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¿Qué puede decirse sobre Cien años de soledad, aquel verdadero monumento de la narrativa latinoamericana, que no haya sido dicho hasta ahora? Por estos días, la obra cumbre de Gabriel García Márquez ha recobrado un nuevo interés a partir de la ambiciosa adaptación de Netflix. De aquel boom latinoamericano de la narrativa a los tiempos de las plataformas de streaming han transcurrido más de seis décadas. Sin embargo, los núcleos más importantes de la gran novela latinoamericana siguen siendo tan atrayentes como actuales. No hace falta más que remitirse a la historia reciente de nuestra región, cargada de renovadas persistencias y resistencias que siguen dando cuenta de un dramático trasfondo político, económico, social y cultural. Y, tal como enseñaba Gabo en La soledad de América Latina (el discurso con el que formalizó su aceptación del premio Nobel en 1982), hacer creíble esa realidad latinoamericana desmesurada, brutal, trágica y muchas veces disparatada a través de los medios convencionales, continúa siendo un desafío enorme para cualquier escritor o cronista de nuestra región. Según el universal escritor colombiano, en esa realidad propia, que supera cualquier ficción o marco teórico, radica eso que se dio en llamar nuestro realismo mágico y, también, nuestra soledad frente al mundo.

Para reflexionar sobre los grandes temas de la novela, y a propósito de su reciente adaptación en formato serie (dirigida por el argentino Alex García López, reconocido por sus producciones para Marvel y por su participación en The Acolyte, la nueva serie de Star Wars), desde Refugio Latinoamericano conversamos con el investigador colombiano Santiago Herrera Díaz, psicólogo social y magíster en Historia por la Universidad de Antioquia. Actualmente se desempeña como docente en la Universidad CES, y sus investigaciones se centran en la intelectualidad y la cuestión social. Tras su reciente visita a Buenos Aires, nos brindó la entrevista que compartimos a continuación.

Portada de la edición conmemorativa de la RAE de Cien años de soledad | Foto: Secretaria de Cultura de la Nación

— Cien años de soledad, la obra más importante de Gabriel García Márquez, fue publicada a fines de 1967, cuando en América Latina se vivía un importante contexto de radicalización política y cultural al cual, desde luego, el mundo de las letras no fue ajeno. ¿Cómo describirías el impacto de su publicación en aquel contexto, tanto a nivel regional como en la propia Colombia?

—En primer lugar, considero que principalmente la obra está eclipsada por el premio Nobel de García Márquez, que llega posteriormente, unos quince años después de publicar la obra. Y ese “eclipse” que le da el premio hace entender la recepción de la obra de manera muy distinta. Sin embargo, podemos ver tanto en el contexto latinoamericano y colombiano, como en el contexto mundial de los años sesenta, que la obra aparece en una época bastante convulsa en América Latina, y las formas de esas convulsiones no son similares en todos los países, ni siquiera dentro de un país. Hay que mirar mucho el contexto colombiano donde “Gabo” se desenvolvió: los círculos y las redes intelectuales de las que él formaba parte para esa época.
Pero, ¿qué es importante de esos años sesenta? En Colombia se estaba dando una alternancia en el poder entre los dos partidos tradicionales: el Partido Conservador y el Partido Liberal. Y esa alternancia no permitía que se presentaran otros partidos, otras disidencias, ¿cierto? Entonces, simplemente en las elecciones, cada cuatro años, si bien hay cierto ejercicio democrático, de entrada se sabía quién iba a ganar, ya que fue el mecanismo de ese Frente Nacional para solucionar unas guerras que venían afectando al campo y algunas de las ciudades principales unas décadas atrás (principalmente las décadas del 30 y el 40, lo que se conoció como la “Época de la violencia” en Colombia). Entonces, para los años sesenta, el Frente Nacional (que se establece en 1958 y finaliza en 1970) está siendo cuestionado por perpetuar a unas élites en el poder (élites del Partido Liberal y del Conservador), y no está permitiendo otros accesos.
Una segunda lectura es la fuerza que tiene para esta época la Revolución Cubana, que triunfa en 1959 y cómo eso empieza a repercutir en los demás países. Colombia no es ajena a este proceso y muchas personas comienzan a identificarse y apoyar abiertamente esa revolución, cuando el país está inmerso en un proceso de alternancia bipartidista que no permite la oposición, como esas voces de izquierda cercanas a la Revolución Cubana y a las propuestas del socialismo, etcétera. Es en ese escenario donde surge la novela, pero insisto en que la recepción sería muy difícil estudiarla o entenderla alejados del “eclipse” del Premio Nobel a Gabriel García Márquez en 1982.

