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Nacido en Argentina, pero con un linaje que lo remonta a la civilización más antigua del planeta, Gustavo Ng decidió un día mirar hacia Oriente y caminar hacia esa tierra que, sin haber pisado antes, sentía como propia. “Yo no volví a China —dice—, yo fui a China. Aunque claro, en un sentido literario o mitológico, fue un regreso”. Esa frase condensa una experiencia que marcó su vida: viajar hacia sus orígenes para encontrarse con un espejo distinto, uno capaz de devolverle una imagen de sí que el reflejo argentino nunca le ofrecía.

Ng visitó China dieciséis veces en apenas una década. Lo hizo con la curiosidad de un periodista y la sensibilidad de quien busca reconocerse. Recorrió el país en trenes, colectivos y bicicletas, internándose en aldeas remotas y ciudades monumentales, observando cómo una civilización de más de tres milenios dialoga con la modernidad sin renunciar a su raíz. “Me sumergí en un mundo que no me era familiar, pero me resultó maravilloso”, cuenta. “Pensar que pertenezco a una civilización que se ha cultivado incesantemente durante milenios es como mirar el cielo nocturno y sentir que las estrellas también son mías”.

Esa vivencia personal fue también una forma de investigación cultural. Desde su rol como director de DangDai, la revista que fundó en 2011 junto con el periodista Néstor Restivo, Ng ha explorado los múltiples vínculos entre Argentina y China: sus economías, sus sistemas educativos, sus encuentros y desencuentros simbólicos. La publicación se convirtió en un espacio de referencia en el ámbito iberoamericano, un verdadero laboratorio de diálogo entre ambas culturas. “El intercambio cultural no es mostrar óperas o museos —suele decir—, sino poner en contacto los pueblos en todos los órdenes de la vida: el deporte, la ciencia, la salud, la forma de criar a los hijos”.

Para Ng, Argentina tiene aún una tarea pendiente: dejar de mirar exclusivamente a Europa y comenzar a descubrir a China sin los prejuicios heredados del mundo occidental. Lo explica con una claridad que incomoda: Argentina siempre quiso ser europea. Su zona de confort es pertenecer a Europa. Nadie sueña con ser China. Y eso es lo que debería cambiar”. Esa preferencia, sostiene, es una herencia cultural que se refuerza con la propaganda anti china que llega desde Estados Unidos y Europa, y que los medios locales reproducen sin cuestionamiento. Los argentinos estamos convencidos de que los medios norteamericanos dicen la verdad. Y si esos medios dicen que China es una porquería, nosotros lo creemos”, lamenta.

Algunas tapas de la Revista DangDai | Imagen: gentileza

Desde esa mirada crítica hacia su propio país, Ng despliega una reflexión más amplia sobre la identidad. La concibe no como un dato fijo, sino como una construcción en permanente negociación. “La identidad no está dada. Se transforma todo el tiempo”, explica. Cada vez que regresa a su origen —cada vez que pisa China o responde una pregunta sobre su linaje—, algo de ese pasado cambia, se ilumina distinto. “La identidad se negocia, y en esa negociación uno también cambia su pasado. Lo mira con otros ojos. Cambia los hechos, los ve diferente.”

“Los argentinos estamos convencidos de que los medios norteamericanos dicen la verdad. Y si esos medios dicen que China es una porquería, nosotros lo creemos”, lamenta Ng.

Esa búsqueda interior convive con una mirada lúcida sobre la distancia cultural entre los dos países. Habla de una “barrera del idioma” que impide un vínculo más profundo, y de un “puente costoso”, tanto en lo económico como en lo simbólico. En Argentina no hay funcionarios dedicados a China, ni en los municipios, ni en las provincias, ni en el gobierno nacional. Lo que existe lo pagan las universidades, las empresas o los propios individuos. Es un puente que cuesta muchísimo”. Sin embargo, insiste, ese esfuerzo tiene recompensa: “La cantidad de vida que uno obtiene de ese contacto es un tesoro que no se puede dimensionar”.

