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Desde espacios como Refugio Latinoamericano se exhorta a acoger a quienes se llama “migrantes” y que, con anterioridad a ello, son personas humanas y lo son siempre. Es decir, se apela a su estado de migración, se les encierra de ese modo, se les delimita con el fin de sancionar cualquier tipo de menoscabo de los derechos humanos que, como personas, les asisten en totalidad, sin restricción alguna. En este punto, lo elemental: todos los derechos humanos deben ser respetados y reconocidos para todas y cada una de las personas migrantes.

Al andar este camino de acogida que así se fundamenta, buscamos proponer alguna consideración sobre el tiempo de la Navidad. En el marco de acogimiento que nos ubica, pues, creemos que es imposible separar Navidad de “migración”, de peregrinaje, y de las actitudes humanas ante esa condición humana fundamental del estar siempre en camino o, dicho de otro modo, ser humano, ser persona humana es “estar-siendo” hacia.

De esa manera, podemos visualizar de otro modo la anterior afirmación de partida. Como la condición del ser humano siempre es la de homo viator, es decir, en camino hacia y, a causa de que el ser humano es siempre portador de todos los derechos humanos, reconocidos o no reconocidos en códigos jurídicos o en tratados o declaraciones internacionales, justo por ser caminante hacia un norte de humanización siempre más alto. Por ello, todo migrante “es” todos los derechos humanos; a todo migrante le asisten todos los derechos humanos.

En cuanto al tema alusivo de este festivo tiempo del año, lo primero que nos sale al encuentro es, naturalmente, la necesidad de ubicar el punto o eje central que menta la Navidad. Hay todo un amplio espectro de actitudes ante la Navidad, como quizá fácilmente se podría observar. Lo que decimos es que no para todas y todos Navidad significa lo mismo.

Prescindimos de entrar en una enumeración de las variadas perspectivas que sustentan otras tantas diversas formas de vivir el día o el tiempo navideño. Tampoco es nuestro cometido analizarlas. Por ello, tratemos de ir al núcleo de aquello que alude esa sensible y universalmente amplia memoria celebrativa.

La respuesta no puede ser otra que Navidad se identifica en su raíz con la rememoración del nacimiento de Jesús de Nazaret. El ser de la Navidad no es otro que esa puesta en el corazón, ese re-cordar, ese volver a poner algo en el corazón, y ese algo que repone en el corazón la Navidad es el nacimiento de esa persona llamada Jesús. Pero, como se ha observado, recordar también incluye la connotación de despertar, salir del sueño, de volver a la realidad, y se menciona la antigua poesía cuando dice:

Recuerde al alma dormida,
Avive el seso y despierte .

Jorge Manrique

​La rememoración y celebración navideña, puesta en su corazón como recuerdo y despertar de los sueños fantasiosos de exterioridades, consumismos y distracciones evasivas, es decir, “avivando el seso”, “despertando” de tales dormiciones y fugas del corazón por un real proceso de re-cordar, encuentra su sentido prístino en un concreto nacimiento acaecido en un contexto concreto. Del mismo se da cuenta, no siempre en forma de documentación histórica, pero sí en referencia a un hecho histórico real, a saber: la existencia de un hombre histórico en un tiempo y lugar real que signó lo que se denomina el “ser cristiano” y que generó consecuencias también históricas reales, con todas sus modalidades de expresión a lo largo del tiempo, muchas veces contradictorias.

Ese hombre concreto y que fue mencionado en escritos históricos diversos, aunque no muy numerosos en su lapso inmediato de existencia, sea su misma persona, sea por el movimiento que produjo, que suscitó y que era designado como de los “cristianos” o “los del Camino”, reiteramos, no es otro que Jesús de Nazaret.

En consecuencia, Navidad es tal en tanto celebra, en tanto “aviva el seso y despierta”, en tanto pone en el corazón o recuerda el nacimiento de alguien llamado Jesús de Nazaret. Es decir, no se celebra o festeja un lindo ciclo que se une al final de un año calendario para recibir otro, ni siquiera celebra un mito, sino el nacimiento y “la historia de un hombre que nació en Palestina a comienzos de nuestra era bajo el reinado de César Augusto, actuó públicamente bajo el reinado de su sucesor, Tiberio, y fue ajusticiado por el procurador imperial Poncio Pilato”.

