Compartir:

Tras explorar el limbo institucional que viven muchos jóvenes migrantes en España, nos acercamos ahora a una iniciativa que transforma esa exclusión en comunidad y esperanza.

En nuestro artículo anterior, abordamos el abandono institucional que sufren los menores migrantes al alcanzar la mayoría de edad en España. El limbo burocrático da paso a una adultez abrupta e inestable. Pero junto a ese diagnóstico necesario, emergen también iniciativas que resisten, que cuidan y acompañan. Una de ellas es la Fundación Abrazando Ilusiones.

La historia de esta fundación no nace desde la teoría, sino desde el transcurso de la vida, y de una en concreto. Su presidente, Hassan Handi, fue uno de esos jóvenes migrantes que llegó solo a España. Atravesando años en situación de calle y superando otros obstáculos, logró reconstruir su camino. Hoy, canaliza esa experiencia en una organización que acompaña a jóvenes en situación de extrema vulnerabilidad, especialmente inmigrantes extutelados, en su tránsito hacia una vida autónoma y digna.

Desde Refugio Latinoamericano entrevistamos al equipo de Abrazando Ilusiones. La cofundadora y vicepresidenta, Leila Benhaddou, habló en representación del colectivo, advirtiendo que no suele ser fácil abrir este tipo de espacios, dada la situación de extrema vulnerabilidad que enfrentan. 

Una ilusión que reconstruye

—¿Cómo nació la Fundación Abrazando Ilusiones y qué les motivó personalmente a liderar este proyecto?

— La fundación fue impulsada por nuestro presidente, quien en su adolescencia fue uno de esos jóvenes que hoy se conocen como “menores extranjeros no acompañados”. Su historia es un ejemplo vivo de determinación, superación y compromiso. Tras consolidar su vida en España, y con décadas de experiencia trabajando en instituciones públicas, sintió el deber y el deseo de crear una organización que ofreciera a otros jóvenes en situación vulnerable las oportunidades y el acompañamiento que a él tanto le costó encontrar. 

La fundación respondía, por su parte: nuestra vicepresidenta Leila, joven comprometida con el desarrollo humano y la cohesión social, se sumó al proyecto motivada por sus experiencias vitales, sus vínculos con distintas comunidades y su voluntad de contribuir a mitigar la creciente polarización social. Ambos comparten la convicción de que, más allá del asistencialismo, es urgente ofrecer espacios reales para el desarrollo positivo de la juventud, especialmente de aquellos/as que se enfrentan a múltiples barreras estructurales.

Lejos del asistencialismo, la fundación apuesta por procesos de largo plazo que reconocen las capacidades y deseos de cada persona. Foto: Facebook

—¿Qué significado tiene para ustedes la palabra “ilusión” en el contexto de esta fundación?

—La palabra “ilusión” tiene un valor profundamente simbólico para nosotros. No solo representa esperanza o entusiasmo, sino también la fuerza que impulsa a una persona a imaginar un futuro distinto, incluso cuando las circunstancias son adversas. En nuestra fundación, “ilusión” es sinónimo de posibilidad, de reinvención, de creer que otro camino es posible, sobre todo para aquellos/as jóvenes a quienes se les ha negado tantas veces. Apostamos por una ilusión que no es ingenua, sino resiliente y comprometida.

Frente al desarraigo, la Fundación ofrece una “ilusión” que no se reduce al entusiasmo, sino que implica posibilidad, reinvención, dignidad. Como señala su vicepresidenta, Leila: “No es ingenua, es resiliente y comprometida.”

—¿Cuáles son los principales programas o actividades que desarrollan actualmente? 

—Actualmente, desarrollamos tres líneas de acción principales: Programas de acompañamiento socio-pedagógico para jóvenes en situación de alta vulnerabilidad, centrados en competencias personales, lingüísticas, digitales y laborales. Un hub de formación e innovación social, que ofrece talleres y servicios especializados a otras entidades e instituciones públicas, promoviendo enfoques sistémicos y colaborativos. Iniciativas de sensibilización y participación internacional, como ponencias en foros como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU o el Foro Mundial de Inversiones para el Desarrollo Sostenible, así como proyectos en red con entidades afines en Italia y Grecia.

Su trabajo, alejado de visiones asistencialistas, pone el foco en el desarrollo personal, la formación, el acompañamiento emocional y la construcción de una comunidad. Tal como mencionamos en nuestro análisis anterior, el abandono institucional no se da solo por omisión, sino también por la falta de modelos sostenibles de integración. Abrazando Ilusiones responde a este vacío con una propuesta creativa y autofinanciada: un hub de innovación social y formativa, cuyos ingresos se reinvierten íntegramente en la labor social de la entidad.

Juventudes invisibilizadas, acompañamientos imprescindibles

Como nos explicaron durante la entrevista, los retos han sido múltiples: desde la falta de experiencia institucional inicial, hasta las enormes trabas legales que siguen obstaculizando el acceso a derechos fundamentales como la vivienda o el empleo. A pesar de ello, han logrado consolidar alianzas con organizaciones como ACNUR, con universidades de prestigio, instituciones académicas, capacitadores, y entidades en Italia y Grecia, llegando incluso a participar en espacios internacionales, como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

—¿Qué perfil de personas acompañan más frecuentemente?

