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De investigadora del CONICET a escritora de historias migrantes, Gisele Kleidermacher publicó un libro que da voz a los senegaleses que llegaron a la Argentina buscando una oportunidad. Sus relatos combaten estereotipos y se vuelven urgentes en un país que endurece su política migratoria.

“Es raro estar del otro lado”, dice Gisele Kleidermacher apenas empieza la entrevista, como si todavía se sintiera más cómoda en el rol de quien pregunta. Durante años, Gisele fue investigadora del CONICET, socióloga con doctorado en Ciencias Sociales, dedicada a estudiar migraciones con la distancia y rigurosidad que exige la academia. Pero un día algo se movió. Dejó de pensar en papers y decidió contar historias en su libro “África: Historia de migrantes en Argentina” (2025), editado por Milena Caserola.

—¿Por qué decidiste hacer un libro menos académico y más recopilatorio de historias?

—Ese “por qué” tiene que ver con un senegalés llamado Fallou que trabajaba en una obra de teatro. Muchos protagonistas eran senegaleses y la propuesta era un biodrama afro. Cuando terminó la obra me acerqué a hablar con ellos. Conversando con Fallou, me contó que había estudiado sociología en Senegal. Me propuso hacer un libro juntos para contar lo que la obra no alcanzaba a decir. Él quería problematizar esta migración y desmontar los estereotipos que pesan sobre ella. 

Escribir usando nombres

Así arrancaron. Hicieron una guía de entrevistas, seleccionaron a las personas y grabaron horas de testimonios durante 2019, pero al año siguiente la pandemia cambió los planes: Fallou volvió a Senegal y Gisele quedó sola con el proyecto. En ese tiempo, se anotó en un taller de crónicas de migración que dictaban la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y Revista Anfibia. Ahí escribió su primer texto narrativo: “Me gustó mucho todo lo que ese proceso significó, empezar a pensar las historias desde un lugar más humano y menos académico”.

—¿Cómo fue el proceso de selección?

—Queríamos mostrar diversidad: no todos eran referentes, ni todos tenían visibilidad. La pandemia frenó todo, pero después lo retomé, incluso con historias nuevas, más allá del proyecto original con Fallou.

En el proceso, Gisele vivía en la Avenida Córdoba. “Bajaba y charlaba con un vendedor senegalés que estaba en la puerta del McDonald ‘s. Después le llevaba mate. Así me fui metiendo, nos hicimos amigos y a través de él conocí a otros”, relata.

—¿Qué fue lo que más te impactó en esos relatos?

—Que muchos no venían huyendo del hambre o de la guerra. Venían por deseo de prosperar. Como Madou, que me decía: “Yo vivía bien en Gambia, tenía mi vida allá”. Pero vienen igual, movilizados por el deseo de éxito o por mandato familiar. Y se encuentran con otra cosa. Vienen con la expectativa de progresar y terminan atrapados en un país que no les ofrece lo mínimo.

Este contraste, que Gisele investigó en un artículo llamado “De la ilusión al desencanto”, se hace palpable en estos relatos de migrantes que llegaron a una Argentina idealizada y pronto vieron cómo su calidad de vida empeoraba, que eran sistemáticamente hostigados por la policía y donde la barrera idiomática los hacía un objetivo vulnerable.  “Un joven pagó 50 dólares por un taxi desde Retiro hasta Once, sin saber que era un trayecto de 15 minutos”, relata.

El racismo estructural y la invisibilización afro en Argentina

—¿Y cómo viven ellos el racismo estructural argentino?

—Creo que ellos al comienzo también se creen la propia narrativa que tenemos en Argentina de que “no hay negros”. Tenemos una historia de invisibilización, donde la presencia afro atraviesa nuestras relaciones cotidianas y en el caso de ellos eso se nota aún más porque los vuelve hipervisibles, los exotiza y, en algún punto, vienen a romper con esta idea de “no hay negros”. Pero hay negros. ¿Quiénes son los negros? ¿A quiénes llamamos negros? Ahí se abre una cuestión interesante, donde empiezan a aparecer cosas. ¿Qué tan permeables somos a pensarnos como una sociedad un poco más heterogénea? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a hacerlo?

