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A lo largo de la historia de la humanidad, las migraciones por razones políticas —y la consecuente búsqueda de protección para preservar la propia vida frente a la persecución— han sido una constante. En la historia occidental, las prácticas del destierro y el exilio pueden rastrearse hasta la antigua Grecia. Y en el caso particular de América Latina y el Caribe, la exclusión política —expresada en la marginación, persecución y expulsión de opositores por parte de diversos regímenes— tiene raíces profundas que se remontan al período colonial.

A partir de las guerras de independencia y la posterior conformación de los Estados-nación en el siglo XIX, el exilio adquirió una dimensión central en la vida política latinoamericana. Desde el primer tercio de ese siglo, la marcada inestabilidad política latinoamericana promovió el uso sistemático del destierro como herramienta política de control y exclusión. Esta práctica se mantuvo a lo largo del tiempo, generando tanto tensiones como mecanismos de entendimiento entre los países de la región. Como resultado, se impulsó tempranamente el desarrollo de normativas sobre asilo y extradición, destinadas a resolver los conflictos diplomáticos derivados de su aplicación.

Para hablar de esto y más, desde Refugio Latinoamericano conversamos con la historiadora argentina Beatriz Figallo, una de las máximas autoridades académicas en materia de estudios históricos sobre las relaciones internacionales y también en relación a las migraciones y exilios políticos de América Latina. Licenciada y profesora de Historia por la Universidad Católica Argentina y doctora en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid, Beatriz Figallo ha ejercido como docente e investigadora en un sinnúmero de instituciones académicas. Fue directora del programa de doctorado en Historia de la Universidad del Salvador, fue distinguida como miembro de número de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina y actualmente —tras su reciente jubilación como investigadora del CONICET— es profesora titular de Historia del siglo XX en la carrera de Comunicación Periodística de la Universidad Católica Argentina, con cátedras dictadas tanto en Buenos Aires como en Rosario. 

Su trayectoria investigativa ha profundizado en los vínculos entre la Argentina y el espacio iberoamericano a lo largo del siglo XX, con especial atención a las guerras, los exilios y la circulación de ideas y actores políticos. Entre sus obras más destacadas se encuentran El Protocolo Perón-Franco. Relaciones hispano-argentinas, 1942-1952 (1992), Diplomáticos y marinos argentinos en la crisis española. Los asilos de la guerra civil (2007) y Argentina-España. Entre la pasión y el escepticismo (2014). También ha publicado trabajos en coautoría, como Los de adentro y los de afuera. Exclusiones e integraciones de proyectos de nación en la Argentina y en América Latina (2013), coescrito junto a María Rosa Cozzani, y La Argentina y el Paraguay, de la guerra a la integración (1999), en colaboración con Liliana Brezzo, entre otros títulos.

Con una carrera que abarca varias décadas, Beatriz Figallo es hoy una de las voces más autorizadas para pensar, en perspectiva histórica, las relaciones internacionales y las migraciones políticas a nivel nacional y regional. Como ella ha señalado muchas veces, “los exilios forman parte de la realidad latinoamericana desde hace al menos 150 años, y su historia aún no ha sido especialmente tratada”.

¿Cómo definiría usted, en el contexto argentino del siglo XX, la migración política y qué elementos la distinguen de otros tipos de migración en la región?

Encarar los estudios migratorios y dentro de ellos los desplazamientos humanos producidos por razones políticas específicamente en el espacio del cono sur es de por sí una tarea de gran complejidad. Primero, porque asume una complejidad en cuanto al espacio que es diverso en toda la geografía sudamericana. Y por otro lado, porque si uno intenta hacer un estudio general, las razones han cambiado, y si bien se puede asumir casuísticamente que las migraciones obedecen a conflictos políticos determinados o a razones económicas agudas de determinado momento, pueden ser contradictoriamente distintas e iguales. Y esto se ha repetido a lo largo de un periodo que se extiende por más de 150 años. Por eso se trata de una tarea que tiene que ser asumida con una perspectiva muy exigente, multidisciplinaria de por sí, de colaboración entre especialistas de áreas diversas, como la historia, la demografía, la economía, la sociología, el derecho, la antropología, la geografía humana, y tiene que permitir la incorporación de visiones incluso transdisciplinarias, como la literatura. La verdad que es una tarea compleja, con muchos problemas y con obstáculos. 

