Jóvenes de ultraderecha realizan “cacerías” contra inmigrantes marroquíes en Torre Pacheco.
Torre Pacheco, Murcia. Esta semana el municipio agrícola de 40 mil habitantes se ha convertido en el escenario de una escalada de violencia racista. Ataques —conocidos en la jerga neonazi como “cacerías”— organizados contra inmigrantes marroquíes han puesto en evidencia no sólo la creciente xenofobia, sino también las fracturas sociales que atraviesan a la sociedad española y mundial.
De los bulos a la violencia: cómo sucedieron los hechos
Los acontecimientos se desencadenaron a partir de la difusión de un video falso, que mostraba la agresión a un ciudadano español de 68 años ocurrida en Almería, no en Torre Pacheco. Sin embargo, este contenido fue manipulado para responsabilizar a inmigrantes marroquíes, cuya imagen y documentos falsos se difundieron luego en redes sociales. Posteriormente, un comunicado, también falso, del Ayuntamiento señalando erróneamente a ciudadanos marroquíes como culpables, terminó de legitimar el relato.
Así, desde el viernes por la noche, grupos encapuchados, armados con machetes y objetos peligrosos, salieron a las calles en lo que denominaron “la cacería del moro”. Como consecuencia de estos hechos, 13 jóvenes fueron detenidos por ataques violentos, entre ellos la agresión a un local de kebab.
La construcción del “otro peligroso”
Desde la sociología, estas prácticas responden a lo que se denomina mecanismo del chivo expiatorio: en contextos de crisis económica, descontento o inseguridad, ciertos sectores necesitan responsabilizar a un “otro” para canalizar el malestar. Ese otro, generalmente racializado o inmigrante, cumple una función social: ser el blanco del miedo colectivo.
La violencia no ocurre en el vacío. Está precedida por un discurso que deshumaniza y estigmatiza. Se pasa de considerar a alguien inmigrante a considerarlo una amenaza, invasor, delincuente o, directamente, enemigo cultural. Esta construcción simbólica es sostenida por medios de comunicación, líderes políticos y algoritmos de redes sociales donde el odio se viraliza con facilidad.
“Yo soy español, tú eres el invasor”: identidad y nacionalismo excluyente
En Torre Pacheco, el 90% de la mano de obra agrícola es inmigrante. Es decir, estas personas son imprescindibles para la economía local, pero al mismo tiempo no son reconocidas como sujetos plenos de derechos.
Este fenómeno responde a lo que el sociólogo Zygmunt Bauman denomina “sociedades de consumo y descarte”: las personas valen mientras sean útiles. Cuando dejan de ser funcionales o comienzan a ser percibidas como competencia, se las margina, persigue o criminaliza.
Las organizaciones de ultraderecha en España han desarrollado un relato identitario donde ser español implica ser blanco, cristiano y nativo. Todo lo que quede fuera de esa definición es visto como una amenaza. El nacionalismo excluyente se construye así en oposición al inmigrante.
Este discurso, que antes era marginal, hoy gana espacio en el debate público. El partido Vox, liderado por Santiago Abascal y apoyado también por Trump, Milei y otros líderes mundiales, ha conseguido normalizar narrativas racistas e islamófobas bajo el disfraz de la defensa de la patria y la seguridad. Junto a grupos neonazis como Hacer Nación o Núcleo Nacional, y medios de comunicación afines, amplifican el mensaje: “el inmigrante es el culpable de todos nuestros males”.
El miedo como recurso político
El Informe Europeo sobre Islamofobia (2023) revela que el 35% del discurso de odio en redes en España se dirige a personas musulmanas. También subraya un dato clave: criminalizar al musulmán “da votos”. La islamofobia y la xenofobia no son sólo expresiones individuales de intolerancia; son instrumentos políticos eficaces para captar voluntades a través del miedo.

¿Qué tipo de sociedad se está construyendo?
En las escuelas, en las calles, en los discursos públicos, se reproduce una narrativa donde el inmigrante es tolerado sólo si se asimila completamente y parece ser tolerada si triunfa en el fútbol como es el caso del joven jugador Lamine Yamal que ha conseguido identificar a toda una generación de españoles. Sin embargo, el relato antirracista que él representa aún convive con una España donde Ibrahim, Fátima o Yamal pueden ser objeto de odio solo por sus nombres o color de piel.
Tanto el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) como la OIM y el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD) han instado a España a:
- Garantizar una narrativa pública no racista, especialmente en contextos electorales.
- Reforzar la educación en derechos humanos en todos los niveles del sistema educativo.
- Perseguir penalmente los delitos de odio sin impunidad.
- Promover una cobertura mediática responsable, evitando vincular sistemáticamente la inmigración con la delincuencia.
“Las autoridades deben actuar con decisión frente a los discursos que normalizan la violencia racial. No hacerlo es contribuir a su reproducción”, advierte el ACNUDH en su último informe temático sobre Europa Occidental (2023).
Un voto que construye exclusión
De cara a las elecciones, el crecimiento de discursos racistas no es casual. Se están utilizando las migraciones como herramienta electoral. El voto antiinmigración, lejos de ser marginal, se ha vuelto una vez más, recurso político. En vez de abordar problemas estructurales como la precariedad laboral, la vivienda o la desigualdad, se ofrece al inmigrante como culpable de todos los males. Y eso, por ahora, sigue dando rédito.
Imagen de portada: Jóvenes hostilizando inmigrantes marroquíes. Foto: X.
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Amante del Jazz, el tenis, el yoga y los idiomas.
La temática migrante condensa algunos pilares que, desde mi punto de vista, son de suma importancia en cuanto seres intrínsecamente sociales: la empatía, el diálogo y el intercambio cultural como formas de construir una mundo más justo, sustentado en el amor y la hospitalidad.