Este año, el evento se desarrolló en la explanada de ingreso al Cementerio San Jerónimo, ubicado en el barrio de Alberdi, de la ciudad de Córdoba (Argentina). El sábado 1 y domingo 2 de noviembre, este lugar se transformó en punto de reunión pluricultural, del que participaron diferentes comunidades e integrantes de pueblos originarios, para celebrar el reencuentro con los seres queridos que ya no están en este mundo. Durante las dos jornadas hubo talleres culturales, murgas, maquillajes artísticos, batucadas, grupos musicales, recitadores de poemas y un gran altar donde los presentes dejaron fotos y recuerdos de familiares y amigos difuntos. El evento culminó con un atractivo desfile de catrinas, que cautivó la atención de niños y adultos.
Este año, el 1 y 2 de noviembre, el ingreso al Cementerio San Jerónimo, ubicado en el tradicional barrio de Alberdi de la ciudad de Córdoba (Argentina), se transformó en un punto de encuentro pluricultural, para conmemorar el Día de los Santos Difuntos junto a la comunidad mexicana radicada en la capital cordobesa.
La festividad incluyó talleres culturales, conversatorios, murgas, batucadas, grupos musicales y recitadores de poemas sobre la muerte, que se lucieron sobre el escenario central. También se dispuso una feria de platos y bebidas típicas de México y otras comunidades como la peruana, chilena, venezolana, ecuatoriana y también de los pueblos originarios de esta región.

La gran atracción llegó de la mano de quienes, sobre el escenario, se animaron a contar los secretos para lograr un buen “pan de muertos”, un alimento tradicional de México que se realiza para conmemorar estas fechas.
Caminando de la mano por el predio, también se pudo ver a una pareja estadounidense que vacacionaba en la ciudad y, sorprendidos por la magnitud del evento, decidió participar del mismo. Marry, con su rostro maquillado a tono con la temática, expresó: “No me lo quería perder, por eso, lo agarré del brazo a mi marido y lo traje para ver de qué se trataba esto. Estamos maravillados”.

Tampoco faltaron los vendedores de globos y copos azucarados, de diferentes colores llamativos. Sin embargo, uno de los sectores más atractivos fue el banner gigante, con la cara recortada de “Coco”, donde se podía introducir el rostro y sacarse una foto imitando al personaje de la famosa película. Además, otro de los rincones más concurridos fue el que llevaba las consignas “Dejale un mensaje a tus muertos” y “¿Dónde habitan?”, lugar donde los presentes podían pegar o pintar sus sentimientos sobre un gran lienzo.
Fueron dos jornadas en las que el sol iluminó no solo el predio, sino los rostros fascinados de los presentes, sobre todo de los más pequeños, quienes se podían maquillar, en forma gratuita, para no desentonar con el resto de los personajes que desfilaban por el lugar, atrayendo la mirada de grandes y niños.
Una festividad ancestral
Consultada sobre el origen de la conmemoración, Selene Monarres, integrante de la comunidad mexicana de Córdoba, y una de las organizadoras del evento, aseguró que se trata de un acontecimiento prehispánico cuyos orígenes se remontan a cientos de años atrás, pero siempre bajo la misma consigna: celebrar a quienes ya no están en esta vida.
“En México, el mes de noviembre es tiempo de preparativos para la cosecha. Por eso, el pueblo Azteca realizaba ofrendas y sacrificios para que los dioses, desde otros mundos, intercedieran para que la cosecha tuviera éxito. Para esto se peticionaba, para que aquellos vinieran a bendecir y proteger la tierra”, expresó Monarres.
De esta manera, y con el paso del tiempo, la creencia se afirmó en la idea de pensar la vida y la muerte como parte de un mismo proceso. El primer evento es el día 27 de octubre, con la llegada de las primeras almas al mundo terrenal: las mascotas fallecidas. Luego, se recuerda también a las personas que murieron trágicamente y a quienes no tienen tumbas, hasta llegar al 1 y 2 de noviembre, fecha en la que se produce el encuentro con los seres queridos que murieron.
Este es el verdadero sentido de la festividad, volver a reunirse con los familiares, amigos, allegados y mascotas que murieron, pero siguen presentes en otro plano. Y debido a la importancia de este reencuentro, la comunidad mexicana comienza a prepararse el día siguiente al que terminan los agasajos. Dedican horas a la confección de los atuendos y diseñando los modelos de las futuras catrinas.
El altar
El momento más emotivo durante ambas jornadas, fue al anochecer, cuando las luces de las lamparitas del altar, brindaron un marco íntimo y acogedor a los cientos de presentes que hacían fila para depositar las fotos de sus mascotas y seres queridos difuntos, y dejar allí, sus plegarias escritas en un papel, junto a ofrendas florales, frutas y cientos de crucifijos, guirnaldas y velas que se iban consumiendo, a la vez que el día iba dejando paso a la luz de la luna.