Siempre, digamos, en esta cuestión de realizar un estudio general o un estudio casuístico, uno trata de buscar regularidades. Hay grandes áreas que tienen que ser consideradas, y si bien han cambiado los perfiles, las razones o el patrón de conductas de quienes se movilizan a través de límites y también de fronteras no difieren tanto de los que adoptaron quienes se lanzaron en el siglo XIX desde Europa a América y quienes lo hacen hoy en un ámbito regional. Incluso la decisión de emigrar sigue implicando los mismos elementos que han impulsado a los seres humanos desde mucho tiempo atrás: la elección entre irse o quedarse, la información sobre la realidad del lugar elegido, las posibilidades de subsistir, las perspectivas de progreso, el poder socializar, el poder reunificarse políticamente, etc. En definitiva, hay un contexto argentino y latinoamericano que se parece desde el siglo XX, pero que viene también del siglo XIX, porque la realidad de la zona sudatlántica es decir, sur de Brasil, Uruguay y Argentina tiene un patrón similar. O sea, gente que emigró por razones políticas (que pueden mixturarse con otras razones, como las económicas), pero siempre en los marcos de una inconformidad política, un malestar político, una inadecuación a determinados regímenes. En ese momento de prevalencia de la migración de Europa a América, dentro de ella va apareciendo cada vez más. con mayor fuerza, la migración por razones políticas. Y acá desde hace bastante tiempo hay un tema fundamental, que es la definición de lo que es un delincuente político, que es algo que se plantean todos los países de la región.

¿Y en ese sentido, cuáles fueron los factores estructurales y coyunturales que, desde su perspectiva, impulsaron la exclusión política y los procesos de exilio en América Latina?

Yo suelo hacer alusión al peso de las imágenes dentro de la perspectiva histórica. Y en la conformación de los exilios, aún en los del siglo XX, hay ideas fuerza e imágenes que los definen. Y esas ideas son las imágenes de proscripción y de destierro. Acá, en nuestra región, en Sudamérica, y más aún en su zona sur, las luchas emancipadoras bien pronto empujaron fuera de los nacientes Estados a los líderes independentistas. Ahí están los casos de Artigas, O’Higgins, San Martín, etc. Es por eso que hablar de exilio es comenzar por aludir a un fenómeno regional compartido. Uno puede hacer distinciones particulares para simplificar cuando se escribe un artículo o una ponencia, pero de por sí es un fenómeno transnacional. Porque se trata de una historia hecha en las fronteras terrestres y navales de nuestra región, de exilios padecidos y de asilos otorgados a disidentes de unos y otros países con enormes gestos de solidaridad que a veces son de los particulares, de los colegas de ideas políticas. Pero también, a veces, son una muestra de colaboración de los vínculos estatales, porque un estado que asila le quita al Estado que expulsa un elemento político irritativo y contribuye en su tranquilidad. O sea que también se ha considerado como un gesto de amistad política entre los países.

Evidentemente, cuando ha habido un exilio y hay un asilo que se respeta, son signos de tolerancia interna, porque debemos considerar que se trata de una herramienta de control de ciudadanos concedida, de alguna manera, para morigerar la confrontación de la vida en comunidad. En general y esa es la impronta de que se mantuvo fuerte hasta mediados del siglo XX es una conducta política de los Estados y de los militantes, de los adscriptos a distintas ideas políticas, que reintegraba al territorio de lo que es el tronco común de los imperios iberoamericanos, o sea la gran patria sudamericana. Uno se podía refugiar en los lindes cercanos, en los países limítrofes, cuando la voluntad de un retorno próximo era posible, o cuando los medios económicos no habilitaban para un destino más lejano (Europa, América del Norte, etc.). También hay que considerar que el espacio geográfico del Río de la Plata, a diferencia a lo mejor de Chile, los enfrentamientos y las violencias de los movimientos revolucionarios estuvieron muy presentes desde sus conformaciones nacionales. Por eso, sobre todo entre lo que sería la Banda Oriental del Río de la Plata, el Uruguay y la Argentina, ambos estados fueron protección para los perseguidos y vencidos en sublevaciones y revueltas. También hay autores como el caso de Fabio Wasserman, quien realizó un trabajo intitulado “La generación de 1837 y el proceso de construcción de la identidad nacional argentina” (que es un artículo publicado en el Boletín del Instituto Ravignani en el año 1997) que señalan específicamente que los exilios, de alguna manera, se constituyeron en una condición que permitió forjar la identidad en nuestro caso la argentina porque era una manera en el cual eran percibidos por la mirada de los otros en los espacios cercanos. A pesar de que, por ejemplo, los que se exiliaban en Uruguay podían ser vistos como porteños, como cuyanos, como correntinos o como americanos, paulatinamente comenzaron a ser reconocidos como argentinos. ¿Y eso pasa en la región, no es cierto? Tal vez menos en Paraguay, que se cerró mucho con las experiencias de José Gaspar Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López y después Francisco Solano López. Pero aquellas experiencias fuera de los terruños les permitieron a los exiliados ser identificados como extranjeros en la región (como los exilios que se van a producir en lo que sería Bolivia, por ejemplo). Es decir, de alguna manera, los argentinos se consideran a sí mismos como tales compartiendo una misma nacionalidad en el exilio. 

