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Juan Manuel Puig Delledonne nació en la localidad bonaerense de General Villegas el 28 de diciembre de 1932. De raíces catalanas y gallegas, su padre, Baldomero Puig, era comerciante y su madre, María Elena Delledonne, era farmacéutica y trabajaba en el hospital regional. Fue ella quien, ante la imposibilidad de dejarlo al cuidado de otra persona, empezó a llevarlo al cine desde muy pequeño, algo que sería determinante en la vida del escritor. 

La investigadora y docente de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata (FaHCE-UNLP), Graciela Goldchluk, explicó que en su infancia Puig “se destacó por su inteligencia, su sensibilidad y su pasión por el cine, donde acudía con su madre todos los días desde aquella tarde en que su padre -a los cinco años- lo llevó a ver La novia de Frankenstein desde la cabina de proyección”. Con su madre también frecuentaba una biblioteca en las visitas que hacían juntos a sus familiares en la ciudad de La Plata. 

Puig vivió hasta los 12 años en su pueblo natal pero, al no haber colegio secundario, sus padres lo trasladaron a Buenos Aires, donde cursó sus estudios de bachiller en el colegio bilingüe Ward, en Ramos Mejía. En una entrevista con la periodista y escritora uruguaya María Esther Gilio, Puig contó que en ese contexto tuvo un momento muy importante que lo marcó: “allí conocí a un chico que ya leía y vivía en un mundo de fantasías literarias, así como yo vivía en un mundo de fantasías cinematográficas. Él me reveló ‘La sinfonía pastoral’ (André Gide, 1919) que fue un hito en mi vida, un antes y un después. Yo hasta ese momento había creído que tenía que esperar mucho más para empezar a leer, me parecía una cosa de grandes, casi de viejos, leer”.

En esa misma entrevista, Puig habló sobre su relación con el cine en ese momento: “Con este chico se me abrieron las puertas de un mundo totalmente nuevo. Justamente en un momento en que el cine me empezaba a decepcionar. Era el año 45 o 47, plena crisis de Hollywood, comienzos del neorrealismo italiano y del cine francés, más intelectual, mientras Hollywood intentaba repetir fórmulas, pero sin acertar. Lo que habían hecho en los años 30 y en los años 40 ya no tenía cabida. Todo eso me perturbaba, era un mundo que se venía abajo”.

En 1950 se inscribió en la Facultad de Arquitectura, pero un año después decidió irse a Filosofía y Letras, donde descubrió los libros de Hermann Hesse, Aldous Huxley, Jean-Paul Sartre y Sigmund Freud. Ayudado por una beca del Instituto Cultural Dante Alighieri viajó a Roma en 1956, donde estudió dirección de cine en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Gracias a su buen dominio del inglés, Puig pudo ser asistente de diálogos en varias coproducciones de fines de los años 50 y principio de los años 60.

La traición de Rita Hayworth: el retrato de General Villegas desde afuera

Fue en Roma donde Puig se empieza a convertir en escritor: primero, subtitulando películas; luego, escribiendo guiones. Más tarde, en una carta del 27 de abril de 1962 —recogida en Querida Familia. Cartas europeas (Entropía, 2005)—, Puig escribe: “Empecé a hacer una especie de bosquejo de los personajes antes de empezar el guión propiamente dicho y me entusiasmé y seguí… y está creciendo día a día. Y puede salir una especie de novela”. Así es como, en 1968, publica La traición de Rita Hayworth, su primera novela desde el exterior, pero donde el territorio narrativo es su pueblo natal. 

Goldchluk explicó que la novela “era muy rara” y que “en 1968 resultaba una novedad absoluta por la multiplicidad de voces sin un narrador que las contenga; fue traducida de inmediato en las editoriales más prestigiosas y elegida por el diario francés Le Monde entre las diez mejores novelas extranjeras”. Esta obra es ficción, pero está escrita utilizando las voces de personajes reales habitando un lugar real: Coronel Vallejos es General Villegas, Mita es su madre, Toto hablando de su interés por el cine e indagando sobre su sexualidad es él mismo. De esta forma, Puig toma situaciones anecdóticas, reales y cotidianas y se convierte en un escucha de la realidad que lo rodea para sumergirnos en un mundo de ficción que casi roza lo no ficticio. 