El investigador colombiano Santiago Herrera Díaz | Foto: gentileza

—¿Qué cambió con respecto a la consideración de Gabriel García Márquez en Colombia después del Nobel? ¿Qué debates despertó el “boom” literario de Cien años de soledad?

Yo creo que Colombia no es un país demasiado lector. Incluso creo que no es demasiado lector de Cien años de soledad. Puede haber una perspectiva un poco romantizada de que “listo, todos los colombianos se saben Cien años de soledad, casi porque los representa”. Y yo pienso que ahí tendríamos que ver varias cosas. La primera es que Colombia es un país con múltiples regiones y esas múltiples regiones tienen múltiples realidades. Y la obra de García Márquez es una obra, muy por así decirlo, anclada a las costumbres y al entendimiento de la Costa Caribe o la Costa Atlántica colombiana. Sin embargo, quizá en la Costa Caribe, Cien años de soledad no genera lo que genera en otras partes. Entonces puede ser más al interior de Colombia, donde la obra de García Márquez puede tener mayor repercusión. Porque para el Caribe —y lo decía el mismo Gabriel García Márquez— esa es la cotidianidad, contar las cosas como están contadas en Cien años de soledad: contar la vida de una familia, contar la vida de un pueblo. Todas estas manifestaciones culturales del Caribe colombiano, que no son sólo literarias (están mucho hacia la música y hacia otros mecanismos de divulgación). Esto es un asunto importante: entender Cien años de soledad dentro de las costumbres regionales de Colombia.
Sin embargo, el hecho de que sea nombrado un colombiano como premio Nobel de Literatura hace que esa obra, al menos al referenciar literatura de Colombia, esté siempre en el puesto inicial o en el primer puesto. ¿Por qué? Pues evidentemente es una obra en un país que no es muy lector, que no es muy dado a la literatura, pero es un orgullo nacional, es decir, un escritor colombiano saca de su realidad colombiana una obra merecedora de un Nobel, ¿cierto? Pues que el premio Nobel no es solo a Cien años de soledad, pero sí es la obra más destacada de Gabriel García Márquez. Tanto es así que, por ejemplo, en Colombia es un libro obligatorio de lectura, sobre todo en la formación básica secundaria. Sin embargo, no es el libro más leído. Entonces, claro, mucha gente dice incluso “pues es que le cogemos pereza a la literatura porque nos obligaron en el colegio a leerla” y eso pasa mucho con Cien años de soledad. Es un libro que, entrada la historia, puede no engancharte porque tiene muchas idas y vueltas: este asunto de repetir los nombres, el manejo de los tiempos. Miremos que el libro empieza con el recuerdo del coronel Aureliano Buendía cuando era niño, antes de ser fusilado. Entonces ahí ya se mezclan los tiempos, ya te está diciendo cosas que van a venir. Te dicen que lo van a fusilar, pero se queda corto el fusilamiento porque él se acuerda de algo, y ahí empieza la historia. Entonces esto hace que sea complejo; el repetir los nombres, los apellidos, también la repetición de los caracteres o la psicología de los personajes. Porque no es sólo cómo se llaman, sino que esos nombres están asociados a ciertos rasgos o ciertas características de personalidad.
Entonces el libro es como un estandarte, pero yo no me atrevería a decir que es un estandarte apropiado, reconocido y experimentado por todas las personas en Colombia. Seguramente habrá núcleos literarios y de personas que se acercan un poco al ejercicio de la lectura que lo tienen muy bien valorado. De hecho, yo conozco muchas personas acá en Colombia que nos encanta el libro y hacemos bromas con él (relacionadas con lo prolífico de la familia Buendía). Puede que ahora, con el lanzamiento de la serie, mucha gente ha dicho “bueno, voy a verla porque nunca me he leído el libro, nunca me ha gustado el libro o me ha dado pereza leerlo” y otra gente que dice “bueno, no me la voy a ver, porque no me he leído el libro”. Es algo particular porque sí, es una obra estandarte. Pero no es parte de una realidad permanente.