Acá, en nuestra región, en Sudamérica, y más aún en su zona sur, las luchas emancipadoras bien pronto empujaron fuera de los nacientes Estados a los líderes independentistas. Ahí están los casos de Artigas, O’Higgins, San Martín, etc. Es por eso que hablar de exilio es comenzar por aludir a un fenómeno regional compartido.

Obviamente que hubo, por un lado y esto marca una distinción o un patrón el hecho de que sean grandes personalidades las que se exiliaron, pero también hay que reconocer que son, digamos, el pueblo común, los combatientes, los miembros de las milicias o directamente de los grupos revolucionarios los que se exilian en masa y recorren la región para instalarse en otros destinos. Es decir, uno reconoce figuras como Esteban Echeverría, Domingo Faustino Sarmiento, José Mármol, Vicente Fidel López y otros más, que gestaron sus obras en condiciones azarosas, entre revoluciones y sitios, pero el destierro recayó también sobre extensos y anónimos grupos de combatientes. La verdad que eran huestes silenciosas que seguían a jefes y caudillos por doquier y compartían miserablemente sus destinos. ¿Entonces son como dos perfiles, no es cierto? Los grandes exiliados, los grandes nombres, los hombres de mármol, los que pasan a la historia, pero también grupos anónimos. 

¿Cómo se interrelacionan las disputas ideológicas y los conflictos de identidad nacional con la práctica del exilio?

Retomo un poco la cuestión de la delincuencia política. Hay que decir que en ese sentido la Argentina junto con el Uruguay precisamente por esta historia del traspaso de revolucionarios de uno a otro lado costó bastante la distinción entre los rioplatenses comparten algo importante: tanto los juristas como los diplomáticos y los políticos uruguayos y argentinos, a fines del siglo XIX, tenían claro que, en el afán de atraer inmigración europea para poblar la región, había que buscar la manera de extirpar el peligro de la pena de muerte. Es por eso que se encontró, rápidamente, una suerte de protección jurídica en los tratados que se van a firmar en la última parte del siglo XIX, reconociendo el asilo diplomático (que es el que se otorga dentro las de las representaciones extranjeras e incluso dentro de los barcos), y lo que es el asilo territorial, es decir que las personas se pueden asentar en el territorio del país que los acoge, que puede ser por un tiempo breve o por un largo período hasta tanto cambie la situación política, hasta tanto existan amnistías y perdones.

Pero claro, acá el problema es quién determina qué es un delincuente político o un disidente político. En general, hablamos de esa persona que se siente perseguida o de hecho es requerida por las autoridades policiales, militares, represivas, dictatoriales (hay que decir que en democracia es mucho más difícil que exista esta persecución). Hay una vinculación enorme entre los gobiernos dictatoriales en el siglo XIX le llamarían tiranías y la expulsión de los países a través del exilio. 

