El filósofo argentino Rodolfo Kusch afirmaba que detrás de toda cultura está siempre el suelo y que “uno pertenece a una cultura y recurre a ella en los momentos críticos para arraigarse y sentir que está con una parte de su ser prendido al suelo”.
Estar arraigado, en palabras de la pensadora francesa Simone Weil, “es tal vez la necesidad más importante y menos reconocida del alma humana”. Paralelamente –o quizás por eso mismo–, una de las más difíciles de definir.
Entre los intentos por hacerlo está el del politólogo norteamericano Joseph Carens, que explica que el término “arraigo” hace referencia a una red de vinculaciones que suceden naturalmente con el transcurso de los años de residencia en un país, “creando un sentido de pertenencia a partir de la conexión entre la persona migrante y la sociedad de acogida”.
Cualquier definición, como sea, no logra escapar de una noción que nos atraviesa, desde la que miramos la realidad y entendemos ese sentimiento de pertenencia. Los Estados-nación, tal como los conocemos, parten de una diferenciación de fronteras, pero también de naciones –es decir, de pueblos con una similitud de lenguaje, historia y creencias–. Es en base a esta distinción entre lo que es nacional y lo que no lo es bajo la que se construyen imaginarios, políticas y legislaciones.
El discurso que acompaña esta idea problematiza la situación. Sin embargo, es importante decir que en la Argentina, por ejemplo, la población migrante representa el 3,6% del total, mientras que en los periodos comprendidos entre las dos Guerras Mundiales era el 30%.
Es también a partir de esta idea que las comunidades migrantes intentan construir pertenencia: a través de espacios deportivos, de participación política, de la escritura, de los sabores que remiten a la infancia, de la música y la danza, los viajes, e incluso de nuevas formas de humor. Y es que son las comunidades que llegan las que deberían, según el concepto de arraigo ampliamente difundido, adaptarse a la sociedad de acogida.
El hecho de pertenecer no se limita a un sentimiento: va de la mano con el ejercicio de derechos como la salud y la educación, reconocidos en la legislación argentina independientemente de la situación migratoria de una persona.
Refugio Latinoamericano pretende ser un espacio de pertenencia creado también –y a diferencia de la idea que entiende al arraigo como una tarea exclusiva de quienes llevan un tiempo habitando el suelo– para los argentinos y para los recién llegados.
No hace falta esperar una cierta cantidad de años para satisfacer la necesidad humana de pertenecer, como tampoco haber nacido de uno u otro lado de la frontera.
“El límite es una línea que se traza para marcar una situación: ‘este lado’, ‘el otro lado’. Es la expresión de una forma de ejercer poder y concebir un territorio político en términos de grupos de poder: ‘mi propio territorio’ vs ‘el territorio de otros’”.
(Martín Lienhard, Migraciones forzadas en América Latina y África)
Periodista especializada en migraciones y Lic. en Relaciones Internacionales. Trabaja desde hace más de 20 años en diferentes medios de comunicación. Sus raíces migrantes provienen de España, Italia y Escocia.