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Se cumplen 45 años de la muerte de César Tiempo, escritor, dramaturgo y periodista argentino de origen ucraniano, cuya obra dejó una huella singular en la cultura nacional durante el primer peronismo. Considerado un símbolo literario de la inmigración urbana judía en Buenos Aires, Tiempo desafió las narrativas dominantes sobre la relación entre intelectuales y peronismo, así como sobre la integración de la comunidad judía en la vida cultural del país, enfrentando la hostilidad de sectores antisemitas y del establishment cultural, pero dejando un legado que aún merece reconocimiento.

Dos meses después del derrocamiento de Juan Domingo Perón por la llamada Revolución Libertadora fue intervenida la CGT y por lo tanto también el diario La Prensa, manejado por la confederación a partir de su expropiación de manos de la familia Gainza Paz a mediados de abril de 1951. El 30 de noviembre de 1955, por un decreto-ley, el gobierno militar devolvió el diario a la familia Paz. Así se puso fin, entre otras cosas, también al fascinante proyecto cultural promovido por César Tiempo en las páginas del suplemento cultural de La Prensa. Entre 1951-1955 el suplemento cultural no era un simple órgano oficialista partidario, sino que ofreció nuevas temáticas, se dirigió a diversos sectores sociales, abrió sus páginas a un variado grupo de colaboradores de distintos estilos y provenientes de diferentes orígenes ideológicos. Años después, al dirigir el importante complejo artístico del Teatro Nacional Cervantes (1973-1976), Tiempo intentó reproducir esta visión amplia de la cultura, esta vez con menos éxito dadas las circunstancias políticas.

Nacido como Israel Zeitlin en la ciudad de Dnipro (Ucrania) en 1906, llegó a la Argentina con apenas nueve meses. Desde una edad joven se transformó en un protagonista del heterogéneo campo intelectual argentino, logrando ganar el respeto por nacionalistas católicos e intelectuales de izquierda por igual. Este notable intelectual argentino-judío, que se describía a sí mismo como un “paria de la literatura” y que nunca se afilió al Partido Justicialista, llegó a dirigir el suplemento cultural de La Prensa durante el primer peronismo y el Teatro Nacional Cervantes durante el tercer peronismo. 

Los intelectuales y el peronismo

La imagen del primer peronismo tanto en la bibliografía común como en el imaginario popular, está asociada con la idea de un movimiento «plebeyo» y «anti-intelectual». Sin distinguir entre los momentos iniciales del nacimiento y cristalización de este movimiento popular y las etapas posteriores del gobierno justicialista, muchos autores tienden a generalizar y pintar un cuadro en blanco y negro acerca del «divorcio entre las clases letradas y el peronismo durante la década 1945-1955». Según esta visión, los únicos intelectuales que apoyaron al peronismo fueron los nacionalistas católicos de extrema derecha. Como parte de su reacción antiliberal esperaban que el carismático coronel, con sus ideas estatistas y semi-corporativas, enarbolase también las banderas de la religión católica y los valores más tradicionales de la cultura para así fortalecer la conciencia nacional, manchada por ideas foráneas y extranjeras. Los demás miembros de la intelligentzia lo miraban con desconfianza en el mejor de los casos o con una mezcla de horror y estupor en su mayoría, como si intelectual y peronista representaran dos tipos de identidades que no eran compatibles.

Sin embargo, a pesar de ser una minoría, no eran pocos los intelectuales que depositaron sus esperanzas en Perón y el movimiento que llevaba su nombre, mientras que los nacionalistas, muchos pertenecientes a la oligarquía tradicional, empezaron a alejarse del peronismo hasta romper con él durante el conflicto con la Iglesia católica. Algunos nacionalistas populares como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz o Atilio García Mellid también se alinearon con el peronismo. Entre las nuevas figuras intelectuales que se sumaron al peronismo cabe mencionar a Elías Castelnuevo, Nicolás Oliveri y César Tiempo. Los tres habían pertenecido en los años veinte al grupo literario de Boedo que asignaba a la literatura una función social. En este sentido su relación con el peronismo reflejaba su constante preocupación por cuestiones sociales y populares.