—En el discurso con el que Gabriel García Márquez formalizó su aceptación del premio Nobel en 1982, nos encontramos con un relato descarnado de la historia latinoamericana. ¿Creés que algunos de los núcleos conceptuales fundamentales de Cien años de soledad están presentes en dicho discurso?

—Yo pienso que más que núcleos del discurso que se encuentran en Cien años de soledad, es que el discurso recoge lo que se puede identificar en la obra. Si bien considero que lo más importante es que se trata de una obra de arte en toda su dimensión, me hago responsable de esta lectura que hago. Ese discurso, nombrado La soledad de América Latina, entrega dos pautas fundamentales con las que uno podría analizar el libro.
El primero es la forma en la que se narra, que ha sido llamada realismo mágico, que muchas personas lo caracterizan por esa forma exagerada, fantasiosa de contar algo que es real. Es efectivamente una narración exagerada, fantasiosa. Y ahí está el segundo punto o el segundo núcleo: ¿que sería una narración fantasiosa y exagerada? Yo diría que una cotidianidad latinoamericana que puede matizar diferentes momentos, diferentes expresiones, pero que sin dudas tiene unos rasgos identitarios: la forma de relacionamiento con la familia, y todo lo que pasa alrededor del interés de una familia, o ejemplificado a través de la casa familiar (que era incluso el nombre con el que Gabriel García Márquez pensaba en un momento intitular a la obra). También están las formas en las que los sujetos resuelven sus problemas cotidianos, y de cómo esos problemas se trasladan al orden público. Vemos, asimismo, continuas disputas, duelos que se resuelven de manera violenta y posteriormente cómo se extienden a una guerra que atraviesa el libro permanentemente (están presentes las guerras bipartidistas o las guerras civiles de Colombia).
Otro de esos temas (narrado con exageración y fantasía) es el amor. Esa afectividad profundamente erótica está muy marcada desde el principio, por la forma en la que se experimenta pero también en la que se narra, porque la obra cuenta cómo se habla todo el tiempo permanentemente de ese erotismo.
Y otro aspecto, sin dudas, es la muerte. Hay diferentes tipos de muerte, personas que saben que van a morir, personas que evitan la muerte. Hay una imagen que a mí me parece espectacular y se puede ver en cualquier barrio de América Latina: es la gente sentada fuera de la casa, dialogando, conversando en algunos lugares, compartiendo y tomando algo. Es la imagen de un barrio, de un pueblo, de unas casas con la gente afuera. Es la imagen de la gente cuando pasan por la casa de los Buendía, saludan al coronel Aureliano y le preguntan cómo está, y él responde ahí, sentado afuera de su casa, “bien, aquí, esperando que pase mi entierro”. Entonces es muy bonito porque es fantasioso, exagerado, pero también uno se puede ver reflejado ahí, en esa casa, en esa forma del amor, en ese relacionamiento de la familia y la comunidad. También uno puede verse reflejado en esas guerras, en la relación con otras fuerzas o con otros poderes (cuando los norteamericanos implantan las plantaciones cerca de Macondo), o en la relación con los gobiernos centrales, la forma de conquista de una tierra nueva. Pienso que el discurso de La soledad de América Latina entrega esos dos elementos que yo invitaría a analizar: la exageración y lo fantasioso de la narración, pero en relación a lo que se está narrando. Y ahí es donde la obra se vuelve realmente encantadora, porque te están narrando cosas que son remotas, muy antiguas, pero que tú puedes ver reflejadas en muchas formas de vida.

Tapa de la edición conmemorativa por el 50 aniversario de Cien años de soledad, con ilustraciones de la artista chilena Luisa Rivera | Foto: colección de Santiago Herrera Díaz

—Y hablando de historia propiamente dicha, ¿cuáles son los grandes temas de la historia latinoamericana reflejados en Cien Años de Soledad? ¿Y qué elementos propios de la historia colombiana aparecen reflejados en la obra?

