Migrar también transforma la forma de vivir las fiestas. A partir de tres historias de argentinos y venezolanos en el exterior, el texto explora cómo la Navidad y el fin de año activan el duelo migratorio, pero también habilitan la creación de familias elegidas, la adaptación de rituales y la construcción de comunidad como respuesta al desarraigo y la soledad.
El acto de migrar no solo implica un traslado geográfico y trámites administrativos; conlleva, a menudo, una transformación de los basamentos identitarios. Bajo esta premisa, las festividades de fin de año actúan como catalizadores del duelo migratorio: esa pérdida multidimensional de entornos y afectos conocidos. A partir de testimonios de argentinos y venezolanos en el exterior, examinamos cómo la construcción de “familias elegidas” y la hibridación de rituales operan como estrategias de soporte. Ante el aislamiento individualista de la cultura digital, el encuentro comunitario surge como la vía para mitigar el desarraigo y dotar de un nuevo significado a la pertenencia.
Lautaro
En la mesa de ese año no había nada casero. La cena se improvisó con comida congelada, snacks y algunos fiambres. Para lo dulce había helados de caja. No todos los que compartieron esa Navidad en una casa alquilada en San Diego habían pensado en cocinar algo. Algunos cocinaban muy bien, y la idea era agasajar la noche con una mesa grande que recordara, al menos en alguno de sus platos, algo típico de la Navidad en Argentina. Para todos, en la lejanía de la casa familiar, esa noche ameritaba una comida elaborada con tiempo. Pero la casa, que estaba ubicada lejos del centro de San Diego, no permitía usar los espacios comunes de la cocina y el living-comedor. Solamente se podía estar en el piso de arriba, donde estaban los dormitorios, el baño y la terraza. Hubo que conformarse con la comida ultraprocesada, esa que se repite hasta el cansancio en las infinitas góndolas de los supermercados yanquis. La comida rápida, chatarra, esa meca para la que los gringos están mandados a hacer. En todo lo demás, los rituales se mantuvieron. Eran siete argentinos que viajaban y se habían conocido en el norte de California, entre secuoyas, plantaciones y montañas. La música, los chistes, el idioma, todo era conocido y compartido. No era difícil sentirse en casa, incluso en una ciudad que respira de fondo el aire de frontera, muro y deportaciones.
Para Lautaro, de 32 años, esa forma de celebrar la Navidad no fue una excepción, sino parte del modo en que busca pasar las fiestas lejos de su lugar de origen. Su experiencia refleja cómo muchos migrantes adaptan las tradiciones familiares al contexto en el que viven. Son fechas que movilizan sentimientos, dice, pero ante todo le gusta mantener el ánimo festivo propio de la época. Hace dos años decidió migrar con su pareja y dejar la casa familiar en Mercedes, provincia de Buenos Aires. Para él, cuenta, irse de su país fue una elección, impulsada por las ganas de aventura y de perseguir una experiencia que le permitiera viajar y conocer lugares. Diciembre, dice, en general es un mes de fiesta, pero también de “sentimientos encontrados porque muchos amigos que uno se hace acá se vuelven a sus países o siguen viaje por otro lado”. Así y todo, con los que quedan organizan juntarse y pasarla bien, recrear algo de lo familiar. El vitel toné aparece, incluso cuando no está, como un clásico de la mesa argentina que no puede faltar. Más allá de la comida, dice Lautaro, lo importante es sostener la fiesta compartida, sea con familiares, amigos de toda la vida o personas que empiezan siendo desconocidas y que en poco tiempo se vuelven amistades con un peso significativo. “Que sea lo más parecido a estar en familia, cada uno a su manera, en su lugar, ¿no? Por lo menos es un mimo que tratamos de darnos entre todos”.
El relato de Lautaro no es una experiencia aislada. Es tan solo una variante dentro de las múltiples formas que puede adoptar la experiencia migratoria y, en particular, la manera en que la época de fiestas y el fin de año se viven lejos de los orígenes y las tradiciones. Un migrante es una persona que cambia su lugar de residencia y de pertenencia, cualquiera sea el motivo o la situación legal. Ese movimiento conlleva, casi siempre, una ruptura con el espacio y el tiempo conocidos. Cómo se atraviesa la migración dependerá, en cada caso, de las condiciones materiales, los recursos y las herramientas con las que cada persona cuente para afrontarla, pero también —y por sobre todo— de los vínculos disponibles y de la capacidad para construir redes de apoyo.
