A partir del testimonio de Silvina Álvarez, activista socio-ambiental y referente de la Coordinadora Plurinacional Basta de Falsas Soluciones (BSF), analizamos el impacto del extractivismo en las costas del sur argentino y analizamos los fenómenos de la migración ambiental, el despojo y también la defensa del arraigo como una lucha que articula diferentes reivindicaciones.
Hay territorios que fueron explotados por la industria hidrocarburífera que, a pesar de todo, conservan el pulso de lo que fueron antes de que las perforaciones abrieran la tierra y los oleoductos comenzaran a trazar su geografía paralela al despojo. En 2022 se anunció la construcción de un oleoducto para unir la formación de Vaca Muerta, en la provincia de Neuquén, con la localidad de Sierra Grande y el puerto de Punta Colorada, ambos en Río Negro. En esas costas donde el sopla el viento del Golfo San Matías, todavía resuenan los cantos mapuches, las redes de los pulperos y el rumor de un mar que fue fuente de sustento vital y brindaba un sentido de pertenencia. Pero el extractivismo, cuando llega, no toca la puerta: irrumpe. Se instala con promesas de progreso y deja, a su paso, una lengua común del del despojo y el desarraigo.
Silvina Álvarez, militante socio ambiental e integrante de la Coordinadora Plurinacional Basta de Falsas Soluciones (BSF), fue entrevistada por Refugio Latinoamericano para aportar una mirada más cercana y profunda sobre las consecuencias del extractivismo y la necesidad de no convertir el territorio en una zona de saqueo y sacrificio. El BSF es una de las pocas asociaciones que, hace años, denuncian los riesgos ecosistémicos que estas actividades implican para un territorio oceánico de características casi únicas. Llevar esa lucha a la calle, de gritar cuando la mayoría decide mirar para otro lado, implica saber que detrás de cada derrame o de cada tendido de caños existe una historia humana: la de comunidades desplazadas, la de familias que pierden su sustento y la de pueblos enteros obligados a migrar para sobrevivir: “Cuando el extractivismo se instala en un territorio —dice—al intentar cambiar la matriz productiva de una comunidad, inevitablemente las personas se ven obligadas a replegarse en espacios de resistencia. Muchas veces no tienen otra opción que migrar hacia otros lugares donde puedan seguir desarrollando sus actividades vitales y laborales”.
Como núcleo de diversos colectivos ambientales, la coordinadora impulsa múltiples acciones en defensa de los bienes comunes. Su campo de acción es vasto: desde el rechazo al acuerdo porcino con China, pasando por la exigencia de una Ley de Protección de los Humedales, hasta la denuncia del saqueo pesquero y los incendios intencionales de bosques con fines especulativos. Estas causas confluyen en un objetivo común: frenar el avance del modelo extractivista en el territorio nacional.
Lo ambiental y lo humano, en su mirada, son un mismo tejido. En la superficie del mar se reflejan las mismas lógicas que expulsan seres humanos de los territorios: “Nos entendemos parte de la naturaleza siendo atacada por la forma de producción y consumo capitalista (…) En los grandes mamíferos marinos afectados por los proyectos hidrocarburíferos se ve la misma lógica que empuja a las personas a abandonar sus territorios. Migran intentando sobrevivir, pero muchas veces no lo logran”, afirma.

El Golfo San Matías, donde las empresas planean oleoductos y terminales de exportación de gas licuado, es también un vasto cementerio mapuche. Álvarez recuerda que “no solo se desplaza a las comunidades que habitan el territorio hoy, sino que también se pretende borrar su memoria ancestral”. La violación del derecho a la consulta previa, libre e informada, así como la presión sobre los pescadores artesanales y el cercamiento del mar, repiten una historia de desposesión que se extiende por el sur argentino como una mancha de petróleo que no termina de secarse.
En Bahía Blanca, y específicamente en la localidad de Ingeniero White, la expansión petroquímica transformó el horizonte marítimo en un muro industrial. Este proceso se remonta a 1967, cuando la dictadura de Juan Carlos Onganía impulsó la creación de dos grandes polos estratégicos: la Petroquímica General Mosconi (PGM) en Ensenada (Provincia de Buenos Aires), creada en 1970, y la Petroquímica Bahía Blanca (PBB), inaugurada al año siguiente. Aunque la creación de este último polo nació de una propuesta de la estadounidense Dow Chemical, el proyecto fue inicialmente motorizado por el Estado nacional. No obstante, décadas más tarde, PBB terminaría en manos de la firma norteamericana tras las privatizaciones neoliberales del gobierno de Carlos Menem en 1995.