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Ahora bien, como observa el gran intérprete de ese Jesús que fue San Pablo (Filipenses, cap. 5,  Navidad): Dios se abaja, es decir, siendo Dios, migra, a ser persona humana. Como tal, migran las condiciones de quienes participan de la misma humanidad de ese personal Dios-Diosa migrado hombre. El texto de Pablo dice en Filipenses, 2, 6-11:

“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, Dios le enalteció sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Madre)  

(Filipenses 2:6-11)

La migración toca la Navidad de lleno: son los sabios orientales quienes, desde la observación astronómica y desde la perspicacia sobre la situación política ante ese nacimiento, ante la Navidad, obvian informar al genocida Herodes. En el contexto familiar, la figura de José, padre del niño nacido, intuye bajo esa misma inspiración, que deben migrar a otra tierra para resguardarlo. Los santos inocentes anticipan y representan a los actuales inocentes asesinados en Palestina por los Herodes de turno en esa misma tierra. El 28 de diciembre les recuerda como “niñas santas recién nacidas y niños santos recién nacidos hasta dos años”. Rememora a todas las infancias del mundo sometidas a ser desaparecidas, apropiadas por regímenes dictatoriales, sometidas a la trata, encerradas/enjauladas o asesinadas, mientras sus padres migrantes son expulsados por el racismo. Es la rememoración de todos los niños del mundo que desfallecen de hambre o de sed u otras necesidades básicas insatisfechas en las marginalidades de un sistema de muerte que todo lo fagocita para acumulación financiera y de todo tipo de poderes antihumanos. Finalmente, son los símbolos también de la inocente “casa común” o Pachamama, igualmente asesinada sin miramientos por ese implacable sistema-mundo extractivista.

Navidad no es celebración sino de una profunda revolución o migración hacia una alternativa del amor y de todas las reivindicaciones de los Derechos Humanos, de los Derechos de la Naturaleza y de los Derechos de las Culturas que se vulneran. Esas vulneraciones preanuncian un progresivo camino hacia la catástrofe planetaria. Es la celebración de una esperanza amorosa de profunda transformación antropológica, humana para ser más, no para distraerse más en evasiones y fugas frente a una fatalidad que se vende como si fuera incambiable.

Navidad es la migración hacia las formas de vivir que practicó y proclamó como “Buena Noticia o Evangelio” esa pequeñez humana asumida por Dios-Diosa como Jesús de Nazareth. Las vivió al generar un movimiento de laicos peregrinantes, migrantes, que le llamaban los “del Camino” (Hechos, 9:2), porque él mismo dijo “yo soy el Camino”. Ese Camino revolucionó la idea de Dios como Amor y, con ello, el trato a la mujer y a las niñeces, revolucionó las relaciones materiales para que no haya pobres, revolucionó migrando toda violencia de tratos entre las personas a cuidado de los demás y solicitud amorosa por la vida y la plenitud de los demás.

Navidad es esa migración. Por eso quienes migran o han migrado en el mundo nos están llamando a proteger, a proteger-nos, y a vivir una migración de la Navidad a las formas interhumanas y de trato a la Madre Tierra de todo afecto filial, fraterno y solidario.

De ese modo, que nuestros anhelos navideños para con los y las demás, nos hagan migrar hacia una más plena humanidad.


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Equipo periodístico |  + notas

Carlos María Pagano Fernández es docente (jubilado) de Filosofía en niveles superior no universitario y universitario. Es doctor en Filosofía por Universidad Técnica de Aquisgrán (RWTH Aachen, Alemania)​, con una tesis centrada en el pensamiento de Rodolfo Kusch. A lo largo de su carrera, ha estado comprometido con diversas luchas, particularmente en defensa del Derecho Humano al Agua y de causas ambientales. Sus raíces familiares se encuentran en España e Italia, y reside en Salta (Argentina).


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