De ahí otro fenómeno: la conformación de núcleos. Como digo en alguno de mis trabajos, yo intenté, para el caso argentino, caracterizar los exilios de principios del siglo XX que se dan entre los conservadores y los revolucionarios radicales. Ahí vuelve a actuar la figura de Roque Sáenz Peña el cual, en los años 1905-06, pasando por Santiago de Chile, se encontró con una enorme cantidad de exiliados que provenían del radicalismo. Según muchos autores, ése es el momento en el cual el futuro presidente de Argentina comenzó a considerar que el país necesitaba una reconciliación, porque no podía ser que una parte de los ciudadanos argentinos estuviesen viviendo en el destierro. Y luego, a mediados del siglo XX, viene el gran exilio también de antiperonistas y peronistas, para finalmente casi solapándose con estos exilios, sobre todo aquellos que debieron abandonar el país después de 1955, hay sí un exilio que es el que más cercano aunque ya tiene su trascendencia de décadas, que es el exilio que se va a producir entre los grupos de la reacción y los grupos revolucionarios que ya a partir de las décadas del 60, el 70 y el 80, deben abandonar no solamente el país, porque ya la gran patria conosureña no protege con el Operativo Cóndor. Pero eso ya había comenzado con algunas patrullas que ya durante la Revolución Libertadora cruzaron las fronteras sin autorización para buscar algunos migrantes políticos y traerlos para ser juzgados en la Argentina. Sabemos que en la década del 70 no era para ser juzgado, sino que era para darle un destino directamente sangriento en muchos casos de ejecución. Pero, por otro lado, la Argentina así como ha expulsado población, ha amparado numerosos refugiados. Y si vamos a mirar la historia la Argentina recibió numerosos de los expulsos de la Rusia bolchevique producto de la guerra civil pero después también a partir del estalinismo, ¿no es cierto? El país también recibió, por supuesto, trabajadores errantes de la Italia de Benito Mussolini, jóvenes seguidores de Víctor Haya de la Torre del Perú, opositores del presidente Augusto Leguía. así como protagonistas en primera persona como el presidente Arturo Alessandri de Chile y sus seguidores que establecieron comités revolucionarios en Buenos Aires, como también lo hicieron los paraguayos. Siempre se ha dicho que “el pueblo paraguayo ha vivido por turnos en el país”, estableciendo colonias muy importantes y muy arraigadas. La Argentina recibió, por ejemplo, al líder independentista catalán Francesc Macià y a Luis Carlos Prestes de Brasil. En fin, es numerosa la cantidad. Como decimos, una casuística muy rica.

En este movimiento de exclusión política, migración/exilio y asilo en otros países de la región, ¿cuáles serían los casos más resonantes de la historia latinoamericana del siglo XX?

Respecto a los casos más resonantes, probablemente el que ha generado mayor río de tinta fue el famoso caso de Víctor Haya de la Torre, quien estuviera amparado por el asilo diplomático en la Embajada de Colombia, en Lima, entre el año 1949 y el 1954. Pero también, sin duda, hay otros casos importantes: presidentes como Alessandri estuvieron en alguna temporada asilados territorialmente en la Argentina y, sin duda, el de Juan Domingo Perón, con su periplo que comenzó brevemente en Paraguay, siguió en Panamá, luego Venezuela, República Dominicana, es decir, durante el periodo latinoamericano de su exilio. Y, por supuesto, el presidente brasileño João Goulart, que después del golpe en 1964 estuvo exiliado en Uruguay y también recorriendo la zona fronteriza con la Argentina. Es decir, son personalidades muy señaladas, pero no son las únicas.

Volviendo a la dimensión transnacional del exilio, con países como Uruguay o México asumiendo roles de refugio. ¿Qué mecanismos y redes de solidaridad se articularon en el cono sur para recibir y proteger a los exiliados políticos?

 Bueno, respecto a la dimensión transnacional que ya mencioné, cambian mucho las circunstancias: como digo, se puede hacer un parteaguas entre el 1940 y el 1950, cuando ya las fronteras comenzaron a no proteger y eso se hace evidente en la década del setenta. Por ejemplo, Uruguay pasa por distintas etapas: al principio fue una tradicional sede de protección del exilio argentino, como también del paraguayo, brasileño y boliviano. Y con respecto a México, hablamos de que se convierte en otra sede importantísima de recepción de exiliados argentinos. La distancia ayudó, claro… Aunque no totalmente. Hoy sabemos (las investigaciones lo están demostrando) que hubo vigilancia en algunos casos también secuestros fuera de las fronteras. Ambos países, tanto Uruguay como México tienen una tradición jurídica antigua. México lo tiene desde principios del siglo XIX y Uruguay, al ser la sede del 1er. Congreso de Derecho Internacional Privado de 1889, donde por primera vez se mencionaron y se calificaron el refugio político y el asilo político (luego hubo otros congresos en los años 1933 y 1939). Es decir, Uruguay asumió también su condición de un país que jurídicamente respeta el asilo. Claro, el escenario cambió radicalmente en la década del setenta, cuando Uruguay atravesó su propia dictadura militar y el Estado dejó de ser un espacio de amparo para convertirse, por el contrario, en un lugar del que había que huir. Una situación muy distinta a la de años anteriores, y particularmente significativa si se considera, por ejemplo, que durante el peronismo se dio refugio a opositores antiperonistas. Tras el golpe de 1955, a pesar de que los gobiernos de Montevideo no comulgaban ideológicamente con el peronismo, Uruguay brindó asilo a políticos y militantes peronistas. El país mantenía así su tradición jurídica de respeto al asilo político más allá de las afinidades ideológicas.