—Principalmente, trabajamos con jóvenes migrantes y refugiados/as entre 14 y 24 años —la mayoría bajo tutela o extutelados/as—, procedentes sobre todo del Norte de África y África Subsahariana, aunque también del sur de Asia y Oriente Medio. Compartimos con ellos/as no solo una etapa del camino, sino procesos de reconstrucción identitaria, fortalecimiento de capacidades y creación de comunidad. Nos enfocamos especialmente en quienes no encajan en itinerarios convencionales y requieren respuestas flexibles y sensibles.

Jóvenes, migrantes, y en su mayoría extutelados. Muchos de ellos no encajan en itinerarios formativos convencionales. Vienen de trayectorias marcadas por la violencia, el abandono o la exclusión. En este sentido, su intervención no se limita a cubrir necesidades básicas, sino a generar vínculos de confianza, itinerarios personalizados y redes de pertenencia.

—¿Puede hablarnos de una historia o experiencia que represente el espíritu de la Fundación?

—La historia de nuestro presidente es un claro reflejo del espíritu que nos mueve: una migración forzosa, años de indigencia, múltiples barreras, y aún así una vocación profunda por la docencia y la ayuda al prójimo. Hoy, tras décadas de experiencia profesional en la administración pública, sigue siendo un ejemplo para muchos, especialmente para los y las jóvenes que acompañamos.

—¿Cuáles han sido los mayores retos desde el inicio de la Fundación?

—Dos grandes desafíos destacan. El primero fue lanzarnos a este camino sin conocimientos previos sobre lo que implica gestionar una fundación ni tener un plan a largo plazo. Solo sabíamos que queríamos ayudar. Con el tiempo, comprendimos la necesidad de generar recursos de forma autónoma, pero sin depender exclusivamente de donaciones. De manera intuitiva y creativa, y sin conocer términos como “empresa social”, fuimos construyendo un modelo híbrido donde el hub de formación permite generar ingresos que se reinvierten íntegramente en nuestra labor social. El segundo gran reto ha sido el contexto legal y burocrático, especialmente durante los primeros años. La transición a la vida adulta fuera del sistema de protección sigue siendo un momento crítico para muchos/as jóvenes. Aunque algunas reformas legales han mejorado la situación, la excesiva burocracia y la falta de coordinación institucional siguen dificultando nuestra labor. A esto se suma la necesidad de ofrecer un acompañamiento emocional sostenido, sin caer en dinámicas asistencialistas. Todo esto nos exige creatividad, alianzas sólidas y confianza en los procesos a largo plazo.

¿Cómo pueden las personas o entidades colaborar con la Fundación? 

—Existen muchas formas de colaborar:

A nivel individual, como voluntarios/as o mentores/as, especialmente en el área de acompañamiento socio-educativo y laboral. Aportando recursos materiales, como equipos informáticos o material escolar. Apoyando con donaciones económicas, puntuales o periódicas, que nos permiten sostener programas independientes. Difundiendo nuestra labor o invitándonos a eventos donde podamos compartir nuestra experiencia.

Como entidades colaboradoras: desde centros educativos, empresas o instituciones públicas interesadas en co-crear proyectos con nosotros.

Toda colaboración parte de una lógica horizontal, participativa y basada en el respeto mutuo.

Más allá del Estado

La formación, la construcción de comunidad y el refuerzo de vínculos afectivos son clave para enfrentar el abandono institucional y construir autonomía. Foto: Facebook

Tal como planteamos en el artículo previo, el Estado tutela, pero no siempre protege. Acompaña, pero a menudo lo hace desde la distancia burocrática. Iniciativas como Abrazando Ilusiones se insertan justo en ese hueco entre lo que el sistema debería garantizar y lo que efectivamente brinda.

En un país donde la “mayoría de edad” para los jóvenes migrantes sigue marcando el inicio de una nueva forma de vulnerabilidad, fundaciones como esta reconstruyen desde lo pequeño, desde lo humano, desde lo colectivo. Su existencia no solo interpela a las instituciones, también propone una nueva manera de entender la justicia social. Una que nace de la experiencia vivida, pero que no se queda en ella. Una que transforma lo personal en compromiso político y afectivo.

Y sobre todo, una que entiende que, en un contexto de abandono, apostar por la ilusión es ya un acto radical de cuidado.

Si quieres colaborar con la Fundación Abrazando Ilusiones o conocer más sobre su labor, puedes visitar su perfil en redes sociales o escribir directamente a contacto@abrazandoilusiones.org

Imagen de portada: Facebook de Fundación Abrazando Ilusiones.


Contenido relacionado:

De la tutela del Estado al abandono: el incierto futuro de los menores migrantes en España

Educación, migración e innovación social: la lengua y la cultura como abraço

El Museo Fénix de Rotterdam: narrar la migración a través del arte

Equipo periodístico |  + notas

Es licenciada en Relaciones Internacionales y estudiante de Derecho, con experiencia profesional en el sector de la aviación. De nacionalidad española y con raíces familiares en Francia, su interés académico se centra en el estudio de las políticas europeas, el Derecho Internacional y los flujos migratorios en Europa.


Compartir:
Mostrar comentariosCerrar comentarios

Deja un comentario