—Yo pienso que, más que momentos históricos, la obra recoge formas de época que sí pueden tener mucha relación con momentos históricos en Colombia y en América Latina. Un aspecto fundamental, que a veces se pasa por alto, es la fundación de Macondo, es decir, cómo se funda un pueblo y cómo se va estructurando un pueblo. Eso se puede repetir con todos los matices y las diferencias en cómo se han fundado nuestros pueblos y ciudades latinoamericanas. Esa visión del pionero, de la familia pionera, esa historia que hay detrás de por qué moverse, de por qué migrar.
Otro elemento que me parece importante es toda la forma de relacionamiento con lo externo, con lo otro. ¿Qué llega a ese pueblo? Entonces, en un momento serán los gitanos de la mano de Melquíades, en otro momento serán las matronas francesas, y en otro momento será la empresa norteamericana. Pero ¿qué traen y qué empiezan a mostrar? Por caso, a ese relacionamiento de los gitanos con los macondinos podríamos asemejarlo a un momento de colonización inicial de los pueblos originarios en su relacionamiento con España; estas matronas francesas podrían asemejarse a un momento más republicano, en el que esas colonias empiezan a consolidar su identidad nacional o su idea de Estado-Nación, y ese tercer momento norteamericano tendría que ver mucho con el fin del siglo XIX, el principio del XX, y la explotación de recursos naturales en América Latina. Y en ese relacionamiento con lo otro, con lo externo, también está el mestizaje, esa mezcla de culturas, y lo que empieza a surgir de eso. Este elemento atraviesa la obra, y tiene muchas implicancias (costumbres que se incorporan, nuevos conocimientos, objetos, etc.). En ese sentido, es muy interesante la figura de José Arcadio, el pionero, el papá, porque lo que más le interesa de Melquíades no es cada invento, sino lo que él dice que nos estamos perdiendo de lo que está pasando en el mundo. Yo creo que ese vínculo es espectacular para entender ese relacionamiento con lo otro.
Pienso, por otro lado, que el tercer elemento está muy marcado por la guerra. Una guerra con tintes civiles, donde lo más relevante no es el desarrollo de la guerra, sino cómo van a la guerra personas que siempre han convivido juntas. Y eso es un rasgo que se puede ver en muchos conflictos en América Latina. Guerras en las que el orden civil, más que todo, está dado por guerras entre hermanos, entre vecinos, entre personas que se han conocido toda la vida. Entonces yo siento que eso también es fundamental. Pienso que también cobra mucha relevancia la relación con la Iglesia Católica en ciertos momentos y de formas distintas. Y hay otras cosas que yo creo que son muy típicas de lo latinoamericano, con sus matices: las fiestas, las formas de relacionamiento entre hombres y mujeres, las condiciones en las que se empieza a estratificar o a categorizar una sociedad o un pueblo.

—¿Y cómo se inscribieron esas guerras en el marco de las tensiones políticas colombianas durante el siglo XIX?

Las diferencias entre liberales y conservadores configuran el escenario sociopolítico en el cual se desarrolla la escritura y publicación inicial de Cien Años de Soledad. Y eso nos lleva a entender un poco de la historia de la institución política y gubernamental colombiana del siglo XIX. Los dos partidos políticos predominantes eran el Partido Liberal y el Partido Conservador, y cuando hablamos de las confrontaciones entre liberales y conservadores, no hablamos de lo liberal o lo conservador como adjetivos, sino como sustantivos (si bien hubo momentos históricos y hubo personajes que quisieron semejar el sustantivo al adjetivo del liberal o de conservador, eso daría lugar a muchas discusiones de otros órdenes), lo cierto es que la novela logra mostrar bien esta confrontación: ¿qué pasa con los conservadores cuando están en el poder y cómo se comportan frente a los liberales? ¿Y cómo viran los liberales cuando pueden tener el poder en su relación con los conservadores? Y esa tensión permanente que se manifiesta en unas formas muy violentas.

