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Brune A. Comas, artista disidente y migrante, comparte su historia de superación y lucha por la identidad. “Migrar me enseñó que el derecho más básico es poder ser en paz”. Descubrí su historia y reflexiones sobre la migración, la identidad y los derechos humanos en esta nota.

El temblor de migrar 

Migrar no se resume en trasladarse de un país a otro, es más que eso. Es atravesar un temblor que sacude a la vida entera y es darle voz a un deseo o necesidad que pide a gritos un cambio u otra forma de existir.

La migración adopta dos papeles: el de una herida que se abre ante la llegada de un nuevo país que hay que llamar hogar, y el de una esperanza que promete sanar ese dolor. En esta nota, el artista oriundo de Paraguay, Brune A. Comas, reconstruye su historia: desde crecer en un entorno evangelico fuertemente marcado por el control y la disciplina religiosa, hasta convertirse en un referente de la disidencia sexual y la creación artística entre Asunción y Buenos Aires.

Trayectoria artística y militante 

Comas es un artista disidente, investigador de la performance, y coordina una plataforma colectiva dedicada al acompañamiento creativo,la gestión de proyectos y el desarrollo de obras performáticas  llamada Vena Rota. Desde el año 2016 desarrolla trabajos individuales, colaborativos entre Argentina y Paraguay. Recibió varios reconocimientos, como el Seed Award 2021 (Fondos Príncipe Claus). Participa en espacios artísticos y de activación política en Buenos Aires, como el programa Con Final Feliz, de trabajadoras sexuales (temporada 2025), el Bloque de Trabajadorxs Migrantes. A la vez, en Paraguay colabora con Conamuri, organización de mujeres campesinas e indígenas, y con otros artistas. Además, dirigió las obras performáticas “A través” (2021), y “La Noche en Común” (2025) en codirección con Alegría González, ambas estrenadas en Asunción. También destacan sus performances individuales “Rabia” (2018-2024), “Chipera Sangrante” (2023), y su escritura sobre la experiencia migrante en espacios de poesía y reflexión en Buenos Aires. 

Infancia religiosa y autorrepresión 

El artista nació en Asunción, Paraguay, y hace 13 años migró a Buenos Aires. Creció en un ambiente evangelico marcado por estrictas reglas de fe, que él describe como “bastante opresivo respecto a la sexualidad”. Brune afirma que además de cambiar de país, cambió también la configuración de su vida social y pudo tener un espacio para conocerse. “Fue todo un tránsito ir removiendo las capas de autorrepresión que aprendí en ese entorno donde estaba muy patente el mandato de ser un varón de Dios”.

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El arte como primera fuga 

Su amor por el arte nació en las clases de teatro de la escuela donde hizo la mayor parte de su escolaridad. Así, Brune encontró una guarida y otras maneras de crecer como artista. “Conforme crecí, iba acaparando esos espacios, escribiendo obras y tramando con mis compañeras y compañeros pequeñas obras para evadir las clases y poder hacer lo que nos gustaba. También me relacionaba con la música y con organizar eventos culturales o editar videos, creo que mucho del germen y el ánimo que me mueve hoy tomó fuerzas e inspiración durante mi adolescencia”.

Vivir la propia esencia  en silencio

En su hogar natal, vivir libremente su sexualidad era imposible para Brune, ya que el entorno religioso había logrado reprimir sus deseos. Sin embargo, siempre encontraba maneras de vincularse con otros hombres de manera erótica “Es así que, a pesar de estar con una coraza, siempre encontraba espacios para fugarme y dejar correr mis fantasías e imaginaciones. Esas imágenes secretas de antes hoy son la conquista de mi piel y mi tacto hacia lo que pensaba imposible”, expresó el performer.

La decisión de emigrar y el amor como motor 

A sus 20 años, Brune emigró a Argentina y muchos factores motivaron esa decisión que cambiaría drásticamente su vida. “Mi necesidad de salir del entorno religioso fue una motivación, estar en un espacio donde nadie iba a poder controlarme y dejarme ser”. Por otro lado, Comas tuvo la oportunidad de estudiar en la Universidad Nacional de las Artes, en Buenos Aires, con la ilusión de poder vivir de la creación de proyectos artísticos.

“En aquel momento, estudiar cine en Paraguay para una persona de clase media baja era un imposible, no existían universidades ni espacios que tuvieran una calidad medianamente comparable con la de Argentina. Fue así que postulé durante el único gobierno pseudo-progresista de Paraguay a una beca para venir a estudiar cine a Argentina, y gracias a méritos académicos y a algún que otro premio literario, pude migrar con un pequeño colchón de dinero para arrancar”, relató el artista.

