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Zunilda Valencia (55) llegó a la Argentina desde Maracaibo, Venezuela, con 100 dólares. Los únicos que le habían quedado después de vender todas sus pertenencias y pagar el pasaje de avión. “Esos 100 dólares eran todo lo que tenía”, afirma cada vez que se le pregunta sobre su llegada, en 2016. Pero el tiempo le demostraría que eso no era todo. Aterrizó con una idea de la que en ese momento no era consciente y que se concretó poco después: la de rescatar historias de adultos mayores y convertirlas en libros que las preservaran para siempre.

Su editorial, “Detrás de las palabras”, –fundada en Argentina– publicó nueve obras con historias de personas que necesitaban ser escuchadas (y también leídas) por las generaciones más jóvenes. Otras tantas quedaron escritas en versión digital. Al final de cada libro hay un árbol genealógico: otro redimir de orígenes y vivencias. 

La primera historia documentada fue la de María Delia Rivas García, una mujer que por entonces tenía 91 años y que en las tardes se dedicaba a contarle a Zunilda sobre su vida y sobre lo difícil que había sido la desaparición de su hija de 18 años durante la última dictadura militar en Argentina. Tan difícil que, incluso cuando lo contaba, María tenía la sensación de que miembros del ejército podrían escuchar y golpear a su puerta. 

Después llegaron otras historias. Durante sus primeros meses en el país, Zunilda, que llegaba con un doctorado en Educación y una amplia experiencia en Venezuela –la última como directora de una escuela– hizo trabajos de limpieza por hora y de cuidado de adultos mayores. Fue en un geriátrico donde sintió que lo que había hecho con María podía (o debía) replicarse. Entonces surgieron otros ocho libros, otras ideas, y la sistematización de un trabajo que, a pesar de eso, continúa siendo muy humano. 

Lo más importante, tal vez, lo dejó para el final. Este año piensa publicar su propia historia, que se titula “Rompiendo el silencio contra el olvido del mañana”. En diálogo con Refugio Latinoamericano adelanta un poco de esa obra, pero también reflexiona sobre cómo la migración y las historias de los adultos mayores cambiaron su vida y su perspectiva de las cosas.

—¿Recordás el día en que tomaste la decisión de emigrar de Venezuela? ¿Cómo fue, a quién se lo contaste primero?

—Cuando tomé la decisión de emigrar tenía 46 años, fue en el año 2015. Había salido jubilada por el Ministerio del Poder Popular para la Educación. Sentí que había llegado el momento porque las condiciones cada día eran mucho más complicadas para conseguir la comida, tener efectivo, y el transporte público cada vez era más difícil. Y también muchos de mis compañeros de trabajo y familiares habían comenzado a salir del país. Entonces yo sentí que se acercaba mi momento de decidir. Así que un día, mientras estaba esperando retirar el dinero del cajero, lo pensé una y otra vez y dije: “mi momento ha llegado”. Recuerdo que ese día compré una pizza, una Coca Cola, llegué al apartamento y lo conversé con mis hijas. Les conté de mi idea de salir del país, pero que ellas tenían que quedarse por un tiempo en Venezuela. 

Se quedaron con su padre mientras yo me organizaba en Buenos Aires, llegué en 2016. Sola, buscando una oportunidad que me permitiera seguir adelante con mis tres hijas. Al principio fue muy difícil, porque llegué con 100 dólares. 

Yo pensé que podía ejercer mi profesión como docente y por eso mi maleta tenía más papeles que ropa. Pero en ese momento no había tiempo para perder, porque yo tenía que enviar dinero a Venezuela, cubrir mis gastos en Buenos Aires, así que comencé a hacer trabajos de limpieza, me pagaban 40 pesos la hora. 

Un día recibí una llamada de un señor para trabajar cama adentro. “Cama adentro”… jamás había escuchado esa frase. Era para cuidar a una señora que tenía 91 años. Y yo dije que sí, me pareció una excelente oportunidad. Entraba los domingos y salía los sábados. Y ahí conocí a María, una mujer extraordinaria. Sentí que trabajando cama adentro tenía espacio para pensar en mí, las condiciones estaban dadas para eso. A los 91 años vemos la vida con más calma. No hay apuro para hacer nada. Todo se hace con tranquilidad. Ir al ritmo de la señora María, quien comenzó a narrar su historia de vida, me pareció, por un lado, extraordinario, pero, por otro lado, muy doloroso. Yo no podía entender cómo una persona de 91 años podía hablar de su historia de vida con tanta fluidez. Yo, que tenía para ese momento 46 años, ni siquiera podía pensar en mi historia de vida, porque terminaba llorando.

—¿Cómo surgió la idea de empezar a documentar la historia de María y convertirla en un libro?

—Fue escuchando relato tras relato. La niñez, la adolescencia, la relación matrimonial, el trabajo, su servicio como voluntaria, la época de los militares, la guerra de las Malvinas, todo lo que era importante para la señora María, ella lo narraba. Eso me parecía extraordinario. De pronto detenerme a escuchar a alguien que tenía algo tan importante para decir. Y, sobre todo, que ella hablaba desde el aprendizaje, desde el reconocimiento hacia el otro, desde el agradecimiento, y yo nunca me había detenido a pensar en eso, nunca. Porque yo viví toda mi vida, esos 46 años, con éxito en lo laboral, pero en lo personal estaba muy triste. 