—Otro elemento muy presente es el aspecto de las migraciones…

Yo creo que el fenómeno de las migraciones está de modo permanente en la obra, empezando porque la fundación de Macondo proviene de una migración. Y esa migración tiene una razón, tiene un motivo: se busca todo el tiempo encontrar el mar. Los fundadores del pueblo parten de una ranchería intentando encontrar el mar, y eso está permanentemente. También están las personas que migran hacia Macondo (y otros que se van): Pietro Crespi (de Italia) y Gastón (de Bélgica), el último compañero de Amaranta Úrsula, personas de otras partes del mundo que van a Macondo y se quieren quedar allí. Hay migraciones hacia Macondo, pero también desde Macondo: el coronel muchas veces se va, Santa Sofía de la Piedad se va, José Arcadio, el hijo mayor, se va por una larguísima temporada con los gitanos. Los mismos gitanos muestran en sí lo que significa esa vida nómada, que se asemeja un poco a la migración. Entonces, en ese mismo sentido, la obra logra narrar de una manera muy llamativa, muy particular, muy exagerada, pero también muy fascinante, lo que significan muchas cosas de la migración: el dolor de las personas que se quedan sin la persona que migra, lo novedoso que es para alguien arraigado cuando viene una ola migratoria (como los gitanos), las diferencias culturales que existen, los idiomas distintos que hablan y cómo se expresan y se manifiestan en ellos. Lo que hace Cien Años de Soledad con todos los procesos cotidianos también lo hace con la migración.

—Siguiendo en esta clave de historia, conflicto y literatura, un hecho ineludible que ocupa varias páginas de la obra es la “Masacre de las Bananeras” (1928), algo que tuvo lugar en la tierra natal de García Márquez. ¿Podrías contarnos un poco más al respecto?

—Sí, cobra mucha relevancia ese asunto, esa alegoría de la Masacre de las Bananeras, un evento que involucra a la United Fruit Company en municipios cercanos a donde creció García Márquez, principalmente Ciénaga. Esta compañía tenía allí una gran plantación de banano (muy similar a la que describe García Márquez, que sucede en un momento en Macondo), con ese relacionamiento: unos norteamericanos que llegan a traer un producto, construyen una especie de ciudad muy artificial con todas las necesidades y todos los adelantos tecnológicos para vivir en un lugar un poco inhóspito, con mucho calor. Entonces, esos norteamericanos llegan, se instalan allí, pero contratan mano de obra de las personas que están cerca. Entonces, ahí empieza ese mestizaje, esa relación, pero en sí se declara de manera directa una explotación, no solo de los recursos naturales, sino principalmente de la mano de obra. Y cuando estalla la huelga, es muy interesante cómo retrata Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad a la masacre, porque quien la observa y es protagonista es José Arcadio Segundo, y a él todas las personas lo van a tildar de loco. Y es muy interesante porque eso que pasa con este suceso de las Masacres de las Bananeras, sucede con muchas cosas en Colombia y en América Latina. Hoy en día hay fuerzas políticas, personas e incluso la oficialidad que desconocen esta masacre, y el número de víctimas es un punto de discusión simbólica, como ha pasado con las dictaduras en el cono sur, o como pasa con los falsos positivos en la historia reciente de Colombia. La historia de las bananeras es igual de difusa para la realidad colombiana como lo es en el libro. En el libro hay un protagonista que lo cuenta y dice que eran muchas personas, niños, mujeres, hombres, y dispararon y se los llevaron en el tren y los tiraron. La historia es un poco igual en el país, ¿cierto? No hay una cifra exacta, hay personas que niegan la masacre de las bananeras, fuerzas políticas que directamente dicen que no aconteció. Entonces eso es muy interesante porque no es solo el evento, sino cómo existe el evento en nuestras narraciones, en nuestras realidades, en nuestras memorias.

—Volviendo un poco al contexto de la publicación de la novela y su vínculo con la política, un tema ineludible es la relación de amistad entre García Márquez y Fidel Castro…

—Bueno, la relación de Gabriel García Márquez con Fidel Castro es un poco icónica, ¿cierto? Incluso hay personas que dicen que eso fue lo que le valió a él irse de Colombia para radicarse en México. Al parecer, Gabriel García Márquez se va de Colombia porque sentía un poco de presión por parte de las fuerzas estatales a su abierta declaración de estos principios que se defendían en la Revolución Cubana, pero que no eran lo único, pues él tenía una visión muy crítica, una visión a favor de los desfavorecidos y de las masas obreras, y eso va más allá de esta relación.