En cuanto al racismo estructural, creo que es muy evidente, por ejemplo, en el hecho de que solo hubo dos períodos especiales de regularización que duraron tres meses cada uno. El último fue en 2022. Durante todo el tiempo restante, les fue imposible obtener documentación. Eso ya dice mucho sobre nuestra sociedad: a quiénes les facilitamos las cosas y a quiénes no, quiénes queremos que lleguen y quiénes no.

En el caso de los senegaleses, nuestra legislación migratoria no tenía ninguna categoría que les permitiera regularizarse y tampoco había convenios específicos con Senegal. Ni siquiera había embajada de Senegal en Argentina hasta hace unos dos años. Durante todo ese tiempo, no hubo un esfuerzo real por resolver una situación de tanta vulnerabilidad como es no tener documentos y no poder acceder a derechos básicos.

Desde ahí me parece que hay una clara mirada institucional que no solo afecta a los senegaleses, sino también a personas de Gambia, Guinea y otros países de la región. La situación es muy similar para todos ellos.

Fiesta de Karambenor en Buenos Aires, 2017. Foto: Gisele Kleidermacher. 

—¿Cómo impactan los cambios del gobierno de Javier Milei en la Ley de Migraciones?

—El nuevo enfoque me parece que apunta a otras migraciones, como la venezolana o la brasileña. Antes podían anotarse en la universidad con el pasaporte, ahora no. También se extendieron los plazos: antes en tres meses tenían la residencia; ahora ya no. El nuevo decreto permite una gran discrecionalidad, con una escala de grises respecto a quiénes pueden acceder a la salud y quiénes no. Es difícil determinar qué es una emergencia y qué no lo es. Todo va a derivar en trámites burocráticos que desalienten el uso de los servicios públicos. En la comunidad senegalesa hay mucha ayuda interna. Así resolvieron, por ejemplo, cuando en la pandemia no podían obtener el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) porque no tenían DNI. Probablemente suceda lo mismo ahora, seguir tirando de un hilo cada vez más finito.

Esa visión institucional también permea la vida cotidiana y genera desconfianza, prejuicio y discriminación. 

— Si a esto le sumamos la situación económica y la persecución a los manteros en la Ciudad de Buenos Aires, ¿podemos decir que Argentina dejó de ser un destino y pasó a ser un trampolín?

— Ellos abandonaron estos lugares que hoy se están desalojando antes de todo esto. La comunidad ya no está tan concentrada en Capital. Muchos se fueron al conurbano, a lugares como José C. Paz, Moreno o Tres de Febrero, donde las regulaciones municipales permiten la venta ambulante. Ahí han generado vínculos con los vecinos. También hay quienes se fueron a otras provincias. Incluso en la costa hubo problemas, que se repiten todos los veranos. Pero con el tiempo fueron desarrollando herramientas: estrategias más grupales, más sectorizadas. Algunos abrieron locales en galerías como las de Constitución, aunque muchas veces están en lugares donde no circula demasiada gente. 

Por otro lado, la crisis económica es muy importante y la comunidad se redujo mucho. Algunos se fueron a Brasil, pero no es un país al que ellos deseen ir. La venta ambulante allá no está permitida, así que quienes se dedican a eso tienen que insertarse en otros trabajos que no les resultan atractivos. Otros lograron seguir viaje a Estados Unidos, a Canadá —sobre todo quienes lograron la reunificación familiar— y también a Europa. 

Hoy, el libro de Gisele circula en escuelas secundarias buscando combatir los discursos de odio instalados a través de la visibilización de estas historias de migración: “Los jóvenes son los que pueden cambiar algo. La gente grande ya está muy convencida de lo que piensa. Pero en los adolescentes hay permeabilidad, sensibilidad. Ahí está la clave”.

Imagen de portada: Gisele Kleidermacher y su “África: Historia de migrantes en Argentina” (Milena Caserola, 2024). Foto: Francisco Bolajuzón.


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Equipo periodístico |  + notas

Técnico en sonido, músico y estudiante de Producción Audiovisual. Apasionado de la historia, los podcast y los documentales. Con raíces vascas, italianas y originarios pampas.


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