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Wilson Pinto dejó Venezuela tras ser perseguido por participar en protestas. Cruzó siete países en dos meses enfrentando hambre, abusos y peligros. Hoy, en Argentina, reconstruye su vida con trabajo, contención comunitaria y una fe que lo acompañó en todo el camino.

A los 27 años, Wilson Pinto dejó su hogar en Caracas, Venezuela, sin mirar atrás. Alzar su voz en busca de una nueva esperanza le costó tener que dejar la tierra que lo vio nacer. Emprendió camino hacia el sur y atravesó siete países en dos meses, pero su trayecto fue más que geográfico; durmió en la calle, cruzó ríos y aprendió nuevas culturas. Hoy, desde Argentina, reconstruye su vida sin olvidar por qué partió.

Su historia inicia con un grito que necesitaba ser escuchado en el contexto de las últimas elecciones presidenciales. “Nos reunimos muchos jóvenes a protestar pacíficamente después de las elecciones. Empezaron a oprimirnos, a presionarnos y a perseguirnos incluso. Tomaron fotos algunos funcionarios del gobierno que estaban de civil en las protestas y entre esas fotos estaba yo. Cuando vi que varios amigos fueron capturados, entendí que tenía que irme”, recuerda.

Colombia y el temor de empezar el recorrido

El viaje de Wilson a nivel internacional fue una decisión apresurada ante el contexto que atravesaba en su país luego de las elecciones presidenciales de 2024. Reconoce que “desde que salí de Venezuela no tenía dinero, solo estaba con la ropa puesta. Caminé mucho, dormía en terminales o donde podía”.

Durante un mes atravesó Colombia a pie o en transporte informal, y esa se convirtió en su primera prueba. Recorrió los Andes, Bucaramanga, Bogotá, Cali, Pasto. Trabajó en lo que encontraba para pagar pasajes y comida. “Caminé 22 kilómetros bajo lluvia. Había días que solo comía pan y galletas, pero siempre aparecía alguien que me ayudaba. La mano de Dios, como digo yo. Colombia es muy grande, ahí aprendí que cuando uno emigra, el tiempo se mide en pasos y en hambre”, reflexiona.

Wilson actualmente trabaja en el sector agrícola misionero. (Foto: cortesía de Wilson Pinto)

Ecuador y Perú: las primeras pruebas de resistencia

En Ecuador todo fue más breve, tres días bastaron para cruzar el país entero, “porque es más chico y uno se las arregla con poco dinero”, comenta. Pero al llegar a Perú la realidad cambió por completo. “En la frontera de Tumbes me devolvieron los policías. Pedían dinero y como no tenía, me subieron a una patrulla y me regresaron. Eso fue muy duro, era como retroceder en la vida misma”, recuerda Wilson.

Esa experiencia fue uno de los primeros retos que marcaron su camino. Sin embargo, no se desanimó y volvió a intentarlo: “El chófer de un camión me ayudó, me dejó ir atrás, entre lonas. Le ayudaba a descargar y así ganaba algo para comer. En Trujillo dormí en la calle, usé el dinero solo para seguir avanzando. En Lima trabajé un día entero, en Cusco y Arequipa descansé tres días y seguí. Cada ciudad me enseñaba algo distinto: en una aprendía paciencia, en otra resistencia”.

Bolivia y la lucha por sobrevivir en tierras peligrosas

En el límite entre Perú y Bolivia, el cuerpo y la fe de Wilson se volvieron a poner a prueba. Intentando cruzar más rápido, tomó un desvío por un sendero del lago Titicaca y fue ahí donde se vio ante lo que sería la prueba más difícil del camino. “Caí en una zona de arenas movedizas, era un pantano helado. Perdí los zapatos y casi me quedo ahí. El frío era extremo, me hundía, salía, me volvía a hundir, eso me pasó unas cuatro veces y yo estaba muy nervioso. Solo pensaba, Dios tiene un propósito conmigo y miré hacia el fondo a unas personas. Grité hasta que unos bolivianos me escucharon y me sacaron con una soga”, relata conmovido.

Esos hombres que ayudaron a Wilson, fueron como ángeles en su camino, pues lo llevaron a su casa, le dieron ropa, comida y le ayudaron a llegar hasta La Paz: “Estuve enfermo del cuello, no podía hablar. Pero entendí algo: la fe no te quita el miedo, te enseña a caminar con él”.