Estos intelectuales y otros (algunos con una previa militancia en el Partido Comunista Argentino) estaban marginados de la escena cultural argentina, mayoritariamente antiperonista. Frente a esta hostilidad, los intelectuales peronistas intentaban crear sus propios espacios para sus publicaciones y actividades intelectuales. En este contexto hay que analizar el establecimiento ya en 1945 de la asociación de escritores nacionalistas ADEA, la revista cultural Sexto Continente, o la revista política Hechos e Ideas, fundada originalmente a mediados de los años treinta como publicación del partido radical, que dejó de publicarse en 1941 y fue reiniciada en 1947 por un grupo de nacionalistas populares que apoyaban a Perón. A esta lista quizá podamos agregar la revista Argentina de Hoy, publicada por el Instituto de Estudios Económicos y Sociales. Muchos de sus colaboradores venían del socialismo y se consideraban adheridos al peronismo en menor o mayor grado. Entre los escritores que contribuyeron a Argentina de Hoy se encontraban, aparte de Olivari y Castelnuovo, también los argentinos-judíos César Tiempo y Bernardo Ezequiel Koremblit. También el suplemento cultural de La Prensa, una vez que pasaba a manos de la CGT, debe ser visto en este contexto.

Estas mismas publicaciones pecaron también de un creciente partidismo. Sufrieron de un proceso de peronización que no dejó mucho lugar para una polifonía de voces que no fueran justicialistas o que no se ajustaran a la línea oficial. El mismo César Tiempo, en los meses antes de la caída de Perón, tuvo que enfrentar una presión creciente, tal como se desprende de una carta suya al intelectual judeoargentino Máximo Yagupsky. Con respecto a la posible publicación de un artículo inédito de Cansinos Assens en el que el autor español coteja la Biblia con la Ilíada, la Odisea y la Eneida, Tiempo escribió: «Me preguntará por qué no lo publico en Suplemento. Pues por una razón muy sencilla. Ahora no comentamos ‘libros paralelos’ ni ‘vidas paralelas’. Nos limitamos a publicar artículos para lelos y cuentos para lelasSic transit.» El cambio de ambiente es evidente. De todos modos, según Tiempo, nunca lo presionaron para que se afiliara con el Partido Peronista.

César Tiempo: el judío porteño

El verdadero nombre de César Tiempo era Israel Zeitlin, en base al cual adoptó luego su seudónimo: zeit es tiempo, en idish y alemán. Antes de cumplir un año ya vivía en la Argentina con sus padres, que habían huido de los pogroms y el antisemitismo de la Rusia zarista. De su padre recibió una educación pluralista que buscaba conciliar un apego a su tradición judía con el deseo de integrarse en la nueva sociedad de acogida. Desde los 18 años frecuentó reuniones literarias y escribió sus primeros poemas. Dos años después empezó a publicar sobre cuestiones judías en La Nación. Al igual que Alberto Gerchunoff, el hecho de ser judío no le impidió recibir cabida en un órgano consagrado de la prensa porteña. De la inmensidad de sus escritos y labor creativa dijo Eliahu Toker: «centenares de poemas, seis, siete volúmenes de reportajes reales o imaginarios, una decena de obras teatrales, medio centenar de guiones cinematográficos, un millar de notas dispersas por los diarios del mundo». La literatura se perfilaba asimismo como un medio más para la integración, y de esta manera hacer posible de la Argentina una sociedad pluralista.

Desde un principio, Tiempo colaboró tanto con los escritores de Boedo como con los de Florida, manifestando una clara preferencia por los boedenses. Este grupo manifestaba claramente una sensibilidad mayor hacia los sufrimientos de las clases populares. El compromiso social de Tiempo lo fue acercando cada vez más a «los de abajo», un acercamiento que años después lo conduciría a colaborar con el peronismo. 