En un tramo de la entrevista de Manuel Puig realizada por la periodista Felisa Pinto en 1973 (único registro audiovisual del escritor), Puig señala que la obra “(…) cuenta la historia de una familia de clase media que vive en un pueblo de La Pampa en los años ‘40. El paisaje de La Pampa, que en realidad es la ausencia de todo paisaje, resulta una pantalla en blanco donde cada uno proyecta las fantasías que quiere. Ahí un chico que no puede aceptar la realidad por sentirla hostil cambia los términos y toma como realidad a la ficción, ya sea la ficción del cine o la que le dicta su propia imaginación. En esa pantalla suya, la bondad es siempre premiada y la gente buena es hermosa. Hasta que Rita Hayworth en (el film) ‘Sangre y arena’ prueba ser hermosa, la más hermosa tal vez, pero también pérfida. Y ahí comienza el drama, que del sueño pasa a la más cruda realidad”.

A partir de esta obra, el movimiento geográfico deja de ser solo un dato biográfico para convertirse también en una forma de escritura. Puig escribe desde Roma, pero lo hace en un idioma que no se habla ahí, que está lleno de giros, silencios, modismos y voces de una Argentina que empieza a volverse lentamente un recuerdo. Pero la distancia no disminuye el vínculo con su origen, sino que lo vuelve más marcado y preciso. Desde afuera, Puig escucha mejor ese murmullo de pueblo, esas conversaciones entrecortadas, esas fantasías privadas que quedan tapadas por el ruido de las grandes ciudades.

Un joven Manuel Puig trabajando en su máquina de escribir | Foto: Colección ARCAS – Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata

Boquitas pintadas” y el principio del exilio 

El 28 de junio de 1966, las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno de Arturo Umberto Illia. Al día siguiente, tras la proclamación de Juan Carlos Onganía como presidente de facto, se dispuso la destitución de los gobernadores provinciales y la disolución del Congreso Nacional y de todos los partidos políticos. Esta dictadura, de una moral marcadamente conservadora, tuvo a la censura como uno de sus ejes fundamentales. En ese esquema, las universidades fueron señaladas como focos de una cultura contraria a los valores del régimen; espacios donde, según la visión de los dictadores, anidaba la“subversión”. 

Apenas un mes después del golpe, el 29 de julio de 1966, el régimen de Onganía decretó la intervención de las universidades nacionales y ordenó el desalojo violento de estudiantes y profesores que defendían la autonomía universitaria. Este hecho, que tuvo lugar en julio del mismo año y conocido históricamente como La Noche de los Bastones Largos, tuvo un saldo de 300 heridos y 400 detenidos. Con esto, comenzó una época de persecuciones, renuncias y cesantías en la Universidad de Buenos Aires (UBA), que desembocó en el mayor éxodo de científicos e investigadores argentinos. 

La intervención de las universidades y el disciplinamiento cultural no solo expulsaron docentes e investigadores, sino que también estrecharon los márgenes de lo que podía o no ser dicho. En ese clima de censura, moral conservadora y vigilancia sobre la producción cultural, muchos escritores comenzaron a crear sus obras desde la distancia. Puig ya se encontraba fuera del país, pero la Argentina de la que se había ido de manera eventual y esporádica seguía funcionando como materia narrativa. En lugar de responder a la violencia con el lenguaje belicoso del enfrentamiento directo, eligió narrar lo íntimo, lo doméstico, lo cotidiano, aquello que parecía políticamente inofensivo. 