“Allí, muchas familias perdieron el acceso al mar y comenzaron a trabajar en las mismas compañías que les cerraron el paso. Es una migración interna hacia la precariedad, hacia una vida más expuesta a la contaminación. Se resiste, claro, pero la resistencia duele”, relata Silvina. Habla de enfermedades laborales, de muertes, de generaciones enteras que crecieron sin ver el agua. La migración ambiental, dice, suele narrarse como económica, pero “tenemos la obligación de vincular ambas cosas: los extractivismos empobrecen, contaminan y fuerzan el desplazamiento de las personas”.
Para Silvina, la lucha socio ambiental no puede desligarse de los derechos humanos: “No hay justicia ambiental si no se respetan los derechos humanos”. Menciona también el acompañamiento que la Coordinadora brinda a comunidades mapuches criminalizadas por defender sus territorios: “No somos ambientalistas: somos militantes eco-territoriales. Y sí, es una lucha por el arraigo”.

Esa palabra —arraigo— aparece una y otra vez, como si en ella estuviera cifrada la posibilidad de un futuro distinto: “El sistema nos lleva cada vez más rápido a la extinción de especies, incluyendo la humana —advierte—. Miles de refugiados climáticos, pobres y migrantes, ya están en movimiento. Pero no nos paraliza: seguimos tejiendo redes, porque no se trata de tal o cual empresa, sino del sistema capitalista que nos trajo hasta acá”.
Se habla del “ideal del hombre petrolero”, como una figura simbólica que condensa trabajo duro, masculinidad tradicional, rol de proveedor y orgullo productivo. No se describe a los trabajadores reales, sino una imagen construida, que hoy convive con tensiones, contradicciones y revisiones profundas. Al abordarla, lo hace con una mezcla de lucidez y ternura por quienes también son víctimas de dicho modelo: “No estamos en contra de los trabajadores. Ellos también son parte del sacrificio. Muchos trabajan tercerizados, enferman, mueren. Son pocos los que ganan lo que el mito promete. Son empleos masculinizados, duros, que reproducen el machismo estructural. Por eso necesitamos construir juntos el camino hacia la desfosilización”.
Su horizonte es claro y profundamente humano: “Un futuro donde quepamos todos, donde las comunidades que habitan las zonas de sacrificio puedan decidir qué y cómo producir. Donde el agua sea un derecho, no una mercancía. Donde no se borre la memoria de los pueblos ni sus muertos bajo los caños del progreso”.
Y es ahí donde el relato encuentra su cauce final: en la memoria. Esa memoria que no se archiva, sino que se encarna, que vuelve en las mareas y en los cuerpos que resisten: “La memoria colectiva es nuestra raíz —dice Silvina—. Nos paramos sobre la historia de lucha de nuestros pueblos. Cada batalla es colectiva. No empezamos de cero”.
Pero quizás, en el fondo, la memoria también sea una forma de migración: el viaje de lo que fuimos hacia lo que aún podemos ser. Una migración hacia la conciencia, hacia un modo de vida que no expulse, que no arrase, que no convierta el territorio en despojo. Porque hay migraciones que nacen del desarraigo, pero también las hay que nacen del deseo de volver a pertenecer. Y tal vez la tarea, como propone Silvina Álvarez desde ese extremo del país donde el mar todavía respira, sea justamente esa: volver a habitar el mundo sin destruirlo, volver a ser parte del lugar que nos sostiene. Migrar, sí, pero hacia una forma más digna de permanecer.
Imagen de portada: Marcha en defensa del Golfo San Matías en Las Grutas, Prov. de Rio Negro | Foto: cortesía de Silvina Álvarez
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Es periodista, escritor, guionista y ex vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores. Nació en Rosario y reside en Mar del Plata desde 1984. Actualmente publica artículos de opinión en el diario Nueva Tribuna y en Público, ambos medios gráficos de Madrid, España. Además, colabora con la sección Cultura del diario La Capital de Mar del Plata.
