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Migrar, verbo que se utiliza y se conjuga con una frecuencia mucho más alta de lo que muchos sospechan y que otros tantos rechazan. Inmigrantes, sujetos activos, actantes dentro de la narrativa y la dramaturgia de los hombres y las mujeres que, por las razones que fuere, se lanzaron a la aventura de probar suerte en otras latitudes, lejos de “casa”. 

Venezuela, como país, ha destacado en los últimos años, entre otras cosas, por ser el punto de origen de muchos inmigrantes. Dentro de esta estadística aparece —además de quien suscribe estas líneas— Pablo Ocanto, nuestro entrevistado. Dramaturgo, actor, productor y director teatral nacido en “la Patria de Bolívar”, instalado desde hace seis años en las riberas argentinas del Río de la Plata. 

“El teatro salva”, me dice, mientras conversamos un poco de todo, antes de dar comienzo “formal” a la entrevista. Y es que además de migración, el teatro será parte fundamental, no sólo de esta conversación, también de las que aspiramos sostener con otros artistas migrantes llegados hasta suelo bonaerense en busca de escenarios para crear y brillar.

-¿Quién es Pablo Ocanto?

Duda un poco antes de responder la primera de mis preguntas.

“¿Quién es Pablo Ocanto?” Admite que hablar de sí mismo no le resulta sencillo. “Toda la vida me ha costado”. Luego, ante la necesidad de ofrecer una respuesta, señala que es “un soñador, un creador de arte”. Un poco más en confianza, agrega que es “alguien que cree en la amistad, que cree en la gente”, para pasar a reconocer que este rasgo le hace “propenso a ser decepcionado. Como creo tanto en la gente, creo que todo lo que está a mi alrededor es bueno y, a veces, me llevo la sorpresa de que no todo es bueno”.

“Tengo mis cambios de humor. Puedo ser simpático y, al rato, puedo tener un ‘shock emocional’”. En este punto, él mismo asoma lo que conforma uno de los temas neurálgicos de nuestra plática: “viene a raíz de esta etapa migratoria, este extrañar tanto a Venezuela”.

Antes de seguir avanzando en la entrevista, necesario es apuntar lo que no dice de sí mismo. Quizás no lo hace porque puede que no tenga conciencia de ello, pues, Pablo se ha convertido en una referencia para los “teatreros” venezolanos que consideran emigrar a Buenos Aires. Yo mismo escuché un par de veces en Caracas, antes de partir, “cuando estés en Buenos Aires, tienes que buscar a Pablo Ocanto”.

“Yo no escogí el teatro. El teatro me escogió a mí”

“Algo vieron mis profesores cuando yo era niño, porque siempre me escogían en las actividades del colegio. Y yo nunca quería, yo quería ser miembro de la patrulla escolar. Y los profesores me decían: ‘está bien, permanece allí, pero también tienes que hacer esto, porque si no te sacamos de la patrulla escolar’”. Después de reírse al recordarlo, reconoce que “era una especie de amenaza nada sana”.

Una vez que terminó sus estudios de secundaria (“el liceo”, como se le conoce en Venezuela), decidió estudiar Derecho y recibirse de Abogado. “No tengo nada que ver con el teatro, soy un hombre serio” se dijo a sí mismo, intentando justificar su decisión. 

No pasó mucho tiempo para que “el drama” estuviese de regreso en su vida. “Cuando voy a inscribirme —en la Universidad Gran Mariscal de Ayacucho—, tenía que elegir una electiva cultural o deportiva”. Sonríe antes de reconocer que no se le dan bien los deportes y que fue su padre quien le sugirió que optara por el teatro. “Además, vas a hacer juicios orales, te sirve”, remató su progenitor para terminar de convencerlo.

Antes de finalizar el primer ciclo lectivo, ya formaba parte del grupo estable de teatro de su universidad. Al culminar el primer año de carrera, recibió una beca como Talento Cultural y, aún sin haberse recibido, no solo se convirtió en profesor de teatro, también fue designado como Director de la agrupación de la casa de estudios. “Once años estuve dando clase (de teatro) en la universidad. Participé en mil y un montajes, fui a festivales en Margarita, Maturín, Caracas” (…) gané premios como Mejor Director, Actor de Carácter…”. 

