Compartir:

Corrían los primeros meses del papado de Francisco y el interés del sumo pontífice por aquellos migrantes y refugiados que optaron por embarcar en botes que posiblemente no llegarían a tierra firme se convirtió en una obsesión para su mandato. Y hacia allí fue: Lampedusa.

Aquel 8 de julio de 2013, Jorge Mario Bergoglio, el arzobispo de Buenos Aires que se convirtió en Papa, optó por actuar y ocuparse personalmente de todas aquellas preocupaciones que lo asolaban desde que tomó conocimiento de la cantidad de muertes que se escondían bajo las aguas del Mar Mediterráneo. Las semillas no se guardan en el granero si hay una necesidad imperiosa de que las cosas cambien: el primer ladrillo en la nueva edificación debe ponerlo el granjero, el buen pastor.

Según los últimos datos publicados por ACNUR, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, durante la primera mitad del año 2024, 122,6 millones de personas en el mundo han sido forzadas a abandonar su hogar. Posiblemente, un número mucho mayor de desplazados han perdido sus vidas tras los peligrosos viajes marítimos a lo largo de las rutas entre África Oriental y Occidental y la costa mediterránea africana.

Durante su primera visita pastoral más allá de los límites del Vaticano, el sumo pontífice pidió oración por aquellas personas que no lograron culminar su viaje. La “globalización de la indiferencia”, según sus palabras, hace del mundo un lugar cada vez más cruel para con aquellos que, de una u otra forma, intentan encontrar la vida y la seguridad en sitios desconocidos. Un desequilibrio económico que margina y que pone en el centro de la imagen a una sociedad conforme y satisfecha con sus propios problemas, y que prefiere desentenderse de la presencia de los extranjeros.

Aquel 8 de julio de 2013, Jorge Mario Bergoglio, el arzobispo de Buenos Aires que se convirtió en Papa, optó por actuar y ocuparse personalmente de todas aquellas preocupaciones que lo asolaban desde que tomó conocimiento de la cantidad de muertes que se escondían bajo las aguas del Mar Mediterráneo.

Algunos meses después de la asunción del papa Francisco y en una fría noche, el 3 de octubre de 2013, frente a las costas de la Isla de Lampedusa, 368 personas perdieron la vida. Los 155 sobrevivientes del naufragio permanecen cautivos de sus propias sombras desde aquel entonces.

C:\Users\user\Desktop\REFUGIO LATINOAMERICANO\POPE JPG\james-beheshti-CgaqmIlYGUY-unsplash.jpg

Una gran demostración de solidaridad y el constante desafío de las diferencias pueden girar con viento a favor y lograr convertir finalmente la temática migrante en una transfiguración de grandes muros a fuertes puentes. Fiodor Dostoievski, el escritor de origen ruso, hacía mención al porqué del sufrimiento de los inocentes, y que bajo esa incógnita se despierta una gran rebelión, con amargas sospechas de que el mundo bajo, esas circunstancias, carece de sentido alguno. Una pregunta que todavía no parece hacer mella en la comunidad internacional, que cada vez está más alejada del prójimo y de sus desavenencias para con ellos. 

¿Quiénes son esos pobres en el infierno del Mediterráneo? ¿Cómo se genera esa brecha en la que los pobres son cada vez más pobres y los ricos son cada vez más ricos? Ellos conforman un frente debilitado, son una especie de invitados de piedra a una procesión de burócratas millonarios que se llevan puesto todo a su paso. 

Hay un término encumbrado en los pasillos del desandar cotidiano que nos envuelve y que nos puede acercar más al meollo de la situación. La Aporofobia, una expresión creada por la filósofa española Adela Cortina, catedrática emérita de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia. Siempre se dice que aquello que no tiene nombre solamente se lo señala con el dedo. Podríamos inferir que ello es el origen de la segregación que hoy día hace destrozos en el espejo social que nos circunda. Sería una forma de nombrar el rechazo, la aversión, el desprecio o miedo hacia las personas en situación de pobreza. Una etiqueta que nos permite identificar la discriminación y violencia hacia las personas sin recursos. Este no es un concepto tangencial; por lo contrario, diría que es el génesis del odio visceral que duerme dentro de la discriminación y el miedo a lo desconocido.

¿Quiénes son esos pobres en el infierno del Mediterráneo? ¿Cómo se genera esa brecha en la que los pobres son cada vez más pobres y los ricos son cada vez más ricos? Ellos conforman un frente debilitado, son una especie de invitados de piedra a una procesión de burócratas millonarios que se llevan puesto todo a su paso. 

Hace algunos días atrás, el lunes 21 de abril, en su casa de Santa Marta, falleció el papa Francisco, un hombre de Dios que encabezó una cruzada en favor de los migrantes, aquellos seres humanos anónimos que parecían haber sido olvidados, pero que permanecen más vivos que nunca. Sus doce años de papado marcaron un rumbo que debe continuar, pese a quien le pese. Desde el inicio de su pontificado y ante un mundo que parece no detenerse, el sumo pontífice se encargó de llevar bien alta la bandera de aquellos que no tienen voz. Todavía revuelan muchas preguntas en el ambiente: tratar de sobrevivir al tiempo, oleadas y oleadas de personas que al igual que la marea, todas las mañanas llegan a las costas de Europa.

Francisco en su encíclica del 2020, Fratelli tutti, denunció que los migrantes no son considerados suficientemente dignos. Un doble discurso de la sociedad toda: en la teoría hay una preocupación constante de los Estados, pero en la práctica se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. La hipocresía de la humanidad elevada a su máximo esplendor: el que reza y peca, empata. La personificación de la muerte en la mitología griega se le atribuye a Thanatos, el hijo de la noche y del sueño, una extraña fusión que se cristaliza en aquellos náufragos que escapan permanentemente de situaciones adversas en sus tierras, intentando edificar un futuro que parece cada vez más lejano. Aguas rojas en un inmenso cementerio marítimo que devora personas y los sumerge en sueños eternos de los que solo pocos despiertan. Vicarios y sicarios, Eros y Thanatos compartiendo el mismo tablero, una partida de ajedrez y una crisis migratoria y humanitaria que debe abrir los ojos del poder.


También te puede interesar:

Francisco, esa mano tendida a los refugiados de Gaza que Israel eligió ignorar

Sor Geneviève Jeanningros: la mujer que lloró al Papa y vive para los marginados

12 años de pontificado: el Papa que camina junto a las personas migrantes

Autor |  + notas

Es periodista, escritor, guionista y ex vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores. Nació en Rosario y reside en Mar del Plata desde 1984. Actualmente publica artículos de opinión en el diario Nueva Tribuna y en Público, ambos medios gráficos de Madrid, España. Además, colabora con la sección Cultura del diario La Capital de Mar del Plata.


Compartir:
Mostrar comentariosCerrar comentarios

Deja un comentario