Ir a vivir La patria dislocada de Marco Norzagaray (“Norza” pa’ los cuates) es uno de los múltiples tratamientos para cuando a uno se le disloca la patria. Porque sí, la patria puede dislocarse lo mismo que un brazo o una pierna.
Esta puesta en escena dirigida y producida por un mexicano viviendo en Argentina coloca sobre el escenario las emociones de migrar, los arraigos y desarraigos, lo que uno aprende y desaprende y lo que se esfuerza por desaprender. La patria dislocada es también el spoiler de una comunidad en construcción: mexicanos que no son ni formalmente exiliados ni legalmente refugiados, pero que llevan la herida de lo que en 2026 serán ya dos décadas de la denominada “guerra contra el narcotráfico”.
Existe una forma de nombrar ese “sentimiento de tristeza, nostalgia y desarraigo” (en palabras de Juan Villoro) que se experimenta al migrar. Para las personas anglófonas es homesickness, en mexicano se dice “el síndrome del jamaicón”. La anécdota pertenece a un jugador de fútbol, José “Jamaicón” Villegas. Según la leyenda, en la Copa Mundial de Suecia 1958 el defensor de la selección mexicana estaba desolado y desconcentrado. Dicen que lloró porque extrañaba —entre otras cosas— las tortillas y los frijoles. Después él dijo que exageraron la historia, pero eso es lo de menos. Marco Norzagaray llevó este concepto al teatro en la obra del mismo nombre, El síndrome del jamaicón. “Un día quise volver a mi casa y me di cuenta que ya no sabía donde colocar esa palabra: casa. Entonces soñé con una planta colgada al aire con las raíces expuestas. Cuando me desperté empecé a escribir esta obra”, cuenta.
Según una breve investigación en Google —dice Norza—, una dislocación se produce cuando aplicas una fuerza extrema en el lugar en el que se articulan dos huesos, provocando el desplazamiento de los extremos de su lugar de origen. Una dislocación es pues, en cierto sentido, una fuerza extrema que desarticula, desplazando de su origen una parte de tu cuerpo.
En La patria dislocada, una obra de teatro “docuficcional”, se retoma algo de El síndrome del jamaicón, pero también otras obsesiones que acompañan al autor: la paternidad, la binacionalidad, la denominada crisis de los 40. Es también “una reflexión sobre cómo el amor patrio se parece un montón al amor tradicional, al amor romántico: es leal, incondicional, para toda la vida, exclusivo, irrenunciable… y ese amor es tremendamente patriarcal y ese amor a la patria genera mucha violencia.”

A partir de la década de 1970 se acuñó el término “argenmex” para caracterizar a los argentinos que como consecuencia del golpe de Estado del 76 se exiliaron en México y criaron allí a una nueva generación. El investigador José Miguel Candia atribuía a este grupo de rioplatenses algunos rasgos básicos, por ejemplo, haber “incorporado a su dieta las salsas mexicanas” y la tolerancia a “sabores exóticos como el cilantro y el mole”. Actualmente, con una distancia de más de medio siglo, existe un grupo minúsculo de mexicanos (8.000 según cifras oficiales) que viven en Argentina y que se han autodenominado también “argenmex”.
Norza tiene una hija argenmex. Procreada en Iztapalapa y nacida en el Güemes (N. del A.: se refiere al Sanatorio Güemes, ubicado en Buenos Aires), ella dice —debería decir “ella sabe”— que es mitad mexicana. “Le gustan mucho los tacos al pastor, los dulcecitos, las salsitas, el picante, le gusta ser la mexicana en la escuela y tener esa diferencia y lo que eso le provoca a sus compañeras y compañeros… pero también es muy argentina.”
“La patria dislocada” es también el profundo amor de un padre por su hija, un padre que descubre que México “nunca no fue violento y probablemente siempre lo será” y que en Buenos Aires puede perder de vista a su cría por unos minutos en la plaza sin que le genere angustia. Sí, Buenos Aires —descubriremos— es un buen lugar para criar una hija, así, en femenino. Ser papá es “ponerse a hacer patria: alejarte de la casa de la infancia para crear la casa de la infancia”.
¿Cuán rápido puede o debería recolocarse su nostalgia?
El papel del inmigrante —dice Norzagaray en una entrevista para el programa radial Con X de México, un programa que busca afianzar los lazos entre mexicanos y argentinos— te hace vivir en una especie de limbo entre los dos países. En La patria dislocada, Norza construye este espacio liminal con lo que icónicamente configura al migrante: una valija. De este equipaje chiquitito, el personaje que no es otro más que él mismo sacará luces, mapas, un libro tridimensional para contarle un cuento a su hija, retratos, santos y también velas para construirse un altar.

“La sensación de desarraigo, de arraigo y las ganas de pertenecer son bastante humanas”, explica el actor argenmex. Para él, si bien Buenos Aires es una ciudad que se enorgullece de su pasado migrante, pero permanece alejado de las nuevas olas migratorias que tiene frente a sí: paraguayos, bolivianos, venezolanos, rusos, senegaleses, coreanos han quedado invisibilizados debajo del relato de los bisabuelos, abuelos y tíos que llegaron en barco décadas atrás.
Licenciado en actuación de profesión y dramaturgo por necesidad, a Norza lo ha invadido un pensamiento últimamente. “Lo que sí es que no sé, este año yo ando mucho con que no me quiero morir acá, he pensado mucho eso, como que sí quiero regresar a México a vivir unos años, quiero terminar mi vida profesional en México.”
En La patria dislocada, Norza cuenta que un compañero suyo sufría de dislocaciones de hombro frecuentes, tantas que había aprendido qué movimiento debían aplicarle para recolocarlo en su lugar y sobre todo, que tenía que hacerlo rápido antes de que se enfriara la herida.
El actor llegó a Argentina una década atrás sin saber que “iba a empezar a quedarse”. Lo arraiga su hija. Cuando ella no está se le descoloca la patria, entonces sale a reencontrarse con las cosas que le gustan de Argentina: “de pronto me voy a comer un asado, me hago turista, me voy a caminar al centro, veo la Plaza de Mayo y como que me regresa el alma al cuerpo”. La patria dislocada es la primera parte de una trilogía, resultado de una investigación escénica apoyada por la Secretaría de Cultura y el Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales de México.
La segunda parte, Contemplar la manada, se presenta en MOVAQ, Malabia 852 (Ciudad de Buenos Aires), todos los viernes del 24 de octubre al 14 de noviembre. Hay que seguir a Norza en su cuenta de Instagram: @norzisos, donde anuncia oportunamente sus próximas presentaciones.
Imagen de portada: Norza le cuenta un cuento a su hija Juli. “La patria dislocada” es también el profundo amor de un padre por su hija (Foto: María Huesca).
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Nació en el DF cuando todavía se llamaba Distrito Federal, la ciudad donde “lo invivible tiene sus compensaciones, la primera de ellas el nuevo status de la sobrevivencia”, como dijo Monsiváis. Tuvo la fortuna de ser criada por sus abuelos maternos. De mano de su abuelo leyó a Juan Rulfo y escuchó las canciones de Chava Flores, Los Panchos y Pedro Infante. Con su abuela aprendió a cocinar y hacer artesanías. Es migrante en Buenos Aires, Argentina desde 2020.