Agustina Mariani
Agustina Mariani, argentina de 32 años radicada en Melbourne, este diciembre cumple dos años viviendo fuera de su país. En su caso, irse fue una elección personal motivada por las ganas de viajar y tomarse un descanso de su vida en Argentina. Su llegada a Australia le permitió resignificar las fiestas: “Sentía algo en Argentina de mucha presión, de cómo iban a ser, con quién y toda la expectativa que se pone en torno a las fiestas. Estar acá me dio la posibilidad de que eso no pase y haya algo mucho más sencillo, más espontáneo. Mi familia ahora son los amigos que me hice, y eso hace que todo sea más relajado”, cuenta, y agrega que diciembre en general “se siente pesado en Argentina porque es un mes en el que se siente mucho más el espesor de la crisis socioeconómica que vive el país”. Alexandra Kohan identifica muy bien las sensaciones ruidosas y agobiantes propias de diciembre, en su última entrega de su newsletter en Cenital. Para Agustina, esa presión se alivia gracias a los vínculos construidos con amigos, que se transforman en una familia elegida, con quienes celebra y comparte Navidad y Año Nuevo de manera adaptada, combinando tradiciones de su país con las del lugar donde vive: “El hecho de ser migrante y estar lejos de casa hace que tu familia se transforme en estos amigos, que a su vez son vínculos muy especiales… compartís el momento, acompañas al otro en su migración, y eso es súper rico. No tiene que ver con el tiempo que conoces a la persona, sino con el momento y el acompañamiento mutuo”. Su experiencia muestra cómo, incluso lejos del país de origen, es posible construir redes de apoyo significativas y resignificar las fiestas, un punto clave que Yanina señala como determinante para atravesar la época navideña con bienestar emocional.
Sebastián Guevara
La historia de Sebastián Guevara, venezolano de 39 años que lleva ocho años viviendo en Buenos Aires junto a su familia, refleja la búsqueda de adaptación y fusión cultural. En el marco de la Feria de las Culturas, que se celebró el 21 de diciembre en el Rosedal de Palermo con motivo del Día del Migrante, diferentes colectividades compartieron su gastronomía, bailes y tradiciones. Allí estuvo Sebastián con “Tu Arepa B.A”, un emprendimiento de comida venezolana. “Argentina nos ha recibido de una forma maravillosa”, cuenta. Llegó con su esposa, su hijo y su hija, y desde entonces ha desarrollado múltiples actividades. Para él, la Navidad mantiene un valor central, aunque lo celebre lejos de su país: “En Venezuela, diciembre es unión familiar. Se hace una comida muy particular, se intercambian regalos, se escucha música, la gaita,o Billo’s Caracas Boys”, relata. En Buenos Aires, sus festejos fueron adaptados y hoy combina la tradición venezolana con la cultura local: “Nos gusta el Vitel toné, pero también tenemos la hallaca —plato emblemático de la Navidad en Venezuela”. Se reúne con amigos argentinos, a veces con otros venezolanos, y adapta los platos y la música a su nuevo contexto. Esta fusión, dice, permite sostener la esencia de su identidad mientras construye nuevos vínculos y redes de apoyo.
La salud mental de quienes están lejos de la tierra natal
La Organización Mundial de la Salud viene advirtiendo que tanto los migrantes como los refugiados tienen más probabilidades de sufrir afecciones de salud mental como ansiedad, depresión y estrés prolongado. Cada padecimiento es particular y varía en función de las experiencias en su país de origen, su travesía migratoria, las políticas de entrada e integración del país de acogida y las condiciones de vida y de trabajo. Las fiestas y el fin de año pueden —o no— actuar como catalizadores de ese malestar, en tanto fechas cargadas de sentido que, en muchos casos, vuelven más visible aquello que falta. Para profundizar en este punto, desde Refugio Latinoamericano hablamos con Yanina Torres, psicóloga y magíster en Acción Solidaria Internacional e Inclusión Social. Trabajó en el Servicio Jesuita a Migrantes, en Buenos Aires, acompañando a personas en situación de vulnerabilidad y migración, y, actualmente, forma parte de la Fundación MIGRA, una ONG ubicada en Rosario, dedicada a la promoción y protección de los derechos de las personas en situación de movilidad humana.
