Enero es el mes del aniversario de la Revolución cubana. Por ello, desde Refugio Latinoamericano nos propusimos reflexionar acerca de sus sentidos en el siglo XXI, más allá de las efemérides celebratorias y, sobre todo, cómo se experimentan esos discursos desde la perspectiva de quienes, por distintas razones, optaron por marcharse de la Isla. Para ello, nos contactamos con Alberto Consuegra Sanfiel, quien, además de ser historiador, es también un migrante cubano. Vive en la Argentina desde hace catorce años.
Licenciado en Historia y Magíster en Historia Contemporánea por la Universidad de La Habana (2011) y Doctor en Historia de la Universidad de Buenos Aires (2019), Consuegra es especialista en historia de América Latina y el Caribe. Nacido en el centro de la Isla, en Mataguá, un pequeño poblado de la provincia de Villa Clara (del municipio de Manicaragua, que se encuentra a pocos kilómetros de Santa Clara), se trasladó a los 17 años a la capital cubana para realizar sus estudios universitarios. Llegó a ser profesor de la Universidad de La Habana y emigró a la Argentina cuando tenía 27 años. “Yo viví en Cuba 27 años y ya llevo viviendo en Buenos Aires 14, así que dentro de muy poco se va a equiparar esa cantidad de años que viví en un lado y en el otro”, recuerda.
Consuegra no es alguien que se haya marchado de Cuba, estrictamente, por razones políticas. Su decisión de vivir en la Argentina se vinculó con la necesidad de encontrar un lugar para desarrollar aún más su carrera académica. Su interés por ampliar los enfoques disciplinarios de su carrera lo llevó a considerar la posibilidad de continuar sus estudios en el exterior desde muy joven. “Me fui de Cuba por varias razones. La primera, porque yo quería estudiar fuera de Cuba, conocer otros enfoques disciplinarios. Entonces decidí salir a estudiar una maestría en Ciencias Sociales en la Universidad Nacional de La Plata. Por otro lado, yo sentía que la Universidad de La Habana, donde hay leyes no escritas, tenía un tope y ahí no iba a crecer mucho: no iba a tener posibilidades de estar en equipos de investigación, investigar lo que yo quería y demás. Eso también me ayudó un poco a salir y a pensar en opciones”.
Su primera opción no fue venir a la Argentina. Consuegra nos cuenta que, en primer lugar, había considerado emigrar a España, donde tenía familia y amigos, pero no estaban dadas las condiciones para recalar allí. Descartada esa posibilidad, la opción de Argentina apareció en el horizonte en virtud de la calidad de sus estudios superiores (“Argentina sigue siendo todavía un referente en los estudios de las Ciencias Sociales. Hay, metodológicamente hablando, perspectivas muy sólidas”, cuenta) y también en los lazos históricos que la unen con la Isla: “también influyó esa historia que nos une entre Cuba y la Argentina, que seguía siendo como ese lugar amigable. Yo siempre digo que Argentina es un lugar amigable para cualquier inmigrante. De hecho, ahora lo puedo constatar, dado que estoy en México, donde las leyes migratorias y miradas respecto al migrante que están atravesadas por la cuestión del clasismo y el racismo, dos cosas que, si bien en la Argentina existen, no atraviesan tanto la dinámica histórica del país (me refiero a la historia de la Argentina, no tanto de su nuevo gobierno que, evidentemente, tiene una mirada diferente por completo a la cuestión de los inmigrantes)”.
Pero los lazos que unen a Cuba con la Argentina no se agotan en la figura del Che, ni en la influencia de la Revolución Cubana en la radicalización de las juventudes políticas durante los años 60 y 70, ni tampoco en la amistad entre Diego Maradona y Fidel Castro, forjada cuando el astro argentino se recluyó en la Isla para tratar sus problemas de salud. Los contenidos televisivos de la Argentina son bastante conocidos y apreciados en Cuba. Tanto es así que, alguna vez, el propio actor y humorista argentino Guillermo Francella comentó que durante el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (realizado en La Habana en 2003), había recibido un tratamiento propio de un dignatario de Estado por parte de los cubanos, acaso algo relacionado con el hecho de que, entre sus televidentes, se encontraba el propio Fidel Castro, quien al recibirlo le confesó que era un leal seguidor de su ciclo Poné a Francella, un recordado programa humorístico que se retransmitía en la Isla. Consuegra nos comenta que esa, como tantas, era una de las formas de estar en contacto con la Argentina: “lo que nos había llegado culturalmente también era… No sé, las películas de Olmedo y Porcel y aquella serie animada de ‘Mi familia es un dibujo’ con Germán Krausz y Marcela Kloosterboer”.
