En el festival “Salsa de barrio”, que se realizó en Boedo, confluyen culturas, música y resistencia. El ritmo que tiene origen migrante se potencia con la llegada de la más reciente migración venezolana y colombiana, y con la apertura de escuelas salseras.
En el corazón de Boedo, cientos de personas se reunieron para “azotar baldosa” al son del festival Salsa de Barrio, una mixtura de música y resistencia. Este festival es el sueño en construcción del nicho salsero que hermana a migrantes y argentinos por medio de procesos autogestivos, autofinanciados y comprendiendo que la salida es colectiva. El evento se hizo posible con la unión de voluntades ad honorem que entienden el arte como una vía de cambio social.
En la producción participaron múltiples representantes de esta ola salsera, como la DJ La Candela Viva, quien empezó haciendo salsa underground desde el 2015 en un antiguo sótano porteño e impulsada por la necesidad de rumba. Fue gestando con otros colombianos eventos como Hay Fuego en el 23 el cual tuvo en su primera edición a 10 personas. Gracias a ese recorrido y al trabajo colectivo ahora lograron llenar las plazas con el “impulso principal de hacer una fecha en beneficio de la gente”. La Candela, inspirada en Andrés Caicedo y su libro ¡Que Viva la Música!, ha recorrido las provincias argentinas haciendo salsa: uno de sus mayores sueños es que se replique Salsa de Barrio en las villas, pues es de la gente y para la gente.

Detrás de la difusión y comunicación del festival estuvieron Alejandra Torrijos, comunicadora, escritora y DJ, quien salió de Colombia escuchando salsa y llegó a Buenos Aires buscándola. Directora del proyecto Pena y Pachanga, Torrijos investiga sentipensando la salsa: para ella la salsa se empieza a mover de voz a voz, porque en principio el nicho salsero era chiquito, generado por migrantes –muchos de ellos de Colombia–. Pero ahora, “los argentinos la agarraron y la hicieron propia, y el festival es la conclusión hermosa de una inclusión migrante”. Al equipo se suma Luisa Muñoz, comunicadora, doctoranda en Ciencias Sociales y mamá. Ella ve en la salsa un medio catártico que confluye con su propia migración, describiendo que “el sueño de muchas almas salseras era hacer un festival que salga del sótano clandestino a las calles”. Juntas trabajaron para que el espíritu del festival se pudiera condensar comunicacionalmente, y fue así que potenciado con el collage de la Pechichona de Dios se muestra la unión de las distintas pasiones y sentires en torno al festival.
Santiago Aragón y Tilsa Llerena también participaron en la arquitectura de la fiesta. Son parte de La Cuarta Dimensión, uno de los grupos convocados a tocar junto a Pachito Melao, Flexatons & La Jazz Mambo y La Big Mambo. Tilsa ha cantado en múltiples bandas salseras en Argentina. De familia de artistas en el Perú, nos menciona cómo la migración ha ayudado a ampliar y masificar los amantes de la salsa, y cómo el festival fue un epicentro de todos aquellos salseros que andan sueltos. Para ella este encuentro surge de la necesidad de poder accionar y hacer, de la necesidad de salir de la queja y de poner manos a la obra, de la pregunta constante del por qué no estamos pudiendo salir del lugar de opinión para poder tomar la calle y armar grupos, confirmando cómo lo comunitario y lo cooperativo siempre es una salida. “Con Salsa de Barrio es más claro esto, porque la gente que nos ha apoyado, nos ha apoyado porque confía en nosotros”, afirma. Así se fue hilvanando el proceso con mucha de la comunidad peruana y de otras nacionalidades. La gente atravesada por la emoción expresa su necesidad de tener este tipo de eventos todos los domingos, o al menos un domingo de cada mes, pero Tilsa responde que “lo lindo de este tipo de comentarios es que la gente lo ha sentido fácil, propio, como suyo, como algo que nos juntamos y lo armamos, y creo que eso ha sido la virtud del equipo, que la propuesta sea la apropiación y creación del espacio”.
Por su parte, Santiago tiene experiencia haciendo festivales: su primer proyecto masivo fue Buenos Aires Se Viste de Salsa hace 12 años, que a diferencia de Salsa de Barrio fue arancelado y entraron más de 800 personas. Para él los grupos en Buenos Aires se dinamizan por los “ires y venires” de la movilidad, traen y llevan salsa con su migración, sobreviviendo grupos como La Deskarga y la Malanga. Y lo imaginó así como pasó: “aunque en principio hubo un montón de cosas en contra, salimos adelante y airosos, y eso es por toda la gente alrededor, la respuesta de la gente y la energía que se renueva”. Este encuentro colectivo fue pensado para ser gratuito, familiar, para el que se entera, para el que no, para el que pasó por ahí, hecho desde el corazón y del barrio y para el barrio.
Una columna vertebral del evento es La Reina de la Producción, Emma Cukierman, productora de la Cuarta Dimensión, quien define a la comunidad salsera como cooperativa. Ella consiguió la fecha en colaboración con el centro cultural El Surco, y allí se abrió la convocatoria para las orquestas. Lograron sacar adelante el festival de la mano de las donaciones y a la gorra. Para ella fue de casualidad que sea en Boedo, pudo haber sido en cualquier otro lugar, la idea es que Salsa de Barrio no esté atada a un barrio en particular: la idea es que sea en la calle, para el barrio, para la gente.
Por último, Nahuel Viola empezó a tocar música desde los 20 años, fue variando entre el rock y el reggae hasta que vio la película de Buena Vista Social Club y pensó: “Esto es lo mío”. Interiorizó toda la cultura caribeña que mechaba entre la salsa y la rumba cubana, y migró a Colombia y Cuba para aprender del ambiente salsero. “Nahu” –como dice que le gusta llamarse en parte por tradiciones cubanas–, expresa que con las nuevas migraciones de Colombia y Venezuela hay una necesidad cultural de sentir la tierra y por ello empezaron a traer escuelas salseras que actualmente están articulando con músicos argentinos. Para la realización del festival cada uno se especializó en lo que sabía hacer: fue una unión de muchos factores que concluyó en el éxito, dejando la vara muy alta. La idea ahora es potenciar quizá con más orquestas, con sonidos más intensos, con variedad de feriantes, más típico y regional, y que se corra la voz a diferentes provincias o se haga simultáneo el mismo día.
Según cuentan sus organizadores, el festival encarnó la resistencia y fue una protesta cultural ante la impronta social del momento. También una demostración de empatía y colectividad al son del goce. Porque el baile y la fiesta representan un mecanismo de supervivencia latinoamericano, y la salsa surge del sufrimiento que se hace comedia de la mano del movimiento popular. Así, ante la situación política tan dura demostrando que somos pueblos de resistencias y resistimos juntos y festivos, ante estos tiempos donde nos dicen que el pueblo no merece la fiesta y que está bien estar tristes y aburridos, es donde la felicidad es una forma de autogestión. Lo importante es bailar porque, ¿quién nos quita lo bailado?
Licenciada en Filosofía por la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia con experiencia en procesos socio-jurídicos y formativos en torno a los derechos humanos y la movilidad humana. Especialista en migración UNLa y actual maestranda en comunicación y derechos humanos UNLP.