Las consultas que recibe varían según el momento migratorio en el que está la persona, las causas que motivaron su migración y las barreras que se encuentran en el camino de integración en el lugar de acogida: “Quienes se integran mejor tienen consultas propias de la vida cotidiana. Otros pueden tener problemas más complejos, ya sea por factores socioeconómicos, duelos o porque la decisión de migrar no es elegida, sino más bien forzada”, dice, señalando que cada acompañamiento es diferente. La experiencia migratoria es humana y diversa, “cada caso es único, dependiendo de las razones del traslado, del país de llegada, del idioma y de las expectativas al partir”. El duelo migratorio es un proceso psicológico y emocional que afecta a las personas que se trasladan a otro país. Como cualquier duelo, implica una pérdida y es multidimensional, porque se puede sentir no solo la pérdida de un hogar físico, sino también, de la cultura, las costumbres, los vínculos, incluso, en muchos casos, la identidad. Para Yanina, este tipo de duelo “implica pérdidas que transforman la identidad de cada quien, algo se deja atrás y algo nuevo se adquiere”. Lo que sucede en esta época del año, señala, es que aquellas manifestaciones comunes que adquiere el duelo migratorio, como la nostalgia, tristeza o depresión, pueden intensificarse con las exigencias y los balances que llegan con diciembre.

El sistema de apoyo se vuelve un factor crucial, no sólo para atravesar el fin de año, sino también para afrontar el estrés adicionado por los discursos de odio, los cambios legales y los problemas económicos: “La incertidumbre pesa mucho más cuando uno migra, y la exigencia de tener todo bajo control puede generar aún más tensión”, señala Yanina recordando que es un problema cultural global que afecta con mayor fuerza a quienes migran. La especialista sugiere resignificar los cierres de año y cambiar el discurso de lo que esperamos: “Volver a darles un sentido que sea más del compartir y del encuentro comunitario, y no tanto de la presión por los logros personales. Hacerle resistencia a los discursos que tienen que ver con la individualidad”. Para quienes migran, estas celebraciones también implican traer consigo toda una historia de rituales y formas de festejar, que deben adaptarse y combinarse con la nueva cultura. Por más que se intente relativizar la fecha, “no es un día más; tiene un peso dentro de la cultura”. Lo importante, concluye, es generar experiencias que hagan sentir bien, que permitan incorporar lo propio y lo nuevo, y que fomenten un sentido de comunidad.
Otro punto que destaca Yanina es que los sentimientos de nostalgia y tristeza se acentúan cuando la persona se encuentra sola o todavía no construyó vínculos que le propongan otro tipo de celebración o encuentro. En un contexto en donde la soledad crónica y la desconexión social llegaron a ser consideradas por la Organización Mundial de la Salud como un problema de salud pública global, es difícil que no se intensifiquen algunos malestares. Nunca antes estuvimos tan desconectados, incluso pese a la conexión que la tecnología vino a prometer. Vivimos en sociedades cada vez más informadas e independientes, mientras que la obsesión por la interactividad entre individuos hiperconectados, lejos de fortalecer un sentido de comunidad, profundiza la autovalidación individual permanentemente mediante contenidos direccionados para cada gusto particular. Asistimos a una época de aislamiento, bajo la apariencia de una sociabilidad más intensa —con la proliferación de las redes sociales—, lo que hace que la transmisibilidad de la experiencia se estandarice y automatice. Todo se acentúa en una situación de migración, y para Yanina, el éxito de sobrepasar las fiestas depende, en gran medida, de la capacidad de construir nuevos espacios de encuentro y de compartir con otras personas.
A pesar de todo, se llega a los finales de año. Las fiestas lejos de casa presentan un desafío emocional, pero también son una oportunidad para transformar la nostalgia en encuentros significativos, para crear comunidad y dar sentido a lo propio y dar la bienvenida a los nuevos comienzos.
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Es licenciada en Ciencias de la Comunicación y estudiante de la Maestría en Periodismo Narrativo (UNSAM). Especialista en comunicación institucional, atención al público y producción de contenidos creativos.