Los significados de la Revolución en el siglo XXI
La Revolución Cubana todavía abre muchas y nuevas interrogantes, tanto a nivel histórico como cultural. Ya sin la figura omnipresente y ordenadora de Fidel Castro, la nueva dirigencia que conduce los destinos de la Isla carece de ese halo legitimador de los viejos “barbudos”. “Hoy por hoy, la Revolución está solamente en los discursos de la dirección. La nueva dirección de la Revolución es una dirección que, para la gran mayoría de los cubanos, está muy lejos. No los sentimos como pares. Es como que nos parece —y por ahí voy con una metáfora bastante común— que están usurpando un lugar que les queda grande”, señala Consuegra.
A nivel simbólico, interrogarse si la Revolución sigue representando un espacio de resistencia en el siglo XXI, o un ideal generacional del pasado, constituye una pregunta de carácter fundamental para pensar los sentidos del presente. “Yo te diría que, desde el punto de vista metodológico, desde el punto de vista histórico o como pregunta científica, es un serio problema. Y creo que lo ha sido, sobre todo, desde finales de los 80. Es ontológico que los procesos “revolucionarios”, “progresistas”, “de izquierda” (o como se les quiera llamar a esos procesos que se han separado de la historia liberal de América Latina y del mundo) despiertan muchas sensibilidades. Y en el caso de la Revolución cubana, más todavía, porque desde la caída del muro de Berlín hasta la actualidad, ha pasado por millones y millones de momentos que evidentemente ya no eran como antes, o ya no es como antes, donde la gente no conocía esos estadíos por los cuales ha pasado la Revolución. Hoy cualquiera, con un teléfono celular se convierte en periodista. Con el acceso a internet ha salido a la luz casi todo. Yo pienso hoy la Revolución cubana como un proceso que fue, puesto que estamos hablando de un proceso que a lo sumo llegó a la década de los 90 y que, justamente, ese último esfuerzo que hizo la sociedad y la dirigencia histórica de la Revolución para mantener las conquistas por las cuales se había luchado y se había derramado tanta sangre en la década del 50, y que finalmente llega en 1959 a tener su triunfo y su construcción en los 60, 70, 80, llegó hasta ahí. Sigue siendo, por supuesto, —a nivel discursivo y a nivel continental— un símbolo de resistencia, pero más bien, un símbolo de resistencia de lo que fue. Es un ideal del pasado, pero como la historia siempre vuelve —”primero como tragedia y luego como farsa”—, ahora que se están desempolvando algunos conceptos ideológicos que están presentes en los discursos de las nuevas derechas (como el Comunismo, el Socialismo, etc.), la Revolución cubana sigue sirviendo para alimentar esos discursos. Evidentemente, la Revolución cubana no es aquella revolución de los 60, de los 70, no solamente por sus propios cambios, sino porque el mundo y el contexto han cambiado. Desde luego, la Revolución ha quedado también un poco anquilosada respecto a aquellas disputas en las que surgió y en las que se desarrolló, ¿no? Por eso insisto con esto: la Revolución es una revolución del pasado”.
Nuevo siglo, nuevas preguntas
La materialidad de la Historia siempre está compuesta por los presentes. Interrogar los presentes del pasado en sus propios términos constituye eso que se llama historicidad. Claro, siempre es el presente el que contiene el pasado —como sostenía Gramsci— y la propia pregunta histórica sobre un acontecimiento tan caro a la historia latinoamericana como la Revolución cubana nos remite, inevitablemente, a esa dimensión hic et nunc donde la brecha ideal-realidad se ensancha notoriamente. “Sobre la Revolución cubana se está evaluando todo”, nos dice Consuegra. “Por ejemplo, las conquistas sociales, el igualitarismo, la justicia social, la no existencia de clases sociales. Incluso la buena salud y la buena educación, los grandes baluartes de la Revolución, hoy son una gran mentira. El Estado ha comenzado a retraerse y dejó de hacer cosas que históricamente hacía. La Defensa Civil, por ejemplo. Cuba tiene una tradición histórica en enfrentar los ciclones y los huracanes, y nunca —salvo algunas ocasiones que han sido muy particulares— hubo muertos y desastres grandísimos. Bueno, eso también empezó a cambiar. Desde luego, las condiciones materiales han influido notablemente para ello”.