En este contexto, resulta menos sorprendente el hecho de que el primer libro de poemas de Tiempo, Versos de una…, publicado en 1926 bajo el seudónimo femenino de Clara Beter, fuese el supuesto diario poético de una prostituta judía con inquietudes sociales. Cabe recordar que en los años veinte la prostitución todavía estaba legalizada en Buenos Aires y el número de prostitutas «rusas» y «polacas» no era nada desdeñable. La identificación de Tiempo con este humilde personaje lo condujo a incluir un elemento de su propia historia familiar en el poema. A los boedenses les encantaba este tipo de literatura social de una Clara separada simultáneamente de su comunidad de origen (Ucrania) y de la sociedad huésped (Argentina):

Me entrego a todos, mas no soy de nadie;
para ganarme el pan, vendo mi cuerpo
¿Qué he de vender para guardar intactos
mi corazón, mis penas y mis sueños?…
A veces hasta me da vergüenza de llorar
pensando en lo pequeña que es mi pena
ante la enorme pena universal.

(Clara Beter, 1926)

En 1930, con Libro para la pausa del sábado, publicado por el editor judío Manuel Gleizer, conquista el primer premio municipal. Lo siguen los siguientes títulos, con el sábado como metáfora del homenaje semanal de los judíos porteños a la Argentina, transformada en su verdadera Tierra de Promisión: Sabatión argentino (1933), Sábadomingo (1938) y Sábado pleno (1955). En sus libros, así como en las obras de teatro, intentaba entroncar a la inmigración judía con la vida nacional. Sábadomingo representaba, por lo tanto, la unión del descanso sabatino del judío y el descanso dominical de los argentinos. De hecho, todas sus obras exaltan la confluencia entre el componente identitario judío y el argentino. Los dos tenían la misma importancia para él y no estaba dispuesto a sacrificar ninguno en beneficio del otro. 

La reivindicación del sábado como metáfora de su identidad judía es reveladora del talante «tan porteño y tan judío a la vez» de Tiempo, que le haría ser el símbolo literario de la inmigración urbana judía en Buenos Aires, y representante de una generación de escritores judeo-argentinos. Los textos de Tiempo están dedicados también a reivindicar el pluralismo, poetizar lo cotidiano y delinear con ternura y compasión a la gente sencilla. Muchas hojas están salpicadas con voces tomadas del lunfardo o del ídish. 

Como enfatizó una y otra vez en contra de los nacionalistas xenófobos y para caracterizar su propia identidad:

“…millares de ejemplos enseñan que mucho más que la raza y el suelo natal influye la tierra en la que el individuo arraiga y se realiza… Nacer argentino, ucraniano, griego o guatemalteco es un acontecimiento del que no participa la voluntad y no confiere al beneficiario otras prerrogativas que las que podrá obtener oportunamente con su talento si lo tiene y con su labor si la realiza. Porque uno es el acto de nacer, que pertenece a la fisiología, y otro el de ser, que pertenece al espíritu y a la razón. Uno es un acto de crecer por fuera, como un rascacielos, y otro el de crecer por dentro, metafísicamente, como un alma. Uno, en suma, el hecho de ser, y otro el de llegar a ser.”

(César Tiempo)

Para mediados de los treinta ya no toleraba la afrenta antisemita de Hugo Wast y sus correligionarios nacionalistas. En 1935 publicó La campaña antisemita y el director de la Biblioteca Nacional, donde denunciaba los libros Kahal y Oro en los cuales Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast) novelaba la trama de los Protocolos de los Sabios de Sión en un contexto porteño. Esa misma denuncia contundente del racismo del ala más xenófoba del nacionalismo argentino le llevaría más adelante a acometer duras polémicas con la Guardia Restauradora Nacionalista y con escritores como Leopoldo Lugones, a quienes Tiempo identificó con el fascismo.

