Nelson Ardila, ciudadano colombiano y ayudante de cocina, intentó emigrar a Estados Unidos en busca de una vida mejor para sostener a su madre y a su hermano mayor. Viajó en avión hasta México, atravesó la selva a bordo de “La Bestia” —nombre con el que se conoce a los trenes de carga utilizados por miles de migrantes para llegar a la frontera— y cruzó a pie el Río Bravo. Al llegar al otro lado de la frontera, fue trasladado a un centro de detención conocido como “las hieleras”, llamado así por sus bajas temperaturas y el trato inhumano que allí reciben los migrantes. Mientras rezaba junto a otros, se enteró de que debía abandonar el país. Esa misma noche fue detenido nuevamente y deportado, con cadenas en las manos, la cintura y los pies.
“Lo que viví fue muy similar a lo que pasaba en los centros de detención nazis. Nos dieron un uniforme igual a todos. En la mano derecha nos pusieron un brazalete con un código de barras, la foto de nosotros y un pin. Los hombres, por un lado y las mujeres, por el otro”, recordó, mientras, en su rostro asomaban las marcas de la tristeza por lo vivido y la felicidad de poder contarlo desde la propia Bucaramanga, su tierra natal.
Emprender un proyecto migratorio es mucho más que buscar una vida mejor. Migrar significa despedirse de una parte de la persona que fuiste, mudar de piel, llenarse de miedos y dudas, darles la bienvenida a esos “extrañares” impensados que viajan en la maleta, junto a un sinfín de interrogantes y una única certeza: que detrás del horizonte se esconde una nueva meta.
Nelson Ardila sabía que migrar hacia Estados Unidos, dejar atrás su Colombia natal, no sería fácil. Sin embargo, este viaje representaba la posibilidad más concreta de ayudar económicamente a su madre y su hermano mayor, que padece una grave enfermedad, y así cumplir la promesa que le realizó a su padre, antes de que éste muriera durante la pandemia de COVID-19: “Pase lo que pase, nunca los voy a dejar desamparados”.
Fue así como este colombiano, ayudante de cocina, comenzó con los preparativos de su proyecto migratorio, trabajó duro para engrosar sus ahorros, hasta llegar a renunciar a su trabajo en el que llevaba 15 años, para conseguir una importante liquidación de sueldo. Sin más, y desoyendo los consejos de amigos, familiares, y hasta la voz de su exjefe, el 1 de septiembre de 2024, y luego de mucho esfuerzo, Nelson emprendió el viaje de sus sueños, pero no lo hizo solo. Lo acompañó su sobrino, Sebastián Calderón, con quien viajó en avión hasta Ciudad de México, y allí iniciaron un recorrido turístico, para no despertar sospechas en Migración.
En la capital mexicana estuvieron durante cinco meses y medio. Allí, trabajaron durante un tiempo en la periferia, mientras solicitaron citas para conseguir permisos humanitarios y así poder ingresar a Estados Unidos. Sin embargo, las notificaciones no llegaban al tiempo que se acercaba la llegada de Donald Trump al poder, quien había ganado las elecciones con la promesa de endurecer las políticas migratorias y castigar duramente a los migrantes sin papeles.
El terror a bordo de “La Bestia” y la furia del Río Bravo
Aún sin noticias sobre los permisos, Nelson y su sobrino decidieron emprender el viaje hasta la frontera con Estados Unidos. Analizaron varias opciones tratando de esquivar la que, más temprano que tarde, se convertiría en la alternativa más conveniente, por ser gratuita y evitar numerosos controles migratorios, pero también la más temida y riesgosa: viajar a bordo de “La Bestia”, el tren de carga que transporta materiales de construcción, combustibles, chatarras y a miles de migrantes que arriesgan sus vidas intentando cumplir el “sueño americano”. El también llamado “Tren de la Muerte”, recorre largas distancias y atraviesa México de sur a norte, hasta llegar a la frontera del país vecino. En sus vagones, los migrantes viajan apiñados, hombres, mujeres y niños a la intemperie, con temperaturas y condiciones climáticas adversas, con escasa agua y pocos alimentos; solo un par de frutas, recogidas por los propios migrantes cuando el tren se detiene en medio de la selva, les alivia el hambre.