Ese pasado ideal que cristalizó una narrativa revolucionaria de Estado perdió operatividad en los imaginarios políticos del presente. Un presente en el que la sensibilidad revolucionaria, como señala el historiador italiano Enzo Traverso, transita más bien por los canales de la melancolía, por la batalla perdida, por la nostalgia de aquellos tiempos de utopías colectivas. Las narrativas al uso durante la etapa setentista derivadas de la “Teoría del Foco”, el modelo revolucionario cubano de exportación presentado por Régis Debray (según la cual las condiciones revolucionarias podían acelerarse a partir de un voluntarismo mayúsculo e independiente de la materialidad), ocluyeron, injustamente, muchos aspectos del proceso que llevó a los “barbudos” a tomar el poder en enero de 1959. “En la cronología de los hechos revolucionarios, muchos hechos, procesos y microprocesos han quedado fuera del análisis. Yo creo que cuando se comienza a dar a partir de 1967/68 esa sovietización del proceso revolucionario cubano, se empezó discursivamente a imponer un relato histórico oficial donde muchas cosas quedaron fuera”, señala Consuegra. Y agrega: “Y no me refiero solamente a lo que pasó después de 1959, sino que aspectos de lo que se conoce como el Período Republicano (1902-1959)”, ahí también “la historia oficial va a tener un fuerte impacto porque van a quedar afuera muchos procesos”. Con la imposición de una determinada política cultural, el Partido Comunista de Cuba va a establecer, por ejemplo, que lo único que se podía estudiar en ese momento era la historia del movimiento obrero y la lucha revolucionaria, y la relación Cuba-Estados Unidos (desde luego, toda la explotación económica que sufría Cuba producto de las empresas norteamericanas era real) para enaltecer el discurso revolucionario y un poco para calzar de gran manera la gesta revolucionaria que se inició con el asalto al cuartel Moncada, la fundación del Movimiento 26 de julio, y después con todo lo que vino, hasta llegar al primero de enero de 1959. Todo ello va a omitir una serie de procesos importantes que no son reconocidos y que se van a empezar a estudiar después de los 90, cuando tiene lugar ese boom historiográfico donde se empieza a construir una historia de la Revolución cubana un poco más completa, un poco más real, menos apegada al discurso oficialista”.
El poeta Juan Gelman recordaba durante aquéllas entrevistas que le realizara el periodista Roberto Mero entre 1987 y 1988 (editadas bajo el título de “Contraderrota: Montoneros y la Revolución perdida”) que su generación estuvo marcada por “una mala lectura de la Revolución cubana”, fundada en el error de suponer que “todo lo de Cuba había sido un foco” que había dejado afuera de la narrativa a todas las luchas en las ciudades que precedieron al desembarco del Granma en 1956. Algo parecido señalaron también los militantes históricos Jorge Rulli (referente fundamental de la Resistencia Peronista) y Luis Mattini (del PRT-ERP): cuando estuvieron en Cuba durante los años sesenta, descubrieron que la versión oficial de la Revolución cubana distaba mucho del recuerdo de la gente común, que incluso les señalaban la importancia de personajes que fueron tan importantes como Fidel Castro y que ellos no conocían. Nombres que, por alguna razón, quedaron relegados de la narrativa histórica revolucionaria. “En ese discurso enaltecedor de Fidel Castro —señala Consuegra—, que se sitúa en el centro de la historia que se comienza a construir, y sobre todo en la política que se impuso, el resto de las figuras (como José Antonio Echeverría, Frank País, Camilo Cienfuegos e incluso Huber Matos, quien tras su carta de renuncia de 1959 sería considerado un traidor) quedarán en el ostracismo, y su papel se limitará a un simple pasaje o mención. Esto tiene que ver con esa política de construcción de una ‘historia nacional revolucionaria’, donde el Movimiento 26 de Julio y los llamados ‘doce’, que después estarán en el proceso revolucionario, serán los pilares sobre los cuales se construirá la historia. Pero no solo la historia revolucionaria; si analizas la historia de la Revolución, te darás cuenta de que es monolítica, donde no hubo opiniones diversas, donde nadie contradijo el discurso ni las órdenes de Fidel Castro, Raúl Castro o Ernesto Che Guevara, cuando realmente no fue así”.