Brasil y las barreras de un idioma desconocido

Cruzó a Brasil, el país que al inicio del viaje era su destino. Tenía la ilusión de encontrar mejores oportunidades luego de arduas semanas de camino. Sin embargo, se tropezó con otro tipo de frontera, la del idioma.

Entró al país por Corumbá y lo recorrió por varios días gracias a trabajos eventuales que le ayudaban a ganar dinero. De esa manera, llegó hasta São Paulo, la ciudad en donde consideraba que encontraría lo que tanto buscaba: un lugar donde establecerse. “Trabajé quince días en un restaurante. Me tenían que pagar 750 reales y me dieron 160. Básicamente me amedrentaron y no podía defenderme, no entendía el idioma. Sentí impotencia. Me dijeron o aceptás eso o te vas sin nada”, cuenta con tristeza Wilson.

La injusticia y la barrera del idioma acabaron con las ilusiones de Wilson. A pesar de estar agotado por las complicaciones del viaje, tuvo que tomar acciones rápidas y decidió buscar una nueva alternativa en Argentina. “Me fui de Brasil con la decepción encima. Pero también con el pensamiento de que todo tiene un propósito, aunque uno no lo entienda en el momento”, expresa.

Su última foto en Venezuela. (Foto: cortesía de Wilson Pinto)

Paraguay y Argentina, el inicio de una nueva esperanza

Luego de tomar la decisión de abandonar Brasil, Wilson se encontró con un paraguayo que le ofreció ayuda y le consiguió pasajes baratos hasta Ciudad del Este en Paraguay. “Llegué en la mañana, trabajé hasta el mediodía y crucé a Argentina. A veces hay que romper una regla para cumplir un propósito”, señala en relación a la apresurada decisión que tomó.

Posadas fue su primer contacto con el territorio argentino. Tras dos meses de viaje relata que llegó “deprimido, desfallecido física y emocionalmente”. Sin embargo, no se detuvo, subía a los colectivos a predicar palabras de ánimo en busca de ayuda para sobrevivir. “Hablar de fe me ayudaba a no rendirme. Lo que decía a otros, me lo repetía a mí mismo”, comenta Wilson recordando sus primeros días en la Argentina.

Un refugio y el regreso de la oveja perdida

Para Wilson, Posadas es sinónimo de felicidad, pues considera que después de un largo camino recorrido, ha sido el lugar que le dio lo que tanto buscaba. En esa ciudad conoció a León Toro, referente de la organización de apoyo a los migrantes Arepa Viva, quien lo invitó a la iglesia de la Congregación San Pedro. Ahí encontró un techo, trabajo y algo más: contención.

Wilson recuerda que el primer día que asistió a una reunión de la iglesia, la pastora leyó un pasaje de la Biblia sobre: “La oveja perdida, en la que menciona que siendo pastores de ovejas, teniendo 100, si se pierde una deja las 99 para ir tras la oveja que se ha perdido. Cuando la encuentra se alegra, la sube a sus hombros y va a casa, la reúne con sus amigos y les dice aquí está la oveja que se había perdido. Sentí que ese mensaje era para mí. Que Dios me estaba diciendo: te traje de vuelta, ahora empezá de nuevo”.

Wilson no romantiza su historia, pero tampoco la lamenta. “El viaje me enseñó a fortalecer mi fe. Aprendí que la esperanza no está en los papeles, ni en el país, sino en lo que uno decide creer”.

Su historia, como la de miles de migrantes en la región, habla de algo más grande que la distancia, habla de dignidad, de la convicción de que migrar no es rendirse, sino resistir en cada paso por muy duro que sea. Actualmente, Wilson tiene un trabajo estable, una red de contención y un lugar donde puede expresarse: “La fe fue lo único que no perdí. Y creo que mientras tengamos fe y confianza en Dios, el camino que se presente, por más largo que sea siempre nos llevará a casa”.

Imagen de portada: En el cansancio del viaje siempre decidía sonreír. (Foto: cortesía de Wilson Pinto)


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Licenciada en Comunicación Social por Universidad Centroamericana de Nicaragua (UCA). Apasionada por trasmitir, informar y comunicar las diferentes áreas del inmenso mundo comunicacional desde hace 10 años. Me he desempeñado como periodista, reportera, presentadora y correctora de noticias en Nicaragua y Misiones-Argentina. Miembro activo de la organización de apoyo al migrante Arepa Viva y estudiante de Letras en la Universidad Nacional de Misiones.


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