La personal crítica del poeta cubano Reinaldo Arenas a García Márquez en “Antes que anochezca”, su autobiografía publicada en 1992 | Foto: gentileza

También hay que decir que esa relación en unos momentos se vuelve más icónica y en otros momentos se vuelve objeto de críticas. Hubo personas que criticaron abiertamente el vínculo de ambos. Dos ejemplos de ello serían Fernando Vallejo, un escritor colombiano, y el otro, que me parece interesante rastrear, es el de Reinaldo Arenas, documentado en su libro autobiográfico Antes de que Anochezca (N. del A.: llevado al cine en 2000 por el director Julian Schnabel y protagonizada por Javier Bardem). Y es como Reinaldo Arenas, que es un escritor homosexual perseguido por la dictadura cubana, se encuentra con García Márquez posteriormente en escenarios literarios. Y bueno, ¿cómo se relacionan ellos? Sería muy interesante leerlo desde ahí, porque están todas las perspectivas. Pero evidentemente, y es claro, Gabriel García Márquez nunca negó su relación y su cercanía con Fidel Castro y con la Revolución Cubana. Muy en sintonía con la época, leyendo teorías muy propias de los sesenta, como la Teoría de la Dependencia, que se encuentra en otras obras y que se ve como una denuncia de cómo las potencias mundiales del primer orden se benefician de la mano de obra y de los recursos naturales, pero enriquecen sus capitales y no hay retorno, mientras en las ciudades latinoamericanas se vive de una manera muy miserable.

—Volviendo a Cien Años de Soledad, y a propósito de la adaptación de Netflix… ¿Piensas que puede contribuir a una renovación por el interés de la obra de García Márquez?

—Yo creo que, indudablemente, el hecho de hacer una producción audiovisual en formato de serie en estos momentos es vital. Hoy lo que no está en serie, no se consume. Y eso hace parte de la agenda, hace parte del diálogo. Querer adaptar cualquier libro, cualquier obra literaria es un reto gigante, pero más algo como Cien Años de Soledad. Con estos recovecos, con esa repetición de nombres, esa repetición de personajes, el uso de los tiempos, el ir y volver, es todo un reto. Y me parece que es una apuesta de verdad de felicitar y de agradecer a las personas que lo hacen posible, a una producción que hace esta adaptación audiovisual, porque no es fácil. Y, sobre todo, no es fácil por todas esas críticas literarias. Con Gabriel García Márquez pasa, en ciertos escenarios intelectuales, lo que pasa con muchos autores, y es quién tiene el “garcíamarquesómetro”, quién está más cerca del autor. Entonces van a aparecer muchas voces que digan, “no se parece nada la historia”. Yo diría también, muy pensando en ese discurso de García Márquez, de cómo narramos y demás, que no importa cómo sea la adaptación. El solo hecho de que una obra como Cien Años de Soledad invite a hacer una adaptación y la haga como la haga, es el signo mayor de lo que significa esa obra, pero también de lo que significa narrar la realidad humana. Pienso que esa serie puede traer de nuevo a colación la obra, sin embargo, puede seguir pasando lo mismo que decían al inicio: que se hable mucho, pero que no se hable directamente desde el verlo. Aquí, muchas veces en Colombia, Cien Años de Soledad es más una broma, un chiste sobre el árbol genealógico de los Buendía, que realmente una forma de entendernos en cómo nos narramos.

Imagen de portada e imagen nº2: Serie “El año Mágico de Gabriel Garcia Márquez” por Soledad Amarilla para Secretaría de Cultura – Argentina licencia bajo CC BY-SA 2.0

Director general | + notas

Consultor en comunicación estratégica. De raíces criollas y mestizas, sus antepasados se remontan a la historia del Alto Perú y también a la llegada de migrantes españoles en el siglo XIX. Apasionado por la historia y cultura latinoamericana.


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