La importancia de mirar estos aspectos desde el exterior es señalada por Consuegra desde su disciplina. “Esas miradas diferentes han comenzado a surgir, no dentro de Cuba, ya que hasta hoy esos temas de investigación y perspectivas historiográficas siguen siendo obstruidas por el discurso oficial y la política cultural de la Revolución cubana. Sin embargo, han comenzado a surgir en el exterior, porque uno de los problemas de los historiadores de la Revolución cubana es que la mayoría de las fuentes están en manos del gobierno, en instituciones oficiales. Por ejemplo, hablar de las relaciones de Cuba con China durante el distanciamiento entre la Unión Soviética y Pekín es un problema hoy en día, porque no se puede acceder a esas fuentes. Solo se puede hacer a través de discursos y lo que ellos mencionaban. Imagínate hablar de cartas, documentos, o hacer entrevistas a quienes estuvieron cerca de Frank País, que formaron parte del Movimiento 26 de Julio en el llano, y que hoy ya no están. Todo esto tiene que ver con el discurso oficialista monolítico que se ha tratado de imponer y mantener”.
De migraciones y exilios
Nos preguntamos por las migraciones y los exilios, una historia compleja y muy diversa. El exilio cubano tiene varios momentos. Consuegra explica esa complejidad con un ejemplo del presente: “Yo creo que una de las cuestiones fundamentales que hay que tener en cuenta sobre el exilio cubano —y que podría tener mucha cercanía con el exilio venezolano que se ha dado en estos últimos años, no con Hugo Chávez, pero sí con Maduro, por ejemplo, o con el exilio que ha empezado a surgir a partir de los sucesos de 2018 en Nicaragua—, es que va a tener, en un primer momento, las características de un exilio político, pues quienes salen de la Isla en 1959 van a ser los que formaban parte de toda aquella población cubana que estaba vinculada al régimen de Batista. Sin embargo, en los años sucesivos, vamos a empezar a tener una migración, un exilio extremadamente diverso y heterogéneo, que tiene móviles casi absolutamente económicos (salvo excepciones de gente que ha tenido que salir por problemas políticos)”.
Consuegra enfatiza que la perspectiva cambia cuando se aprecia el proceso desde el exterior, y las preguntas se renuevan. Señala que el vivir fuera de Cuba le ha permitido “acceder a bibliografía y a noticias, y a conocer artistas que se habían exiliado de Cuba y que, dentro de la Isla, no podía conocerlos. Ahora tengo mucha más información, porque también en la medida en que uno va madurando y se puede ser un poco más crítico y más perspicaz a la hora de ver los procesos, y por supuesto se puede ser (no estoy muy de acuerdo con esta palabra que voy a utilizar, pero creo que me vas a entender) más objetivo y menos romántico. Eso ayuda también, no solamente a ser críticos, sino también a poder definir cuáles han sido esos momentos de ruptura o continuidad que ha tenido el proceso revolucionario a lo largo de su historia”.
La valoración que ha tenido el gobierno cubano respecto a la migración ha ido cambiando, justamente, en la medida en que la Revolución fue cambiando. “De hecho, la palabra ‘gusano’ o ‘escoria’, históricamente —recuerda Consuegra— fueron los conceptos, la mirada histórica que ha tenido la Revolución cubana para con los migrantes, para su comunidad que ha estado exiliada. Eso ha cambiado con el tiempo, justamente, en la medida en que la Revolución ha necesitado de esa migración para sobrevivir. De hecho, en la actualidad, la mayoría de las medidas que ha tomado la Revolución cubana para sobrevivir a la feroz crisis económica que está viviendo —peor que la del Período Especial de la década del 90— es justamente en función de esa migración cubana que ha salido al exterior y que se ve necesitada de ayudar a su familia. Hay una necesidad evidente por parte del gobierno cubano de buscar los dólares que tiene esa emigración, y eso lo ha obligado a cambiar su postura respecto a la misma. De todas formas, se sigue mirando con recelo en algunos lugares al emigrado, al cubano que se fue por las causas que se hayan sido. Yo mismo pongo mi ejemplo en la Universidad de La Habana: pedí la baja para irme a estudiar afuera, y en cualquier lugar de este mundo una persona podría regresar, podría concursar, podría colaborar. Sin embargo, en la Universidad de La Habana, la mayoría de los profesores que se han ido de la universidad no vuelven. Hay como una ley no escrita donde el cacicazgo de muchos de los profesores históricos que han estado allí no te permite volver ni colaborar”.