Argentina recibió numerosos de los expulsos de la Rusia bolchevique producto de la guerra civil pero después también a partir del estalinismo, ¿no es cierto? El país también recibió, por supuesto, trabajadores errantes de la Italia de Benito Mussolini, jóvenes seguidores de Víctor Haya de la Torre del Perú, opositores del presidente Augusto Leguía. así como protagonistas en primera persona como el presidente Arturo Alessandri de Chile y sus seguidores que establecieron comités revolucionarios en Buenos Aires, como también lo hicieron los paraguayos.

¿Podría destacar algún caso emblemático en el que la experiencia del exilio haya generado transformaciones significativas en la identidad política o en la reconfiguración del proyecto de nación argentino?

Sin duda que el caso de Perón es emblemático, ¿no es cierto? Un largo exilio que como anticipé, tuvo un período latinoamericano en donde Perón continuó, de alguna manera, organizando su movimiento político, donde sus seguidores pudieron acceder a él. Sin embargo, más adelante, la situación cambió: Perón necesitaba un entorno más estable, especialmente luego de verse forzado a salir tanto de Venezuela como de República Dominicana. En Caracas, por ejemplo, debió ser prácticamente rescatado y trasladado a República Dominicana a raíz de la revolución que estalló en ese momento. Finalmente eligió radicarse en España, en parte porque tenía allí amistades que le prometían una estancia más apacible. Podría haber sido Italia también, pero sus vínculos más sólidos estaban con ciertos sectores del régimen franquista. No con el franquismo tardío, más vinculado a los tecnócratas y desarrollistas, sino con figuras ligadas al bando nacional que había participado en la Guerra Civil, y al franquismo de las décadas del 40 y del 50. Fueron esas personas quienes facilitaron su instalación.

Cabe aclarar que Perón nunca se reunió oficialmente con Franco, salvo en su despedida. Pero lo cierto es que, durante esos años, la política argentina tuvo, como señalé muchas veces, una especie de “doble comando”: uno en Buenos Aires y otro en Madrid. El propio Perón solía decir que los jóvenes argentinos que viajaban a España por becas o estudios también iban a visitar “al fenómeno que vivía en Puerta de Hierro”. Así que aquella sede del exilio de Perón se constituyó en un núcleo político de enorme importancia.

—Desde una perspectiva historiográfica, ¿Cómo considera que el estudio de estos procesos de migración y exilio contribuyen a una comprensión más amplia de la historia política y social de América Latina?

En los últimos 20 o 25 años, la historiografía ha comenzado a saldar una deuda importante con el estudio de los procesos de exilio y asilo en América Latina. Casualmente, los primeros trabajos se centraron en los exilios de la década del 70, pero los historiadores no tardaron en advertir que esta práctica tenía raíces mucho más profundas en la historia argentina y sudamericana. En mi caso, también lo noté pronto al investigar en los archivos. Aunque los registros diplomáticos solían consignar estos episodios de forma breve, era evidente que el exilio formaba parte de una tradición arraigada. También hay que tener en cuenta que la salida del país, en contextos de persecución, suele ser una instancia apurada, muchas veces improvisada. No siempre había tiempo para cumplir con la reglamentación formal: consignar nombres, elaborar listados, debatir si a tal persona le correspondía o no la protección, o discutir qué Estado tenía la responsabilidad de otorgarla. En muchos casos, la urgencia imponía una lógica diferente. Funcionarios, diplomáticos, marinos e incluso la población civil argentina ofrecieron refugio sin demasiados trámites ni protocolos, priorizando el amparo inmediato por sobre la burocracia.

Finalmente, ¿qué lecciones o reflexiones extrae de estos procesos históricos que puedan ser relevantes para entender los desafíos contemporáneos en materia de derechos políticos, asilo y movilidad humana en la región?

Como en otros momentos de la historia, la principal lección es la necesidad de estar siempre atentos y vigilantes, porque estos acontecimientos pueden repetirse. El exilio y el asilo han sido —y pueden volver a ser— expresiones concretas de tolerancia y de protección de los derechos humanos en contextos de profundo conflicto. Por eso, es importante reconocer la continuidad histórica de estas prácticas: saber que existen, que han sido ejercidas, y que siguen siendo una herramienta vigente frente a la persecución y la violencia.

Director general |  + notas

Consultor en comunicación estratégica. De raíces criollas y mestizas, sus antepasados se remontan a la historia del Alto Perú y también a la llegada de migrantes españoles en el siglo XIX. Apasionado por la historia y cultura latinoamericana.


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