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Hilda Yolanda Vera (62) dejó Santiago de Chile para buscar a su mamá, que había migrado antes hacia la Argentina. Llegó con su hijo pequeño en 1985.

¿Por qué decidiste venir a la Argentina?

—Me vine buscando a mi mamá. Cuando ella emigró, yo me quedé sola en Chile siendo ya mayor. Como no soporté más la situación, tuve que decirle que viajaba a ver a mi mamá para poder separarme y obtener el permiso para traer a mi hijo, que tenía un año y algunos meses.

Volví a Chile después de muchos años, solo de paseo.

¿Qué hacías en tu lugar de origen y a qué te dedicás hoy?

—En Chile, desde muy chica, ayudaba a mi mamá a vender tortitas y galletas porque la situación económica era muy crítica. En 1973, con el derrocamiento de Allende, vivimos hambre y mucha necesidad. Por eso, me dediqué a hacer de todo un poco para ayudar a mi madre.

Estudié hasta octavo año, pero luego comencé a trabajar en el PEM, que dependía de la Municipalidad. Allí trabajaba en un hogar de ancianos hasta los 18 años, cuando me casé. Mis tareas incluían lavar, limpiar y cuidar a los abuelos, aunque era muy jovencita. Luego trabajé en el plan para jefes de hogar, donde tejíamos, bordábamos y cosíamos para los centros de madres que comandaba la esposa de Pinochet. Las mujeres trabajábamos en actividades manuales, mientras los hombres hacían tareas de construcción y reparación.

Hoy trabajo en el patio de comidas de Galería Chacabuco. Hace casi tres años que gestionamos este negocio, gracias a un proyecto que presentó mi esposo y que fue aceptado.

¿Cuál es el primer recuerdo que tenés en Argentina?

—Mi primer recuerdo es de cuando crucé la frontera. No tenía idea de dónde estaba exactamente mi mamá; solo tenía un número de teléfono y sabía que vivía en Mendoza. Fue toda una aventura.

En la aduana, una joven mendocina me pidió que pasara algunos bolsos con ropa de bebé. Inocentemente, acepté. Nos revisaron los bolsos, pero no hubo problemas. En el camino, me hice amiga de ella y su novio, quienes, al saber que no me estaban esperando, insistieron en no dejarme sola hasta encontrar a mi madre. Después de un día entero de búsqueda, logramos localizarla. 

¿Quién fue tu primer amigo?

—Mi primera amiga fue Violeta Díaz, en Mendoza. Una señora me ofreció un lugar en su casa, y allí conocí a Violeta. Desde entonces, somos amigas y mantenemos el contacto hasta el día de hoy.

¿Qué cosas te ayudaron a transitar el duelo o la tristeza por migrar?

—No sentí un duelo muy marcado porque me adapto rápido. Apenas llegué, mi mamá me consiguió trabajo, y comencé a ocuparme. Sin embargo, extrañaba la comida de mar, algo que en Argentina no se consume tanto como en Chile.

¿Cómo definirías a los argentinos? ¿En algún punto te sentís también argentina?

—Amo Argentina y a los argentinos. Son personas muy acogedoras y generosas, aunque a veces esa bondad puede ser aprovechada por algunos. Argentina me dio todo: una vida, oportunidades y un hogar.

El momento en que más me sentí argentina fue cuando obtuve la ciudadanía, en 1991. Para ello, debí renunciar a mi nacionalidad chilena. Fue un proceso exhaustivo; investigaron mi vida durante meses antes de otorgarme la ciudadanía. Desde entonces, votar y participar activamente en la sociedad me hace sentir profundamente integrada.

¿Pudiste volver a tu lugar de origen en algún momento? ¿Te gustaría volver a vivir allá?

—He vuelto a Chile de visita, pero siempre regreso a Argentina. En 2017 tuve la oportunidad de quedarme allá por trabajo, pero no quise.

Desde que llegué a este país, siempre me trataron muy bien. Argentina es mi hogar y no cambiaría lo que tengo aquí por nada.

¿Cómo vivís actualmente? ¿Tenés hijos, familia?

—Cuando llegamos a San Luis, mi esposo vino en busca de trabajo porque era el auge de la Promoción Industrial. Un tío nos comentó que estaban asignando terrenos en el barrio 1° de Mayo, conocido como el “barrio de los chilenos”. Decidimos intentarlo y obtuvimos un terreno.

Comenzamos viviendo en condiciones muy humildes, con nylon y chapas, sin luz ni agua, pero fuimos felices a pesar de las dificultades. Hoy, después de tantos años, tenemos una vida estable y un negocio propio. Estoy agradecida por todo lo que logramos en este país.

Equipo Periodístico | + notas

Amante del Jazz, el tenis, el yoga y los idiomas.
La temática migrante condensa algunos pilares que, desde mi punto de vista, son de suma importancia en cuanto seres intrínsecamente sociales: la empatía, el diálogo y el intercambio cultural como formas de construir una mundo más justo, sustentado en el amor y la hospitalidad.


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