ellas el nuevo estatus de la sobrevivencia”. Creció bajo el cuidado de sus abuelos maternos: con su abuelo descubrió a Juan Rulfo y las canciones de Chava Flores, Los Panchos y Pedro Infante; con su abuela aprendió los secretos de la cocina y las artesanías. Desde 2020 vive en Buenos Aires, Argentina, donde continúa su historia como migrante.

Es egresada de la Universidad del Cine, de las carreras de Realizador y Guionista Cinematográfico. Editora de video en Refugio Latinoamericano.


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