“Por ejemplo, hay un libro de Consuelo Martín Fernández y Guadalupe Pérez que se llama Familia, emigración y vida cotidiana en Cuba (1998) que da cuenta, justamente, de esa emigración de los 60 y de finales de los 70 y de los distintos acercamientos del gobierno con el exilio cubano; acercamientos que van a cambiar después de los sucesos de El Mariel y que en los 90 vuelve a cambiar. Todo ello sigue siendo un tema muy complicado para analizar porque la cuestión del acercamiento del gobierno cubano con la migración ha estado muy eclipsada por las relaciones que ha tenido con los Estados Unidos, y por supuesto, también en la medida en que el gobierno cubano ha tenido una actitud distante o una actitud fuerte para con los emigrados. Evidentemente, esos emigrados han tenido una reacción que no siempre ha sido la más adecuada para el Estado cubano —no estoy haciendo ningún juicio de valor, si es buena o mala, sino en función de que ha sido reactiva para el gobierno—. Esto lo pudimos ver en las últimas elecciones en los Estados Unidos donde, históricamente, el voto latino en estados fuertes, como Florida, es definido por la comunidad cubana, y donde hay un lobby cubano-americano muy importante. El ejemplo más claro es Marco Rubio, el flamante Secretario de Estado del Presidente Donald Trump. Él proviene de esa comunidad cubana”.

La percepción de la sociedad cubana respecto a los migrantes es un capítulo en sí mismo, y no necesariamente es la de su gobierno. Al respecto, Consuegra señala que también estuvo expuesta a constantes cambios. “Yo te diría que la percepción de ‘apátridas, gusanos, escoria’, y todos esos epítetos que desde el gobierno se instalaron discursivamente, puertas adentro, la mayoría de las familias cubanas no los compartían. La sociedad cubana es una sociedad que está llena de historias donde el propio gobierno cubano separó a las familias a partir de la decisión que tomó un familiar o una parte de la familia de emigrar, y sabemos que emigrar es un derecho y no tiene que estar atravesado por cuestiones políticas. El gobierno cubano hizo que esa sociedad quedara totalmente fracturada producto del proceso migratorio. Yo conozco un montón de familias donde hubo hermanos que se dejaron de ver por décadas, donde madres y padres que no vieron a sus hijos, que no vieron a sus hermanos durante décadas y algunos que no los vieron nunca más. Bueno, eso fue una situación impuesta, absolutamente impuesta. Eso ha ido cambiando, sobre todo después de la crisis del Período Especial donde —insisto— se despenalizó el dólar y se tomaron una serie de medidas que estuvieron siempre dirigidas a la entrada de divisas frescas, en la cual la percepción del emigrado cambió. Esos compatriotas que se habían exiliado por cualquier cuestión fueron a salvar a sus familias desde el punto de vista económico y, por supuesto, llevaron divisas frescas. La mirada de la emigración instalada por el gobierno hay que separarla de la sociedad, porque realmente no era tan veraz”.
El futuro político. El rol de las juventudes y la intelectualidad.
La diáspora cubana plantea interrogantes sobre el futuro político de la Isla. En este sentido, Consuegra considera que la división hacia el interior de la diáspora y la sensación de hartazgo constituyen elementos ineludibles a la hora de pensar esas interrogantes. “La mayoría de los cubanos que salimos de Cuba, salimos tan cargados de ese discurso político combativo, sin ningún tipo de sustento que uno, que ya desde dentro de Cuba, se da cuenta que es un discurso que no tiene ningún tipo de arraigo real en la sociedad. Desde hace mucho tiempo, la sociedad se hartó de todo lo que tenga que ver con la política, y lo único que le importa es tener un futuro económico medio, normal, trabajar, esforzarse, tener cuestiones materiales básicas resueltas como la comida, la salud, el confort, y evidentemente, eso ha permitido dejar la cuestión del futuro de Cuba en manos de otros. Es por eso que vamos a ver que muy pocos intelectuales, pensadores y demás han hablado y pensado en el futuro de Cuba, porque también a los cubanos, en sentido general, esa posibilidad de pensar en el futuro se les cortó absolutamente. Es decir, nunca —y ahora recuerdo en mi época de estudiante— se pensó en la era post-Castro; desde el gobierno siempre se proyectó la idea de que iba a ser eterno —una estupidez más grande que una casa—, y bueno, un poco que no proyectamos ese momento y recién ahora, a partir de algunas iniciativas de la sociedad civil, se ha empezado a pensar en el futuro de Cuba. Sin embargo, es importante destacar que esas miradas sobre el futuro, desde la perspectiva intelectual y política, no han tenido cabida ni resonancia en la dirigencia. La prueba clara fue, por ejemplo, el movimiento alrededor del Proyecto Varela (1998), las organizaciones que son consideradas ‘disidentes’, las cuales han sido absolutamente destruidas y socavadas desde el punto de vista del prestigio por parte de las organizaciones políticas y de masa que responden al gobierno cubano. Hay mucho para trabajar en ese sentido. Primero, porque no hay tradición histórica: los partidos políticos y la cuestión asociativa no está. La historia asociativa de Cuba, tanto desde el punto de vista político como en la sociedad civil, se cortó abruptamente en 1959 para quedar verticalizada y monopolizada por parte del gobierno cubano y del Partido Comunista. Recién, a partir de 1990, esto ha empezado a tener un incipiente nuevo desarrollo, pero ha estado muy obstruido por parte del gobierno”.
