En Buenos Aires, un programa binacional permite que migrantes paraguayos retomen sus estudios y fortalezcan su identidad lejos de su país. Coordinado por la educadora Gabriela Talavera, Migrantes combina educación, pertenencia y comunidad en aulas donde el guaraní sigue vivo.
Gabriela Talavera, psicóloga y educadora paraguaya, coordina en Buenos Aires el programa Migrantes, destinado a que jóvenes y adultos paraguayos residentes en Argentina puedan culminar sus estudios primario y secundario. Con más de diez años de experiencia en educación, Gabriela se ha convertido en una de las principales voces que sostienen esta iniciativa binacional.
El programa nació para responder a una necesidad concreta: acompañar a paraguayos que llegaron a Buenos Aires sin haber podido terminar los estudios en su país. Este programa educativo se diseñó a partir de una investigación que reveló que una de las principales necesidades de la comunidad paraguaya en Buenos Aires era completar la escolaridad interrumpida. Como explica Gabriela, “es un programa conjunto, de educación de jóvenes y adultos, es decir, personas mayores de 18 años que no culminaron sus estudios en Paraguay y que viven acá”.
Impulsado por la Dirección General de Educación de Personas Jóvenes y Adultas del Paraguay y la Dirección del Adulto y el Adolescente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con el apoyo de la Embajada del Paraguay en la Argentina, el programa articula esfuerzos entre ambos países para garantizar el derecho a la educación.
El programa, con su mayoría de estudiantes mujeres, funciona en barrios donde se concentra la comunidad paraguaya —como la Villa 21, 31 y Villa Soldati— y cuenta con sedes en el Anexo CENS 75 Parroquia Virgen de Caacupé, el Anexo CENS 71 y el Anexo CENS 46 del polo Educativo María Elena Walsh.
Se organiza en dos niveles. En la primaria, se utiliza el plan de estudios paraguayo, que permite a los estudiantes concluir lo que habían comenzado en su país y obtener un título oficial de Paraguay. En la educación secundaria, en cambio, se combinan contenidos del sistema argentino con tres materias del currículo paraguayo: Guaraní, Historia y Geografía, y Arte.
Esta doble modalidad evita que los estudiantes tengan que empezar de cero y reconoce sus saberes previos. Además, ofrece algo más profundo: un reencuentro con su propia historia, potenciando su identidad. La educación, dice Talavera, “se convierte en un espacio que abraza la carga emocional de quien llega, y las diferencias culturales entre el país de origen y el de residencia”. Este programa educativo ofrece un espacio formal para abordar los saberes y experiencias previas de los estudiantes, pero sobre todo, de sus heridas e inseguridades propias de una persona migrante.

La motivación de regresar al aula
Para Gabriela, el programa Migrantes es, ante todo, un lugar de enorme valor humano, donde quienes llegan lo hacen por decisión propia. “Es un privilegio poder trabajar con gente que ya tiene la motivación en sí, o sea, gente que decide estar ahí, que además de cuidar a sus hijos y sostener la economía familiar, encuentran un espacio para estudiar”, explica.
Esa motivación de volver a la escuela, sin embargo, no siempre surge de manera simple. Muchos migrantes paraguayos llegan con la sensación de tener una deuda personal, de tener que terminar algo que no lograron culminar, pero Gabriela insiste en que esa deuda es en realidad social y estatal: “muchas veces la persona viene con la idea de que tiene una cuenta pendiente con ella misma. En realidad, la deuda es del Estado, de la sociedad, con esa niña que fue y que no pudo terminar los estudios en el tiempo en que generalmente se terminan los estudios”.
Para muchos migrantes que se suman al programa, volver al aula en la adultez implica mucho más que sentarse frente a un pizarrón. A veces significa enfrentarse a una historia marcada por la exclusión: pobreza, desigualdad de género, embarazo adolescente o decisiones familiares que postergaron sus trayectorias educativas. Muchos llegan con sentimientos de vergüenza o culpa por no haber terminado “a tiempo”, incluso cuando hoy hacen enormes esfuerzos para garantizar la educación de sus propios hijos. Ser migrante, además, no solo significa enfrentarse a esas heridas, sino también, animarse a la inserción en un sistema educativo extranjero, con trámites y costos de convalidación que, como explica la docente, son “caros y difíciles de gestionar desde la distancia”.
Por eso, la decisión de inscribirse en el programa implica mucho más que volver a una escuela: es un acto de valentía y perseverancia. Elegir la educación dentro del contexto de migración, con todas las dificultades que ello conlleva, supone apostar por uno mismo y por el futuro de la familia. En palabras de Talavera, el aula “es un espacio que la gente elige para darse una nueva oportunidad […] este programa es una oportunidad que estas personas migrantes le vuelven a dar a la institución educativa, después de haber pasado muchas cosas por las cuales fueron excluidas”.

Identidad, lengua y comunidad
Más allá de los contenidos curriculares, el aula se convierte en un espacio de encuentro y reconstrucción identitaria, donde la lengua guaraní ocupa un lugar central. En el nivel primario, la propuesta es bilingüe en castellano y guaraní, lo que permite que los estudiantes mantengan viva su lengua materna mientras avanzan con su formación. “La gran mayoría de las personas que migran acá y que no pudieron continuar su estudio, son personas que tienen lengua materna guaraní […] el bilingüismo implica acceder primero a la educación en mi idioma materno, y desde ahí ir a la segunda lengua, que es el castellano”, explica Gabriela. Aprender en la lengua materna no solo facilita el proceso educativo, sino que también fortalece el sentido de pertenencia, recordando que incluso lejos del país, las palabras pueden mantener viva una historia común.
El guaraní simboliza una forma de resistencia histórica que acompaña a los migrantes más allá de las fronteras. “En Paraguay, el guaraní resistió a la colonia. Tuvimos 35 años de dictadura, en los que el guaraní estaba censurado en instituciones públicas. La lengua resistió y se siguió hablando guaraní. Tenemos una relación muy importante con el idioma y el sistema educativo paraguayo busca preservarlo”, señala Gabriela. Esa resistencia también se traduce en el aula: hablar y aprender en guaraní no es solo un ejercicio pedagógico, sino también un acto de afirmación cultural.
El impacto del programa trasciende lo académico. En cada sede se tejen lazos comunitarios que se potencian en los encuentros: estudiantes que trabajan largas jornadas y cargan con responsabilidades familiares y dificultades económicas encuentran en el aula apoyo de sus pares y contención. “Las personas vienen con una historia que muchas veces es dura, con sus saberes, sus esperanzas y sus dolores”, y las comparten dentro del aula. En ese encuentro cotidiano, el aula se transforma en comunidad, en refugio y en red.
De esta manera, Migrantes no solo garantiza el derecho a la educación, sino que también devuelve la confianza y la pertenencia. El aula se transforma en un espacio de comunidad, cuidado mutuo y de preservación cultural y lingüística, donde aprender es también recuperar y compartir historias, proyectando un futuro en Argentina. La educación se convierte en una herramienta de transformación que devuelve a cada persona “la autoría de su vida, la posibilidad de ejercer su propia agencia y de asumir el protagonismo en su historia”.
Portada: grupo de estudiantes del proyecto Migrantes. (Foto: cortesía del proyecto)
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Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de San Andrés. Nacida en Francia, ha residido en Argentina y Chile. Cuenta con experiencia en gestión de personas refugiadas en el marco de su labor con ACNUR. Actualmente se desempeña como profesora de investigación en diversas instituciones educativas de la Ciudad de Buenos Aires.