Así, en 1969, mientras el país ingresaba en una etapa de mayor conflictividad, Puig publicó Boquitas pintadas, una novela que hace del fragmento, del rumor y de la voz privada una forma de intervención política en tiempos de censura. Esta obra está construida a partir de cartas, diarios, avisos fúnebres, chismes y fragmentos de discursos ajenos. No hay una voz que ordene el relato: todo llega mediado, como sucede en la experiencia migrante, donde las historias del lugar de origen se pueden recibir incompletas, fragmentadas, deformadas por la nostalgia, el recuerdo o el deseo. El pueblo natal vuelve a aparecer, pero ya no como territorio sino como un archivo emocional. Puig no reconstruye un lugar, reconstruye la manera en que ese lugar fue contado.

El éxito de esta novela contrastó con la recepción incómoda en la Argentina: Puig escribía desde el melodrama, la cultura popular, el deseo, el chisme. Esa elección estética que hacía era profundamente política y lo colocaba en el lugar de excéntrico respecto del canon literario argentino. En palabras de Goldchluk: “Borges es el canto del cisne de la literatura, demuestra que ya no es posible narrar, que la literatura está para otra cosa, para reflexionar. Pero Puig no escuchó que no se podía narrar”. Fue un escritor incómodo para los elitismos culturales y para una tradición literaria que desconfiaba de lo popular, de lo sentimental y de lo queer

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En agosto de 1971, Puig fue parte del núcleo fundador del Frente de Liberación Homosexual (FLH) junto a intelectuales como Héctor Anabitarte, Blas Matamoro, Juan José Hernández y Juan José Sebreli, espacio al que luego se sumaría el mítico Néstor Perlongher. Aunque Puig rechazaba reducir la identidad de las personas a su orientación sexual y abogaba por la idea de liberarse de las cargas morales en torno a las relaciones sexo-afectivas, el escritor se reconoció homosexual desde muy temprana edad y tuvo un rol activo en la organización fundacional del frente. Este espacio ocupó un papel clave en la historia, ya que fue pionero en vincular sexualidad, política y cultura en la Argentina de la década de los 70. 

Entre 1973 y 1974, un sector del FLH liderado por Perlongher buscó un acercamiento al peronismo, pese a las reticencias del resto del frente. El colectivo ya había tomado distancia del movimiento tras ser rechazado por su ala izquierda bajo la consigna: ‘No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros’. Sin embargo, fue la censura y luego el recrudecimiento de la represión policial y paraestatal —acentuado tras la muerte de Perón en 1974— lo que selló su destino. Las razzias policiales y los ataques de bandas paramilitares de extrema derecha diezmaron la organización, que terminó disolviéndose en junio de 1976 con la dictadura ya consolidada. El saldo fue trágico: un exilio masivo hacia Europa y Latinoamérica, y una larga lista de miembros torturados, desaparecidos o asesinados.

Tapa de la segunda edición de Sexo y Revolución (noviembre de 1973) | Imagen: Colección del Frente de Liberación Homosexual (FLH) del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI)

The Buenos Aires Affair

En este contexto, en 1973 Puig publicó The Buenos Aires Affair, una novela que marcó el punto de quiebre entre la incomodidad estética que el escritor generaba en la crítica y la censura directa por parte del poder político. A diferencia de sus obras anteriores, en esta la violencia deja de estar apenas sugerida en los márgenes de lo íntimo y aparece como parte de la estructura: el relato es atravesado por cuerpos vigilados, deseo patologizado, persecución ideológica y represión estatal. Ambientada en una Argentina atravesada por el control y la paranoia, la novela puso en escena un clima social donde el autoritarismo se filtraba en la vida privada y en la sexualidad. 

En ese sentido, The Buenos Aires Affair puede leerse como una novela bisagra, donde la escritura se convierte en advertencia y la violencia política y sobre los cuerpos se vuelven indivisibles. Tal es así, que luego del golpe de Estado de marzo de 1976, la obra fue prohibida por “inmoral” y “subversiva” y catalogada como “pornografía”; pero la censura no solo recayó sobre el libro, sino también sobre su autor. Ya en 1974, mientras estaba en México, una amenaza telefónica dirigida a su familia selló su destino. En ese instante, el hecho de escribir ‘desde afuera’ dejó de ser una elección estética o un errar voluntario para convertirse en una necesidad de supervivencia. El exilio ya no era una circunstancia; era un hecho definitivo. 

