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El circo, arte nómade y popular, ha sido parte constitutiva del paisaje cultural de las rutas migratorias y también de los entramados comunitarios de América Latina. Desde el transformismo del Circo Timoteo en Chile hasta la autogestión del Trivenchi en Buenos Aires, este lenguaje del cuerpo y la colectividad se consolida como un espacio de resistencia, inclusión y construcción de una identidad cultural compartida.

El circo en América Latina es una tradición que se ha enraizado con la historia de nuestros pueblos, con los movimientos migratorios y con distintas formas de organización comunitaria.

El Circo Timoteo de Chile, es uno de tantos ejemplos de cómo este arte se ha convertido en refugio y resistencia. Desde su fundación, en 1968, por René Valdés y Darío Zúñiga, ha sido un espacio emblemático para la expresión de la diversidad sexual y de género. Nació como una iniciativa circense y fue incorporando gradualmente el transformismo a sus espectáculos, convirtiéndose en un referente cultural para la comunidad LGBTIQ+ de Latinoamérica. Justamente, estar posicionado en los márgenes de la sociedad lo resguardaba y le permitía ser un refugio para las diferencias, dando lugar a la visibilidad y aceptación de prácticas como el transformismo

Durante la dictadura militar en Chile, el Circo Timoteo enfrentó persecuciones y estigmatización, pero, lejos de desaparecer, su popularidad creció, abriendo espacios de resistencia y legitimación de la diversidad, en una sociedad extremadamente conservadora.

Fachada del Circo Timoteo (Foto: Facebook)

En Argentina, el Centro Kultural Trivenchi muestra una de las vías en que el circo se transforma en comunidad. A comienzos de la década de 2000, un grupo de malabaristas callejeros recuperaron un depósito abandonado en la Villa Crespo. Aquello que se había inscripto como un gesto de apropiación vecinal se tornó, poco después, en un centro cultural autogestionado y a cielo abierto. Desalojos, juicios y recurso de amparo mediante, los artistas de las peripecias decidieron organizarse como cooperativa de trabajo y, con ella, sostener el galpón, erigir un horizontalismo en el que todos sus miembros tuvieran voz y gozaran de los mismos derechos, y con ellos, crear un mundo donde reinaran la participación y el consenso.

Este año, el Centro Kultural Trivenchi fue declarado de Interés Cultural por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, lo que representa un reconocimiento de su importancia social y cultural, su vínculo con la comunidad y su trayectoria como espacio autogestionado de arte inclusivo.

Trivenchi es un proyecto dinámico que promueve la integración social a través de los valores del circo, como la tolerancia, el trabajo en equipo, la solidaridad, la igualdad y la responsabilidad. Su enfoque está puesto en las infancias, las adolescencias y las personas adultas, apostando a la reconstrucción de los lazos sociales intergeneracionales, tanto en el ámbito familiar como en la comunidad en general.

Este centro cultural es, a la vez, una escuela a cargo de la formación de oradores, clowns, acróbatas, trapecistas y bailarines; además de un espacio de encuentro y contención social. Se realizan funciones mensuales y cerca de una decena de talleres a la gorra que convocan a cientos de residentes de distintos barrios a la redonda. Allí, el circo no es precisamente un despliegue de efectos, sino un arte que, con escasos recursos, logra integrar, fomentar la creatividad y la improvisación, así como hacer partícipe a un número cada vez mayor de vecinas y vecinos.

Variete en el Centro Kultural Trivenchi (Foto: Facebook)

La experiencia del Trivenchi está ligada al fenómeno migratorio, pero no solo en su definición, sino también en el desarrollo de la relación circense. Del mismo modo en que quienes migran se intentan asentar en un lugar determinado, esperando ser reconocidos, este espacio cultural toma decisiones como abrir sus puertas a quienes difícilmente habrían sido incluidos en los circuitos del arte y la cultura canónicos. Las llamadas a la participación e integración se hacen desde un arte colectivo cuyo desarrollo depende de la generación de lazos de confianza, cooperación y trabajo en equipo.

También en la forma de resistirse a la exclusión institucional y social hay coincidencias. Tanto el colectivo circense como las comunidades migrantes fueron vistos con sospecha y sufrieron la criminalización de su forma de vida, con la consecuente exclusión y negación de derechos por parte del Estado. Pero, en la mayoría de los casos, la respuesta es la organización colectiva, la protección mutua y la solidaridad de sus comunidades.

El circo, con su conformación multicultural y nómade, está íntimamente relacionado con la movilidad humana, por lo que su propia diversidad cultural lo convierte en un arte representativo también de la migración. Cada función es a la vez una fiesta de las diferencias y de la creación. Hasta las propias luchas de Trivenchi por la defensa del galpón dialogan con las personas migrantes. En ambos casos, subyace la misma consigna: el derecho a estar, a expresarse, a buscar la forma de construir identidad y comunidad en un espacio en común.

Variete en la Escuela de Circo Criollo (Foto: Facebook)

Otra experiencia argentina es la del Circo Social del Sur, que acompaña desde hace años a pibes y pibas en condiciones vulnerables de los barrios en donde despliega su actividad. Su formación artística está orientada por la integración y la militancia popular. Por su parte, la Escuela de Circo Criollo, fundada por los hermanos Jorge y Oscar Videla —artistas circenses de tercera generación—, es el punto de encuentro y formación de las nuevas generaciones de artistas. La iniciativa de los hermanos Videla de buscar nuevos talentos fue una respuesta al gran éxodo de familias de artistas circenses en Argentina, iniciada a fines de los años 70. Así, en 1980, crearon la primera escuela argentina para la formación circense que integró a personas que no provenían de familias tradicionales de circo.

Actualmente, la formación circense está oficializada en carreras universitarias como las que ofrecen la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).

Imagen de portada: El circo chileno en Estación Mapocho (Foto: Cristián Ochoa y Matías Poblete)


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Equipo periodístico |  + notas

María Estévez, abogada, artista escénica, gestora cultural. Mi trabajo se entrelaza con la economía social mutuales y las cooperativas, espacios donde he investigado la fuerza de lo colectivo. Desde allí pienso la migración no solo como desplazamiento, sino como oportunidad de tejer redes, sostenernos en comunidad y reinventar los modos de habitar.


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