Por estos mismos años del auge del nacionalismo xenófobo, Tiempo dramatizó en dos obras teatrales su visión de la integración de los judíos a la sociedad argentina: El teatro y yo (1931) y Pan criollo (1937). Esta última, en la que consignó que: «sangre judía y corazón argentino harán dulce la tierra que nos da el pan y el amor más alto que las parvas», fue galardonada con el Premio Nacional de Teatro concedido por la Comisión Nacional de Cultura, presidida nada menos que por el nacionalista católico y simpatizante fascista, el senador Matías Sánchez Sorondo, ex ministro del Interior del general José Félix Uriburu. Todos los públicos y los periódicos, incluyendo los de los nacionalistas, aplaudieron este símbolo de «la unión de dos razas», la judía y la criolla. En ese sentido, Tiempo fue un acérrimo opositor a la idea del crisol de razas, en la cual veía no un intento de integración, sino una voluntad de hacer desaparecer la diferencia mediante su negación. Fue un gran crítico de un sector de la burguesía judía que en auge económico abrazaba la idea del crisol de razas con la esperanza de ser aceptada entre las élites del país, renunciando a su identidad judía.

Su trabajo como editor de revistas también es digno de mención. A los 31 años empezó con la revista literaria Columna que contó con grandes firmas nacionales y extranjeras. Uno de los lemas de la revista era: «Dispuestos a todos los sacrificios, menos al sacrificio de la verdad». Esta consigna reúne tanto la comprensión de Tiempo acerca de la tarea editorial como su visión del intelectual comprometido. Es precisamente en este doble contexto en el que debe entenderse la decisión de este intelectual argentino-judío de tomar las riendas del suplemento literario de La Prensa, el matutino conservador que el gobierno peronista expropió y pasó de manos de la familia Gainza Paz al poder de la Confederación General del Trabajo.

En pro de la inclusión y el pluralismo

La decisión de Tiempo de dirigir el suplemento cultural de La Prensa ha suscitado mucha polémica. Él mismo no dejó testimonio sobre las circunstancias en la cuales fue elegido a dirigir el suplemento. Según Leonardo Senkman, es probable que Tiempo haya sido nombrado directamente por Juan María Castiñeira de Dios, el entonces Director General de Cultura de la Nación y muy próximo a Eva Perón, decisión que fue apoyada por el popular músico Cátulo Castillo que lo sucedió a Castiñeira en el cargo. Guillermo Korn por su parte, sostiene que el peronismo necesitaba que el Suplemento Cultural sea capaz de convocar a diversos colaboradores de distintas orientaciones y no sea meramente un órgano oficialista partidario y, por lo tanto, optaron por Tiempo, que era respetado por nacionalistas e intelectuales izquierdistas por igual.

Hay quienes sostienen, supuestamente para «defender» a Tiempo, que su aceptación del cargo carecía de una dimensión ideológica y estaba motivada solamente por interés personal, cuestiones de prestigio o de dinero. Sin embargo, la identificación de Tiempo con el justicialismo no resulta nada sorprendente a la luz de su carrera intelectual antes y después de los años cincuenta. Pareciera que la sensibilidad social y la vocación popular que lo llevaron a alinearse con los de Boedo en la década del veinte, lo condujeron, en las décadas del y del setenta, a manifestarse a favor del peronismo.

Ciertos rasgos del movimiento justicialista se adaptaban a esa mencionada sensibilidad social, y a la concepción amplia de la noción de cultura de Tiempo, que abarcaba no solamente la producción intelectual de unas élites cultas, sino que comprendía igualmente las manifestaciones del sentir del pueblo y la identificación con los más débiles de la sociedad y sus formas de expresión cultural. A pesar del rechazo que buena parte de la comunidad judía y de los escritores de la época mostraron hacia el peronismo, parece que Tiempo vio en él una oportunidad para la inclusión de los grupos marginados en la ciudadanía. Además, el suplemento cultural de La Prensa le ofreció a Tiempo una posibilidad de abrir las puertas a nuevas voces o las que de algún modo estaban en los márgenes de la escena cultural porteña. 

Tiempo manifestaba su determinación de perseguir una política editorial acorde con sus afinidades ideológicas frente a presiones de uniformidad partidista. La independencia de planteamiento llegó a crearle conflictos con ciertos grupos dentro del peronismo, ya que «no se comportaba como un militante puro. Y no lo era.» No solo rechazó a los «apologistas» de Perón sino que hizo un esfuerzo consciente de dar cabida a colaboradores tanto de extracción izquierdista como de distintos grupos étnicos, entre los cuales sobresalía una larga lista de escritores judíos. 