Su manera de pensar China no es ingenua ni idealista. Reconoce los desafíos políticos y culturales del país, pero también cuestiona la ceguera occidental. Occidente se niega a comprender a China. Y cuando lo intenta, lo hace mal. Hay pocos que realmente la entienden, y cuando alguien la comprende, se nota”, dice. Para él, el error más grave de la mirada occidental es su soberbia: la convicción de que la humanidad llegó a su punto más alto en Europa y Estados Unidos, y que todo lo demás es inferior. “Esa mirada nos empobrece. Nos hace más tontos”, sentencia.

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La reflexión se vuelve especialmente punzante cuando habla del periodismo argentino. “El periodismo tiene que ser curioso —afirma—, y en Argentina hay una ceguera gigantesca: nadie mira a China”. Señala que tanto los periodistas más cercanos al establishment norteamericano como los del progresismo mantienen la misma distancia. “Unos miran a China desde el New York Times; otros no la miran porque el elitismo progresista argentino mira a Europa. A muchos les encantaría que sus hijas se casaran con un sueco, pero no con un chino”. Para Ng, eso no es un simple prejuicio cultural, sino una falta de soberanía informativa: “Enterarse de China a través de los cables de Occidente es renunciar a nuestra soberanía informativa”.

“Occidente se niega a comprender a China. Y cuando lo intenta, lo hace mal. Hay pocos que realmente la entienden, y cuando alguien la comprende, se nota” (Gustavo Ng).

En su obra escrita, Ng amplía estas ideas y las lleva al terreno de la narrativa. En libros como Todo lo que necesitás saber sobre China (Paidós, 2015), 10.134 kilómetros a través de china (Blossom Pressm China, 2021), La intimidad de las islas (Ediciones El Bien del Sauce, 2022), El regalo del Dios Viento-Viaje al país de los budistas tibetanos (Ediciones El Bien del Sauce, 2023) y El Tangram de China¿Qué ve América Latina cuando mira al gigante de Asia? (Ediciones El Bien del Sauce, 2023). Allí conviven Confucio y la cultura del arroz, la revolución tecnológica, la épica de un pueblo y la introspección del viajero que busca sentido. En esas páginas, China no es un objeto exótico, sino un territorio donde pensar la humanidad desde otro lugar.

Algunos de los títulos publicados por el periodista y escritor Gustavo Ng | Imagen: gentileza

“Cruzar una frontera es animarse a cambiar”, dice hacia el final. Lo cuenta evocando una anécdota: un grupo de empresarios argentinos en Beijing que, ante la inmensidad de la ciudad, se pasó la mitad del día buscando un McDonald ‘s. “Me daban ganas de matarlos —se ríe—. Estás en China, aprovechá, abrí los ojos”. Esa escena resume su filosofía: no ir del otro lado del río para encontrar lo mismo, sino para descubrir algo nuevo, algo que transforme. “Occidente cruzó el río muchas veces —agrega—, pero lo que hizo fue destruir lo que no comprendía. Esa es la mayor brutalidad del ser humano”.

Gustavo Ng vive como quien habita entre dos orillas. Una, la Argentina que lo vio nacer; otra, la China que le dio un espejo distinto. Entre ambas, un puente invisible que él mismo se encargó de tender, con palabras, viajes y una obstinada vocación por comprender. “Cruzar el río —dice—, es abrirse a lo que hay más allá. Y si uno se abre de verdad, ya no vuelve siendo el mismo.”


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Es periodista, escritor, guionista y ex vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores. Nació en Rosario y reside en Mar del Plata desde 1984. Actualmente publica artículos de opinión en el diario Nueva Tribuna y en Público, ambos medios gráficos de Madrid, España. Además, colabora con la sección Cultura del diario La Capital de Mar del Plata.


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