“Bien, gracias”, responde, entre carcajadas cuando le pregunto por la abogacía. Y aunque terminó sus estudios y empezó a ejercer el Derecho, el panorama en Venezuela ya tenía varios nubarrones sobre el firmamento. “Ya todo estaba muy complicado”, sentencia sin disimular el pesar. Para más inri, el Derecho Penal se convirtió en su rama favorita, por lo que su padre empezó a temer por su integridad. No en vano, ejercer esta profesión se convirtió en un “deporte extremo” en la nación caribeña.

A sobrellevar este periodo, le ayudó el mantenerse activo como profesor y director del grupo de teatro de su alma máter. Esto le permitió tomar sólo casos puntuales como abogado, (algún registro mercantil o trámites de divorcio), sin correr demasiados riesgos.

También tuvo tiempo para cursar un Máster en Recursos Humanos. Se le ilumina el rostro al afirmar que “esto sí me gustaba”. De igual forma, se certificó como Gerente Inmobiliario Internacional de una trasnacional dedicada a la compra, venta y alquiler de bienes inmuebles.

El zénit de esta etapa llegó el 11 de julio de 2011. Esa fecha marca el nacimiento formal de la Fundación Artística Theatron. “Comenzó como un grupito de cinco y terminamos siendo más de 60 personas.” En poco tiempo, Teathron se convirtió en una agrupación teatral con planta estable, que llegó a otorgar becas a jóvenes de escasos recursos para que se formaran en las artes escénicas.

“Desconfigurados” la obra que estrenará en enero Pablo Ocanto. 

Migrar, el duelo interminable

“La verdad, yo nunca imaginé salir de mi país. Nunca estuvo en mis planes. Yo amo a Venezuela”. Con estas tres frases abre Pablo, apenas traigo de vuelta a la conversación el otro de los temas que tenemos en común: la migración. “Más allá de la crisis, yo seguía trabajando, seguía haciendo cosas para sostenerme, pero poco a poco se fue complicando todo”.

Acota que, una vez tomó la decisión de emigrar, todo pasó muy rápido. Le comentó sus planes a uno de sus antiguos profesores y al poco tiempo este lo sorprendió con la noticia de que le había comprado el pasaje para que viajara a Argentina. 

Su llegada a tierras australes no resultó sencilla, aunque tuvo la oportunidad de integrarse rápidamente dentro de la movida teatral porteña. “Pasé hambre”, admite. Un creciente cuadro depresivo, junto con las responsabilidades que trae consigo el “hacer teatro”, se convirtieron en una carga inmanejable. Fue entonces cuando alguien le sugirió que se bajara un tiempo de las tablas, antes que estas se convirtieran en otra fuente de frustración. “Fue la mejor decisión”, señala ahora. “Cuando estuve preparado, volví con todas las fuerzas”.

“El duelo por la migración lo sigo viviendo. Tengo seis años acá y no he ido a Venezuela. Me pega mucho la ausencia de mi familia. Tengo un hijo que está allá” (…) “Él nació y no he tenido la oportunidad de ir a conocerlo”. También confiesa que llora “como una magdalena”, cuando ve en Tik Tok los reencuentros de familias venezolanas.

No vacila para responder afirmativamente a mi pregunta de si el teatro le ha ayudado a sobrellevar el duelo. “A mí el teatro me ha sanado mucho” (…) “El teatro es mi desconexión. No podría decir que es mi cable a tierra, porque sino seguiría sufriendo” (…) “Es ese momento mágico donde me desconecto de todo lo que estoy haciendo, porque estoy creando”.

Después de la tempestad…

Asentado en Buenos Aires, Pablo logró traer a Theatron hasta Argentina, aunque ahora no como fundación artística, sino como casa productora. Bajo este sello, se ha hecho de un nombre propio dentro de la programación teatral regular de la ciudad.

“Sí, totalmente”, apunta cuando le pregunto si considera al teatro como un vehículo de integración cultural. Aclara que nunca se ha planteado “imponer la cultura venezolana” a través de sus montajes. “Somos muy abiertos en cuanto a la nacionalidad de los talentos, más allá de las historias”. Theatron ha tenido elencos en donde la mamá “es argentina, un papá venezolano, un hijo peruano, una hija uruguaya y la gente (el público) lo toma con la mayor naturalidad”. Completa su argumentación con una frase contundente: “recuerda que estamos en un país de inmigrantes”.

De Ciudad Bolívar a la calle Corrientes

“La calle Corrientes es el Broadway de Latinoamérica”, afirma cuando le pregunto cómo ha cambiado su perspectiva del teatro argentino, ahora que su nombre forma parte de la programación regular de esta avenida.