Publicó, entre otros, una larga lista de narradores, poetas, dramaturgos, filósofos, sociólogos, investigadores, filólogos, eruditos, exégetas, historiadores y críticos argentinos-judíos. La Alianza Libertadora Nacionalista, antes del giro ideológico impuesto por Guillermo Patricio Kelly, se quejó en una carta al director del diario que Tiempo transformó al suplemento cultural de La Prensa en un órgano judío. 

Frente a esta acusación, Tiempo contestó en un lenguaje fuerte: 

“solo a un hijo de puta se le puede ocurrir plantear [un cargo así] en la Argentina y en momentos en que nuestro Presidente proclama la pacificación de los espíritus y aspira con patriotismo ejemplar a la conciliación nacional de diferencias raciales… Qué pretende [el autor de la carta] … que La Prensa… establezca un ‘numerus clausus’, destierre a los judíos de sus páginas y auspicie un ‘pogrom’ para complacer a los seudo nacionalistas criollos que dicen estar con Perón y en realidad están con el cadáver putrefacto de Hitler y sus detritus doctrinarios?”. 

La apertura a nuevas voces se acompañaba por la apertura a nuevos temas. Junto a las típicas notas sobre literatura, poesía, teatro, cine, filosofía y música, las notas del suplemento de La Prensa incluían comentarios y reportajes sobre tango, deporte, pintura, cuentos para niños, fotografía, ciencia y tecnología y hasta moda. Es decir, una visión más amplia a su parecer de lo que significaba la cultura en la segunda mitad del siglo XX. Semejante perspectiva que combinaba la cultura consagrada y la popular constituía una propuesta cultural alternativa a la línea elitista de intelectuales como Ocampo, Borges u otros de los grandes nombres de la vida literaria argentina.

Esperando el regreso del peronismo

¡Yo nací en Dniepropetrovsk!
No me importan los desaires
con que me trata la suerte.
¡Argentino hasta la muerte!
Yo nací en Dniepropetrovsk.

(Del disco “César Tiempo por él mismo: cancionero del judío errante, 1967)

Con estas palabras intentó Tiempo desafiar el nacionalismo católico de extrema derecha, caracterizado por su xenofobia. Como Alberto Gerchunoff y Carlos M. Grunberg, era profundamente judío por formación y convicción, pero al mismo tiempo estos tres intelectuales optaron por una voluntad explícita de integrarse en la vida nacional argentina. Sus obras enfatizaron la necesidad de un pluralismo tolerante y generoso en una tierra poblada mayormente por inmigrantes. En este sentido, Tiempo, al igual que otros intelectuales argentinos-judíos o los dirigentes de la OIA, intentaron ofrecer una propuesta identitaria a los judíos en la Argentina que diera un peso similar a los componentes identitarios judío y argentino. La hispanización de su identidad a través de la adopción de su seudónimo nunca implicó para Tiempo una renuncia a su judaísmo. En una carta a Jacobo Timerman dijo al respecto: «Y no es que me avergüence de mi origen, al contrario. Desciendo de rabinos, de masoretas, de talmudistas y de exegetas. Pero me llamo César Tiempo, nombre que adopté a los 15 años y seguí usando toda mi vida a despecho de nazis y resentidos

La figura de Tiempo y su trabajo como director del suplemento cultural de La Prensa a partir de su expropiación por el peronismo —en sus palabras: “en plena era justicialista, en un diario arrancado de las zarpas de la oligarquía para ser entregado al pueblo”— sirven para matizar algunos de los lugares comunes en la historiografía y en la imagen popular del peronismo, sobre todo el supuesto de que todos los judíos eran antiperonistas, de que todos los intelectuales de prestigio o de peso se alejaban del justicialismo y de que el suplemento cultural de La Prensa no tuvo ningún valor o importancia cultural por su carácter propagandístico. En los años cuarenta y cincuenta no eran pocos los judíos que apoyaban al peronismo, un apoyo por el cual tuvieron que pagar un precio elevado durante la década peronista y después del derrocamiento de Perón en septiembre de 1955. Precisamente Tiempo quedó marcado con el estigma peronista, y recibió la aplicación de la ley antisubversiva con el nuevo régimen posterior a Perón, quedando excluido de cualquier posibilidad periodística o literaria.