Mientras organizaba  su viaje a Argentina, conoció a quien sería su primer novio y primer amor gay. Partió a Buenos Aires con la ilusión de que él también pudiera ir y compartir una vida juntos. Su novio emigró un año después y convivieron un tiempo, aunque el vínculo llegó a su fin.“De todos modos fue la fuerza que necesitaba, la ilusión que movió mis pasiones”,  afirmó Comas .

Primeros roces con la libertad en un nuevo hogar 

La Plata, 2012. Un kiosco cualquiera. En la caja, una chica trans atiende a Brune. Para cualquiera podría haber sido una escena más, una compra rápida antes del colectivo. Pero para el artista, ese gesto cotidiano reveló algo profundo: la posibilidad de ser sin pedir permiso.

“Nunca había visto eso en Asunción. Fue una escena mínima, pero me abrió la cabeza”, recuerda. No lo dice con dramatismo, sino con la precisión de quien identifica un punto de quiebre: entender que una vida libre podía ser real y estar al alcance de la mano.

Más tarde, ya caminando sin rumbo, se sienta en una plaza. Entonces ocurre algo igual de simple pero igual de decisivo: un hombre se acerca, le habla con soltura, como si querer conocerse fuera un gesto común, casi doméstico. Nadie mira, nadie juzga. Él tampoco parece medir sus palabras.

“Me sorprendió la soltura. Entendí que este lugar habilitaba cosas que en Paraguay eran imposibles, afirma.

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Aprender a migrar 

Esa primera tarde, como una revelación, vio el choque entre dos mundos. Una circunstancia breve, un encuentro fugaz, fueron suficientes para apreciar un descubrimiento: “Aquí se podía ser”. Migrar no se resumió en el cambio de una dirección postal. Fue un proceso de aprendizaje y transformación en el que Brune afirma haber adquirido un nuevo léxico emocional. La burocracia, los trámites, las filas eternas en la oficina de Migraciones. La fría soledad en los primeros días. Pero a su vez, la ternura de una ciudad universitaria que, incluso con sus grietas, ofrecía un camino aún más prometedor que el que dejaba atrás.

“Acá sentí por primera vez que tenía derechos que no eran teoría”, dice Brune. Menciona la importancia del DNI, de la oportunidad de alquilar sin esconder quién era, del acceso a salud pública, de poder presentarse en público como él mismo. Habla también de las leyes LGBTIQ+ argentinas que, aunque lejos están de alcanzar la hegemonía, construyen un piso común de dignidad. En Asunción, explica, vivir la identidad era sinónimo de estudiar cada movimiento. En Argentina, en cambio, el Estado tomaba el rol no de amenaza sino de herramienta. “Esa diferencia es enorme. Migrar me mostró que la identidad no tiene que ser una lucha permanente.”

Comunidad, acompañamiento y política de lo cotidiano  

Con el tiempo, Brune encontró en los espacios comunitarios un modo de acompañar a otros que atravesaban las mismas experiencias que él. Se acercó a organizaciones migrantes, colaboró en talleres, asesoró en trámites, fue un compañero clave en procesos de transición y de regularización.

No usa la palabra heroico para hablar de militancia, sino que la describe como un ejercicio cotidiano, una forma de cuidar al otro. “Lo que intento es que nadie pase solo lo que yo pasé. Que no sientan que migrar es arrancarse, sino transformarse.

El derecho a ser en paz

Para Brune, la migración y los derechos no son conceptos abstractos: son experiencias que se tocan con la mano. Están en el kiosco de 2012, en la plaza donde alguien le coqueteó sin miedo, en cada documento tramitado, en cada conversación compartida con quienes llegan en busca de un nuevo hogar.

“Me fui para encontrarme”, afirma. Durante ese camino descubrió algo que parece sencillo pero no siempre lo es: que los países también pueden ser refugio, que las leyes sí tienen un peso e importan, que cualquier civil puede ser político, que un cuerpo encuentra descanso y paz cuando no hay ojos que lo vigilan y sí brazos dispuestos a extenderse como forma de respeto e igualdad ante cualquier expresión de la identidad.

Hoy, más de una década después, cuando piensa en su proceso como migrante, lo resume en una frase: “Migrar me enseñó que el derecho más básico es poder ser en paz.”

Imagen de portada: gentileza de Brune A. Comas.


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Autora |  + notas

Es comunicadora social, argentina y entrerriana. Desde que tiene uso de razón, escribe. Encuentra en la escritura un refugio, un estilo de vida y una vía de autoconocimiento. Para ella, el periodismo es una manera de tender puentes entre los sectores invisibilizados y la mirada popular.


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