La escuché tanto que un día se me ocurrió decirle: “señora María, ¿qué le parece si escribo lo que me cuenta?” Al principio le pareció muy extraño, pero un día me dijo: “¿te animás?”. Y yo comencé.  Por la mañana la entrevistaba, pero cuando ella tomaba su siesta, yo transcribía. La primera vez que María escuchó la lectura de uno de sus relatos, lloró. En ese momento me dije: “aquí hay algo sumamente importante”. Y es eso, el detenernos y escuchar lo que el otro tiene para decir, desde sus necesidades, desde sus intereses. Realmente tiene que ver con el cuidado hacia el otro. 

Yo tenía que ir a Venezuela, tenía todo escrito. No sabía qué iba a hacer con eso, pero sabía que, en algún momento, cuando estuviera organizada mi idea, me iba a comunicar nuevamente con ella y le iba a hacer llegar su libro, porque era su historia. Me fui a Venezuela a buscar a mi hija menor, y al volver trabajé en geriátricos.

El libro con la historia de María Delia se terminó de escribir cuando ella ya no estaba. Fue un regalo de Zunilda a su familia, y el primero del proyecto “Detrás de las palabras”. Foto: gentileza. 

—¿Cómo fue la experiencia en los geriátricos, fue allí donde surgió la idea de fundar “Detrás de las palabras”?

—En el geriátrico observé lo mismo, esa necesidad que tenemos los seres humanos de comunicar nuestras vivencias, de decirle al otro cómo me siento, esa necesidad que tenemos de sentirnos escuchados, de sentirnos cuidados, de sentir que en la vejez seguimos siendo importantes, que aun lo que yo tengo para decir, aunque lo repita una y otra vez, sigue siendo importante para el otro. Volvemos a ser niños en la vejez. Y es que, en la niñez, cuando somos niños, nuestros padres nos repiten una y otra vez lo que tenemos que hacer, el nombre de las cosas, hasta que lo aprendemos. Lo mismo sucede en la vejez. Nos da miedo olvidar lo que hemos vivido y lo repetimos. Y lo repetimos porque como es tan importante para nosotros, queremos que para el otro también sea importante.

Y así se me ocurrió la idea del proyecto Detrás de las Palabras, que consiste en acompañar a las personas para escribir sobre sus historias de vida para la familia. Hasta el momento he escrito nueve libros, pero también he acompañado a muchas personas a escribir sus historias o a transcribir sus relatos que tenían en una hoja, escritas en un cuaderno, y se quedan allí. Son muchas las personas a las que he acompañado. Y también lo he hecho como voluntaria. El año pasado estuve acompañando en el Hogar San Martín a los adultos mayores para darles la oportunidad de participar en un certamen literario. Además de eso, también los he acompañado para hacer su árbol genealógico. Ha sido una experiencia fabulosa. 

La idea de hacer un árbol genealógico surgió este año, cuando Zunilda trabajó como voluntaria en el centro El Campito. Tardó siete meses en rescatar la historia de su familia: consta de 175 integrantes. Foto: gentileza.

—Después de contar la historia de los demás, te decidiste a contar la tuya, que se publica este año. ¿Cómo fue ese proceso de escucharte y qué significa leer tu vida en papel?

—Yo tenía resistencia a escribir mi propia historia. Pero todos estos años, desde el 2016 hasta el 2024, fue un proceso de sanación, de encontrar las palabras para describir mis propios relatos vivenciales, de darle voz a mi historia, de darme el permiso de decir: “mi historia también es importante”. Siempre digo que las historias de los adultos mayores han dignificado mi propia historia. Ver esa historia en un libro que va a ser publicado realmente para mí es una oportunidad maravillosa y eso me lo ha dado la migración, el ser una mujer migrante, porque yo amo a esta mujer que ha migrado y que ha cambiado, que ha transformado su mirada, que puede hablar de su historia de vida, que quiere ayudar a otras personas a que hablen de sus historias, porque yo he descubierto que las historias que dejemos de contar van a ser olvidadas, y por eso este libro es una declaración, yo digo que es una declaración de amor hacia las historias de vida.

Lo maravilloso de todo esto es que cuando narramos nuestras historias encontramos el poder de recordar quiénes somos, abrazamos nuestras raíces. En una oportunidad escuché algo así como que en la adolescencia la memoria tiene más interés en el futuro que en el pasado, pero en la vejez tenemos más interés por lo que hemos vivido. 

A mí me encanta un pensamiento de Gabriel García Márquez, que dice que la vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarlo. Y tenemos que darnos el permiso para hablar de nuestras historias, darnos nosotros la oportunidad de escucharnos y darle la oportunidad a otros de que las escuchen. Tenemos que hablar de nuestras historias, porque si no lo hacemos no vamos a poder disfrutar el presente.

—¿Qué le dirías a la Zunilda del pasado, la que quedó en Venezuela, o a la que salió de Venezuela?

—A las Zunildas que dejé en Venezuela les diría que está bien sentir miedo. Que no importa equivocarse una y otra vez. Que tenemos que darnos el permiso de hacer cosas nuevas, diferentes. Que el momento es ahora, el momento es cada día, cuando nos despertamos. Ese es el mensaje. Solo ella puede cambiar su realidad, nadie más puede hacerlo.

Autora |  + notas

Periodista especializada en migraciones y Lic. en Relaciones Internacionales. Trabaja desde hace más de 20 años en diferentes medios de comunicación. Sus raíces migrantes provienen de España, Italia y Escocia.


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