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“Emigrar es la esencia del darwinismo: la búsqueda de la supervivencia, aún por encima de tus arraigos” (Alba Codutti)

Estoy bien…

“Estoy bien, sólo que no estoy donde quiero estar”. Esta frase, que resume de manera rápida el contradictorio y paradójico mundo de muchos migrantes, la escuché en días pasados de labios de una compatriota venezolana.

A unos, más que a otros, nos cuesta asumir la verdad que encierra esa oración. Asumir que, aunque ahora estamos mejor (de lo que estaríamos de haber permanecido más tiempo en nuestros lugares de origen), no estamos donde queremos estar.

“Sé que están bien, pero también sé que no están en su tierra, con sus afectos…” Palabras más, palabras menos, un conocido argentino, de esos que se cruzan con cierta frecuencia al caminar todos los días por las mismas calles, intentaba darme ánimos con esa y otras frases. Celebraba en medio de la conversación informal, la llegada de muchos venezolanos a Argentina, al mismo tiempo que aseguraba comprender la tristeza que muchas veces nos invadía. 

—Los argentinos tenemos que aprender de los venezolanos a ser amables— me dijo, antes de seguir su camino.

—Creo que ustedes tienen que empezar a reconocerse a sí mismos como personas amables —le contesto. —La mayoría, en líneas generales, han sido muy amables con la mayoría de nosotros (los inmigrantes).

—Pero siempre hay un pelotudo—, insiste, como para no perder la partida.

—Pelotudos hay en todas partes—, respondo.  Ahora sí quedó convencido.

 Competimos, pero, ¿por qué?

Si algo he descubierto en mis recorridos por parte del continente, es que a los latinoamericanos nos gusta competir entre nosotros. Quiero decir, discutimos frecuentemente por cosas como si las arepas son venezolanas o colombianas, si el mejor café del mundo es de Costa Rica o si la comida mexicana es superior a la peruana. (Mejor no hablemos de fútbol)

Lamentablemente, las más de las veces este tipo de debates derivan en comparaciones negativas. Entonces, pasamos a discutir por determinar cuál de nuestros países tiene las calles, avenidas y autopistas en peor estado, o qué gobierno es más incompetente y/o corrupto.

Yo mismo he participado activamente en estas diatribas tan absurdas, como estériles. Cuando estando en Ciudad de México o Buenos Aires me advierten que debo tener cuidado al caminar por ciertas zonas, casi siempre respondo con la misma frase: yo vengo de la ciudad más peligrosa del mundo. Y lo digo como si aquello fuese motivo de orgullo y celebración.

Estoy bien. ¿No es eso suficiente?

Estoy bien. Estamos bien. Pero no estamos en donde nos gustaría estar. Con nuestros amigos de toda la vida, muchos de los cuales emigraron primero que nosotros. Con nuestras familias, en nuestros barrios. En casa. Pero estamos. Y si lo pensamos bien, eso ya es ganancia. 

+ notas

Estudió cine y posee una amplia trayectoria en periodismo, marketing digital, actuación y dramaturgia. Nacido en Venezuela, vivió en países como México y Costa Rica. Actualmente reside en Argentina, en lo que constituye su tercera experiencia migratoria.


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