El altar se convirtió así en el centro de la celebración, repleto de las famosas flores de cempasúchil, con su característico color naranja intenso, y cientos de calaveras de todo tipo, color y tamaño, para dar la bienvenida a los difuntos presentes para compartir con alegría ese momento.
Desfile de catrinas
Una catrina es un esqueleto con ropa elegante y femenina, colorida y exuberante, popularizada en México por el pintor Diego Rivera. Sin embargo, se dice que fue el caricaturista mexicano José Guadalupe Posada quien creó la denominada “Calavera Garbancera”, como una crítica hacia la pobreza en México. En ese entonces se decía que los mexicanos dejaron de vender maíz, nativo de este país, para comerciar con garbanzos, como hacían los europeos.



Remarcando la importancia de este personaje característico, y para cerrar el segundo día de los festejos, se realizó en la explanada de ingreso del cementerio, el tradicional desfile de catrinas que cautivo a la atención de los presentes.
Se vieron decenas de catrinas con los más variados atuendos y maquillajes multicolores, sombreros y tocados majestuosos, paseando y posando para las fotos de aquellos que quisieron inmortalizar ese momento.



La comunidad mexicana en Córdoba
A diferencia de la de Buenos Aires, la comunidad mexicana radicada en Córdoba es autoconvocada, liderada por Laura Minerva Gutiérrez. “Somos alrededor de 100 mexicanos, los que actualmente vivimos en esta ciudad, aunque este no es un número confiable ya que hay muchas personas que están aquí por un intercambio estudiantil, que vienen a la facultad y luego se marchan”, aseguró Monarres.
La edades de quienes se encuentran en Córdoba, oscila entre los 22 y 60 años, y la mayoría se dedica al rubro gastronómico. “Por ejemplo, Laura es chef y de hecho ya tiene un emprendimiento mexicano ambulatorio, un food truck, pero bien mexicanote porque es como un carrito chiquito convertido en un puesto de tacos con la esencia del taco mexicano callejero”, comenta Monarres.

Si bien está repartida la cantidad de hombres y mujeres que viven en la ciudad, “nosotras venimos, o nos quedamos aquí, porque estamos en pareja con alguien de Córdoba”, aseguró Selene.
Y a diferencia de otras comunidades, “nosotros no vivimos en un barrio puntual sino que estamos dispersos por toda la ciudad. Tampoco tenemos una congregación o asociación. Nos juntamos, sobre todo, para organizar esta festividad”, nos dice, para finalizar, Selene.
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Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba, donde también obtuvo el título de Técnica en Comunicación Radiofónica. Diplomada en Periodismo Político (2004) y en Derecho de las Personas Migrantes (2023), actualmente es doctoranda en Ciencia Política en la Universidad de Belgrano, con una tesis en curso sobre políticas públicas hacia la comunidad migrante senegalesa en Córdoba durante la pandemia de Covid-19.