No en vano este transporte lleva ese nombre, ya que no son pocas las personas que han perdido su vida o sufrido mutilaciones en sus cuerpos debido al peligro que conlleva embarcarse en este ferrocarril que alcanza altas velocidades haciendo que sus furgones se sacudan, como queriendo librarse de aquellos miles de sueños que lleva consigo.
Además, el peligro acecha cuando el tren se detiene por las noches, y los delincuentes atacan a los viajeros, robándoles las pocas pertenencias que llevan a cuestas. “Sentí miedo todo el tiempo, las 28 horas que duró el viaje, por la velocidad que llevaba, pensaba que se podía salir de las vías, y tenía mucho frío, estábamos en cinco grados, demasiado incómodos, dormíamos en cartones sobre unas bolitas y allí mismo hacíamos las necesidades fisiológicas, junto a mi sobrino y 14 migrantes más que viajaban con nosotros”, recuerda Nelson, con lágrimas en los ojos. Aquellos días fueron difíciles, ya que tuvieron que soportar el frío de las madrugadas, lo cual era inmensamente insignificante al lado de las amenazas de muerte de los narcotraficantes.
El 16 de enero llegaron a Monterrey, pasaron la noche en una casa y luego le pagaron hasta el último peso que les quedaba, a unos coyotes (traficantes de personas) para viajar en bus durante tres horas y media, en el camarote de un micro, lugar que comúnmente está reservado para el asistente del conductor. De esta manera pudieron evitar los controles del Instituto Mexicano de Migración hasta llegar a Matamoros.
Allí, se encontraron con otros migrantes y juntos atravesaron caminando el Río Bravo. Estuvieron en el agua, con sus ropas mojadas, ayudándose unos con otros hasta que el último llegara al otro lado de la costa. Luego, tío y sobrino caminaron por más de una hora, solos hasta la frontera. Nelson y Sebastián pensaron que habían logrado su sueño, el más deseado, para el que tanto habían trabajado. Sin embargo, ninguno de los dos sospechaba que allí empezaría el verdadero calvario.
Las “Hieleras” y la deportación
A las siete de la mañana del 19 de enero, Nelson y su sobrino fueron llevados a un centro de detención conocido por el nombre de “Hieleras”, debido a las bajas temperaturas del lugar. “Todavía estábamos mojados por haber atravesado el río, y ahí dentro nos tuvieron a temperaturas muy bajas, por eso se lo llama de esa manera. No parábamos de tiritar y casi no podíamos hablar. Teníamos el cuerpo y el corazón helados”.
En este lugar, recuerda, “estábamos hacinados, el lugar estaba superpoblado y la higiene era escasa. Teníamos unas colchonetas y un papel de aluminio para taparnos, pero era imposible dormir por la intensidad de la luz eléctrica, una luz blanca e intensa, encendida las 24 horas, parecía el quirófano de un hospital. Cuando lográbamos pegar un ojo, nos llamaban los guardias para hacernos las mismas preguntas que ya habíamos respondido varias veces”.
Estos fueron días difíciles de soportar. “Tampoco teníamos suficiente comida ya que las porciones eran ínfimas, por otra parte, los guardias se burlaban de nosotros”, recuerda ahora Nelson, quien ya no puede contener el llanto. La odisea y la angustia, no terminaron en aquel lugar ya que, unos días después, tío y sobrino fueron trasladados al Centro de Detención Puerto Isabel, en Texas.
“Similar al régimen nazi”
Nelson recuerda que, durante su estadía en el Centro de Detención, el miedo se volvió parte de su rutina, el sentimiento que afloraba desde la salida hasta la puesta del sol. “Ese lugar se parecía a una cárcel, había alambres alrededor, cámaras y guardias de seguridad por todos lados y daba mucho miedo no poder salir nunca de allí”.
El colombiano asegura que el trato era inhumano, algo similar al régimen Nazi. “Me daba la sensación de que estábamos viviendo como en la época de los nazis, en las cárceles de Auschwitz, y de que esto era muy similar, todo muy estricto. Nos dieron un uniforme del mismo color para todos, un pantalón azul, como de jean, una camiseta blanca y un buzo azul también. En la mano derecha nos pusieron un brazalete con un código de barras, la foto de nosotros y un pin que era como un GPS. Además, los hombres estaban por un lado y las mujeres, por otro”.