El exilio definitivo y la consagración internacional

Imagen de la primera edición de “El Beso de la Mujer Araña” (1976)

En 1976, ya instalado en México, publicó El beso de la Mujer Araña, una novela que le dio un gran reconocimiento internacional, al tiempo que el autor y su obra seguían siendo censurados en la Argentina. En este caso, Puig escribió desde el exilio una novela ambientada en una cárcel donde dos jóvenes, un militante de la izquierda revolucionaria y un disidente sexual, advierten que comparten un mismo ámbito de exclusión política a pesar de sus diferencias y un mismo —y trágico— destino bajo la dictadura. Este libro fue su consagración internacional, y el impacto fue tal que sedujo a otro argentino emigrado al Brasil: el cineasta Héctor Babenco, cuya adaptación de la novela en 1985 alcanzó fama mundial. Pese a este reconocimiento, la obra se topó con muros ideológicos en Europa: Gallimard, el sello histórico de Puig en Francia, se negó a publicarla porque contravenía sus cánones editoriales.

El actor William Hurt (izq.) junto a Héctor Babenco (centro) durante el rodaje de “El Beso de la Mujer Araña” en São Paulo | Foto: Wikimedia Commons

Tres años más tarde, en 1979, Puig profundizó su análisis sobre la Argentina desde el exilio con la publicación de Pubis Angelical. La trama, centrada en una mujer exiliada hospitalizada en México, funciona como un prisma para observar la historia reciente de la Argentina durante las décadas del 60 y 70: la radicalización política, la lucha armada, peronismo y dictadura. Es, asimismo, un texto que da cuenta del por entonces intenso activismo de las Madres de Plaza de Mayo, que ya lograba amplificar las denuncias contra la dictadura argentina ante los ojos del mundo

En los años siguientes, Puig continuó escribiendo mientras seguía en movimiento: vivió en Brasil, en Estados Unidos y pasó temporadas en Europa. Nunca volvió a vivir en la Argentina. Sin embargo, esa vida en tránsito no se tradujo en una literatura desarraigada, sino en una escritura cada vez más atenta al diálogo, al habla como una forma de refugio. El exilio no lo volvió silencioso ni nostálgico, sino cada vez más atento a las voces de los otros. Desde allí, a diferencia de otras narrativas del exilio marcadas por la denuncia directa, Puig construyó una política desde lo mínimo y lo cotidiano. En sus textos, lo que resiste no es el héroe sino el diálogo, el deseo, lo íntimo. Todo es dicho desde personajes considerados “menores”: mujeres, maricas, presos, figuras sin prestigio simbólico, personas que no suelen “representar” nada pero que, en la literatura de Puig, no tienen que pedir permiso para existir.

Lejos del país donde había nacido y al que nunca dejó de escribirle, Manuel Puig falleció el 22 de julio de 1990. Escribir desde afuera le permitió narrar aquello que dentro de la Argentina estaba ridiculizado, prohibido o directamente censurado: el deseo, la intimidad, lo popular, las vidas que no encajaban en ningún relato oficial ni en la pulcritud de la literatura dominante de la época.

A 93 años de su nacimiento, leer a Puig desde una perspectiva migrante es recordar que, a veces, irnos de nuestra tierra puede acercarnos más de lo que nos parece. En su literatura, el desplazamiento no borra el origen, lo vuelve legible y le da fuerza a la voz. Puig migró para poder decirlo todo y en ese gesto dejó una obra que todavía hoy sigue incomodando y hablando desde los márgenes.

Imagen de portada: Colección ARCAS – Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata


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Equipo periodístico |  + notas

Periodista recibida en TEA, fotógrafa y estudiante de Letras en la Universidad de La Plata. Conurbano bonaerense como identidad. Con raíces italianas y españolas.


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