Quizás por esto, Tiempo no ha recibido en la escena cultural argentina el reconocimiento que seguramente se merece. La gente culta, así como el establishment judío, no le perdonó nunca su simpatía por el peronismo, una simpatía, según David Viñas, «que lo haría quedar mal con muchos colegas y amigos. Casi una apuesta a la heterodoxia.» 

Una vez que cae Perón, y en el marco de la persecución de la llamada Revolución Libertadora, los intelectuales que habían colaborado con «el tirano prófugo», se convirtieron en blancos de ataques y objetos de ridículo. Uno de ellos fue César Tiempo.

En los años siguientes se le cerraron muchas puertas en distintas instituciones culturales, en periódicos y editoriales, en el cine y el teatro. «Me aguanté el resentimiento y el odio de todas las fuerzas liberales», contó Tiempo, amargamente. Recién en los setenta vuelve de los márgenes del mundo de la cultura. El diario La Opinión lo invita a contribuir con notas y comentarios y el diario Clarín le abre las columnas de su suplemento «Cultura y Nación». Desde allí, en junio de 1973, reitera su apoyo al peronismo que acaba de volver al poder.

César Tiempo falleció en Buenos Aires el 24 de octubre de 1980 (Foto: Ministerio de Cultura de Argentina)

Un mes después es nombrado por el tercer gobierno peronista como Director del Teatro Nacional Cervantes, un espacio artístico que sirvió durante los tres gobiernos de Perón para marcar también políticas culturales y educativas. El nombramiento de Tiempo reflejaba la apertura y el pluralismo que caracterizaban la política cultural del ministro de Educación y Cultura Jorge Taiana (padre). A esta altura la actitud del establishment judío hacia el peronismo es menos hostil y la Sociedad Hebraica Argentina se une a los que lo felicitan por este nombramiento. Curiosamente, Tiempo no había sido removido, ni renunció, durante la gestión represiva de Oscar Ivanissevich y luego de Pedro Arrighi en el Ministerio de Educación. En el Cervantes, Tiempo intentó seguir la misma línea cultural que había adoptado para el suplemento cultural de La Prensa, ofreciendo un repertorio de autores nacionales y extranjeros y no de teatro de adoctrinamiento político. Una vez más, se esforzaba en elaborar una gestión pluralista en un espacio cada vez más copado por el ala derechista del peronismo, hasta que fue expulsado de su cargo en el Cervantes.

A pesar de ser respetado por nacionalistas e intelectuales de izquierda entre los años veinte y cincuenta, César Tiempo ha quedado marginado y fuera del canon de la literatura argentina. Es tiempo de volver la mirada a este autor, editor, periodista y dramaturgo y a su aporte a la cultura del país.

*Artículo basado en mi capítulo publicado en Raanan Rein y Claudio Panella (comps.): Los imprescindibles: integrantes de la segunda línea peronista (Prohistoria, 2025)


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Historiador especializado en historia argentina y latinoamericana. Fue vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, donde también dirigió el S. Daniel Abraham Center for International and Regional Studies. A partir de 2025 se incorporó a la Universidad de Florida, donde se desempeña como titular de la Cátedra Alexander Grass de Estudios Judíos en el Centro Bud Shorstein de Estudios Judíos, además de dictar clases en el Centro de Estudios Latinoamericanos y el Departamento de Historia.

Autor de más de cincuenta libros, es considerado una de las principales autoridades mundiales en torno al estudio de la diáspora judía en América Latina. Su trabajo académico ha abordado temas como el peronismo, las migraciones, las comunidades judías y árabes en la Argentina, y las relaciones entre deporte y política. Entre sus muchas distinciones internacionales, ha sido distinguido con la Orden del Libertador San Martín por el gobierno argentino, la Orden del Mérito Civil por el gobierno español y un Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Buenos Aires.


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