“Se hace muy buen teatro acá. A la gente le gusta consumir teatro en Argentina. Y también hay muchas escuelas de teatro, eso permite que se puedan tener una diversidad de talentos calificados en cada uno de los montajes, en especial los que se presentan en la calle Corrientes”. Aunque rápidamente aclara que ha visto, lejos de las marquesinas de la popular arteria vial porteña, montajes “más completos” y con “más talentos que alguno que otro” de los que se exhiben dentro del circuito comercial. “Hay rincones especiales en Argentina donde el teatro se sigue haciendo, y es teatro del bueno”.

¿Se puede vivir sólo del teatro en Argentina?

Una pregunta que reviste un interés especial para el entrevistador, y probablemente para muchos de quienes se pasean por estas líneas. “Es casi imposible, como en casi todo el mundo”, responde Pablo entre risas, antes de admitir que “todos soñamos con vivir del teatro”.

Sin embargo, señala que hay “estrategias” válidas para sustentar el quehacer teatral, sin alejarse demasiado del nicho comercial. Pone como ejemplo a su productora, Theatron “Contamos con un espacio donde vienen otras agrupaciones a ensayar y donde se imparten clases”.

Adaptación: palabra clave

“Me pasa a veces, pero menos que antes. Hay palabras que no sé, te soy sincero”. Estas afirmaciones llegan después de consultarle sobre los retos que supone el hacerse entender y entender al público argentino, a pesar de hablar el mismo idioma.

“Cuando escribo mis libretos, que se los paso a los actores, les digo ‘yo escribo en venezolano, ustedes hagan la traducción a argentino’. Trato de no utilizar palabras que sólo entendemos nosotros, porque ellos (los actores) no las van a entender y no la van a saber interpretar, y el público no lo va a entender tampoco”. Aunque luego señala que los espectadores argentinos “son muy abiertos”.

Conversamos sobre dos figuras claves dentro del desarrollo del teatro venezolano: Juana Sujo y Carlos Giménez. Dos inmigrantes argentinos que llegaron a Caracas en diferentes momentos del siglo XX y que son referencia obligada para entender las artes escénicas del país petrolero. No cree posible, ahora que la migración es “a la inversa”, que aparezca en la escena alguna figura equiparable.

“Venimos a adaptarnos”. La adaptación pasa por un proceso en el que se debe poner a disposición “toda nuestra experiencia” e “ir conquistando corazones”. Apunta que los migrantes del teatro tienen el deber de “darlo todo sobre en escena”, para que sea el buen “comportamiento el que hable por nosotros y que se encargue de abrirnos grandes oportunidades, eso nos va a dar el chance de poder avanzar y capaz, sí influenciar en el teatro argentino”.

Admite estar algo cansado, luego de un 2024 en el que prácticamente no se bajó del escenario. Dice que quizá necesite descansar, para inmediatamente anunciar parte de los planes que tiene para el futuro inmediato. Nada más en enero de 2025, tendrá tres producciones simultáneamente en cartelera: la segunda temporada de El cumple de la Juli, la segunda temporada y con elenco renovado de Ay mamá, y el estreno de Desconfigurados, lo que viene a ser la muestra final de los estudiantes de entrenamiento actoral de Theatron. “Tres obras ambiciosas. Un drama, una comedia y una comedia dramática”.

También contempla para los próximos meses, una nueva temporada de El día que me quieres, el “clásico” del teatro venezolano escrito por José Ignacio Cabrujas, obra que narra la historia ficcionada de una familia caraqueña que recibe la visita en su casa de Carlos Gardel. Así como una segunda temporada de Psicosis, la mente de un asesino, un musical con 24 actores en escena y que aspira montar sobre un escenario 360º.

Descansar es por mucho, uno de los verbos más ausentes en una conversación con Pablo Ocanto.

Última pregunta: ¿mate o café?

“Café”, responde al toque. Confiesa que lo intentó con el mate, pero le genera problemas estomacales. Para cerrar, deja una frase típica venezolana: “si no tomo café en la mañana, no existo”.

+ notas

Estudió cine y posee una amplia trayectoria en periodismo, marketing digital, actuación y dramaturgia. Nacido en Venezuela, vivió en países como México y Costa Rica. Actualmente reside en Argentina, en lo que constituye su tercera experiencia migratoria.


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