En estos días en que el mundo recibió la noticia del fallecimiento del Papa Francisco, el primer sudamericano en ocupar el cargo. En medio del luto global, una figura se hizo protagonista a través de las cámaras del mundo. La monja que asistió al funeral y rompió el protocolo al acercarse al féretro para despedirlo conmovió al planeta. En su gesto no dijo adiós al pontífice, sino que despidió a su amigo Francisco. Ella es Sor Geneviève Jeanningros, una religiosa francesa de 81 años que compartió ideales y una conexión espiritual con Jorge Bergoglio.
Pequeña de estatura, pero grande en su obrar, se acercó compungida al funeral. Ojos azules, difusamente vistos a través de las lágrimas acumuladas, vestimenta azul y mochila verde; de pie, rodeada de gente, pero en la soledad de su silencioso duelo. Un silencio al que estuvo acostumbrada, aunque nunca dejó que la venciera. Ella se ocupó de darle voz a quienes la sociedad invisibiliza y margina.
Ya fuera desde una caravana o en el Vaticano, ella siempre persiguió sus convicciones. Allí en Ostia, en las afueras de Roma, un lugar donde muchos evitan mirar, ella eligió quedarse. En esos márgenes, entre personas que se dedican al circo, a las ferias, a la prostitución, entre aquellas que no necesariamente se identifican con la sociedad binaria, es justo en ese lugar donde ella encontró su Iglesia. Una Iglesia sin pupilos, sin sotanas, pero con risas, ollas populares y escuchas atentas. Una Iglesia de calle, de comunidad, de cuerpos heridos y de amor sin etiquetas.

Nació en Francia, en tiempos de posguerra. Muy joven sintió el llamado de Dios, pero lo entendió diferente, distinto a ese que la ortodoxia impone. No quería conventos silenciosos; su vocación era en el ruido, con los otros. Eligió una vida activa y comprometida. Cuando llegó a Ostia, hace más de cinco décadas, descubrió un universo que la Iglesia tradicional apenas veía: “los excluidos”. Y se quedó allí, al lado de ellos. Se dedicó a recorrer las calles, ser amiga, madre, confidente, vecina y luego monja, ya que nunca predicó con sermones, sino con actos.
A esa tierra no la apartó Francisco, sino que la integró y le abrió sus puertas a toda persona que quisiera acercarse a la Iglesia Católica. La última visita que hizo el papa a Ostia fue en 2024 para bendecir la estatua de la “Virgen protectora del espectáculo ambulante y del circo” y compartir el arte con la comunidad en el Luna Park de Ostia Lido. Según cuenta la redacción del Vaticano, Geneviève reside allí en una caravana con la hermana Anna Amelia. Ella, la “enfant terrible”, como la llamó cariñosamente el papa, acudía cada miércoles a la audiencia general y llevaba consigo a grupos nómadas, artistas de circo y personas LGTBIQ+.

Esa no es toda la historia. La vida de Geneviève Jeanningros estuvo marcada por arraigos y desarraigos, por migraciones propias, familiares y de su comunidad. Dejó su Francia natal para construir un nuevo hogar en las afueras de una Roma voraz. Su tía, también monja, abandonó el país de los Derechos Humanos para misionar en la Argentina. Sor Geneviève es hija de la hermana de Léonie Duquet, quien fue secuestrada el 10 de diciembre de 1977 por el régimen cívico-militar argentino impuesto a partir del último golpe de Estado. Duquet estuvo cautiva en la ex ESMA (hoy Espacio Memoria y Derechos Humanos) y fue desaparecida junto a su compañera Alice Domon. Alfredo Astiz, quien encabezó las tareas de inteligencia previas al secuestro, fue condenado por este crimen de lesa humanidad. Este vínculo biográfico fue un punto de conexión y discrepancia entre Geneviève Jeanningros y Bergoglio, por la cercanía geográfica, histórica y espiritual.
La última visita que hizo el papa a Ostia fue en 2024 para bendecir la estatua de la “Virgen protectora del espectáculo ambulante y del circo” y compartir el arte con la comunidad en el Luna Park de Ostia Lido. Según cuenta la redacción del Vaticano, Geneviève reside allí en una caravana con la hermana Anna Amelia. Ella, la “enfant terrible”, como la llamó cariñosamente el papa, acudía cada miércoles a la audiencia general y llevaba consigo a grupos nómadas, artistas de circo y personas LGTBIQ+.
Cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido papa, algo se encendió en Sor Geneviève, quien se acercó a él y entendió que hablaban el mismo idioma: el de la misericordia. Más allá de la fe o la religión, el acto humano y de poder quedará en la historia. Porque muchos de los que mantienen su creencia desearían que la Iglesia tuviera las puertas abiertas de forma igualitaria, sin rótulos, sin violencias, por la paz y equidad real del mundo. Muchas veces la religión ha estado en el ojo de la tormenta fomentando guerras en nombre de Dios, campañas de pirateo, casos de pedofilia y tantos otros ejemplos que coartan los Derechos Humanos. Sin embargo, esta vez los protagonistas son humanos que desde sus lugares empeñan su vida para el bienestar común.

Así, el 22 de abril de 2025, el mundo despidió a Francisco y, entre miles de rostros, hubo uno que lo conocía de verdad. Sin autorización, sin agenda, Sor Geneviève Jeanningros rezó por su amigo. No dijo nada, solo lloró, y ese gesto valió más que mil palabras.
Periodista, fotógrafa y viajera, mi vida es una hoja con palabras por escribir y una galería de imágenes que está tejiendo relatos que conectan vivencias, saberes y personas. Mis raíces son migrantes, mis abuelos maternos llegaron de Italia y mi abuela paterna de España, mientras que mi abuelo paterno tiene raices criollas. Nací en Argentina pero viví en España y en Australia. Soy una profesional comprometida que siempre va en busca de nuevas historias.