Durante todo el viaje, la fe fue la que le permitió a Nelson, mantenerse firme junto a su sueño. Y precisamente fue la tarde del 28 de enero, cuando se encontraba orando junto a otros migrantes cuando un guardia de seguridad interrumpió las oraciones para informarle que él y el pastor debían abandonar el lugar a la brevedad.
Confundido y atemorizado, el colombiano intentó conseguir más información sobre su traslado y la razón por la cual su sobrino podía continuar en aquel sitio. “Decían que yo había entrado al país sin papeles y que había perdido tiempo y dinero en vano”.
Además, Nelson recuerda que no le dieron la oportunidad de la cita que él mismo había tramitado a través de la página web de Migraciones. “Nunca llegó la entrevista y no me dieron tiempo de nada. Fue algo de sorpresa y la situación fue muy triste porque yo me quedaba sin poder cumplir mi sueño”.
En aquel lugar estuvo por más de tres horas respondiendo preguntas sobre sus “papeles” y tratando de que le devuelvan el celular y los objetos personales que le habían quitado. Finalmente, luego de algunas horas de incertidumbre, Nelson fue trasladado, en un viaje que duró 8 horas, hasta el aeropuerto de Luisiana.
Encadenado como un delincuente
Nelson estuvo nueve días detenido en Estados Unidos, sin embargo, el momento más temido, parecía acercarse. “En mi interior ya sabía que me iban a deportar, pero jamás imaginé que aquel momento llegaría de esa manera tan violenta. Me colocaron las esposas en las manos y en la cintura, como si fuera un delincuente. Nunca me había sentido tan vulnerable”, recuerda, el colombiano, con la voz entrecortada.
Nelson fue deportado en el primer vuelo que el gobierno colombiano dispuso para traer de regreso a casa a 300 migrantes, maltratados y humillados por los agentes, quienes, según relata, llegaron a golpear a quienes intentaban quitarse las esposas. “A las 11 de la noche, cuando partimos de Puerto Santa Isabel, ya nos pusieron las esposas en las manos, y en los pies, y una cadena en la cintura”. Y recuerda: “era muy incómodo, tanto para orinar como para tomar agua de una botella que ellos nos daban”.
El regreso y el reencuentro
El colombiano, ayudante de cocina, oriundo de Bucaramanga, una región de la zona norte del país, aterrizó el 29 de enero en el aeropuerto de Bogotá, con las muñecas enrojecidas por la marca de las esposas. Allí, se encontró solo, desahuciado y sin dinero, pero con la tranquilidad de “estar en casa y contar con la ayuda de los amigos”.
Entre ese puñado de personas que aparecen cuando las cosas no van bien, estaba Diana, su excompañera de trabajo; Diana, la misma que le había desaconsejado emprender aquel viaje. La mujer guardó su regaño para más adelante porque entendió que aquel era el momento de ayudarlo. Y fue así que decidió enviarle 100.000 pesos (USD 24) para que pudiera tomar un autobús de regreso a su ciudad natal. Allí, lo esperaban sus familiares, quienes lo recibieron con un plato caliente de su comida favorita y un abrazo sanador e interminable.
“La sensación era confusa, por un lado, la tristeza y la bronca por no haber logrado aquello por lo que tanto había luchado, pero por el otro, me inundaba un sentimiento de alegría y regocijo por haber vuelto a mi tierra querida”, sintetiza Nelson, cuya historia es similar a la de tantos otros migrantes que arman su valija y deciden partir tras sus sueños, en busca de una vida mejor.
Contenido relacionado:
Ciudadanía estadounidense por nacimiento en riesgo: la polémica Orden Ejecutiva 14160
Herencias del desarraigo: la historia migrante de Irene Castro
De Sevilla al Cono Sur: Pablo García de Castro y su experiencia migrante en Latinoamérica
Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba, donde también obtuvo el título de Técnica en Comunicación Radiofónica. Diplomada en Periodismo Político (2004) y en Derecho de las Personas Migrantes (2023), actualmente es doctoranda en Ciencia Política en la Universidad de Belgrano, con una tesis en curso sobre políticas públicas hacia la comunidad migrante senegalesa en Córdoba durante la pandemia de Covid-19.