La brecha generacional constituye otro aspecto fundamental a la hora de pensar temporalidades políticas y la pregunta por el futuro. Consuegra coincide en que existe una distancia muy marcada entre la Revolución cubana y las nuevas generaciones, y se propone analizar sus motivos. “La Revolución no ha sabido aggiornarse a las perspectivas y a las necesidades de las nuevas generaciones, algo fundamental. Y eso, a su vez, ha permitido que esas nuevas generaciones sientan, no solamente un rechazo por ese proceso, sino una distancia —natural, propia y necesaria— respecto de un proceso que les habla —y voy a utilizar una metáfora—, les habla en farsi y ellos hablan un castellano caribeño, ¿se entiende?, porque le están hablando con un discurso sesentista de sostener la Revolución, pero ¿dónde está esa revolución?; ¿Qué es la revolución? sería la gran pregunta a hacerse, y las nuevas generaciones, desafortunadamente, en lo único que piensan es en irse de Cuba a salvarse de la debacle económica que padece la Isla históricamente, muy recrudecida y profundizada a partir de la década de los 90 pero, sobre todo, después de la pandemia del COVID-19. Yo creo que las protestas del 11 de julio de 2021 fueron el colofón de ese choque generacional y de ese choque entre una nueva sociedad que claramente quiere otras cosas, y de una vieja dirigencia que se aferra a preceptos y conceptos que ya no están, no existen, no tienen resonancia en esa sociedad.
Asimismo, para Consuegra, la intelectualidad de la Isla no resulta ajena a estos cambios. Considera que es una intelectualidad que tiene dificultades para ver la situación de Cuba, en gran medida, porque no hay una tradición crítica de pensamiento después del ‘59 hasta la actualidad. “Yo creo que se está construyendo. Es una intelectualidad que, desafortunadamente, no tiene resonancia ni cabida en la dirigencia actual de la Revolución, y es una intelectualidad que quiera o no, es el resultado también de una sociedad absolutamente dividida. Y creo que lo único que le ha salido muy bien a la Revolución cubana es dividir la sociedad a partir de miradas contrapuestas. Entonces, cuando hoy uno mira a la intelectualidad cubana (y cuando digo intelectualidad cubana crítica, incluyo también ahí a los artistas, a los actores, a los cantantes que también piensan a Cuba), pienso que son el resultado de esa revolución que los ha dividido desde el punto de vista político”. En su opinión, la mentalidad de “si no piensas como yo eres mi enemigo” se ha extendido, no solo dentro de la Isla, sino también en la diáspora cubana y en el exilio. Y ese ambiente hace que sea muy difícil lograr acuerdos o unificar ideas a favor del futuro de Cuba, ya que las cuestiones personales y políticas dificultan el diálogo. Según Consuegra, la actual dirigencia se beneficia de esta situación de fragmentación, pues le permite mantener un control sobre los debates y disensos dentro de la sociedad cubana.
Imagen de portada: Presidencia de la República Mexicana, licencia bajo CC BY 2.0, sin cambios.
Consultor en comunicación estratégica. De raíces criollas y mestizas, sus antepasados se remontan a la historia del Alto Perú y también a la llegada de migrantes españoles en el siglo XIX. Apasionado por la historia y cultura latinoamericana.